Edgardo Dobry (Luis Miguel Añón)

Edgardo Dobry (Luis Miguel Añón)

Poesía

Edgardo Dobry, pensar en poesía

El traductor argentino, afincado en Barcelona, reúne sus ensayos sobre lírica hispanoamericana en 'Celebración', donde explora los vínculos del castellano con otras lenguas, incluida la catalana

15 marzo, 2023 19:05

“Poeta es aquel que no aparta la mirada”. Así define Edgardo Dobry la inadecuación que a su juicio define a la poesía lírica “entre mediados del siglo XIX y la actualidad”. La cita pertenece a 'Descomposición y recomposición: derivas americanas de ‘Une Charogne'', uno de los mejores ensayos reunidos en su libro Celebración. A través de la poesía americana (Trampa, 2022). Poeta, traductor y profesor argentino domiciliado en Barcelona desde hace muchos años, Dobry (Rosario, 1962) es uno de los mejores críticos de poesía que hay en el ámbito hispanoamericano, capaz de pensar desde las dos orillas con una ambición comparatista que incluye también la lírica estadounidense, la francesa, la italiana e incluso la catalana. Su conocimiento detallado de las principales corrientes hermenéuticas así como su gusto y su riesgo a la hora de interpretar, convierten cada nuevo título suyo en una fiesta de la inteligencia, especialmente para los concernidos por un género –la crítica de poesía– que se está quedando huérfano de talentos.

Pero como demuestra Celebración, la poesía sigue siendo un espacio indispensable e insustituible para el pensamiento, especialmente en la modernidad. Está por escribir el ensayo que explique hasta qué punto la poesía ha propiciado la supervivencia de la filosofía desde Nietzsche en adelante, pasando por Santayana, Heidegger, Gadamer, Derrida, Agamben, Zambrano, Cavell y tantos otros.

Edgardo Dobry / LUIS MIGUEL AÑÓN

Edgardo Dobry / LUIS MIGUEL AÑÓN

Mientras la novela se enseñorea como género hegemónico del conocimiento, la poesía se repliega con la filosofía para explorar los límites de la epistemología, in the aftermath of metaphysics. George Steiner rastreó las correspondencias entre poesía y pensamiento, desde el helenismo hasta Celan, en The Poetry of Thought (2011), uno de sus últimos ensayos, como siempre lleno de iluminaciones pero lastrado por el exceso de erudición. La cuestión sería explorar por qué en el siglo XX, tras siglos de destierro platónico, “los poetas son coronados reyes”, como suele decir Dobry siguiendo al Alain Badiou de Manifiesto por la filosofía (1989).

Celebración sirve para seguir pensando en esta cuestión y en muchas otras, desde una perspectiva además especialmente estimulante para los europeos, puesto que sus indagaciones parten de lo que ha ocurrido en América –principalmente en la latina, aunque con ramificaciones muy interesantes en la anglosajona– con respecto a las inercias impuestas por la tradición del viejo continente, una reacción que a su vez sirve para analizar bajo otra luz los supuestos o las seguridades del canon. En el primer capítulo, por ejemplo, 'Cantar lo presente: una tradición americana', Dobry aventura una hipótesis sugestiva y convincente según la cual el predominio de la actitud hímnica o celebratoria en la poesía latinoamericana se debe a la imposibilidad de cultivar la épica, tal y como se había hecho en Europa en la Edad Media.

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Se trata de una observación, por cierto, que puede contrastarse con el fenómeno inverso que se detecta en la novela del continente, toda ella traspasada por ansiedades de epopeya. Como escribió Ignacio Echevarría hace tiempo acerca de Roberto Bolaño: “En poemas, en relatos, en novelas, Bolaño viene escribiendo el gran poema épico –destartalado, terrible, cómico y tristísimo– de Latinoamérica; viene escribiendo la epopeya del fracaso y de la derrota de un continente fantasma que alumbró primero el sueño de un mundo nuevo, que animó luego el sueño de la revolución, y que hoy sobrevive únicamente en las formas residuales de la emigración y de la bancarrota”. Contraponer esas dos pulsiones, la hímnica del mundo auroral y la épica del fracaso terminal, en la lírica y en la narrativa, nos sitúa en una perspectiva crítica especialmente fértil.

Con respecto a esta última cuestión viene también a la memoria 'Els aristòcrates' de Gabriel Ferrater, un poeta que Dobry ha estudiado y comentado con lucidez. En ese poema, como se recordará, Ferrater opone su propia y genuina incapacidad de cantar la historia a la facilidad con que los “patricios americanos” –Borges, Lowell– celebran la suya en “els detallats poemes que us escriviu”. Ferrater en cambio se siente hundido en el pozo del miedo –en la aporía, sin caminos– y ahogado por el asco de la historia. “Teniu la vostra història / tan prop i us viu el fàstic. / Tinc història prop. En tinc el fàstic”.

Vigencia de Gabriel Ferrater / DANIEL ROSELL

Vigencia de Gabriel Ferrater / DANIEL ROSELL

Dobry comenta que mientras en América la oda se abre camino como forma ideal de celebración del mundo nuevo, con sus distintas versiones de “enumeración caótica”, en Europa la epopeya ya solo es posible como parodia. Y pone el ejemplo del Don Juan de Byron, un poema que, como él mismo acertó a ver antes que nadie –su ensayo Historia Universal de Don Juan (2017) es en este y en otros sentidos imprescindible–, influyó decididamente en la concepción del 'Poema inacabat', el largo poema paródico en el que Ferrater, con la máscara de Chrétien, ensaya su propia incapacidad épica, posponiendo su verdadero asunto en una interminable digresión que acaba por ser el único contenido posible del poema, constatación irónica, a su vez, de esa distancia insalvable con los patricios americanos y su relación con la historia joven y viva de sus países. El nosotros de la oda celebratoria en América es en Ferrater un sujeto dislocado incapaz de identificarse con su comunidad, un plebeyo descastado que va buidat: un pou de por.

Todo el libro está lleno de envites parecidos. En el ensayo que citábamos al principio, 'Descomposición y recomposición', Dobry dibuja una genealogía del detritus poético a partir de la influencia de 'Une Charogne', el poema en que Baudelaire canta la carroña de un animal:

“Baudelaire calificó la imaginación como la ‘reina de las facultades’, y la relacionó con la deformidad, la fragmentación y, en fin, la descomposición. En el 'Salón de 1859' escribió que “la imaginación ha creado, al principio del mundo, la alegoría y la metáfora. Ella descompone toda la creación y, con los materiales acumulados y dispuestos según unas reglas cuyo origen no puede encontrarse sino en lo más profundo del alma, crea un mundo nuevo, produce la sensación de lo nuevo”. Los gusanos sobre la carroña hacen una labor semejante al de la imaginación sobre el mundo: transforman la materia, la horadan y la recomponen en un orden nuevo o aparentemente nuevo”.

'Baudelaire, Salón 1846' / DANIEL ROSELL

'Baudelaire, Salón 1846' / DANIEL ROSELL

A partir de ahí, la influencia se persigue en distintas y simultáneas direcciones, en lo formal como en lo eidético, desde Rimbaud y Laforgue hasta Mallarmé, Gottfried Benn, Oliverio Girondo, A. R. Ammons –autor del largo e hipnótico poema Basura– o Leónidas Lamborghini, de tal suerte que Dobry acierta a rastrear un canon de la carroña que otra vez sirve para seguir pensando en más cuestiones, por ejemplo en el origen de la actual preeminencia del cuerpo, cuyos primeros síntomas pueden detectarse en Baudelaire y aun en Goya, saludado premonitoriamente por el poeta francés en sus escritos sobre estética. En la era postcristiana, el cuerpo asunto y redimido cae y se vuelve vecindad y cadáver.

Como apuntó André Malraux, hablando precisamente de Goya, “cuando Cristo deja de ser un símbolo universal, un cadáver en la cuneta tiene mucha mayor significación”. O como dijo Guido Ceronetti, tras la huella de Céline, “el olor del cuerpo es la nueva manifestación del alma”. Basta fijarse en la representación de la fisiología que se observa en el Ulises de Joyce –mucho más evidente y sintomática para el lector de hoy que nunca– para oír el rumor de los gusanos de Baudelaire avanzando en la literatura del siglo XX, el bisbiseo de los cadáveres pudriéndose que también oyó y anotó Jünger en sus diarios de la guerra mientras se adentraba en la Francia ocupada.

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Celebración es, en definitiva, un canto a la interpretación, lleno de asociaciones incitantes, genealogías inesperadas, iluminaciones y descubrimientos. El ensayo 'Una nota infinita para un poema borrado', dedicado a Darío Canton –totalmente desconocido para quien esto escribe– parece un cuento ideado a medias por Borges y Bolaño. Darío Canton es autor de una considerable obra poética, en su mayor parte autoeditada y fracasada, que luego dio origen a un desmesurado y obsesivo proyecto autobiográfico titulado De la misma llama, ocho tomos que ocupan más de 3.000 folios. (Todo ello se puede sondear en el sitio dariocanton.com). Comenta Dobry al respecto:

“La primera y quizá única certeza que atraviesa la lectura de los volúmenes de De la misma llama es que Canton no ordena y publica su documentadísimo archivo autobiográfico para mostrar la vida que está detrás de la obra sino al revés: invita a pensar que escribió aquellos libros de poemas para justificar, con su fracaso, la empresa monumental de estos volúmenes, para borrarlos como obra y poner en su lugar esta virtualmente infinita nota al pie”.

El canon de la poesía, Harold Bloom

Aun sin haber leído nada de Canton, el fenómeno invita a pensar en la transformación que ha sufrido el concepto de experiencia y de intimidad en la literatura de las últimas décadas, cada vez más expuesta y exhibida de forma exhaustiva, ansiosa, prosaica, somática, como es el caso también del noruego Knausgard con su interminable y absurda novela acerca de la intimidad de sí mismo y de todos los que le rodean. La infinita nota al pie de Canton parece el paratexto de un vacío –los poemas que se borran– cuya ascendencia puede rastrearse justamente en la carroña de Baudelaire para a su vez preguntarse cuál es ahora –ahora mismo– la función residual o quién sabe si auroral de la poesía.

Harold Bloom dijo en más de una ocasión que lo más perdurable de su obra era el diálogo que había mantenido con los poetas estadounidenses contemporáneos, de Wallace Stevens en adelante. Una de las funciones elementales del crítico, hoy olvidada o quizá proscrita, es la de hacerse cargo de la situación. Y desde luego Edgardo Dobry, en este como en otros libros suyos, por ejemplo en Orfeo en el quiosco de diarios (2007), ha demostrado con creces su disposición y su capacidad para ese ministerio con respecto a la poesía latinoamericana.