Berta Ares: "La Europa que hoy queremos y debemos fortalecer tiene que leer a Joseph Roth"
Ares, autora de un libro interpretativo sobre Joseph Roth, reivindica el Antiguo Testamento como fuente para analizar cualquier aspecto de la Modernidad
12 noviembre, 2022 21:00Berta Ares Yáñez sabe lo que es el amor, el amor por un escritor, por un contexto histórico, por una tradición cultural y religiosa, por un continente, Europa, muy castigado. Amor por la Biblia, por el Antiguo Testamento, y amor por alguien muy especial, que sintetizó todo lo anterior, el hombre Joseph Roth, con todos sus defectos y también con una agudeza que nadie más mostró en ese momento. Ares, doctora en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra, investigadora y periodista cultural, acaba de publicar La leyenda del santo bebedor, legado y testamento de Joseph Roth, (Acantilado) un libro en el que plasma ese amor, con todas las claves para poder leer mucho mejor al autor de La marcha Radetzky, y para recordar que no podemos perder nuestro propio poso cultural y religioso, a menos que queramos despojarnos de lo que nos ha hecho ser ciudadanos con capacidad crítica e interpretativa. En esta entrevista con Letra Global, Berta Ares entra de lleno en el mundo de Roth, un escritor que siente ahora más cercano que nunca. "La Europa que hoy queremos y debemos fortalecer tiene que leer a Joseph Roth", asegura, para defender el legado del Antiguo Testamento, el que conocía como nadie el escritor de la Leyenda del santo bebedor.
--Pregunta: ¿Por qué leer a Roth, hoy, en Europa?
--Respuesta: En Europa y en cualquier lugar del mundo, de hecho, en Asia hace años que lo leen también. Pero en Europa es importante para saber de dónde venimos, qué significó la ruptura con el orden feudal de la Edad Media, qué trajeron la Ilustración y la Modernidad, y lo importante y frágil que es el proyecto europeo. Una de las grandes sorpresas que me he encontrado durante mis investigaciones es un libro de un autor alemán de origen africano que aborda la cuestión colonial, más bien anticolonialista, en la obra de Roth. Lo pone en relación incluso con el escritor Ngugi wa Thiong’o, ¡imagínate! La Europa que hoy queremos y debemos fortalecer tiene que leer a Roth, y aprender de él algunos postulados humanísticos, abordando también esta cuestión colonial.
--El texto pide ser interpretado, dices en un momento sobre La leyenda del Santo bebedor. ¿Es lo que crees que pedía Roth, con todo el poso cultural y religioso, y lo que deberían pedir los escritores exigentes? ¿Estamos hoy preparados para ello o nos hemos olvidado como lectores de esa misión?
--Joseph Roth daba mucho y pedía poco, creo yo. Este libro, que escribe cuando sabe que está a punto de morir, es una confesión y un kadish, la oración fúnebre del judaísmo. Joseph Roth inscribe su texto en una tradición, la judía, que pide interpretación. Como en las figuras del Antiguo Testamento, todo arranca con una misión, hay una técnica de claroscuro y el héroe experimenta profundas caídas en su dignidad. Para la tradición judía, a diferencia de cualquier visión dogmática, la constante invención de sentido constituye la esencia de la Revelación. La búsqueda de sentido, por así decirlo, es una búsqueda de Dios. Este libro, en palabras de Joseph Roth, es el testamento de su pensamiento más íntimo. Pero a la vez, es un texto que esconde, que vela. ¿Cómo lo hace? A partir de las elipsis, la ambigüedad, la ironía y la duplicidad de sentido, que son constantes en este relato. La duplicidad de sentido es característica del misticismo judío.
--Roth representa el Este de Europa, a los judíos del este, pero también a muchos europeos del este que quedaron olvidados por el peso de la división tras la II Guerra Mundial. ¿Cómo mirar hoy ese este europeo? ¿Nos puede ayudar la lectura de la obra de Roth, más allá de las claras referencias a la cultura del Shtetl?
--Desde luego estamos obligados a recuperar y reconstruir el puzle de Europa con esas piezas que hasta ahora hemos despreciado. Europa se ha pensado a sí misma desde una posición hegemónica y centrada en Occidente y eso ha sido un error garrafal, cainita incluso. Me parece importantísima la labor de numerosas editoriales, especialmente las independientes, que apuestan fuerte por traducir voces no hegemónicas, que nos ayuden a comprendernos mejor y a descolonizar la mente, como señala en un magnífico libro Ngugi wa Thiong’o. Hoy arrastramos lastres del pasado que hay que resolver. La memoria no consiste sólo en poner o quitar placas, sino en tender puentes.
--¿Es ese conocimiento y asunción de la carga cultural que tiene Roth lo que le permite vislumbrar el peligro antes que nadie, antes que su amigo Zweig?
--Buena y difícil pregunta. Creo que hay algo que le ayuda a pulir su lucidez: no se deja engañar por la pereza y el bienestar pequeño burgués. La experiencia de la guerra mundial tiene una influencia muy fuerte sobre él y no se permite desde entonces el autoengaño. A veces olvidamos lo terrible que fue la Primera Guerra Mundial: los miles de muertos diarios, la disolución de Imperios, cuántas personas pasaron, de la noche a la mañana, a convertirse en ciudadanos de segunda. Hay un texto de Stefan Zweig que a mí me pone los pelos de punta, se titula Mundo insomne; es el insomnio que esa guerra provoca en cada ciudad, en cada calle, en cada casa, en cada habitación… ¡la guerra es terrible! El prólogo que escribe Joseph Roth en su libro de Las ciudades blancas (con fantástica traducción de Adan Kovacsics para la editorial Minúscula) tendría que ser de lectura obligatoria en las escuelas. Describe a los que vivieron la guerra de cerca como "los muertos resucitados" y lamenta la ruptura con la tradición y la pérdida del significado auténtico de las palabras. Mucho se habla del alcoholismo de Joseph Roth, no me cabe duda de que esa guerra hizo mella en él. Luego está la humillación alemana y cómo ésta se transforma en una necesidad de cortar radicalmente con la cultura europea que llevó a la muerte a millones de personas.
--Hay en el libro una mención a Zweig con cierto sarcasmo, ‘el tantas veces proclamado lúcido’ Zweig. ¿Cómo se explica ese ‘no querer ver’ de los judíos asimilados?
--Se tiende a decir que Stefan Zweig era lúcido y que Joseph Roth era un borracho que no paraba de pedirle dinero, y nos quedamos tan tranquilos. Pues no, ni Zweig era tan lúcido ni Roth era sólo un borracho pidiendo continuamente dinero. Por cierto, era muy generoso con otros refugiados a los que procuraba facilitar documentos que los protegieran, pagaba siempre las rondas y sus propinas eran abundantes. La ayuda de los Zweig, Stefan y su luego exmujer Friderike, era siempre a cuentagotas y condicionada. Stefan Zweig era burgués y tiende a ver el mundo, creo yo, bajo el velo de un autoengaño que tiene siempre como punto de mira defender los intereses propios e individuales. Era un parvenu, un asimilado a los valores de Occidente y del capitalismo contra el que Roth se rebela; un advenedizo que cayó en el autoengaño de pensar que los recursos económicos y su posición cultural y social serían un escudo protector. Para Joseph Roth lo que está en juego desde la Primera Guerra Mundial es lo humano, lo ve con una claridad profética.
--En todo caso, se plantea en el libro una gran tragedia, ¿qué debían hacer los judíos, el apego comunitarista o el alarde de ciudadanía moderna? En los dos casos, es rechazado. ¿Es lo que ve antes que nadie Roth?
--Para Joseph Roth era crucial la unión de judíos y el mundo cristiano contra el nazismo, que él ya vislumbró a comienzos de los años 20. Por eso él estaba convencido de que el papel del Vaticano era crucial en la defensa de los valores europeos. El “entendimiento” entre Hitler y Stalin por un lado, y luego la firma del Concordato entre el Vaticano y el gobierno de Hitler fueron terribles golpes para Europa que él supo leer. Ni que decir tiene la anexión de Austria al Tercer Reich. Por otro lado, Joseph Roth no defiende tanto el apego comunitarista propio de los jasídicos, creo yo, lo que defiende es su derecho a la mugre, la dignidad que hay en ella y la voluntad de una vida puramente espiritual al margen de lo material. La vida secular moderna es la que él eligió para sí mismo pero la vivía de una forma muy personal y desde luego nada burguesa.
--¿Roth es un europeo, antes de que exista la conciencia europea? ¿Un europeo que busca superar las diferencias nacionales, religiosas y étnicas? ¿Podríamos decir que estaría ahora contento con la Unión Europea?
--Para Joseph Roth Europa estaba representada en la literatura de Homero, Sófocles, Ovidio, Tácito, Goethe, Asch, Rilke, Flaubert, Balzac, Tolstoi, Dostoievski, Proust, Chesterton, Kafka, Heine, Shakespeare… y, por su puesto, en los textos bíblicos. Como señala en una carta a Zweig: 'Nuestros antepasados son Goethe, Lessing y Herder no menos que Abraham, Isaac y Jacob'. No puedo hablar por él, no sé qué hubiera pensado de la Unión Europea de hoy, pero me temo que algo que se construye desde la pragmática y desde la economía no contaría con su alabanza. Por otro lado, si superar las diferencias nacionales, religiosas y étnicas quiere decir que éstas puedan convivir en un ambiente de tolerancia y diversidad, sí, desde luego, esa es la Europa trasnacional que él desea. Su conciencia europea es esa, y ya existía antes que él, está en Goethe y en muchos de los que he citado al comienzo de mi respuesta.
--Esa Europa, sin embargo, ¿ha olvidado leer el Antiguo Testamento, que forma parte y es algo consustancial al propio espíritu europeo?
--Absolutamente, sobre todo en países de tradición católica, creo yo, donde todavía hay un acercamiento a la Biblia o muy dogmático y literal o muy desconfiado, con grandes excepciones, claro está. En el mundo protestante, el Antiguo Testamento se conoce al dedillo, y se interpreta con frecuencia desde Lutero. Ahí comienzan muchas cosas en relación a la idea de Dios, y a las ideas de la subjetividad y la soberanía individual. En el mundo anglosajón la Biblia es objeto central para abordar la crítica literaria. Para mí, el conocimiento del Antiguo Testamento, especialmente el Génesis y los libros sapienciales (Libro de Job, Salmos, Cantar de los Cantares…) es fundamental para plantear toda crítica cultural que tenga como objeto de análisis algún aspecto de la Modernidad. No sólo la Biblia, también la cultura clásica, por descontado.
--Morir en París, ¿es el mejor final para Roth? Existe una clara paradoja. Roth ama Francia, como el país que ofrece la ciudadanía, superadora de las diferencias relgiosoas y étnicas. Pero es también el país del antisemitismo, con una vieja tradición antisemita. ¿Lo olvida Roth?
--Me produce mucha tristeza la muerte de Joseph Roth. Su mejor final hubiera sido morir sin el delirum tremens. En el marco europeo, en el que también incluyo a Rusia, Francia no es precisamente la gran antisemita. Yo creo que Joseph Roth fue muy feliz en Francia, especialmente en París, la ciudad que más amó. Hay otra patria, la de la taberna Tari-Bari de La leyenda del santo bebedor y de Confesiones de un asesino, que no es sino el mundo alcohólico en el que el tiempo se detiene, los relojes dejan de funcionar. La patria de Roth son esos bares en los que pasaba horas enteras de alcohol y conversación con sus amigos.
--Con el conflicto en Ucrania, --Roth nació en Brody, lo que es hoy Ucrania-- ¿nos ayuda el autor de La Leyenda del santo bebedor a entender y, al mismo tiempo, temer a Rusia?
--Temer a Rusia sí, a los rusos, no: él era un eslavo de corazón y en sus pasiones. Para él el comunismo ruso solo es otra forma de capitalismo aún más salvaje. En una carta fechada en noviembre de 1933, le escribe a Stefan Zweig: 'El comunismo de ninguna manera ha cambiado toda una parte del mundo. ¡Una mierda ha hecho! Ha engendrado el fascismo y el nacionalismo, y el odio contra la libertad de pensamiento. Quien aprueba Rusia ha aprobado también, con eso, el Tercer Reich'. Creo que ahí lo dice todo.