El regreso de Quico Pi de la Serra
Quico Pi de la Serra (1942) ha vuelto a los escenarios, y el pasado viernes inauguró el Barnasans con un nuevo repertorio de canciones
Pi de la Serra. A los lectores jóvenes este nombre supongo que no les dirá nada.
Mi hermano Xavier me llevaba, dios le bendiga porque no tenía ninguna obligación, y yo era un niño cuando él ya era un joven, a los conciertos de los músicos de la “Nova cançó”, a veces con sus amigos, a veces nosotros solos.
Asistí con los ojos saliéndose de sus infantiles órbitas a recitales de Maria de la Mar Bonet, de Raimon (con altercados revolucionarios), de Quico Pi de la Serra y de otros. De Llach no, demasiado gemiqueante. A quien no vivió aquella efervescencia musical-contestataria acaso le costará imaginar el sentido de complicidad y de peligro que palpitaba en aquellos locales oscuros, asfixiantes de sudor y de desafío..
No me olvida la noche que cruzamos andando el puente de Marina, en Barcelona, sobre el lecho de un río seco y unos descampados que me parecían un paraje vasto, misteriosísimo y lejanísimo (aunque no estaba más lejos de un kilómetro de nuestra casa), para asistir en no recuerdo qué oscuro local parroquial a un concierto de Enric Barbat. ¡Mítico, fabuloso puente de Marina! Cuando te cruzo ahora me pareces insignificante,y totalmente desprovisto de misterio, pero aflora el recuerdo de aquella noche… ¡Cuando entonces!
Aquel concierto, para unas veinte personas, jóvenes y malolientes, fue sensacional, Barbat cantaba y tocaba la guitarra acompañado sólo por un contrabajista, según creo muy reputado pero cuyo nombre no recuerdo. El caso es que la simple suma de guitarra, contrabajo y voz era íntima y seductora, y aquel local cutre era más valioso, mucho más deseable que cualquier palacio con pianos Steinway.
Enric Barbat cantaba: “Voldria ser/ gos petaner/ i sóc un gos de ciutat/ ben educat…” [Quisiera ser un perro mestizo, pero soy un perro de ciudad, bien educado]. Yo escuchaba, alucinado. ¡Cuánto daría por volver allí! Pero claro, es imposible, y además Enric Barbat ha muerto.
Otra vez mi hermano y yo escuchamos, ya no sé dónde, sería en uno de aquellos tugurios de una juventud reprimida que pugnaba por irrumpir, a Pi de la Serra, que tenía una voz gutural y poco atractiva, su gran hándicap yo creo para alcanzar una gran fama, pero tocaba la guitarra divinamente y dominaba a la perfección el arte de hacer canciones.
La fuerza de las frases
Tenía una formación musical sólida. Años, décadas después, cuando los tiempos ya habían cambiado, y de qué manera, hablamos algunas veces con Agustí Fancelli –ya también difunto— sobre su primerizo Home del carrer, una canción lenta, de tono entre existencialista y surrealista, que a Agustí le encantaba, sobre un hombre pobre que no tiene nada, ni cigarrillos, ni ascensor, ni… cabeza: “El cap li fa mal, ai no, que no en té;/ abans en tenia, abans en tenia;/ un dia el va perdre i no el trobà més.../ no tens res de res, home del carrer.” [Le duele la cabeza, ay no, que no tiene. Antes tenía, antes tenía, un día la perdió y ya no la encontró. No tienes nada de nada, hombre de la calle…]”.
Para explicar debidamente el talento de Pi de la Serra debería tener yo conocimientos musicales, que me faltan, y sin ellos es tonto hablar de las canciones. Pero sé que la superioridad de éstas sobre la poesía escrita o hablada es que los versos pueden ser flojos, pero la entonación musical los eleva a la estratosfera. Una frase vulgar cristaliza como sentencia rotunda. “Fuma un cigarret…Ai no, que no en té”: ¿cómo explicar aquí la fuerza de esta frase? Renuncio.
Luego compré y escuché en casa, hasta el hastío de mi familia, ese magnífico disco de Pi de la Serra que se titulaba Pijama de saliva, donde con graciosa vulgaridad se ofrecía a lamer a una chica hasta cubrirla enteramente de sus secreciones bucales –no fue nunca un trovador distinguido--, y donde cantaba al tremendo calor que hace en un pueblo llamado Caspella, y, con aire de canto gregoriano, a la calle Hospital de Barcelona, calle del barrio chino donde “s’encomana i cura el mal” [se contagia y se cura la enfermedad].
Demasiados años, demasiadas cosas
Tenía versos hábiles, juguetones, un poco gratuitamente absurdos o aproximados como éstos: Catalana, si et dius Anna, / digue't Joana, fes camí./ No t'espantis del que pensi,/ faci o digui cap veí./ Catalana, si estàs sola,/ vine amb mi [ Catalana, si te llamas Ana llámate Joana, tira para adelante, no te asustes de lo que piense, haga o diga ningún vecino. Catalana, si estás sola, ven conmigo].
Creo que Pi de la Serra, que fue uno de los Setze jutges [dieciséis jueces] fundacionales de la canción catalana, tiene o tenía swing, era un guitarrista virtuoso, tenía vastos conocimientos musicales, del blues, por ejemplo, pero o no se tomaba muy en serio la profesión o la carrera (y ahí su larga colaboración con La Trinca: no se puede caer más bajo) o no tuvo más suerte de la que su talento merecía.
Desde luego que no ayudaron a que así no fuera una informalidad notoria, el humo de la marihuana y sus siniestras convicciones políticas, pues cantaba a la repugnante Cuba de Fidel [“A Cuba no la para ni Dios”] o se jactaba de renunciar a un ligue porque la chica era de derechas, lo cual denota fanatismo: ¿dónde se ha visto que la política pase por encima del erotismo? Es tontería. Quizá es un hombre tonto. Lo cual no es óbice para ser un buen artista.
Aún así le admiré, y lo admiro, porque siendo casi un niño le escuché con mi hermano, y luego de adolescente también le escuché y escuché y escuché solo. Sus canciones levantan ecos y ecos en lo que Machado llamaba “las hondas bóvedas del alma”. Me alegro de que vuelva a cantar, como si no hubiera pasado nada. Seguro que estarán bien sus nuevas canciones, aunque, claro, yo ya no iré a más conciertos suyos. Han pasado demasiados años, demasiadas cosas.