Música
Purpurina y plataformas: la galaxia ‘Glam’
La corriente cultural surgida en Londres tras los excesos del 'rock sinfónico' predicó el retorno a la sencillez y legó al mundo del cine y la música obras maestras basadas en la androginia sexual
15 junio, 2022 20:50El 16 de junio de 1972, hace ahora cincuenta años, se ponía a la venta The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars de David Bowie. A finales de ese mismo año, el 8 de noviembre, salía a la venta Transformer de Lou Reed, producido por Bowie y su guitarrista de entonces, Mick Ronson. El primer disco se grabó en Londres, el segundo en Nueva York, y ambos representan la consolidación a ambos lados del Atlántico de una corriente del rock nacida en Londres y bautizada como glam, término que empezó a utilizarse ese mismo año.
El glam llevaba un par de años gestándose y dando sus primeras muestras. Alcanzó el cenit en el año 72 y su reinado fue corto, hasta 1975, aunque su influencia se prolongará en el tiempo. El glam (que deriva de la palabra glamour) aúna dos aspectos que adquieren la misma relevancia: el musical y el visual. Y su estética y difusos planteamientos programáticos permiten una sugestiva lectura sociológica relacionada con los cambios y rupturas de las décadas de los sesenta y setenta en lo referente a los usos y costumbres sexuales, las reivindicaciones del feminismo y la visibilización de identidades sexuales envueltas hasta entonces en el tabú (la homosexualidad se había despenalizado en Inglaterra en 1967). Supone la superación de las desmesuras y pretenciosidad del rock progresivo que triunfó a finales de los sesenta (King Crimson y Pink Floyd son de lejos lo más interesante de ese movimiento). Se vuelve a los temas cortos y a unos ritmos pop más sencillos, con alguna diluida referencia psicodélica.
Musicalmente es, por tanto, un back to the basics, a la sencillez resultona del rock primigenio. La transformación visual que trae consigo su estética es más vistosa y en buena medida más radical que la musical: purpurina, sombra de ojos, maquillaje, plataformas, ropajes extravagantes, gestualidad con carga sexual, androginia, ambigüedad, feminización, reivindicación de la bisexualidad (como hace Bowie, gran estratega y publicista de sí mismo, en unas célebres declaraciones al Melody Maker en 1972). Ahora bien, a veces se tiende a entender el glam como un movimiento conectado con lo gay, y eso no es exacto; es paradigmático el caso del americano Jobriath (lean el estupendo perfil que le dedicó Ramón de España en Letra Global), que pagó muy caro ser abiertamente gay y declararlo a los cuatro vientos.
Sin embargo, es interesante el cambio de paradigma sobre la masculinidad que propone el glam. En Inglaterra durante los años cincuenta y sesenta se había producido un notorio recambio generacional en el teatro y el cine: la nueva generación de actores aupada al estrellato con los Kitchen Sink Dramas de los Angry Young men y con las películas del Free Cinema estaba formada por figuras como Stanley Baker, Robert Shaw, Richard Burton, Albert Finney, Richard Harris, Alan Bates y Oliver Reed, Michael Caine (muy relevante la estupenda Alfie) que compartían dos características: abundaban los acentos cockney o provincianos (nada de dicciones shakesperianas ni upper class) y además exudaban una carnalidad rebosante de testosterona (recuérdese la mítica pelea de Alan Bates y Oliver Reed desnudos en Mujeres enamoradas de Ken Russell).
Nada que ver con los lánguidos galanes de la generación anterior: Stewart Granger, James Mason…La apoteosis de esta hipermasculinidad –con mucho de desesperada réplica al creciente peso del feminismo y con tintes involuntariamente paródicos– la representa Sean Connery en el papel de James Bond. Los matices más ambiguos los aportan actores como Terence Stamp, Dirk Bogarde y James Fox. Esta hipermasculinidad exacerbada tiene en la época abundantes ejemplos en el ámbito musical y acaso su máximo exponente sea Tom Jones.
Temas como Sex Bomb y sobre todo Delilah (una apología de la violencia de género, versión british de la maté porque era mía) no puedes escucharse hoy sin sentir cierta incomodidad (en descargo de Mr. Jones hay que decir que en su senectud ha grabado varios discos de calidad más que notable). La emergencia del glam supone una ruptura con todo esto y la reivindicación de lo que hoy se llamaría otra masculinidad. Su influencia será tal que durante un tiempo hasta Mick Jagger aparece en los conciertos muy maquillado e intensificando los gestos de ambigüedad sexual.
Sin embargo, para entender el fenómeno del glam hay que conectarlo con otro elemento muy británico: el dandismo. Recordemos que el primer dandi oficial, Beau Brummell, era británico (hoy le rinde homenaje una estatua erigida en Jermyn Street) y dandis fueron los componentes de la contrahermandad prerrafaelita, los románticos como Byron y Shelley, y después Wilde y Aubrey Beardsley. El glam tiene mucho de dandismo y así lo refleja el subtítulo del interesante catálogo publicado por el Victoria & Albert Museum: Glam Rock: Dandies in the Underworld.
Bowie se convertirá con el Ziggy en la gran estrella del glam. Sin embargo, en la construcción de esta estética es crucial la aportación previa de Marc Bolan. Ambos compartían significativos rasgos comunes: asomaron la cabeza en el movimiento mod, gustaban de la música soul (Bowie le rendiría homenaje en el espléndido Young Americans), tuvieron unos inicios titubeantes en los que no daban pie con bola, no acababan de encontrar el camino hacia el éxito y tenían una desmesurada obsesión por triunfar que acabaron canalizando a través del glam rock.
Bolan montó Tyrannosaurus Rex en 1967 con el percusionista Steve Peregrin Took, un hippie con querencia por el underground. Los cuatro primeros álbumes fueron acústicos, con mucho folk y toques de psicodelia. La salida de Peregrin Took por desavenencias con las nuevas exploraciones de Bolan, la electrificación y el acortamiento del nombre del grupo a T. Rex permitieron empezar a construir el edificio del glam. El primer disco de la nueva formación, T. Rex, de 1970, y sobre todo Electric Warrior en el 71, sientan las bases musicales. Visualmente Bolan da el pistoletazo de salida al movimiento cuando durante la promoción de este álbum aparece en Top of the Pops de la BBC cantando el hit Get it On con purpurina en la cara.
El éxito es fulgurante y fugaz; la trayectoria del grupo se cierra de forma prematura con la muerte de Bolan en 1977 en el accidente del coche que conducía su novia, la cantante Gloria Jones. De todos modos, el cantante llevaba ya años de progresivo declive y nunca superó esa obra maestra que es Electric Warrior. Bolan y Bowie, por cierto, tienen otro punto en común: el productor norteamericano entonces residente en Londres Tony Visconti (escribió unas interesantes memorias: Bowie, Bolan and the Brooklyn Boy que no se han traducido, que yo sepa, al castellano). Él produjo todos los álbumes de Tyrannosaurus Rex y contribuyó a la transición hacia el sonido glam del grupo. Produjo también los dos primeros álbumes de Bowie –no, sin embargo, los de la era glam– y retomó el contacto con él en la etapa berlinesa y lo mantuvo de forma intermitente hasta el final, produciendo también el testamentario Black Star.
La carrera de Bowie avanza en paralelo a Bolan y empieza a enfilar hacia el glam en los dos álbumes anteriores al Ziggy Stardust: el primero, The Man Who Sold the World (1970), en cuya portada posa con cabello largo y un traje de falda de Michael Fish, proyectando una imagen andrógina. Cuando se habla de la moda del Swinging London siempre se cita la minifalda de Mary Quant y las tiendas de Carnaby Street, se habla mucho menos del diseñador Michael Fish, cuyas transgresoras aportaciones a la moda masculina son como mínimo equivalentes en osadía a las de Mary Quant en la femenina.Sus dos creaciones más icónicas están vinculadas con rockeros: el mencionado traje de Bowie y el blusón blanco que lució Mick Jagger en el concierto homenaje a Brian Jones en Hyde Park. La portada de este disco, por cierto, fue prohibida en España y sustituida por otra menos “escandalosa”. En el siguiente, Hunky Dory (1971), la imagen de cubierta juega a replicar el glamour hollywoodiense de los años 20 y 30, a lo Garbo o Marlene (otra época en la que se jugó con la androginia, en este caso femenina).
Todo esto desemboca en Ziggy Stardust, en cuya cubierta aparece una fotografía en blanco y negro de Brian Ward coloreada a mano. Se tomó en Heddon Street, muy cerca de Regent Street, donde el fotógrafo tenía el estudio (en la actualidad una placa conmemora esa sesión). El disco era el más ambicioso hasta la fecha de Bowie, que crea al personaje de Ziggy Stardust –su primer alter ego–, un alienígena que anuncia el fin del mundo y se convierte en mesías rockero. En esta época el cantante estaba obsesionado con los alienígenas (unos años después, en 1976, se daría el gustazo de interpretar a uno en El hombre que cayó a la Tierra de Nicolas Roeg) y para crear el personaje de Ziggy se inspiró en el hoy olvidado rockero Vince Taylor, que se excedió con las drogas y se hizo célebre por sus comportamientos erráticos y sus visiones delirantes, que basculaban entre lo católico y lo extraterrestre.
Las sucesivas canciones del disco narran la historia de Ziggy, de modo que se trata de un álbum conceptual (con ciertos aires de musical de Broadway), en la línea de lo que unos años antes ya habían hecho The Who en Tommy o The Kinks en Arthur (The Decline and Fall of the British Empire). En la parte musical, la sonoridad la marcan los Spiders from Mars, el trío que acompañó a Bowie en todo el periodo glam, entre 1970 y 1973, y cuya piedra angular era la guitarra de Mick Ronson.En cuanto a la creación del personaje de Ziggy en el aspecto visual, Bowie tira de su formación como mimo con Lindsay Kemp, de su fascinación por la gestualidad del teatro kabuki y de los audaces diseños del modisto japones Kansai Yamamoto, que crea para él algunos de los trajes más icónicos de la historia del rock (el cantante después seguirá colaborando con otros diseñadores de primer nivel, hasta llegar al malogrado Alexander McQueen, tal como recogieron la exposición y el catálogo del Victoria & Albert Museum David Bowie Is).
En enero de 1972 se estrenó en Londres La naranja mecánica, que causó no solo revuelo sino auténtica alarma social al vincular la prensa algunos asesinatos con la violencia de la película, lo cual acabó llevando a Kubrick a pedir su retirada de los cines. En una de las canciones del disco, Suffragette City, se hace referencia a los drugos, los pandilleros ultraviolentos. El personaje de Ziggy fue liquidado en el concierto de clausura de la gira de 1973 en el Hammersmith Odeon de Londres. El cineasta D. A. Pennebacker (autor de grandes documentales musicales como Dont Look Back sobre Bob Dylan y el dedicado al Festival de Monterrey) lo grabó en el muy interesante Ziggy Stardust and the Spiders from Mars.
Bowie sentía fascinación por la visceralidad y marginalidad de cantantes americanos como Lou Reed e Iggy Pop. A ambos les produjo discos, en el caso de Lou Reed fue Transformer, otra pieza clave del glam aparecida a finales de 1972. Reed venía del fiasco de su primer disco en solitario, un producto disperso y falto de un estilo definido, que tuvo malas críticas y escasas ventas. Con Transformer vuelve a lo grande al submundo neoyorquino que ya reflejó The Velvet Undergroud. Y esta es una de las diferencias más sustanciales del glam londinense y el neoyorquino.
Aquí no se trataba de jugar a ser ambiguo. Por la Factory de Andy Warhol pululaban sus superstars, entre las que había travestidos y transexuales como Candy Darling, Jackie Curtis o Holly Woodlawn, que aparecen citados en Walk on the Wild Side, junto con el Little Joe que no es otro que Joe Dallesandro, convertido en icono gay en las películas de Warhol-Morrisey. Warhol es homenajeado en Andy’s Chest (en referencia a la agresión de Valerie Solanas), al que el propio Bowie ya le había dedicado otra canción, Andy Warhol, incluida en Hunky Dory (Bowie acabaría interpretando a Warhol en el biopic sobre Basquiat que dirigió Julian Schnabel).
Una de las cosas más interesantes de Transformer –y acaso una de las claves de su éxito– es la contradicción que hay entre la oscura sordidez de los temas y el carácter entre ingenuo y festivo de la música, algo que cambiará radicalmente en su siguiente obra, el sombrío Berlin, en el que fondo y forma se aúnan en un descenso a los infiernos. El lado salvaje de Reed está también en los New York Dolls, mientras que otras propuestas americanas vinculadas con el glam, como Alice Cooper o Kiss, jugaban en una línea más circense y de grand guignol. Los Kiss incluso llegaron convertirse en personajes de cómic y hasta tuvieron sus muñequitos articulados.
Volviendo a Londres, la influencia del glam se extendió al teatro con el estreno en 1973 de The Rocky Horror Show, una ópera rock que mezclaba con descacharrante descaro el pastiche de las películas de serie B y sesión doble de terror y ciencia ficción con travestismo y desmadres varios. El autor de la obra era un actor neozelandés en paro, Richard O’Brien (que además se reservó el papel de Riff Raff, con el que dar rienda suelta a su histrionismo). La dirigió un australiano, Jim Sharman (que también la llevó al cine) y se estrenó en la pequeña sala del altillo del Royal Court Theatre, un teatro con solera, porque allí se estrenaron las dos obras clave de John Osborne que cambiaron para siempre el teatro británico: Mirando hacia atrás con ira y El animador, ambas dirigidas por Tony Richardson y la segunda interpretada por Laurence Olivier, que repetiría en la versión cinematográfica.
The Rocky Horror Show culminaba la revolución teatral iniciada con Hair y el Oh, Calcutta de Kenneth Tynant, que escandalizaron con sus desnudos sobre el escenario. El éxito fue tal que pronto tuvo que mudarse de la pequeña sala del Royal Court y estuvo en cartel de forma prácticamente ininterrumpida en varios teatros sucesivos hasta 1980. La obra dio pie en 1975 a una película que se convirtió en uno de los primeros títulos del llamado cine de culto. Se creo en torno a ella un seguimiento fan que convertía las proyecciones en auténticos happenings colectivos en los que el público interactuaba con lo que sucedía en la pantalla.
The Rocky Horror Picture Show es la gran aportación glam al cine, junto con la estupenda El fantasma del paraíso (1974) de Brian De Palma (en la que, o mucho me equivoco, o el desternillante personaje de Beef, que acaba electrocutado, es una parodia feroz de Jobriath). Posteriormente hay otras dos películas notables que recrearon el universo glam: Velvet Goldmine de Todd Haynes (1998), con unos personajes muy libremente inspirados en Bowie, Jobriath y otras leyendas del glam, y C.R.A.Z.Y (2005), del canadiense Jean-Marc Vallée, que cuenta el coming of age de un adolescente gay obsesionado con Bowie y Ziggy Stardust.