The New York Dolls
El primer álbum de la banda, de 1973, es el mejor disco que no grabaron los Stones y es necesario escucharlo de forma periódica para levantar el ánimo
26 julio, 2021 00:00Entre todos los grupos destruidos por el alcohol, las drogas, la mala vida y el escaso éxito comercial, los New York Dolls se llevan la palma. Su primer disco homónimo (1973) siguió el mismo camino transitado por la primera entrega de The Velvet Underground en 1967: ignorado en su momento, con el paso del tiempo acabó revelándose como un artefacto ejemplar que impactaría en un montón de gente, tanto músicos como público en general. Yo diría que el primer álbum de los Dolls es el mejor disco que NO grabaron los Stones en 1973. Supuestamente enmarcados en el glam rock, nada tenían que ver esos cinco gañanes heterosexuales de Staten Island disfrazados de furcias con la sutileza, la ambigüedad y la elegancia de estrellas británicas de la época como David Bowie o Bryan Ferry.
Musicalmente, tampoco se estrujaban mucho las meninges para poder ser considerados miembros de la vanguardia musical: su rock & roll de tres acordes, simplemente, era buenísimo y de una eficacia arrolladora; y su primer disco es de esas obras que te levantan la moral en un santiamén por su hábil actitud de back to basics, de regreso a un rock sin aparentes pretensiones, pero con una energía y una actitud de las que sacaban de quicio a tus padres cuando los padres se ponían de los nervios con el rock & roll, una época que ha pasado definitivamente a la historia. Lamentablemente: así les va en los tiempos que corren a quienes se empeñan en practicarlo rodeados de divas, raperos y devotos del reguetón.
El segundo disco, Too much too son (1974), tuvo tan poco éxito como el primero y, salvo algunas canciones (especialmente las versiones de temas ajenos), parecía estar hecho de descartes del anterior. Apresurado y a medio cocer, Too much too soon constituía un retrato bastante fidedigno de la vida desastrosa que llevaban los miembros del grupo: bebidos y/o drogados a todas horas, era evidente que no se encontraban en el mejor de los estados a la hora de entrar en el estudio de grabación. El primer baterista, Billy Murcia, se había muerto antes de grabar el disco de debut --le dio un patatús de drogas y alcohol y quienes estaban con él no tuvieron mejores ideas que meterlo en una bañera de agua fría y llenarle la boca de café, ayudándole a reventar sin perder más tiempo--, siendo sustituido por Jerry Nolan (fallecido de meningitis en 1992). El guitarrista Johnny Thunders murió en 1991 de una sobredosis de heroína. El bajista Arthur Killer Kane sucumbió a la leucemia en 2004, tras haberse hecho mormón y haber propagado la palabra del Señor con el uniforme habitual de la secta: pelo corto, camisa blanca de manga corta y corbata negra (hay un documental estupendo al respecto, titulado New York Doll). El guitarrista Sylvain Sylvain falleció de cáncer a principios de 2021. Ya solo queda vivo el cantante, David Johansen, del que, a sus 71 años, no se sabe muy bien qué hace después de una errática (aunque a ratos interesante) carrera en solitario ejerciendo de rockero, de crooner alternativo (bajo el rutilante alias de Buster Poindexter) y hasta de líder de una banda de folk.
Aunque lo que quedaba del grupo grabó tres discos más entre 2006 y 2011 (animados por Morrissey, que había sido el presidente de su club de fans en Inglaterra antes de fundar The Smiths), todo lo bueno que los Dolls hicieron por el rock & roll está contenido en su primer disco de 1973. El grupo se disolvió en 1977, no sin que antes les diera la puntilla el gran Malcolm McLaren, manager de los Sex Pistols, quien tuvo la brillante idea de vestirlos de látex rojo y ponerlos a tocar rodeados de banderas de la Unión Soviética con la hoz y el martillo, algo que en ciertos lugares de los Estados Unidos equivalía prácticamente a que te lincharan.
Nunca compré sus discos del siglo XXI --yo me había hecho mayor y ellos, aún más, y suelo desconfiar de las reuniones tardías de bandas míticas--, pero sigo escuchando el primero cuando necesito algo primario, fuerte y divertido que me levante el ánimo (y si me quedo a medias, pongo el segundo, aunque solo sea para disfrutar de la tronchante Stranded in the jungle). Canciones como Trash, Personality crisis o Rock and roll nurse me acompañarán durante lo que me quede de vida, animándome cuando lo necesite, algo que, según me temo y voy viendo, cada vez va a suceder con mayor frecuencia.