El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al vicepresidente, Pablo Iglesias, tras una ronda de preguntas / EP

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al vicepresidente, Pablo Iglesias, tras una ronda de preguntas / EP

Letra Clásica

Preguntas simples y problemas complejos

Las nuevas opciones políticas tienen en común la polarización de la sociedad y la emisión de ideas simples y elementales, lo cual es una calamidad

1 noviembre, 2020 00:00

El domingo pasado expliqué al lector cómo unos a priori, unas simplezas ideológicas, relacionadas en aquel caso con el feminismo, difundidas por dos intelectuales de nuestro espacio público más distinguido, contribuyen a desactivar el bien formativo que podría tener, en la mente de hipotéticos lectores, la lectura de Lolita.

A veces uno tiene la impresión de que hay un ataque multilateral contra el espíritu y contra la inteligencia de las cosas. Ni siquiera coordinado. Opera con espontaneidad, respondiendo al espíritu de los tiempos.

Tiempos de desprecio nunca visto al trabajo intelectual y de una terrible simplificación en el análisis y diagnóstico de los problemas. Como se manifiesta, por ejemplo, en las nuevas ofertas políticas surgidas a raíz de la crisis del año 2008 y el subsiguiente fin del proyecto socialdemócrata que también se llamaba “el Estado del bienestar”.

Esas nuevas opciones políticas tienen en común la polarización de la sociedad, la emisión de ideas simples, recias, elementales. Lo cual es una calamidad en un mundo global y por consiguiente complejo, que exige respuestas complejas, no sencillas.

(En el fondo, ¿no es el populismo el desarrollo lógico del sistema democrático? Las redes sociales ¿no son la apoteosis del principio de la libertad de expresión… como aquellos buzones de tiempos antiguos en los que se podía delatar al vecino anónimamente?)

Vox, Podemos, el nacionalismo catalán, y en el escenario internacional figuras como Johnson o Donald Trump, representantes de la idea del egoísmo nacional y de la descarnada y secreta lucha por los recursos menguantes de la humanidad, disfrazada de brutalidad más o menos despeinada y al margen de los intereses comunes, corren paralelos al descrédito del intelectual, del hombre de letras, que nunca había sido tan desconsiderado desde que el duque de Glucester, al recibir a Edward Gibbon, que le presentaba el segundo volumen de su Decadencia y caída del imperio romano, le dijo, sonriendo: “¿Otro maldito, gordo libraco, ¿verdad, Mr Gibbon? Garabatos y siempre garabatos, ¿verdad, Mr Gibbon?”, supernado Gloucester al cardenal Hipolito d’Este cuando le preguntó, asombrado, a Ariosto, después de leer su Orlando furioso:

--Ma… dove avete preso tutte queste coglionerie?

En el fondo es lo que piensa todo el mundo de cualquiera que trate de explicar el mundo de una manera más compleja que la que permiten los hilos de Twitter.

En la esfera de lo económico provocan gran admiración y se toman como ejemplo a seguir por las nuevas generaciones esos chicos listos que lanzan una startup, los que han podido imaginar un negocio que les convirtiese en millonarios en seis meses, en vez de alentar las transformaciones reales.

Los gobiernos necesitan, para mantenerse, para retener su popularidad incierta y su legitimidad incesantemente cuestionada y escrutada, mensajes y políticas de efecto inmediato, de fácil digestión. Por eso llegan al cargo personas sin complejos, difundiendo los mensajes muy directos que elaboran para ellos sus publicistas. En esa simplicidad no hay un complejo de inferioridad sino al contrario, cierto orgullo. Pero los problemas del siglo XXI solo pueden abordarse desde el pensamiento complejo, porque la globalidad los hace complejos.

En este complejo de cosas la verdadera resistencia, y la correcta actitud empieza por no renunciar a la complejidad. Consiste en negarse a resumirse. No, no voy a firmar ningún manifiesto. No, no te lo explico porque no se puede contar en un tuit. Aunque se salga del foco, el intelectual que se respeta se niega a participar en esta simplificación. Y a responder a preguntas que en sí mismas ya llevan incorporado el error, a veces de forma inocente:

–¿Le parece que el arte contemporáneo es una tomadura de pelo?

El intelectual sensato responderá:

--Depende.

Y si le preguntan:

--¿Comer patatas engorda?

La respuesta sensata es:

--Depende.

Como siempre, la cuestión fundamental es no tragarse las preguntas ajenas, sino formularlas. La excepción a esta norma puede ser Borges cuando en Barcelona le preguntó una periodista:

--Maestro, ¿puedo hacerle una pregunta un poco indiscreta?

Evidentemente si la pregunta era indiscreta la periodista habría debido de abstenerse de plantearla, ni aunque fuese pidiendo permiso. Borges respondió:

--Usted pregunte lo que quiera, señorita, que yo tengo respuestas que se adaptan a todas las preguntas.

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