Música

Pau Riba, genio y figura

8 marzo, 2022 00:00

Creo que fue Alfredo Pérez Rubalcaba el que dijo que en España se entierra muy bien. Incluyendo Cataluña, añado yo, donde a menudo hay que esperar a diñarla para que se hable de ti con un poco de respeto y de (falso) cariño. Lo acabamos de comprobar con la muerte del gran Pau Riba, al que la Cataluña biempensante consideró durante toda su vida un excéntrico y un hippy tronado, en el mejor de los casos, o un majadero que no estaba por lo que tenía que estar, en el peor.

Ya en sus inicios, la Cataluña sensata le negó la adscripción a Els Setze Jutges (años después, Maria del Mar Bonet enderezaría un poco la situación versionando una de las mejores canciones de Pau, Es fa llarg esperar), obligándole a crear el Grupo de Folk con Jaume Sisa y otros descastados de la época a los que no se tomaba muy en serio porque quien realmente se partía la cara por la patria y la democracia era el lacrimógeno Lluís Llach (actualmente convertido en el Abuelo Cebolleta del prusés y para el que habrá en su momento funerales de (nación sin) Estado.

Cataluña siempre ha dado los mejores excéntricos de España y hasta de la Europa continental (los británicos son insuperables a la hora de fabricarlos y convertirlos en lo que allí denominan tesoros nacionales), y yo diría que Pau fue de los últimos: el pujolismo y sus derivados se han tirado años intentando acabar con esa casta gloriosa de la que solo ha sobrevivido Albert Pla, pero a costa de acabar convertido en una parodia sin mucha gracia de sí mismo.

Obsesionada por ser una nación milenaria y, sobre todo, seria, la Cataluña catalana siempre ha mirado de reojo a gente como Pau (o Sisa), pasando olímpicamente de que nuestro hombre se inventara el rock catalán --en el que posteriormente se ciscarían Els Pets y Sopa de Cabra-- con su álbum doble Dioptría, de la misma manera que los Byrds alumbraron el country rock con su estupendo disco Sweetheart of the rodeo. De hecho, la Cataluña oficial lo ha ignorado prácticamente hasta su fallecimiento, algo que a él intuyo que nunca le quitó el sueño. Ha tenido que morirse para que TV3 lo ensalce como el gran e irrepetible artista que fue, aunque el espectador avisado detecte algo falso e improvisado en las alabanzas que ve por la tele y que empezaron con un programa especial en el que Laura Rosel dejaba bien a las claras que no sabía con quién estaba hablando.

La muerte de Pau ha coincidido con el cierre de la exposición sobre el underground barcelonés (rebautizado como catalán) que Pepe Ribas, creador de la revista Ajoblanco, montó en el Palau Robert. La muestra ha sido convenientemente cubierta por TV3, pero de la misma manera hipócrita y un pelín a regañadientes que el fallecimiento del señor Riba. Y nadie ha recordado que esa exposición (o una parecida) se intentó previamente sin conseguir la aquiescencia de los poderes fácticos. Juan José Fernández, director de la revista Star, trató de montar algo así durante la época olímpica y le dieron con la puerta en las narices en todas partes.

A mí se me torearon muy hábilmente entre Josep Ramoneda y Jordi Balló cuando propuse una muestra al respecto en el CCCB. Pepe Ribas es quien más veces lo intentó y se acabó saliendo con la suya, aunque fuese a costa de compartir edificio con el despacho de Artur Mas, lo cual interpreté como la prueba irrefutable de que, si alguna vez los chicos del underground habíamos representado algún peligro para el establishment local (cosa que dudo), ya habíamos dejado de hacerlo. De la misma manera, Pau Riba, a sus 73 años y enfermo de cáncer, ya no era el gamberro que aseguraba querer destruir la cultura catalana, sino un tipo al que cualquier tieta podía considerar entrañable (como nos descuidemos, se acabará editando un libro con sus letras ilustrado por Pilarín Bayés).

La Cataluña burguesa (incluyendo al sector suicida) que lleva décadas cortando el bacalao en Barcelona debería sacar sus sucias manos de Pau Riba y del underground, pero prefiere magrear los fiambres y aparentar que siempre les tuvo un gran aprecio. Ha pasado tanto tiempo que ya no hace falta seguir torpedeando a la disidencia. A fin de cuentas, como me dijo Boadella en cierta ocasión, en Cataluña, primero, intentan eliminarte. Si no lo consiguen, se acostumbran a aguantarte y parten en busca de nuevas víctimas de su ira y de su ninguneo. Se le olvidó añadir que echan el resto cuando la diñas, convirtiendo en hipócritas halagos el basureo al que te sometieron cuando estabas vivo.

Como cantaba el titán de la salsa Héctor Lavoe, “Si no me quieren en vida, cuando muera no me lloren”.