Letra Clásica
El paraíso era una ensaimada
Arturo San Agustín recuerda la Palma de Mallorca de principios de los 70, donde descubrió una interesante actividad cultural de la mano de una familia burguesa
23 junio, 2020 00:00En la infancia está todo, el hombre que somos y el niño que fuimos, pero hay ciertas etapas en la vida que dejan también una huella profunda. Es lo que le pasó a un veinteañero hijo de trabajadores que por azar convivió con una familia de una burguesía, una clase social de la que apenas tenía noticia. Ese encuentro, además, no se produjo en su Barcelona natal, sino en Palma de Mallorca, un lugar nuevo y propicio para mirar con los ojos de quien está descubriendo el mundo.
Arturo San Agustín fue el muchacho que compartió casi dos años de su vida con una familia rica y singular en uno de los lugares más señoriales de Palma de aquella época, el Terreno, la zona cercana a la famosa plaza Gomila y con vistas al castillo de Bellver. Un barrio por el que habían pasado grandes personalidades del mundo de la cultura y unos bares y discotecas que eran puntos de encuentro de las gentes del cine y de la moda del momento. De ahí el título del libro: Mis días terrenales. Una experiencia rica que el autor cuenta en una especie de libro de memorias en el que mezcla recuerdos objetivos, si es que eso puede existir, y recuerdos abiertamente subjetivados.
Aquella experiencia le marcó, pero el paso del tiempo y el hecho de que no haya vuelto a verse con quienes fueron sus colegas de entonces siembra ciertas dudas en el autor. Ya no está seguro de si aquel encuentro entre un hijo de obrero y un hijo de burgués se produjo de verdad o ha sido él quien ha creado una mezcla que en realidad nunca llegó a existir. Hablamos de principios de los 70, con Mayo del 68 aún fresco, del fin del régimen franquista y de la incertidumbre de la clase acomodada española ante el futuro inmediato. Ese cruce se produjo, efectivamente, cuando en paralelo a la zozobra burguesa despertaba una clase obrera que, confundida, pensó que quizá podría dejar de serlo si se ponía una corbata. Fue breve, pero tan real como un espejismo.
La biografía novelada de esa etapa de su vida sirve de pretexto a Arturo San Agustín para hablarnos de una tierra llena de misterios y encantos, un destino para catalanes deseosos de huir si esos pueblerinos de la piedra en el ojo y estelada en la boca consiguen hacer la vida imposible a los desafectos al régimen. Pero no escribe con pluma política, sino viajera y parlera. Su sueño para cuando sea mayor es Sóller, donde aún conserva amigos.
La ensaimada, dice, es la espiral sabrosa sin principio ni fin, como los ciclos de la vida. Es el sol pacífico en palabras de Santiago Rusiñol; una especie de milagro que nos remite a lo que debió ser el paraíso, como el pan mallorquín y el aceite verde de la tierra. San Agustín, que le declaró la guerra al turismo, invita a contemplar la Luna y el Sol isleños, a probar su frit, la sobrasada y los vinos del lugar; a dejarse embriagar por el aroma siciliano de la bergamota. Una lectura atenta de Mis días terrenales lo convierte en una excelente guía para un viaje por Mallorca fuera de los circuitos.
“Ahora, cuando mi mundo se ha ido…” es una frase que el autor usa en varias ocasiones para subrayar la perspectiva con que contempla lo que cuenta, la lente con que aborda una autobiografía. En dos obras anteriores, En mi barrio no hay chivados, publicado también en Comanegra, y en Pluma de buitre, de Los Libros del Gato Negro, San Agustín ya había hecho sendas entregas de sus recuerdos de primera y segunda infancia con un trazado semejante: un relato autobiográfico, una crónica sobre aquella experiencia y un reportaje sobre Mallorca, en este caso. Tres homenajes al barrio marítimo de Barcelona, a los mallos de sus abuelos y a esa tierra antigua y conquistada en medio del Mediterráneo.