Música
The Left Banke
El grupo vendió decentemente en EEUU su primer disco, aunque a partir del segundo comenzaron las disputas entre sus miembros
27 diciembre, 2021 00:00En la ciudad californiana de San Francisco, 1967 fue el año del célebre Verano del Amor, con sus calles ocupadas por hippies procedentes de todo el país. Ese mismo año, los Beatles, desde Londres, publicaron su álbum Sgt. Pepper´s lonely hearts club band. Y The Velvet Underground editó su primer elepé, que pasaba olímpicamente de los cuatro de Liverpool y del Summer of Love y pasó lógicamente desapercibido (aunque luego resultó que había sido una gran fuente de inspiración para multitud de grupos y solistas). También en 1967, un grupo de Nueva York llamado The Left Banke publicó un primer disco que parecía augurar un futuro brillante a sus componentes. Lo suyo era un chamber pop impecable: bellas melodías, afinadas armonías vocales, líricos arreglos de cuerda… Y un par de hits, Walk away, Renée y Pretty ballerina (que hasta sobrevivió a una versión de Alice Cooper en 2005). Aunque en Europa no cuajó, ese primer álbum del grupo se vendió decentemente en Estados Unidos y todo parecía indicar que había una nueva estrella en el firmamento pop norteamericano. Pero la estrella se apagó muy pronto: tras un segundo disco, The Left Banke Too, que contenía algunas buenas canciones, pero parecía estar hecho básicamente de descartes del primer álbum, el grupo dio inicio a una carrera errática y disparatada, con aventuras en solitario, peleas por el nombre y reuniones y disoluciones que se mantuvo, prácticamente, hasta la muerte de sus dos miembros principales, el teclista Michael Brown, que nos dejó en 2015, y el cantante Steve Martin (hijo de la cantaora y guitarrista española Sarita Heredia y cuyo auténtico nombre era Carmelo Esteban Martín Caro), fallecido en 2020.
Sostenía Malcolm McLaren, el atrabiliario manager de los Sex Pistols, que para montar un grupo de rock solo necesitabas a cuatro tíos que no supieran tocar y que se llevaran fatal entre ellos. Los miembros de The Left Banke sabían tocar, pero siempre estuvieron a la greña, habitualmente azuzados por el padre del teclista, Harry Lookofsky, violinista y músico de estudio a quien los compañeros musicales de su hijito Michael nunca le parecieron bien. Como manager del grupo, su contribución fue fundamental para que jamás llegaran a ninguna parte, como no fuese a convertirse en uno de esos combos legendarios aparentemente malditos que empezaron divinamente y luego no pararon hasta irse definitivamente al carajo (aunque nunca les faltaran fans: Stuart Murdoch, líder de Belle & Sebastian, siempre citaba a The Left Banke entre sus mayores influencias).
Yo los descubrí muy tarde, ya bien entrado el siglo XXI, gracias a algunos artículos en la prensa anglosajona y en la francesa (para encontrar trufas perdidas en el bosque del pop, los franceses son insuperables). Descubrir a The Left Banke casi cincuenta años después de su breve etapa de esplendor fue como un hallazgo arqueológico del que estuve semanas disfrutando y lamentando tener que conformarme con un disco espléndido y otro que, simplemente, no estaba mal del todo. Walk away, Renée y Pretty Ballerina (nunca me he atrevido a escuchar la versión de Alice Cooper, pero me dan escalofríos con solo imaginarla) eran dos canciones magníficas, pero el resto del primer disco no incluía ni un tema mediocre. La sensación al escucharlo era como la de descubrir un álbum de alguno de tus grupos favoritos de los años 60 que se hubiese mantenido absurdamente inédito hasta entonces. Más cerca de los Beatles que de los Velvets (emparentables, tal vez, con los Moody Blues o Procol Harum), pero a una distancia prudencial del San Francisco del Verano del Amor, The Left Banke se presentaba como un fruto extraño en la Nueva York de la época. A efectos prácticos, nunca llegaron a ninguna parte, pero han conseguido instalarse a perpetuidad en la memoria de quienes los escucharon en su momento y quienes los descubrimos con notable retraso.
Ha habido más casos de grupos con talento que se van al hoyo por diferentes motivos. En el caso de The New York Dolls --un primer disco sensacional, una secuela hecha de descartes--, puede echarse la culpa del desastre al alcohol, las drogas y el desbarre permanente (más el liante de Malcolm McDowell echándoles una manita al cuello). En el de The Left Banke, todo es más confuso (broncas, mal rollo, manager cizañero… ¿Y qué más?), pero resulta especialmente incomprensible que Michael Brown, compositor de Walk away, Renée, Pretty Ballerina y casi todo el material, tampoco consiguiera montárselo por su cuenta (Steve Martin grabó algunos singles en solitario con los que no logró gran cosa). Y así es cómo el grupo que fabricó uno de los mejores discos de 1967 ha acabado pasando a la historia como ejemplo de una extraña e imprecisa maldición que nadie hasta ahora ha conseguido explicarse.