Jona Lewie, al teclado / WIKIMEDIA

Jona Lewie, al teclado / WIKIMEDIA

Música

Jona Lewie

En su carrera, exceptuando sus dos éxitos de 1980, nunca pasó nada. A día de hoy, sigo sin entender su fracaso y puede que a él le ocurra lo mismo

13 diciembre, 2021 00:00

Aunque casi nadie se acuerda del cantante, pianista y compositor británico Jona Lewie (Southampton, 1947. Auténtico nombre: John Lewis), yo aún escucho de vez en cuando su espléndido álbum de 1978 On the other hand there is a fist (En la otra mano hay un puño), que contiene una de mis canciones favoritas de todos los tiempos, Hallelujah Europa, irónico himno continental marcado por un muy peculiar lirismo rimbombante (sí, tal cosa es posible) al que acompañaba un puñado de temas casi igual de buenos que te llevaban a la conclusión de que su autor tenía un futuro glorioso por delante. No fue el caso. Desde entonces, nuestro hombre solo ha publicado dos discos más: Heart skips beat (1982) y Optimistic (1993). Eso sí, en 1980 tuvo dos hits que lo auparon a los primeros puestos de las listas de éxitos británicas, You will always find me in the kitchen at parties y Stop the cavalry, los cuales no impidieron una rápida (e inmerecida) decadencia en la que parece seguir instalado a día de hoy, cuando lleva casi veinte años sin grabar nada.

Todo parecía muy distinto en 1978. Nuestro hombre grababa para Stiff Records, la compañía creada en 1976 por el músico Nick Lowe y un tipo cuyo nombre siempre me hizo mucha gracia, Jake Riviera, que se fue al hoyo en 1986. Eso sí, como suele decirse en estos casos, fue bueno mientras duró. Durante un tiempo, la empresa acogió a muchos artistas interesantes –Elvis Costello, Madness, Wreckless Eric, Lene Lovich, Ian Dury o el propio Lowe– entre los que se encontraba el señor Lewie. Los jefes iban un poco sobrados, como demuestra su célebre eslogan Si no es de Stiff no vale nada, pero es innegable que cuando a alguien empezaban a irle bien las cosas, aparecía una multinacional y se lo arrebataba al señor Riviera, como fue el caso de Elvis Costello. Y el de Madness. Por el pobre Jona Lewie nadie debió ofrecer ni un duro, me temo que porque sus canciones tenían un punto inclasificable que dificultaba la tarea de monetizarlas convenientemente: incluso en el peculiar universo Stiff, Lewie era una especie de marciano musical que mezclaba sin complejos el blues, el boogie woogie, el rock y el pop, sin hacerles ascos a las orquestaciones irónico-pomposas, y yendo tan claramente a su bola que, en un medio creativo tan dado a los movimientos y a las actitudes compartidas, solo se representaba a sí mismo. Puede que algunos escuchásemos On the other hand there is a fist hasta rayarlo, y que a base de comentarlo con los amigos llegásemos a la conclusión de que estaba teniendo un impacto generalizado, pero todo parece indicar que no fue así. Hoy día, cuando encuentras a alguien que recuerda con cariño a nuestro hombre, te entran ganas de abrazarlo.

Uno siente especial aprecio por los discos que te gustan de principio a fin, los álbumes que no contienen ningún tema que te defraude, los productos inusualmente perfectos. En 1972 coincidieron para mí tres de esos discos: el primero de Roxy Music, el Transformer de Lou Reed y el Ziggy Stardust de David Bowie. En 1978, On the other hand there is a fist fue para mis oídos uno de esos discos (junto al Ha! Ha! Ha! de Ultravox y algún otro que ahora no me viene a la cabeza). Pero en la carrera de Jona Lewie, exceptuando sus dos éxitos de 1980, nunca pasó nada, convirtiendo al músico en uno de esos one hit wonders (o, en este caso, one lp wonder) recordados por algunos y olvidados por la inmensa mayoría que tanto abundan en su medio. A día de hoy, sigo sin entender su fracaso. Y puede que a él le ocurra lo mismo.