Música
Fernando Márquez, El Zurdo: “La Movida está demonizada; salvo yo, nadie quiere hablar de ella”
El mítico cantante de La Mode, uno de los pioneros de la 'movida madrileña', cuenta sus inicios y reflexiona sobre la evolución de la cultura musical
29 octubre, 2018 00:00Componente de grupos esenciales de la Movida como La Mode, Kaka de Luxe o Paraíso, Fernando Márquez (Madrid, 1957), popularmente conocido como El Zurdo, nos cita en el mítico café Comercial de Madrid, donde despliega su pasión por la belleza, la música, el cine y los libros. Autor de Música Moderna (1981), texto de cabecera de la bibliografía musical del país en el que aborda la explosión de creatividad que llevaron aparejados los ochenta en todas las disciplinas posibles, también ha escrito, entre otras, La canción del amor (1996) y El eterno femenino (2009) --en clara referencia a una de las canciones clave de su trayectoria--, además de compaginar la elaboración de crónicas musicales en diferentes medios con la gestación de revistas underground como Mmm!!!! o El corazón del bosque. Su discurso intelectual abarca múltiples esferas, política incluida, y así nos lo transmite a lo largo de dos horas de plácida conversación.
–Se lo habrán preguntado cientos de veces pero… ¿por qué El Zurdo?
–Todo comenzó en la época previa a la Movida, la de la contracultura, cuando dibujaba en un fanzine en el que hacía chistes. La razón es obvia. Luego ya [Jesús] Ordovás se quedó con lo de El Zurdo. Hubo una época en que me molestaba y a veces, cuando me pongo borde, digo que es por El Zurdo, de Paul Newman, como somos iguales… [risas]
–Tuvo una infancia y una adolescencia autodidactas… ¿cómo fue exactamente?
–Me crié con mi bisabuela materna y su hija mayor porque mi madre tenía serios problemas mentales. Fue uno de los momentos más felices de mi vida, yo era el rey de esa casa y a partir de ahí fui a vivir con mi abuelo y mi madre. Inicialmente lo que hacía era dibujar siempre coches y dinosaurios. De hecho, mi primer objeto erótico, con tres o cuatro años no fue una mujer, sino un coche. Me fascinaban las carrocerías streamland de la época, el Pininfarina de Fiat, coches económicos muy divertidos...
Entonces en Madrid había una quinta parte de la gente que hay ahora y cuando veo una película de Manolo Morán o de Leblanc, sé que todo aquello lo he vivido. Era un momento en el que salir a Madrid era una aventura. Luego me colgué con los comics Marvel cuando estuve interno dos años en Málaga --mi tía veía que me tenía que endurecer--. Había una revista, SP, que era del Movimiento pero muy crítica con el Gobierno porque intentaban darle palos al Opus. En esa época los malos eran los alumnos, de clase baja más bien, ladrones, mientras que yo era muy delicadito e iban a por mí. Pedí volver a Madrid y fue cuando se empezaron a publicar los Marvel. Me sentía un mutante. Empecé a ver aquello, me quedé fascinado y comencé a dibujar cómics, a meterme un poco en la dinámica de la narrativa.
–Ilustración, escritura… como comentas, fueron varios los caminos que recorrió antes de subirte a los escenarios. ¿Por qué te decantaste finalmente por la música?
–Mi madre, en sus rarísimos momentos de lucidez, empezó a decir que me estaba chalando mucho, entrando en un rollo muy quijotesco en sentido literal. Entonces, para desintoxicarme, me compró un tocadiscos de maleta y empecé a oír música, lo que ponían en los 40: Aguaviva, por ejemplo, me gustaba mucho y su tercer álbum, Apocalipsis, daba mucho terror: había un recitado, La niña de Hiroshima, una de cuyas voces era el espectro de una pequeña desintegrada en Hiroshima... Pero al mismo tiempo escuchaba a Alice Cooper, a Bowie…
Así que poco a poco pasé de los comics a empezar a hacer canciones. En dos o tres años debí de crear unas 3.000, de las que conservo cuatro o cinco. Era horroroso, pero como escuela de aprendizaje era perfecto. Llegué a hacer cuatro temas en catalán, tomando como glosario exclusivamente el disco de Bocaccio de la Bonet. Me colgué de ella en todos los aspectos: físico, químico… Me los aprendí de memoria y desde entonces leo perfectamente catalán. Salvo el rumano, cualquier lengua romance la leo por intuición. En definitiva, empecé a hacer canciones sobre 1971.
–¿Eran las gafas negras algún tipo de tributo a Roy Orbison?
–Era timidez. Yo no quería tener contacto visual con el público, por eso salía de espaldas y cerraba los ojos. Y salvo que seas cantante jondo o ciego queda un poco raro… Procuraba que fueran gafas curiosas, de montura antigua pero oscuras. No conocía en aquel momento a Roy Orbison. Las únicas gafas negras ilustres que conocía eran las de José Feliciano.
–El productor y fotógrafo Mario Pacheco dijo un día: “Nunca he vuelto a ver un grupo como La Mode. No creo que el pop español haya vuelto a ser lo mismo desde aquellos días en que La Mode tuvo su breve e intenso reinado”…
–La Mode nació por Mario Pacheco. Antes yo me había ido de Paraíso y ellos continuaron, cogiendo a Rubi para sustituirme. Una semana después me llamó Antonio Zancajo y me preguntó si quería participar en una actuación póstuma de Paraíso. Nos quedamos muy asombrados ya que había sido el mejor concierto que habíamos hecho nunca, y dijimos: “esto hay que repetirlo”. Pero no sabíamos muy bien cómo acometerlo. Pacheco, a su vez, había creado Nuevos Medios y me ofreció hacer un single en solitario, lo que nunca me ha gustado puesto que no soy instrumentista ni nada, sino que necesito a la gente. Antonio dijo entonces: “¿por qué no hacemos un grupo?”. De ahí salió La Mode.
–¿Cuál era el espíritu de La Mode?
–Si con Paraíso no nos pagaban y el resto de los grupos nos odiaban --aunque creo que éramos de los mejores, sobre todo por la instrumentación; el problema es que sonaba muy mal en directo por la sonorización y lo que había sido grabado era horroroso por la producción--, La Mode nació con un espíritu revanchista: “vamos a ser la bomba”.
Lo decidí como un cruce conceptual entre Barrabás --“no vamos a perdonar ni uno”-- y Roxy Music. Grabamos en el 82 antes de hacer ninguna actuación: íbamos en plan tan chulo que hicimos tres actuaciones de un solo tema en Rockola y en enero del 83 salió el LP. Fue un año monstruoso, con más de 60 actuaciones… A finales de ese año pesaba 45 kilos, era muy hiperactivo, comía como una lima pero lo gastaba todo. Hay, además, un vídeo en el que, en plan Fred Astaire, se me ve subiéndome por las paredes. Todo eso luego me pasó factura...
–¿Qué cree que caló en la gente?
–Éramos el grupo más snob, lo más cercano a Roxy o al rollo glam. Éramos un grupo elegante, siempre muy maqueados y nuestra inspiración siempre era Roxy. Aunque Radio Futura era el grupo que seguía con más atención: Auserón era una especie de Dios, el superhombre por antonomasia.
–¿Qué grupos considera que mostraron una imagen más intelectual en los ochenta?
–El único que considero intelectual y que tenía sentido que lo fuese era Radio Futura. Luego estaban otros que no me interesaban nada. Había una carga intelectual sin pretensión en Carlos Berlanga, que tenía un enorme pudor a la intelectualidad e iba más bien de frívolo. También estaban Pegamoides, con Alaska, que también tenía un background importante, y Décima Víctima, que indirectamente nació de Paraíso. Se creó como grupo de canción del verano. El Aviador fue quizás, también, una aventura inicialmente intelectual.
–Carlos Tena ha llegado a definirle como el cantante más culto y sensible de la Movida…
–Tena es una persona que me ha ayudado mucho. En un momento en que no tenía ningún asidero profesional al que agarrarme, me habían echado del ABC y entonces Tena me llamó para un programa de RNE para hacer un miniespacio.
–Pero también se habló de su simpatía por la Falange…
Hablamos de 1986. El partido al que apoyé fue la FE de las Jons por una razón muy sencilla: acababan de sustituir al jefe nacional, que era Raimundo Fernández-Cuesta, y en su lugar llegó Diego Márquez, que en la transición creó una asociación de oposición al Régimen. De alguna manera intenta reconducir a Falange, sacarla del franco-falangismo, recuperar votos de la izquierda y, sobre todo, luchar para que la ola violenta terminase. Hace dos cosas: disolver la primera línea de Falange y negarse a volver a poner una corona en la tumba del caudillo, motivo por el cual estuvieron a punto de matarle porque faltaba el respeto a Franco… Fue lo que apoyé, lo que me costó la carrera musical. Es muy fácil demonizar.
–Ha comentado en más de una ocasión que sólo la explosión de creatividad de los años veinte podría ser comparada con la de los ochenta… ¿en qué aspectos?
–En el rollo flâneur, sobre todo. No había instrumentos electrónicos. Por la propia cultura, el propio Berlanga padre mama de Edgar Neville, Miguel Miura… De los años veinte, en definitiva.
–¿Está mitificada la Movida?
–Está demonizada. Salvo yo, nadie quiere hablar de la Movida. No obstante, de entonces conservo muy pocos discos, ni siquiera el primero de Radio Futura, que fue el que durante muchísimo tiempo me obsesionó. Conservo el single de la Estatua del jardín botánico y el del Rompeolas. Me parece lo mejor que ha hecho jamás Radio Futura. Después de aquello, su música me parecía muy igual y el ritmo salsero que adoptaron no me gustaba demasiado.
También conservo discos de Décima víctima, un grupo que respeto muchísimo. No es una mera imitación de Joey Division. Es uno de los momentos mejores y más imperecederos de la Movida que el tiempo no ha corroído. También hay un grupo apenas conocido, WAQ, cuyas letras eran jocosas y muy personales que me sedujeron completamente, y Esclarecidos, yuppies que en sus ratos libres hacían música entre el jazz y el pop. Su cantante, Cristina Lliso, es una de las voces femeninas que más me fascinan.
–¿Ha redescubierto a Antonio Vega y a Enrique Urquijo?
–Antonio Vega es aún una asignatura pendiente, aunque he ido escuchándolo poco a poco. Por su parte, la evolución de Los Secretos es algo alucinante: se supone que eran un grupo baboso y son casi canción del verano en cuanto a singladura existencial.
–¿Se puede ser un bohemio en la actualidad y vivir únicamente con lo necesario?
–Yo vivo en la indigencia. Invertí en Afinsa lo que había ganado en su momento y ahora soy propietario de mi cuchitril. Pago la comida, el ADSL, que es mi ventana al mundo, y la luz. Pero bienes culturales no puedo, a no ser que me los dejen. Lo que me llena de orgullo es que después de haber metido la pata muchas veces, muchas de las cosas que intuía se han cumplido. Llevo diciendo desde los noventa que China iba a ser el número uno: ahora EEUU ya no es un país planetario y la política de Trump es ser consciente de que debe moverse entre otros países.
–¿Escuchas grupos actuales?
Las cosas relativamente actuales que he conocido, como Scarlet’s Well y Ana Laan --o Rita Calypso--. Solo oigo música cuando hago la comida y la cena. Sin embargo, no puedo escribir y escuchar música a la vez.
–¿Qué estás leyendo?
Estoy leyendo dos libros a la vez, uno más denso que el otro. El denso es la segunda entrega de los Cuadernos Negros de Heidegger, a quien he descubierto tardíamente a través de Junger. Es un debate de enormes alturas después de la guerra, anotaciones íntimas. Dentro del espesor que es natural en Heidegger, en este libro se suelta más y lo más interesante, ahora que se ha dado por llamarle nazi, es que se distingue muy bien lo que le atrae del régimen imperante y lo que en otro momento no.
Y, por otro lado, estoy leyendo a Max Aub: había leído El laberinto mágico, también la biografía de Josep Torres y ahora la Vida y Obra de Luis Alvarez Petreña, que no sé si existió o si es una criatura en plan Orson Wells que creó Aub como una especie de mistificación. El año pasado leí mucho de Sartre. Nunca me gustó, pero leerlo intensivamente me confirmó que no me gusta. Entonces ya sé que no voy a desperdiciar los pocos años que me queden en confirmar algo que no me va a gustar. En el caso de Aub, aunque tiene un punto sartriano, me cae bien. Lo descubrí a través de Gregorio Morán, a quien también he leído.
–La vida ¿es una alternativa al suicidio como alguna vez has manifestado?
–Me he intentado suicidar en varias ocasiones pero luego me he preguntado: “¿y si me pierdo lo mejor?”. Es una pregunta muy felliniana. Ver pasar los cadáveres de mis enemigos… eso es lo que estoy viendo, que lo mejor está empezando a pasar: en la época de Boris Yeltsin, por ejemplo, cómo iba a pensar que Rusia iba a acabar siendo lo que es, o que el “tercer candidato” siempre en las elecciones rusas es Stalin… Cientos de millones de personas le votarían. En este contexto, he leído bastante a Hannah Arendt, un descubrimiento tardío, y su Los orígenes del totalitarismo: está muy bien todo el capítulo alemán. En cuanto al Stalin que uno va descubriendo, pensaba que era un ladrillo descomunal pero como escribía para gente que no sabía leer es muy asequible como lectura.
–¿Te consideras nostálgico?
–Para nada. A nivel material quizás… cuando tenía más sex appeal, pero parece que ya no lo tengo y Facebook es la prueba de fuego. Sobre esto escribí unas palabras en su día bajo el título O Minerva o me enerva (“Cuánto disfruto acariciando con el devenir de la palabra las neuronas de las mujeres. Cuando hay mujer y no hay neurona, el chasco y la angustia consiguiente es idéntica a la que me provocaría lanzarme desde considerable altura a una suave y rosada cama de agua con tupidos pliegues en forma de cerebro y descubrir a medio camino que la tal cama está completamente vacía”). Pero es que mi diosa favorita es Palas Atenea, todo coco.
–¿Qué es “ese algo misterioso que daba miedo a Leonardo y a Amiel” al que hace alusión en El eterno femenino?
–Es una canción muy de la época. Lo que planteo es esa especie de años veinte, muy flâneur, un cruce entre el hombre y la máquina, el hombre y el objeto. Por eso mezclo seres y no seres. Por ejemplo, lo que me une a Warhol es esa complejidad. No soporto el reduccionismo de cualquier cosa. La gracia del humano es lo complejo. Cuando me preguntan “¿te gusta Villena?”, siempre respondo: “no, me gusta la ambigüedad, y Villena es de lo más obvio”.