'Homenot' Manolo Sanlúcar / FARRUQO

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Música

Manolo Sanlúcar, erudición flamenca

El guitarrista y compositor gaditano, que se movía con maestría entre la tradición flamenca y la innovación creativa, dignificó el arte en el que se formó hasta convertirlo en alta música sinfónica

27 agosto, 2022 23:55

Hay alegrías gaditanas que matan de felicidad. Es el caso de La puerta del príncipe, al son de la guitarra de Manolo Sanlúcar, en la película Flamenco, de Carlos Saura, producida por Juan Lebrón. También hay dúos, como el que formaron Paco de Lucía y Manolo Sanlúcar, en Sevillanas, de los mismos cineastas, de donde emanaron notas eternamente depositadas en las nubes y las marismas. Paco, el genio que internacionalizó el flamenco ha sido  plenamente contemporáneo de Sanlúcar el músico que ha convertido el arte popular en sinfónico; el que ha colocado el flamenco en las grandes partituras. Nunca fue niño. Estaba hecho de un material sensible, una aleación juanramoniana de raíces y alas; de lecho y mundo.

El guitarrista de Sanlúcar de Barrameda (Manuel Muñoz Alcón, su nombre real) murió ayer a los 78 años; y nos ha dejado una extensa obra escrita en la que recogemos sus memorias escritas en el libro, El alma compartida, en el que se confiesa ético con su instrumento y con su música desde el primer día. Solo acepta el don del artista “si está revestido de nobleza, cargado de trabajo, de responsabilidad”. Se rememora a sí mismo como un joven precozmente inserto en la cohorte nómada de las compañías de cante y baile, convertido en insobornable defensor de la autenticidad.

Todo sucedió bajo la punzante educación de un padre, Isidro, torero, cantaor, panadero y guitarrista. Su caso es el de una vocación heredada y una pasión acrecentada. Sacrificó el éxito por el rigor y repitió en muchas ocasiones que, por el flamenco, él había vivido “como un monje eremita”. Lo cierto es que ha existido para dignificar la arquitectura musical del flamenco, ese arte de origen sánscrito por el que un pueblo siente sin saber por qué, algo que él ha tratado de explicar, en su enorme antología del flamenco.

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Su trayectoria germinó en el arte popular y con el tiempo se decantó por la música clásica, como se ve en piezas como Fantasía para guitarra y orquesta y especialmente en Mundo y formas de la guitarra flamenca, (“lo empecé a componer a los 16 años”) donde aparecen nítidamente las exploraciones de su vena creativa basadas en el culto por la ortodoxia flamenca enriquecidos por los principios de la armonía clásica. En defensa de su arte, combatió la etapa de banalización del flamenco menor, destinado a las cuadras de encaje turístico, a la caserna chusquera y a las salas de bandera de escaso lustre.

Sanlúcar ha sido una expresión genuina de la guerra contra el mal gusto. Su pasión didáctica nació de una exigencia ineludible y desde entonces hasta sus últimas horas, el guitarrista ha ofrendado ante el altar de la pedagogía; ha sido un gran maestro, además de un enorme artista. Sanlúcar ha sido músico y escritor. Dejó para los que llegan su herencia sonora: La guitarra flamenca; y añadió dos libros de su puño y letra: La escuela y Andalucía, la otra historia. Y por supuesto La Enciclopedia mundial del flamenco, obra magna a la que ha dedicado sus últimos doce años, iniciada en 2013, en el momento en que decidió dejar los escenarios. Hizo público su abandono en las simbólicas Cuevas de Nerja después de estrenar su Medea, ultima puesta de largo cargada de emoción y rigor, las dos claves que exigían los directores de la ciudad wagneriana de Bayreuth.

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Para Sanlúcar, el flamenco era un pretexto inoculado en vena, mientras que la clásica expresa un deseo interior, no de lustre sino de pulcritud. La imagen del maestro, camisa blanca cubierta por el clásico cárdigan sedoso, con las manos en la guitarra, rodeado de violines y violas, contiene absolutamente el decoro que él pretendió. Así se le vio el día de Medea. Obra sinfónica para guitarra y orquesta, una composición pensada para el Ballet Nacional, con los dedos, el tallo y los tacones de la bailaora Merche Esmeralda dibujando maravillas de sombra sobre las tablas. A lo largo de su carrera de compositor y guitarrista, Sanlúcar ha recurrido al nexo entre la nota ya la palabra. En 2000 estrenó Locura de brisa y trino, un homenaje a Lorca, momento cumbre con la voz de Carmen Linares. Ocho años antes, en aquel exitoso año 92 había estrenado La gallarda, con libreto de Rafael Alberti, en la Expo de Sevilla y con la participación de la soprano Montserrat Caballé

El guitarrista, durante su actuación en 2010 en la tercera gala flamenca del Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión / EFE

El guitarrista, durante su actuación en 2010 en la tercera gala flamenca del Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión / EFE

La musicalidad de la poesía no se detiene, como tampoco lo hace la poética musical. La excelencia exige una “fusión creativa de los dos géneros, en ambas direcciones”, en palabras de Arthur Rimbaud. Sanlúcar rebosaba de la misma influencia cuando, al afinar las cuerdas de su guitarra, gustaba de oír una declamación de fondo. Se adentró ya en este cruce en los segundos setenta con el tema ...Y regresarte, Homenaje a Miguel Hernández, en el que su música innovadora se anticipó al soplo de libertad de otros homenajes al mismo poeta de Orihuela, que han ido llegando, con las voces de cantaores como Enrique Morente, José Mercé, Miguel Poveda o Manuel Gerena. Después de ...Y regresarte, llegaron Tauromagia, Soleá, Aljibe o Trebujena.

Al gran músico que despedimos le hubiese gustado ser pintor y hasta flirteó con bajarse al ruedo para hacer realidad su afición taurina. Amó el arte sobre todas las cosas, pero descubrió su camino entendido como una responsabilidad cuando supo que solo la música sinfónica podía mostrarle el camino de la evolución del flamenco. Su afición llevó a su guitarra a los éxitos de Pepe Marchena y de cantaoras como La Paquera, que entendían sin esfuerzo el alma gitana y paya del flamenco.Niño prodigio, se consagró con apenas quince años al lado de Pepe Pinto y de su esposa, la Niña de los Peines.

Combatió siempre la aberración del informalismo que estuvo a punto de enterrar el arte del Sur por antonomasia y solo aceptó jugar la carta comercial cuando supo que su oferta no se salía del catálogo exigente. Es el caso de Caballo negro considerada como una de las mejores composiciones para guitarra de todos los tiempos. Él no lo admitiría. De hecho, sin renegar de nada, el músico saltó de aquella montura. Su exigencia le condujo al estudio y casi siempre al silencio a costa de dinero y fama.

Alguien ha dicho que se instaló en la alacena de los sentidos, allí donde se cocina el verdadero flamenco. Antes, mucho antes de sentirse anciano, Sanlúcar se encerró en su torre de El Pedroso, como Montaigne, rodeado de viñedos y asaltado por hugonotes; dicen que lo hizo para preguntase quién soy yo, como el ensayista francés. Aunque Sanlúcar era más fino; si pudiera contestar revelaría con su habitual sorna de sabio, que su oficio es investigar y trabajar hasta altas horas de cada noche.