'Homenot' Serge Gainsbourg / FARRUQO

'Homenot' Serge Gainsbourg / FARRUQO

Poesía

Gainsbourg, ‘butrop de cigarette’

Francia recuerda con nostalgia al autor de ‘Je t’aime moi non plus’ al cumplirse los 30 años de la muerte del músico que mejor practicó la desacralización en los escenarios

26 marzo, 2021 00:10

Boris Vian entra en el Trois Baudets con una mano en el bolsillo y la otra chasqueando los dedos; el trompetista, ingeniero y autor tocado por los dioses de la vanguardia representa la pesadumbre simpática del jazzy Saint-Germain. En el escenario, su amigo Serge Gainsbourg debuta con dos piezas, La recette de l’amour fou y su clásica Le poinçonneur des Lilas, protagonizada por un revisor de metro suicida. Corre el verano de 1958; la agenda del músico e interprete está en blanco hasta final de año, cuando le espera una salida de telonero en la TV, para amenizar la intervención estelar de Sacha Distel y Brigitte Bardot

Son los años perros que preceden a los sesenta y Gainsbourg, de momento, solo es un flaco “con orejas de elefante volador, boca torcida y una nariz que le devora el rostro”, escribe France-Observateur. Pero la atractiva rareza de su cara esconde un alma sensible, como dejó claro Joan Sfar en la película Gainsbourg, vie heroïque, un canto a los excesos del artista, músico, publicista, poeta maldito y amante.

“En mi vida hay una trilogía, un triángulo equilátero, podríamos decir, de cigarrillos Gitanes, alcoholismo y mujeres”. Esta declaración de autor le permite a Gainsbourg esconder su naturaleza leonina detrás de una armadura de candidez. Entra en el mundo del espectáculo a partir de su enfermiza timidez. Así ocurre, por ejemplo, el día en que no se atreve a dirigirle la palabra a Marlene Dietrich, una diosa, en el Thèâtre de l’Étoile, o en el momento de tembleque delante Pier Ángeli, la novia de James Dean, en el College Inn de Montparnasse. 

Cuando conoce a Juliette Gréco, le temblaban las manos sudorosas – “yo amaba su arrogancia”– pero tiene a su favor el hecho de que a la diva le seducían las canciones del compositor. Graban juntos Gréco chante Gainsbourg, con piezas como Era un mentecato, El amor sin complicaciones, Los amores perdidos o La jambe du bois (la preferida de Vian) y después de la música llega el romance entre ambos. Pero Serge cambia de compañera al poco tiempo; se lanza en los brazos de Michèle Arnaud y desaparece de Saint-Germain; adiós a la comidilla. 

Su romance con Gréco acaba el día en que el músico le ofrece a la Arnaud su versión de La Chanson du Prévert –homenaje a Jacques Prévert, enorme poeta, autor de Paroles o Les enfants du paradis– en vez de realizar los arreglos para Juliette de Les feuilles mortes, el tema que popularizó Ives Montand en el cine, un tema tratado con descaro en Serge Gainsbourg: la biografía (Mondadori 2007). 

Para huir del París pegajoso de los bulevares y de la crème,  Gainsbourg se refugia en el espectáculo musical Opus 109, que se pasea por la Francia de provincias, de donde saldrá apaleado por la crítica y hundido al comparar su fracaso con el éxito atronador de Jacques Brel, cabeza de cartel. Pero de vuelta a la capital, demuestra que su debilidad ante los tótems de la imagen no le impide lanzar ataques sacrílegos contra los instalados directores de la Nouvelle Vague de Truffaut y compañía; y lo hace con estas palabras: “la Nouvelle es una combinación de antegusto de retaguardia y retrogusto de vanguardia” , recoge Felipe Cabrerizo en Gainsbourg, elefantes rosas (Expediciones Polares), el libro más completo publicado en España sobre la figura del compositor francés de origen ruso. Habla el Gainsbourg puro: el hombre que enmudece como un niño ante la belleza, pero es capaz de poner frente al espejo a la gente poderosa.  

Este mes de marzo se han cumplido tres décadas de la muerte de Serge Gainsbourg (nacido Lucien, nombre que se cambió; “me pusieron un nombre de perdedor”) y su recuerdo coincide con la apertura de un museo situado en el que fuera su domicilio, en la Calle Verneuil de París. Francia será desmemoriada pero no se olvida de los  suyos, especialmente si antes han sido meteoritos (por metteque, extranjero), como lo era el cantante, hijo de judíos rusos exiliados que de niño llevó una estrella de cinco puntas en el brazo, durante la ocupación nazi. 

En su comienzos, Gainsbourg se gana la vida tocando en cabarets parisinos y en casinos de Normandía, como ha escrito ahora Stéphane Deschamps con motivo de la efeméride. Desde sus primeras canciones, firmadas bajo el pseudónimo de Julien Grix y depositadas en la Sociedad de Autores, Compositores y Editores de música en 1954, hasta su muerte en 1991, transcurre su trayectoria multipolar: cine, publicidad, escándalo, provocación, pero por encima de todo música, buena música a pesar de sus excesos; música y letras irreverentes destinadas a desvelar la hipocresía de la industria de la cultura que viaja a lomos del consumo de masas. Gainsbourg desencadena mejor que Epicuro los ataques del puritanismo que ha vuelto ahora para quedarse. Al igual que lo hizo en la antigüedad el filósofo del jardín, Gainsbourg se deleita cuando la Francia bienpensante le llama lujurioso, perezoso, inmoderado, malintencionado o pervertido.

Su periplo vital es el de un artista “polifacético e influyente”, en palabras del mismo expresidente de la República, François Mitterand quien, en su quietud dipsomaníaca, se excede al llamarle “nuestro Baudelaire, nuestro Guillaume Apollinaire”. El 5 de marzo de 1991, fecha de su muerte, medio París se descompone en elogios ante un artista discutido al que en vida han tratado de restarle mérito disolviendo su obra en un mar de lugares comunes, que un día fueron boutades

El mismo diario Liberation le dedica entonces como despedida su clásico butrop de cigarette o “he bebidos demasiados cigarrillos”. El cantante simboliza el consumo de Gitanes con entusiasmo, pero con menos elegancia que Alain Delon, el profesor de literatura en Rimini, jugador empedernido enfundado en un abrigo de angora, en la película La primera noche de quietud, de Valerio Zurlini. Delon –aburrido y prepotente en la vida real– pone de moda los suéteres de pico del mismo modo que Gainsbourg modeliza las camisas desbocadas. Representan el entreguismo facilón (Delon) frente al desafío (Gainsbourg). En ambos hay más gesto que otra cosa. Y este es el dilema del momento efeméride, cuando se trata de un creador dotado de ímpetu, como Gainsbourg, con más poesía que partitura

El vórtice del fenómeno Gainsbourg data de 1967. Dos años después de ganar en Eurovisión con su Poupée de cire, poupée du son en la voz de France Gall, entra de lleno en su flechazo con Brigitte Bardot, con la que vive un romance desesperado entre escandaloso y clandestino para no provocar los celos de Günter Sachs, marido entonces de la actriz. Gainsbourg y Bardot se han conocido en el rodaje de la cinta informal ¿Quiere usted bailar conmigo? y, una vez más, en el momento de las presentaciones él está tan nervioso frente a la estrella que el vaso se le resbala entre los dedos sudorosos. 

Más tarde, en la plenitud de la relación, Gainsbourg le promete a su amada componer para ella la canción de amor más bella jamás compuesta. Dos años después llega la sonata erótica Je t`aime…moi non plus (1969), que hemos oído veces, cantada por Gainsbourg junto a su pareja, la mujer realmente amada, Jane Birkin. Por una vez, el sacrilegio no está en la palabra –“voy y vengo entre tus riñones…”– sino en los apasionados gemidos que le sirven de colofón a la música, grabados, como es archiconocido, en un orgasmo de Birkin, inicialmente atribuido a la Bardot, sin que a ambas les importe lo más mínimo, lo que no deja de ser fascinante. 

Serge y Jane se han conocido en la película Slogan y ambos mantienen que la exitosa balada es un himno al coito en el que el instinto se mezcla a la perfección con una formación melódica casi propia de la música sacra. Este hombre libre, con apariencia de malvado, nunca produce dolor; ama con interrupciones y deja un rastro de bellos recuerdos. Y sonoros algunos chascos también. Je taime no llega realmente al universo profundo de la música del siglo XX; de hecho, no pasa de ser un producto francés a pesar de su resonancia anglosajona, como lo atestiguan bandas y solistas como Nick Cave, Pulp, The Divine Comedy, Mick Harvey o Momus

El Gainsbourg de 1969 (“año erótico” decía a menudo) sabe que esta será su herencia más conocida. Las crónicas dejan claro pronto que el hit conquistará al público fuera de sus fronteras a base de meterse en la cama de la gente para ayudarles a concebir miles de niños. El éxito sonoro llega del jadeo; y existe una clara concordancia entre la pieza y el hecho de que Birkin le pone la cabeza en su sitio al compositor. Llega un momento en que aquel duro de otro tiempo, conocido por piezas como Estás más guapa calladita o Déjame tranquilo, deja de hacerse el macarra frente a sí mismo. 

La flecha de Cupido le ha alcanzado, pero no es duradera. Gainsbourg y Birkin viven juntos una década, tienen una hija –la actriz Charlotte Gainsbourg– hasta que Jane decide poner el punto final, tras comprobar que el alcoholismo extremo del músico había dejado de ser divertido para convertirse en un problema serio. En los años siguientes y hasta la muerte del compositor, Jane no deja de visitar a Serge casi a diario y además cuenta con él en todos sus proyectos profesionales.

En un conocido esfuerzo ulterior, más allá del amor y la muerte, Birkin recoge mucho después, en dos libros de memorias Munkey diaries y Post-scriptum, lo que le ocurrió el primer día entre ambos:  “Tras hablar con él por primera vez, compré en la primera librería que encontré una recopilación de sus textos. En su poema En relisant ta lettre, comprendí su gran talento como manipulador del lenguaje”. El mundo de la publicidad le dio a la pareja, a parte de cuantiosos emolumentos, pasajes de creación superlativos, no siempre comprendidos.  Son los anuncios para jabón Lux, maquinillas Gillete, trajes Bayard o del detergente Woolite, con Jane como protagonista. El Serge que musicaliza y guioniza spots representa un lapsus de equilibrio sin disminuir un ápice su creatividad. 

El 1971, cuando Gainsbourg es la figura central del pop francés, lanza su conocido álbum Melody Nelson, que cuenta la historia de amor entre un narrador de edad mediana y una adolescente. La cabra siempre tira al monte. Años más tarde, el mundo de la música, con grupos de referencia como The Divine ComedyPulpAir, Portishead o Tricky,  concede a las siete piezas que componen el álbum la categoría de ser lo mejor del compositor. 

Jean-Claude Vannier, uno de los músicos franceses más celebrados de la época, escribe todas las partes orquestales, que, desde la primera canción, Melody, atrapan al que escucha. Gainsbourg, por medio de sus letras y, gracias a la guitarra de Alan Parker, expresa la inocencia perdida de la protagonista y su añoranza de una primera juventud que ya no será vivida. “Es un álbum conceptual en toda la extensión de la palabra, a pesar de su brevedad”, ha escrito Ernesto Acosta. 

El compositor empieza escribiendo su biografía intelectual, a partir de 1968, en Chansons cruelles (Tchou); mucho después de su muerte, Laurent Balandras, recopila en 2006 la obra del músico en Les manuscrits de Sege Gainsbourg, chansons, bouillons et inédits (Tchou). El escándalo lo persigue; tras su ruptura con Birkin, Gainsbourg se hace llamar Gainsbarre; y en una inopinada madurez, confecciona Aux armes et caetera (1979). Vuela hasta Jamaica para grabar con músicos como Sly Dunbar o Robbie Shakespeare su famosa versión reggae de La Marsellesa por la que será acusado de “contaminador ambulante”, capaz de ultrajar lo más sagrado de la nación. A su regreso, recala en Estrasburgo acompañado de una banda de jamaicanos, donde recibe amenazas de bomba de la extrema derecha. 

El gusto de Serge por las letras, con apuntes y versiones de  Verlaine, Baudelaire o Rimbaud, han quedado plasmados en recopilaciones como Etonnant Serge Gainsbourg, uno de sus discos más recreados, aunque no más populares; en el momento del adiós se marcha con una veintena de álbumes a sus espaldas, en casi todos acompañado de bandas sonoras de enorme peso que se lo rifan, un poco por curiosidad y un mucho por sus indudables gotas de alta calidad. Cultiva la bossa-jazz, la psicodelia, el pop orquestal, el yeyé, el rap, el funky o el reggae. Es camaleónico, cambiante y transformador.

Gainsbourg recorre un espectro complejísimo, casi inabarcable. Y en este breve recuento ofrezco un desenlace: el momento de Le claqueur de doits (El chasqueador de dedos) una canción creada a partir de la citada escena vivida con Boris Vian en Les Trois Baudets, pero compuesta realmente en Milord, un local que el músico visita cada noche y del que es el último en salir. Boris Vian muere a los 39 años, en abril del 1991, un mes después del fallecimiento de Gainsbourg; han sido grandes amigos y se han infectado mutuamente de lamentos teatrales, como puede comprobarse en Du chant a la une..!, con música del compositor, arreglos de Vian y un texto de Marcel Aymé, otro tímido enfermizo asiduo a las noches de absenta y altas horas. 

En la entrega a los seres queridos, Gainsbourg supera en mucho a la media del género humano. En lo musical se siente casi lírico, ante la estridencia de una parte muy mediática de la cultura  o, pero sin creerse mejor que otros; más allá de sus escándalos, a la hora de la sinceridad, es un hombre de círculos íntimos. A Vian le dedica una pieza genial, Intoxicatet man, homenaje con enorme afecto al poema de su amigo, Je Bois. 

En sus mejores momentos, Gainsbourg fragmenta sus letras en las lenguas francesa e inglesa a través de sonidos onomatopéyicos. Nunca abandonará esta inmersión, convertida en divisa de su obra. Es un maestro del cruce, un mago de la fusión. Algunos de sus famosos mambos son fruto de esta mezcla demediada en la que el interprete se adentra en un ámbito situado entre el kitsch de algunas producciones de Hollywood y la fragilidad de la letra de un poeta romántico tan respetable como Alfred de Musset. El resultado es La nuit d’octobre, una de sus mejores composiciones.