Carátula del álbul 'Man Machine' de Kraftwerk

Carátula del álbul 'Man Machine' de Kraftwerk

Música

Kraftwerk

Hutter y Schneider demostraron que las máquinas podían producir hits de tres o cuatro minutos que hasta sirvieran para ser bailados en las discotecas

24 abril, 2022 23:00

El llamado rock alemán gozó de cierto esplendor a mediados de los años 70, teniendo como buque insignia un grupo que me aburría mortalmente, Tangerine Dream, cuya música era descrita como “planeadora” y consistía en largas melopeas a base de sintetizadores y dotadas de una aparente voluntad de trascendencia. Durante un tiempo, dio la impresión de que todo lo que venía de Alemania eran grupos que renegaban del pop (adiós a la canción de tres minutos) y optaban por largos temas instrumentales ejecutados por máquinas. No diré que la idea careciera de originalidad, pero los resultados me parecían tan entretenidos como ir a misa de doce los domingos. Un viejo y querido amigo se enganchó sin remedio a esa música planeadora y cada vez que iba a visitarle me caía una selección de productos germánicos que me provocaban una no muy agradable mezcla de letargo e irritación, todo lo contrario que a él, que parecía entrar literalmente en éxtasis escuchando lo que a mí se me antojaba una sucesión de tabarras sonoras inaguantables. Así fue hasta un día en que me sorprendió agradablemente con un disco titulado Autobahn (Autopista) que, pese a haber sido adquirido en pleno furor planeador, no tenía nada que ver con los rollos que me caían habitualmente. Era música hecha con máquinas, ciertamente, pero las sensaciones letárgicas que experimentaba habitualmente se vieron sustituidas por lo que me parecía una nueva visión del pop. El tema principal duraba veintidós minutos, pero me lo tragué con sumo gusto, y lo mismo me sucedió con los que ocupaban la otra cara del elepé. El grupo se llamaba Karftwerk (Central Eléctrica) y lo lideraban dos muchachos de aspecto circunspecto llamados Ralf Hutter y Florian Schneider. Junto a Wolfgang Flur y Karl Bartos, estos santos varones produjeron a partir de entonces cuatro álbumes que se convirtieron en parte fundamental de mi dieta sonora de la época: Radioactivity (1975), Trans Europe Express (1977), The Man Machine (1978) y Computer World (1981).

Hutter y Schneider crearon Kraftwerk en Dusseldorf en 1970. Sus dos primeros discos pasaron bastante desapercibidos (Kraftwerk 1 y Kraftwerk 2). El tercero, Ralf und Florian, llamó la atención de unos cuantos espabilados (pero no muchos). Y con el cuarto, Autobahn, iniciaron el camino a la gloria, potenciando a partir de entonces el elemento pop de la propuesta y demostrando que las máquinas podían producir hits de tres o cuatro minutos que hasta sirvieran para ser bailados en las discotecas. Idea hecha realidad, Kraftwerk devino el abanderado del uso de sintetizadores con fines pop, y no pasaría mucho tiempo hasta que un número considerable de grupos europeos y norteamericanos los reconocieran como una de sus principales influencias.

El declive tras 'Computer World'

Kraftwerk no se dedicaban a planear, le concedían gran importancia a la percusión (electrónica, por supuesto) y tenían un gran olfato para detectar melodías euforizantes (o bellamente melancólicas). Las voces sonaban más maquinales que humanas, pero eso solo servía para dotar de más coherencia a la propuesta. En unos pocos años, pasaron de su estudio en Dusseldorf, Kling Klang, a actuar en todo el mundo y a convertirse en uno de esos grupos que dotaban de cierta distinción a quien se declaraba fan suyo. Aplicando la vanguardia al pop, los señores Hutter y Schneider patentaron un invento genuinamente alemán que podía ser comprendido y disfrutado por una audiencia rockera de alcance global. Hasta hicieron amistad con David Bowie y se abordó una posible colaboración que nunca llegó a materializarse, pero la influencia de los de Dusseldorf puede apreciarse en discos de Bowie como Low, Station to station o Heroes.

ojo melomano Kraftwerk Computer World

ojo melomano Kraftwerk Computer World

Lamentablemente, tras la publicación de Computer World en 1981, el ritmo de producción del grupo se puso al ralentí y las novedades escasearon. Era como si hubieran completado un ciclo y no supieran cómo continuar. El mercado esperaba nuevos discos que no llegaban nunca o se eternizaban en su fabricación. Se obcecaron con el Tour de France, llegando a sacar un demorado disco sobre el ciclismo (un tema reconozcámoslo, menos estimulante que la radioactividad, el tren que atraviesa Europa, el hombre máquina o un mundo de computadores) que no logró despertar mucho interés. Lo mismo sucedió con el álbum Electric Café, rebautizado posteriormente como Tecnopop. Era como si Kraftwerk se hubiera vaciado en sus cinco grandes discos y, ante el temor a repetirse, viviera en la duda y la inseguridad constante. Para disimular, el grupo alumbraba ideas de bombero, como construir unos robots a partir de sí mismos a los que se pudiera enviar de gira (concepto brillante, pero totalmente inviable) o actuaba en auto homenajes en los que se interpretaban sus grandes logros. A efectos prácticos, era como si la inspiración hubiese abandonado a mis alemanes preferidos.

Schneider falleció en 2022

Florian Schneider dejó el grupo en 2009 y falleció en 2020. Ralf Hutter es el único miembro de la alineación original que sigue al pie del cañón, pero nadie sabe muy bien a qué se dedica, más allá de explotar hasta la náusea el viejo repertorio compuesto años ha con su compadre difunto. Cuantas menos novedades se producen musicalmente, más se registran en los conciertos, que se están convirtiendo en tecnológicos circos de tres pistas que atraen la curiosidad de viejos seguidores y jóvenes aficionados que eran demasiado pequeños para haberlos disfrutado en el momento justo. Un momento justo que es más que suficiente para recordarlos como una de las propuestas musicales más estimulantes de la segunda mitad del siglo XX, pero que arroja la triste evidencia de que Krafwerk no supo qué hacer con el futuro cuando éste se materializó con su ayuda. 

Nunca sabré que les pasó después de Computer World, pero siempre les agradeceré haberme sacado de las garras de la música planeadora y demostrarme que Dusseldorf, una ciudad que quedó como la palma de la mano tras los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial, era un lugar tan adecuado como cualquier otro para poner patas arriba lo que hasta entonces habíamos considerado, lisa y llanamente, música popular.