Parra, el poeta 'pop'
El escritor chileno, el mayor revolucionario de la poesía en español del último medio siglo, rebasa su centenario (103 años) sin que ninguna otra voz lírica le haga sombra
21 septiembre, 2017 01:37La verdadera seriedad es cómica. Y la poesía contemporánea se escribe en prosa, sin versos. Parecen los acertijos de un matemático. Y, en efecto, lo son; pero al mismo tiempo también son dos de las enseñanzas mayores --enunciadas en diminutivo-- del mayor revolucionario de la poesía en español durante el último medio siglo: Nicanor Segundo Parra Sandoval, más conocido como don Nica o simplemente como el (anti)poeta mayor que vieron los chilenos después de Neruda, que más que un poeta era toda una constelación. Como diría él mismo, cuando vio la primera luz del día no venía preparrado para vivir más de un siglo. Ni siquiera sabía si sobreviviría a la pobreza ambiental y al abandono de un padre jaranero y borrachín. Pero hace sólo unos días rebasó en tres años su centenario existencial y su nombre volvió a colocarse en el carrusel de efemérides culturales que marcan la agenda oficial.
Por supuesto, no dijo ni esta boca es mía. Debió pasar la jornada en silencio, jugando con bolsitas recicladas de té y disfrutando --entre libros-- de las vistas al Pacífico en la aldea chilena donde espera no se sabe si la muerte o la vida eterna, pues ambos conceptos carecen de sentido cuando se ha alcanzado, ahorrándose además el molesto trance de perecer, la posteridad por adelantado. Si no lo han leído, dejen ahora mismo lo que están haciendo y vayan de inmediato a comprar sus poemarios. O sus célebres discursos de ocasión. No hay medicina mejor contra la solemnidad, el narcisismo y las distopías patrióticas del presente.
Impertinente genético
Parra es un impertinente genético. Un mal bicho. Se burla del hombre --empezando por él mismo-- para retratar el absurdo de la existencia. Cosa seria: es un poeta que ha escrito por adelantado su propia comedia fúnebre. “Dícese que el cadáver es sagrado, / pero todos se burlan de los muertos. / ¡Con qué objeto los ponen en hileras / como si fueran latas de sardinas!”. No hay forma más inteligente de ser nihilista que la suya: desmontar con humor y sarcasmo las reglas, las convenciones y las convicciones generales. Empezando por las poéticas, esos mandamientos religiosos de la estrecha cofradía de los vates y los lectores de poesía, los letraheridos que practican la cursilería de la complejidad sentimental. El poeta chileno reduce sus versos a la lista de la compra, traduce a Shakespeare como quien hace pan y destroza --a patadas-- el atrio de los sagrados profetas, desde donde nos lanza versos extraños y verdades incómodas.
Nadie sospecharía que iba a ser un profesor de Mecánica Racional el poeta que prolongaría las vanguardias más allá de las vanguardias, el beatnik más duradero, el último dadaísta, pero así ha sido. El hermano de Violeta Parra fue el primer gran poeta ecologista (con permiso de Walt Whitman) y es el único que se ha atrevido --de verdad-- a torcerle el cuello al cisne, como recomendaba el modernismo tardío, que ya se sabía fórmula en lugar de descubrimiento. Su poesía es prosaica: por eso --sobre todo en Chile-- goza de la valoración popular. La entiende todo el mundo. No requiere hermenéutica --su extraordinaria complejidad radica en su aparente sencillez-- y alumbra las contradicciones de las que está hecha la vida de todos. Es un canto terrestre, humano y angustiosamente vivo.
Como todos los grandes genios, Parra no respeta las reglas, pero las conoce todas. Sus libros comienzan sorteando la métrica y progresivamente introducen el verso libre hasta transformar la poesía en un aforismo objetual, que no son otra cosa distinta sus célebres artefactos, poemas donde las palabras se acompañan de imágenes, dibujos e ilustraciones para componer metáforas hechas de cosas domésticas, como una manzana atravesada por un clavo o un epitafio que resume el evangelio; una cruz sin Cristo con este lema sobre la resurrección: Voy & Vuelvo. “Nosotros conversamos / En el lenguaje de todos los días / No creemos en signos cabalísticos”, escribe en Manifiesto.
Poesía contra los poetas
Su poesía está escrita en contra los poetas, entendidos a la manera de los sacerdotes. Usa el lenguaje coloquial, toda la oralidad disponible, lemas publicitarios, anuncios de detergentes, refranes, dichos de su pueblo (Chillán), humor sarcástico y un sinfín de procacidades, devolviendo así la poesía a las calles traseras, escribiendo desde las aceras, actualizando el espíritu goliardesco que tan bien estudió Batjin en la obra de Rabelais. Su mensaje es que la verdad no existe, que los hombres somos seres imaginados por nosotros mismos y que, puesto que nos repetimos --todo está dicho--, más vale escribir nuestras conclusiones (sin importancia) con una sonrisa, aunque sea pavorosa. Parra cambió el curso de la poesía en español en 1954 con sus Poemas y antipoemas (Nascimiento). Desde entonces cada libro suyo ha sido como un viaje a la semilla, simplificando el poema hasta reducirlo a una frase, a un único verso. En busca del lenguaje de la tribu, donde cada palabra importa y dice --sin circunloquios, prescindiendo de los aspavientos-- exactamente lo que quiere decir.
Como buen poeta prosaico, su lenguaje es un contrasentido luminoso: su retórica es antirretórica, sus versos cuestionan la idea tradicional del verso --que en realidad no es tan tradicional-- y sus intereses parecen desinteresados. Todo sale al revés en la foto. A fuerza de llevar la contraria, el tiempo ha venido a darle la razón. Después de haber leído a Parra, nadie puede escribir de la misma forma. Su literatura causa el mismo efecto de felicidad que la brillante prosa de Chesterton: es como ver un cielo estrellado a rebosar de cometas. Un espectáculo de ingenio, humor, talento y desvergüenza. "Durante medio siglo / la poesía fue / el paraíso del tonto solemne. / Hasta que vine yo / y me instalé con mi montaña rusa. / Suban, si les parece. / Claro que yo no respondo si bajan / echando sangre por boca y narices".