Música
Sailor
Este grupo es otro ejemplo de 'one hit wonders', un rareza musical, una extravagancia conceptual, de una idea surgida a rebufo del glam rock que solo nos resultó interesante a unos cuantos
19 julio, 2021 00:00En el lejano 1975, la canción A glass of champagne se encaramó hasta el número dos de la lista de éxitos del equivalente británico de Los 40 Principales. Fue, de hecho, el único hit de Sailor, un grupo del que nadie se acuerda, a excepción de quien firma este texto y de algunos fans radicados en Alemania, donde alcanzaron una popularidad que se les negó con vehemencia en el resto de Europa (a Estados Unidos ni llegaron). Pese a que la historia de la música pop está trufada de extravagancias, la que proponía el líder del grupo, Georg Kajanus (Trondheim, Noruega, 1946) fue interpretada más bien como un chiste no muy logrado que hizo cierta gracia durante un tiempo (entre 1974 y 1978) y luego fue rápidamente olvidado.
La cosa consistía en la reivindicación irónica de un peculiar inframundo, el de los marineros con un amor en cada puerto y dados a frecuentar tugurios de mala nota en los que siempre se acababa a sopapos, burdeles con furcias ocasionalmente metafísicas y rincones paradisíacos del universo a los que nunca más se podría volver. Musicalmente, el señor Kajanus --hijo de un supuesto príncipe ruso, Pavel Tjegodiev, y de la escultura franco-finlandesa Johanna Kajanus-- mezclaba alegremente la música de cabaret con el folklore sudamericano y el glam rock, prescindiendo de la consabida guitarra eléctrica y optando por instrumentos tan exóticos como el arpa veracruzana o el nickelodeon, artefacto de su invención que necesitaba dos personas para tocarlo, pues disponía de un teclado a cada lado, y que era una mezcla de piano, sintetizador, organillo y xilofón que imperaba de forma avasalladora en todas sus peculiares composiciones.
Kajanus escribía dos tipos de canciones: alegres fanfarrias ideales para animar reuniones de borrachos y baladas sentimentales (por no decir almibaradas) sobre amores echados a perder por un motivo u otro (generalmente relacionado con la vida perdularia de la gente de la mar, aunque no hay constancia de que nuestro hombre hubiese estado embarcado jamás; de hecho, tras el divorcio de sus padres, se trasladó a los 12 años a París con su madre, de ahí pasó a Montreal y aterrizó en Londres al final de su adolescencia con la vaga idea de triunfar en la música, aunque la canción que escribió para Cliff Richard en 1971, The flying machine, fue uno de los mayores fracasos de ese ídolo de las amas de casa británicas).
El período de esplendor de Sailor fue breve. Se reduce a unos meses de 1975, cuando lo petaron con A glass of champagne, que recordaba al primer single de Roxy Music, Virginia Plain. Dicha canción formaba parte de su segundo álbum, Trouble, uno de los dos que se editó en España (el tercero, The third step, pasó totalmente desapercibido y creo que solo lo compré yo). El primero, el cuarto y el quinto y último de la primera etapa del grupo nunca se distribuyeron entre nosotros. Y Sailor entró en la lista de los one hit wonders; ya saben, esa gente a la que solo se recuerda (si se la recuerda) por una sola canción.
Probablemente, la cosa no tenía mucho recorrido y no pasaba de ser un bromazo conceptual al que algunos le vimos la gracia. Recuerdo que Trouble era uno de esos álbumes que siempre me ponían de buen humor y que, cuando quería ponerme cursi, nada me llegaba más al alma que la canción Cool breeze, incluida en The third step, que iba sobre un amor imposible en Tahití y era tan falsa que me enternecía. Sailor se disolvió en 1978 y se volvió a reunir en 1990, aunque solo se enteraron en Alemania, donde, como ya he dicho, se les tenía fe en ciertos ambientes que prefiero no investigar. A sus 75 años, el señor Kajanus anda dedicado a la música electrónica sin que nadie le haga mucho caso. Su absurdo grupo, su absurda música y su absurda visión del pop me entretuvieron mucho durante unos pocos años, aunque entiendo que mucha gente le considerara un personaje excéntrico y quimérico que no tenía mucho que hacer en el mundo del rock. Lo suyo, realmente, nunca fue rock. De hecho, sigo sin saber muy bien lo que fue, más allá de una rareza musical, de una extravagancia conceptual, de una idea surgida a rebufo del glam rock que solo nos resultó interesante a unos cuantos y solo alcanzó un amplio objetivo con aquel himno a la alegría que fue A glass of champagne.