Letra Clásica
La academia de los 'coronaidiotas'
Benítez Reyes satiriza el desorden provocado por la pandemia en una novela urgente que, con humor e ironía británica, muestra el absurdo de un mundo lleno de mentiras
18 diciembre, 2020 00:10Bob Dylan, inquilino único de nuestro santoral, escribe en It´s not dark yet, probablemente la mejor de sus canciones crepusculares: “He estado en el fondo de un mundo lleno de mentiras / Ya no busco nada en los ojos de nadie”. Como el único género benéfico de falsedades que existe son las fábulas, los grandes escritores construyen con ellas una realidad que nunca lo es del todo y, sin embargo, termina convirtiéndose en exacta, sobre todo cuando acontece ese raro milagro del asombro que consiste en que una perfecta impostura verbal refleje el espíritu de una época mejor que cualquier libro de historia –incluso si está escrito por un inglés– o que un tratado sustentado en hechos (supuestamente) documentados.
Las novelas, en efecto, mienten desde el principio. En esto radica su fascinación. Al mismo tiempo son indudablemente ciertas. Algo similar sucede con los personajes literarios: no son ni de carne ni de hueso, sólo simulacros, pero esta naturaleza vaporosa no impide que se parezcan con frecuencia a nosotros. Ambas paradojas confluyen en el último libro de ese gaditano británico que es Felipe Benítez Reyes, La conspiración de los conspiranoicos (Renacimiento), una soberbia novela de urgencia, sobre todo para los demorados tiempos de artesanía a los que nos tiene acostumbrados el poeta de Rota, que versa sobre el des(orden) mental que ha provocado la pandemia del coronavirus. Esto es: nuestra fatídica actualidad.
El escritor Felipe Benítez Reyes / @JMSANCHEZPHTOTO
Se trata de una excelente sátira, altamente corrosiva por su talento para hacer reír sin cesar, que salió de las hermosas imprentas de Casa Linares, el falansterio del editor Abelardo ídem, hace apenas veinte días. La obra condensa en una suerte de esperpento todo lo que nos viene sucediendo desde las aciagas vísperas del confinamiento. Benítez Reyes ha hecho con estos materiales extraños una novela coral –un narrador, cinco personajes y una gavilla de auténticos documentos falsos–, un artefacto retórico fascinante y un secreto ensayo moral. Todo encerrado, igual que en sus hermosos collages, en un mismo molde, aderezado con mucho humor inteligente y sabia ironía. A la manera de G.K. Chesterton, ese inmenso cielo cargado de estrellas, y con el aire de La conjura de los necios, la obra maestra de John Kennedy Toole, sólo que, en vez de tener lugar en la húmeda Nueva Orleans, el parlamento sonámbulo de sus criaturas se desarrolla en un Cádiz (trimilenario) de plazas dieciochescas y tabernas venerables, con los cameos estelares de personajes verdaderos, imperceptibles para los no versados en el hermético bestiarium del Sur.
La novela es una delicia. Sobre el escenario de un teatro vírico del absurdo, Benítez Reyes atrapa el flujo de conciencia y las voces cruzadas de una serie de personajes vulgares, cada uno con su tara, pero tan hermanados con todos nosotros como aquel lector al que invocaba Baudelaire en su poema –“Hypocrite lecteur –mon semblable– mon frère”–. Todos teorizan, al modo de los ilustres gramáticos pardos, pero con una melodía llena de disonancias, sobre la enfermedad, el milenarismo, el confinamiento, los rebrotes, las conspiraciones planetarias que quieren acabar con el planeta, los planes secretos de Bill Gates y George Soros para dominar a la humanidad y ese Apocalipsis –del TBO– que propagan Miguel Bosé, los telepredicadores de las televisiones o los illuminati de las redes sociales.
En apariencia es una burla, al modo cervantino, contra las teorías de la conspiración y la insoportable doctrina de los relatos alternativos, tan frecuentes entre los demagogos de salón, los populistas, los ofendidos de profesión y los ultramontanos, toda esa nutrida galaxia de minorías contemporáneas con aspiraciones dogmáticas y cuyo pensamiento puede resumirse en la siguiente fórmula: “Podemos pensar lo que queramos porque la verdad no existe (o es discutible) y, a falta de pruebas (que no vamos a buscar o directamente desechamos, porque no vamos a molestarnos en refutarlas), todo es posible y lo que decimos es materia de fe”.
El libro de Benítez Reyes destroza (con maestría) a quienes predican que el virus es una invención pero, por aquello que escribió don Nicanor (Parra) –“la verdadera seriedad es cómica”–, también hace (a través de tres apéndices) una radiografía devastadora del deterioro cognitivo en el que están inmersas las sociedades occidentales, atrapadas por la tecnología y ciegas y crédulas ante cualquier disparate. La trama del relato resulta secundaria porque se trata de una novela de tesis, sazonada con talentoso humor, donde lo tracendente no es la acción, sino el cruce de discursos entre personajes que recuerdan a unos demenciales nuevos académicos de Argamasilla –doctos en El Quijote– tan tiernos y entrañables como profundamenre idiotas. Coronaidiotas, por ser más precisos.
La amenaza del deseo / FELIPE BENÍTEZ REYES
Benítez Reyes echa mano de la oralidad local –Cádiz es como una urbe de mil lenguas, todas asombrosas por su capacidad de exageración– y elige el código de un lenguaje presuntamente descriptivo, perceptible a través de la voz del narrador, que contrasta con la manta de sandeces que intercambian sus criaturas, equiparables a una pandilla de tertulianos televisivos. Sólo por la hábil combinación de estos dos registros, La conspiración de los conspiranoicos ya es una novela ejemplar (en el doble sentido del término) que muestra cómo los seres más insignificantes, impulsados por la vanidad y movidos por la fanfarronería, juegan a ser significativos en estos tiempos en los que la navaja de Ockham –“la explicación más probable entre varias opciones suele ser la más simple”– ha sido sustituida, sin remedio, por una charlatanería cuyas fuentes son la Wikipedia, los grupos de WhatsApp, los canales de pseudoexpertos que pontifican en Youtube, los diarios digitales y los influencers.
La ITV / FELIPE BENÍTEZ REYES
Las criaturas de Benítez Reyes se retroalimentan con el combustible de sus frustraciones. Proyectan sus suposiciones como si se tratasen de informaciones verídicas –el teléfono móvil encarna aquí un oráculo de Delfos de bolsillo– con la vana esperanza de que alguien les haga algún caso. Hacen el ridículo sin cesar, por supuesto. Del contraste entre lo que creen ser y lo que son, entre lo que dicen y la forma en la que se expresan, brota la risa, esa forma de inteligencia, pero también el terror. El sustrato de la novela, disimulado hábilmente bajo la fachada de la farsa cotidiana, tiene una inequívoca lectura moral (en el sentido que daban al término los franceses de la Ilustración) que desvela la trampa en la que habitamos: una vida que no es más que un guiñol. Un universo donde el sanitarismo –la obsesión enfermiza por la salud– sustituirá a las ideologías pretéritas (capitalismo y comunismo) de un mundo perdido y donde las enfermedades imaginarias, a lo Moliere, pueden ser más dañinas que las reales. En el que, como escribe el narrador, la politología ha cedido su sitio a la idolatría.
Queda así perfilado nuestro singular momentum catastrophicum. Un marco social donde todo el mundo exige que le den la razón y cualquiera se atreve a desmentir, sin datos ni formación, pero con pasmosa suficiencia, lo que diga un científico sólo porque sus caprichos personales cuentan con canales para convertirse en opiniones virales. La idiotez y la ignorancia, sin embargo, son peligros potencialmente nucleares que nunca deberíamos relativizar. Benítez Reyes ha escrito la novela que mejor retrata este pavoroso instante de 2020, donde “todo es decepción y contingencia”. No se la pierdan.