Enrique Amorím, Federico García Lorca, Juan José Amorím y el musicólogo Luis Pedro Mondino, en  Salto, Uruguay, enero o febrero de 1934. CFGL

Enrique Amorím, Federico García Lorca, Juan José Amorím y el musicólogo Luis Pedro Mondino, en Salto, Uruguay, enero o febrero de 1934. CFGL

Poesía

Lorca, a través del deseo

El hispanista Christopher Maurer analiza el impacto del deseo y el sexo en la vida y la obra del autor del ‘Romancero gitano’, con nuevas lecturas sobre su homosexualidad

12 febrero, 2020 00:00

“Quienes lo vieron pasar por la vida como un ave llena de colorido no le conocieron”, advirtió Vicente Aleixandre en 1937 sobre Federico García Lorca, quien ha acabado auscultado hasta el más pequeño de los detalles tanto en la expedición febril de sus creaciones como en las condiciones en las que éstas tomaron forma. Y es que al autor genial y fulgurante se sumó el hombre malogrado en un swing perfecto y compacto. De ahí que todo lo que sucediera en la jurisdicción vital y creativa del poeta granadino se haya convertido en asunto de pesquisas y expediente: sus palabras, su biografía palpitante, su asesinato también.  

Pero de Lorca siempre queda por saber algo más allá de lo que se conoce. Algo hay aún tras los pasos minutados del ser que armó la oscuridad sonora de Romancero gitano o el aullido sideral de Poeta en Nueva York. La bibliografía lorquiana es abundante (y mucha de ella, recomendable, como el reciente Lorca de Carlos Edmundo de Ory, autor que supo clarificar –en un estudio hasta hoy casi clandestino– el misterio del granadino, medirle potencia y fijarle tradición). Tantos miles de análisis y de volúmenes han venido a trazar, sin duda, una geometría precisa y apasionada alrededor del abanderado de la Generación del 27.

Así, ha quedado como un creador lunar, vitalísimo, hechicero de su propia tragedia. Un imprescindible que nació en la Vega de Granada y que, a corta edad, removía hormigueros con una varita fina. De adulto acabó por ser imprevisible y clamoroso, “mágico como una selva”, adivinó (otra vez) Aleixandre. Mezcla de ardor y tormento. Y que todo eso tuvo su razón en el deseo. En el amor. Y en el sexo. “A mi queridísimo Federico García Lorca, único que me conoce y sabe ahondar todo el encanto de tristezas que tiene mi corazón. Su propio corazón”, anotó en una autodedicatoria de Impresiones y paisajes (1918), su primer libro.

Lorca y Rodríguez Rapún, en los jardines del hotel Reina Cristina de  Algeciras, en una fotografía custodiada por herederos del segundo. CFGL

Lorca y Rodríguez Rapún, en los jardines del hotel Reina Cristina de  Algeciras, en una fotografía custodiada por herederos del segundo. CFGL

A Lorca no se le descubre al completo sin aquella pulsión con epicentro en la ingle. Y más adentro. Por eso uno de sus más obstinados estudiosos, el estadounidense Christopher Maurer, ha regresado a él en otra penúltima aventura: un estudio sobre el escritor, esta vez alrededor del hombre y el deseo; el creador y el sexo. Jardín deshecho: Lorca y el amor, que tuvo su eco en una exposición producida por el Centro Federico García Lorca de Granada, “sigue el difícil curso de la meditación del poeta sobre el amor, el deseo y sobre su propia sexualidad, captando diversos momentos de su vida y obra”, ha destacado el hispanista, a quien debemos, junto a Andrew A. Anderson, la edición al completo del epistolario del granadino (Cátedra, 1997).

Al levantar el itinerario amoroso de Lorca (con paradas en Salvador Dalí, Emilio Aladrén, Rafael Rodríguez Rapún, Juan Ramírez de Lucas y Eduardo Rodríguez Valdivieso), Jardín deshecho ofrece una muestra de las lecturas del poeta sobre el amor: Verlaine, Shakespeare, Schopenhauer… También, aspira a representar algo del ambiente en que se desenvolvieron sus esfuerzos por reformar el teatro y, a través de él, cuestionar las normas sociales y sexuales de su época. “Para el final de su vida, el deseo amoroso se ha transformado en una fuerza que socava los muros gruesos del prejuicio en busca de la libertad y de la justicia social”, ha subrayado Maurer.   

Caminando por un fino alambre para evitar la confusión entre la vida y la obra, entre las temáticas y los episodios biográficos, el hispanista ha expurgado cartas, libros, fotografías y objetos personales, además, por supuesto, de textos literarios de Lorca, entre los que destaca la serie completa de los manuscritos de los Sonetos del amor oscuro. Precisamente, la familia del destinatario de estos poemas, Rafael Rodríguez Rapún, ha aportado numeroso material inédito, como el libro de cuentas de La Barraca, compañía teatral de la que llegaría a ser secretario, y su listín personal de teléfonos, donde anotó el nombre del poeta pero no su número, pues éste lo conocería –es de suponer– de memoria.

Detalle del dibujo a tinta china y lápices de colores de Federico García Lorca titulado ‘Pierrot priápico’, hacia 1932-1936. CFGL

Detalle del dibujo a tinta china y lápices de colores de Federico García Lorca titulado ‘Pierrot priápico’, hacia 1932-1936. CFGL

 

Detalle del dibujo a tinta china y lápices de colores de Federico García Lorca titulado ‘Pierrot priápico’, hacia 1932-1936. CFGL

Precisamente, el hondo vínculo con Rodríguez Rapún –fallecido el 18 de agosto de 1937, justo un año después del fusilamiento de Lorca, a causa de las heridas sufridas en el frente– cierra un discurso acompasado a las etapas vitales del poeta. Así, el itinerario de Jardín deshecho: Lorca y el amor, título que ahonda en una imagen recurrente del poeta a la hora de describir el sexo y el deseo, da cuenta desde su infancia y juventud en Granada y de sus primeras piruetas literarias al escritor de fama ascendente, que intenta en los viajes de Nueva York y La Habana y la estancia en Buenos Aires (1933-34) abordar el deseo homoerótico en su obra.

Pero, quizás, cuando la propuesta gana más impulso es a la hora de abordar la homosexualidad del poeta, rastreada desde perspectivas novedosas en el estudio por los ensayos de los profesores Noël Valis (Lorca, icono gay) y Luis Muñoz (Daría algo por leértelo). Por diferentes vías, ambos autores coinciden en subrayar cómo en vida su condición sexual tuvo una dimensión pública, explicitada a través de obras como la “Oda a Walt Whitman” y la pieza teatral El público, y cómo al extenderse la noticia del fusilamiento su círculo más próximo se optó por proyectar sobre él “una imagen seráfica” para poner a salvo su memoria.    

En aquellos primeros momentos, sólo quebraron aquella imagen casi angelical construida alrededor de Lorca, el sevillano Luis Cernuda en el poema “A un poeta muerto (F.G.L)” y María Teresa León en sus Memorias de la melancolía, quien narró con naturalidad su encuentro con Rodríguez Rapún, el último amor de Lorca, al poco de conocerse el asesinato del poeta granadino: “Nadie como este muchacho debió sufrir por aquella muerte. Terminadas las noches, los días, las horas. Estoy segura de que después de disparar su fusil rabiosamente se dejó matar. Fue su manera de recuperar a Federico”.