Dante en Campaldino
La editorial Acantilado publica una 'biografía terrestre', escrita por el historiador Alessandro Barbero, que despoja a la figura del mayor poeta medieval de su aura mítica
25 septiembre, 2021 00:10Los poetas, antes de convertirse en inquilinos del monte Parnaso o quedar encerrados y mudos para siempre en el interior de las estatuas, son –acaso siguen siendo– personas indudablemente terrestres. Igual que cualquier otra. Lo que los ha convertido en inmortales, condición que no deja de ser una suerte de ficción transitoria, es su talento para transformar sus experiencias humanas, comunes a todos nosotros, en arquetipos universales a través de la práctica de las bellas artes. En el caso de la poesía, la primera y mayor de ellas, este proceso alquímico obra su magia mediante el infalible poder de las palabras. Osip Mandelstam, poeta ruso, lo formula así en su breviario Coloquio sobre Dante (Acantilado):
“El discurso poético es un proceso cruzado y se genera a partir de dos sonoridades: la primera, audible y perceptible para nosotros, consiste en la transformación de los instrumentos que surgen en el transcurso de su impulso; la segunda sonoridad la constituye el propio discurso; esto es, el trabajo fonético y entonacional realizado por esos instrumentos”.
Parece una descripción técnica, pero también es exacta. No hay nada como un poeta (aunque sea inédito) para entender cómo suena otro. Todos se miden con el mismo desafío: cómo construir un monumento perdurable con el material más frágil que concebirse pueda: el verbum. Mandelstam se aproxima así a la obra del gran poeta medieval, padre del italiano y, según algunos, el verdadero centro del canon literario occidental (con permiso de Shakespeare y de Harold Bloom, su profeta). Para el poeta ruso, la Commedia de Alighieri puede compararse con la epifanía que causa el descubrimiento de una cueva en el interior de una montaña: un paisaje lleno de belleza escondido en mitad de la oscuridad. Algo así como el hogar de Aladino. Un pozo secreto.
A primera vista, el hallazgo puede parecernos una joya de la naturaleza, pero semejante imagen (la metáfora geológica de la piedra esculpida) condensa en su interior una sucesión de tiempo, disciplina, sabiduría, constancia y erosión. Con la poesía sucede algo similar: es un artificio cuya mayor victoria es no parecerlo y encarnar así una expresión natural del alma. El poema mayor de Dante, que ha mantenido en un segundo plano a sus otras obras –la Vita Nouva, De vulgari eloquentia o el Convivio– es un monumento a las correspondencias: cien cantos, igual que los nombres de Dios, dispuestos en tres libros en estrofas que componen a su vez una sucesión de tres tercios más uno. La arquitectura métrica de Dios.
La Commedia tiene bastante de cábala, pero gracias a traducciones como la de José María Micó, una eminencia en esta materia, puede leerse perfectamente sin hermenéutica, como si fuera un poema espontáneo. Igual que recorremos el extraño camino de nuestra vida por los sucesivos infiernos, purgatorios y paraísos que se nos presentan. Hasta el más grande de los ágrafos sabe, ante el pavor o la presencia de la muerte, en qué diablos consiste rezar. No hace falta explicárselo. De igual manera, el gran poema dantesco no requiere exégesis, sino únicamente predisposición. Sensibilidad. Lo que, en cambio, sí necesita una interpretación es su biografía, amplificada, manipulada y sustituida por la mitología.
Homenot Dante Aligheri / FARRUCO
Esta laguna, que en realidad no es tanto ausencia como exceso, es la que viene a cubrir ahora la estupenda biografía que Alessandro Barbero (Turín, 1959) dedica a la figura del gran poeta de Florencia. Editada también por Acantilado, con una traducción de Marinela de Chiara, el Dante de este historiador italiano es el ser convencional que se esconde detrás de los laureles, no el célebre maestro de los ingenios de la Toscana. Barbero despeja el mito de la hojarasca y, mediante toda la documentación histórica disponible –actas, testamentos, relaciones patrimoniales, timbres notariales, escrituras de compraventa y matrimonio– reconstruye el paso por este mundo del poeta. El suyo es un ejercicio de destilación que amplía el campo de visión sobre Dante, haciéndolo más complejo y apasionante.
“Todo lo que más amas, sin tardanza / has de dejar; y es ésta la primera flecha que el arco del destierro lanza”, escribe el poeta florentino desde su exilio. Barbero viaja a ese territorio incierto de las pérdidas –la estirpe, los años fugados de la infancia, la boda de conveniencia, el ejercicio (devastador) de la política en una ciudad iracunda de banderías y los desengaños vitales– con desviaciones a sus textos literarios, donde estas vivencias adoptan un perfil universal. El libro arranca en un territorio inesperado: el poeta medieval no aparece ni entre libros, ni componiendo versos; tampoco suspirando (en vano) por Beatrice.
El poeta Dante Aligheri pintado por Botticelli
El historiador italiano lo sitúa como feditori en la primera línea de la batalla de Campaldino, atado a la misma cordada de caballeros –sin serlo él realmente– cuya misión en aquella contienda era aguantar la embestida primera del enemigo. Garcilaso, epítome de las armas y las letras, representante del perfecto caballero del Renacimiento español, murió en Niza después de la batalla de Le Muy. Alighieri, criatura medieval, sobrevivió al encuentro con la guerra, pero el precio de su inmortalidad –como poeta– fue la deformación de su persona.
En contra de lo que establecieron sus primeros biógrafos, entre ellos Boccaccio, nunca fue un poeta pobre ni un pobre poeta –su familia y él mismo se dedicaron a la industria del capitalismo temprano: los préstamos– y su paso por la política florentina, ocupando entre otros cargos el de prior de la urbe del Arno, más que un honor, fue causa principal de sus desgracias y el motivo de su deambular por esa selva oscura que, de la mano del espectro de Virgilio, le permite visitar (ahorrándose la molestia de haber muerto) el submundo, reverso del universo.
Campaldino, además de historia, supone la alegoría del Dante de carne y hueso: un individuo ambicioso, cambiante, movido por el interés crematístico, miembro de un gobierno populista (parte de cuyos miembros aspiraban en el fondo a vivir como los magnati), acusado (por diatribas partidarias) de corrupción y capaz de sobrevivir a su fortuna para alzar –de la nada– el mayor poema de la Edad Oscura.
Barbero no intenta juzgar la moral dantesca –que no coincide necesariamente con la que el poeta defiende en sus poemas– pero lo retrata del natural como un florentino pragmático, capaz de predicar la virtud –véase el canto de la Commedia dedicado a los barattieri– al tiempo que asume las inevitables contradicciones de un mundo regido por la violencia, la ambición del poder y las conspiraciones. Donde la venganza disfrutaba de la condición de institución jurídica. La pesquisa muestra a Dante enredado en una red de vínculos patrimoniales y personales y agrias disputas familiares que terminan de forma sangrienta o problemática. Con la testa en el suelo y, a veces, las manos dentro del barro.
No pretende, por su puesto, ser un retrato completo, entre otras cosas porque el número de documentos que han sobrevivido a los siglos es limitado y nadie, en el fondo, puede conocer de verdad la intimidad de nadie. Lo prodigioso es que esta composición vulgar del gran poeta medieval, lejos de perjudicar a su literatura, nos permite entenderla mejor. El arte no se construye con materiales prístinos ni sagrados. Está hecha con acarreos, desechos, recortes, sudores y pasiones primarias.
La gran poesía de la guerra, que es la epopeya, siempre tiene un reverso de sangre. El poeta terrestre de Campaldino, joven con afán de medrar, no acudió a aquella batalla, celebrada el día de San Bernabé de 1289 por ningún alto ideal de heroísmo, sino porque era una manera rápida de mudar de clase social; su valor no es natural, sino fruto del lógico miedo a perecer. Y la experiencia del exilio –los años pasados en Lucca, Pisa, Verona o Rávena– resultan ser la penitencia de una ambición más inmediata que filosófica.
Siete siglos después de su muerte, la figura de Dante se ha desprendido de todos estos azares biográficos, siendo identificada únicamente por la autoficción de sus versos. Volver a tenerlos en cuenta al leerlos ayuda a atisbar la grandeza de la literatura y su capacidad para convertir lo contingente en necesario. “Elegí a Dante como tema de este coloquio” escribe Mandelstam– “porque es el más grande y el más indiscutible maestro de la materia poética convertible y mutable, el más temprano y el más fuerte director químico de lo que sólo existe en las mareas y en los oleajes, en las crecidas y en las bordadas de la composición poética”. El diminutivo de aquel soldado –cuyo verdadero nombre era Durante– designa hoy un solitario cráter de la Luna. Nunca con materiales tan pedestres se hizo una poesía tan grande.