Ganivet, amor en llamas

Ganivet, amor en llamas

Poesía

Ganivet, amor en llamas

La reciente reedición de las ‘Cartas finlandesas’ trae de vuelta la historia de amor pasional del escritor de la Generación del 98 con su profesora de idiomas en Helsinki

17 noviembre, 2017 00:00

Fue uno de los primeros de la clase entre los de la tropa de aquel 98 granítico y solemne. Ángel Ganivet (Granada, 1865 - Riga, 1898), ese “Hamlet tan cervantino” al decir de Rubén Darío, hizo del idioma palabra bella y violenta. Antes de arrojarse a las heladas aguas del río Dvina, empeñó lo breve de su vida en la invención, en el desafío y en la persecución de ideales educativos y reformistas para España. De ahí que el tiempo nos lo haya dejado en el corcho como un tipo de pensamiento denso, uno de esos diplomáticos sin ocupación que, cuando se ponen a cavilar, tienen algo de zarza ardiente.

Se sabe que aquella pura y bravía inteligencia de Ganivet trabajó a toda máquina. Armó todas sus obras en unos cuantos años y todas las armó de forma atropellada a modo de colosales improvisaciones. Es cierto: lo suyo suena hoy viejo así a lo pronto, aunque vibra fuerte cuando acierta. “Era como una muela de molino que empieza a rodar vertiginosamente y sin trigo apenas bajo ella; se muele a sí misma”, le dijeron a Unamuno sobre él, alumbrado ahora con la reedición que Nórdica ha hecho de sus Cartas finlandesas --publicadas junto al ensayo Hombres del Norte--, que agrupa las misivas que envió durante su etapa de cónsul en Helsinki.

Marie Sophie Diakovsky

Precisamente allí el autor del Idearium español (1897) optó por sumarle a su vida ráfagas de leyenda. Porque el erudito, el intelectual Ganivet, se enamoró profundamente en la capital finlandesa de su profesora de idiomas, Marie Sophie DiakovskyMascha, una joven viuda de 24 años, independiente y de refinada educación, que dominaba varios idiomas, tocaba el piano y escribía versos y piezas teatrales. Y a ella le dedicó poemas --la mayoría, en francés-- llenos de seducción, combate y desahogo: “Mis caricias son fuertes y tan frágil / es tu cuerpo, que vivo con el miedo / de que hacerte feliz completamente / será hacerte morir entre mis brazos”.

Este episodio, que no pasa de lo anecdótico en las biografías canónicas de Ganivet, está explorado en estudios como Mascha Diakovsky: un retrato, de la profesora Carmen Díaz de Alda. “Mascha fue el descubrimiento de un nuevo tipo de mujer, inteligente y bella, que despertó su curiosidad, su pasión y una faceta lírica desconocida; es, o así lo cree, el polo opuesto a la mujer española, y eso es lo que le intriga”, dice. “Ganivet se enamoró y empezó a escribir versos como un adolescente sin saber cómo ni por qué”, explica el poeta Manuel García, quien se ocupó de su primera edición en castellano (Cancionero a Mascha Diakovsky, Point de Lunettes, 2014).

marie sophie diakovsky

marie sophie diakovsky

Marie Sophie Diakovsky, 'Mascha', en un dibujo de Albert Edelfelt

Ganivet conoció a Mascha al poco de tomar posesión del cargo en su nuevo destino, a finales de febrero o comienzos de marzo de 1896, por un anuncio en un periódico: “Clases prácticas de alemán, inglés y ruso, a cargo de M. Bergmann, de soltera Djakoffsky, Brunnsparken 22, llamadas entre las 4 y las 5 de la tarde”. Él no tardaría en perder la cabeza por su profesora de idiomas, como deslizó ya el 12 de marzo por carta a su amigo Francisco Navarro Ledesma: “A todo esto, el sueco marcha y la polaca resulta una hembrita que para amiga sólo no tiene precio”, indica sobre una mujer que también sobrevuela el contenido de las Cartas finlandesas.

Así, Ganivet decidió acudir a la poesía más confesional para conquistar a Mascha. “Tú siempre me manejas a tu antojo / porque puedes decir con la boca / que no y que sí con los ojos”, llega a escribir. “Frente a la lógica y el raciocinio que preside gran parte de la obra del granadino, esta poesía surge de un impulso sentimental de irrefrenable confesión y descarga sentimental. El no sé qué, las musas, la inspiración, el concepto ‘platónico’ y genial del artista, el impulso creador surgido del yo por encima de lo racional, la catarsis, el idealismo más puro preside estos versos”, recalca García.

Un amor breve, ardiente, tormentoso

Por el rastro de estos poemas escritos en apenas seis meses durante 1896, el amor fue breve, ardiente, tormentoso. De ello hay testimonios sobrados en los versos que el pensador español escribe a Mascha, pero también deja huellas en las cartas que el granadino envía a sus amigos y a su exótica amiga. “Es bellísima, en el género rubio, pero más seria que un ‘clavo de especias’. A mí me tiene por loco, por una especie de Quijote, pues no puede hacerse cargo de que un hombre sea idealista y, al mismo tiempo, cometa barbaridades y chiquilladas”, anota.

Para que no le faltara nada a esta historia de amor también tuvo su episodio de celos, hecho que pondría fin a la aventura amorosa. Cuando Ángel Ganivet cae enamorado de Marie Sophie Diakovsky, él ya tenía una relación estable con Amelia Roldán, una española de Cuba con la que acababa de tener un hijo. Durante una de sus estancias en Helsinki, Amelia sufre una crisis nerviosa al descubrir un retrato de la joven profesora de idiomas y decide dejar la capital finlandesa. Si bien llegará a arrepentirse, el escritor pone fin a su relación en una carta fechada el 27 de agosto de 1896.

Gracias a los poemas sabemos qué sintió Ganivet por Mascha. Ignoramos, en cambio, qué sintió su profesora de idiomas por él. “Muy posiblemente, ella compartió el amor que Ganivet le manifestó en versos, pero su espíritu práctico e independiente le desaconsejó insistir en el tema, dadas las dificultades sobre el terreno”, explica García, quien recuerda cómo el granadino recordaría a Mascha en una de sus últimas novelas, Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, con una escena de amor de ensueño: “Sus ojos estaban llenos de lágrimas y su corazón de ansias temblorosas e inexplicables”.

Pasado el tiempo, Ganivet dejaría la plaza en Helsinki y ocuparía el consulado español en Riga. Allí, cuando iba subido en una barcaza por el río Dvina, decidió poner fin a su vida arrojándose a las frías aguas. En un primer momento fue rescatado, si bien, en un descuido de la tripulación, volvió a tirarse huyendo de la sífilis que le estaba provocando una demencia y una parálisis general progresiva. Enterrado en un cementerio letón, sus restos fueron autentificados en 1925 para su retorno a Granada. El doctor identificó su cadáver por el prognatismo de su mandíbula, la pierna derecha rota y la cicatriz de una pedrada en la frente.