Marcel Proust, retrato de Jacques-Emile Blanche

Marcel Proust, retrato de Jacques-Emile Blanche

Letras

Tres novedades en el centenario del fallecimiento de Proust

Igual habría que decir que esa “memoria automática” que se atribuye a Proust pertenece también al mundo de la ficción novelesca

12 noviembre, 2022 21:00

He leído durante estos años muchos artículos sobre Proust y su descubrimiento de la memoria automática que inesperadamente se precipita como una vía de acceso al pasado, de triunfo sobre el tiempo, que es, prácticamente la razón argumentativa de todo su Tiempo perdido. Con beata mansedumbre --creo que con temor a incurrir en herejía-- los glosadores explican la excepcionalidad y el sentido de la obra de Proust repitiendo, sin espíritu crítico ni voluntad de cuestionamiento, las anécdotas fundacionales sobre la magdalena mojada en la taza de té que tiene el poder de disparar los recuerdos encerrados en el subconsciente, o más allá, del narrador; y sobre la losa mal calzada en el baptisterio de Venecia que Marcel recuerda --y con ello, todo el viaje que hizo años atrás a la ciudad de los canales, en compañía de su querida madre-- al pisar casualmente una baldosa también mal calzada en los alrededores del palacio parisiense de la princesa de Guermantes, cuando se dirige a la decisiva y terrorífica “matinée” en su palacio, en el séptimo y último volumen de En busca del tiempo perdido.

Casi resucita la madre gracias a ese paso sobre la losa oscilante. Proust mismo le daba tanta importancia a su “descubrimiento” que a punto estuvo de bautizar su copioso libro, el libro de su vida, el libro con el que quería literalmente rescatar y justificar su declinante vida, El mundo en una taza de té, o algo parecido, según cuenta Alberto Beretta Anguissola.

Ficción novelesca

¿No habría que decir, de una vez, que la experiencia de esa “memoria automática” pertenece también al mundo de la ficción novelesca, pues el supuesto aluvión de los recuerdos y la sensación de plenitud y felicidad subsiguiente que Proust predica no se precipitan por más que repitamos un gesto de nuestro pasado equivalente a la ingesta de la magdalena empapada en té?

Podemos conceder que a lo mejor reaparece un vago, borroso recuerdo o dos (o, bueno, tres o cuatro) cuando nos encontramos ante las ruinas de una casa que habitamos de niños o cuando hojeamos el álbum de fotos familiar, y basta. El pasado apenas se entreabre y de inmediato vuelve a cerrarse. De ahí no se escapa nada, por más convincente y preciosa y extática que sea la prosa de Marcel. Cabe suponer que si la tesis con la que funda En busca del tiempo perdido fuera real ya habría habido algunos físicos y psicólogos que le hubieran desarrollado, discutido o confirmado, y algunos liantes pseudo religiosos hubieran organizado sus sectas en base a ella.

El novelista francés Marcel Proust

El novelista francés Marcel Proust

Habría que decir que a lo mejor esa teoría proustiana podría ser verosímil, en su caso y solo en su caso, en el caso de que su memoria –su memoria personal-- fuera especial y prodigiosa, pero para colmo parece ser que ese supuesto tampoco funciona: Marcel no tenía muy buena memoria. Creo que sólo Beckett en su ensayo Proust rechazó con desdén el tema de la magdalena.

El próximo día 18 de noviembre se cumplirán cien años de la muerte, prematura pero prevista, del enfermizo Marcel Proust, y las editoriales, también las españolas, están poniendo a nuestra disposición diferentes ensayos de aproximación a su obra, todos interesantes por un motivo u otro. Alguno lo hemos comentado ya aquí, en Letra Global. Ahora añadiremos que Acantilado ha hecho una competente selección, obra de Estela Ocampo, de la numerosísima correspondencia de Proust, eligiendo las más significativas en cuanto a su vida personal, sus intervenciones políticas (especialmente a raíz del caso Dreyfus, que también ocupa un lugar tan destacado en En busca del tiempo perdido), sus opiniones sobre arte, literatura, música y sus meditaciones sobre su propia obra. Para cualquier proustiano es un libro de enorme sugestión y una manera de mantenerse en contacto con él, en su compañía. Aunque para mí la carta más divertida y característica de la hiperestesia proustiana, entre las miles y miles que escribió, es la que reproduce Cocteau en su Opio (que yo mismo traduje hace unos años para BackList y se publicó bajo el título de Opium). 

Un libro trágico o cómico

Elba acaba de publicar Proust: guía de la Recherche, del mencionado profesor florentino, que incluye una breve biografía del autor, un resumen de la trama de En busca del tiempo perdido centrado en los personajes más importantes de la numerosa nómina de la novela, y también 'algunas interpretaciones' sobre ésta que dejaron escritas sabios como Antoine Compagnon, Bataille, Deleuze, etcétera. Es divertido que el profesor Beretta Anguissola, conocido, sobre todo, y tanto en su país como en Francia, por sus aportaciones sobre Proust y su obra, trate con paternal displicencia a Bernard de Fallois, considerándolo un aficionado lleno de buenas intenciones pero escasamente académico, cuando la verdad --o por lo menos, lo que cuenta el mismo Fallois en sus muy instructivas Seis conferencias sobre Marcel Proust (ediciones del Subsuelo)—, gracias a la amistad que éste trabó con la sobrina de Proust, una mujer nada literaria pero que adoraba a su difunto tío y además tenía un espíritu elegante, existe Jean Santeuil, el embrión fallido de En busca del tiempo perdido, además de muchos otros manuscritos: como en una mala novela de ahora, la señorita Proust le dijo a Fallois “¿sabe usted que en el desván guardamos muchos cuadernos y papeles del tío Marcel? Nadie los ha mirado nunca, ¿querría usted echarles una hojeada?” Imagino el estado de ánimo de Fallois cuando subía las escaleras hacia ese desván…

Jeanne Weil, madre de Robert Proust y del escritor Marcel Proust / FLICKR

Jeanne Weil, madre de Robert Proust y del escritor Marcel Proust / FLICKR

Temas interesantes de estos libros tan instructivos es si En busca del tiempo perdido es un libro trágico o cómico, o las dos cosas a la vez, o ninguna de ellas, y cómo la idolatría snob del joven Marcel por la belleza, la elegancia y las maneras de la aristocracia que iba a extinguirse después de la primera guerra mundial, cuando se instituyó el impuesto sobre la renta, se decantó en sarcasmo cruel.

El sarcasmo cruel de convertir al conde Robert de Montesquiou, que fue el Virgilio de Proust en los salones de París más inaccesibles, nada menos que en el depravado y finalmente grotesco barón de Charlus; y a madame Verdurin, paradigma de la vulgaridad, en segunda esposa del príncipe y princesa ella misma de Guermantes…