Letra Clásica
Manuel Vicent: “Hoy la revolución es entrar en el Palacio de Invierno con tenedores”
El escritor valenciano reflexiona sobre la época moderna, el periodismo, la nostalgia (vital) del franquismo, la infancia, Dios y el Mediterráneo, germen de armonía y cultura
23 diciembre, 2019 00:05Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) es, junto a Raúl del Pozo, el último mohicano de su generación, uno de esos tótems literarios/periodísticos, afable y humilde --es curioso: los grandes de verdad suelen ser más accesibles que las flores de un día--, al que los amateurs recurrimos para aprender, crecer, tapar huecos y suplir las carencias. Mediterráneo, barroco, lúcido y sabio, cambió el Derecho y la Filosofía por el periodismo --utilizo la cursiva porque él no se considera como tal-- cuando se dio cuenta del poder atómico de las palabras. Debutó en el diario Madrid, colaboró en las revistas Hermano Lobo y Triunfo y se consagró en El País, donde firma desde 1977. Ha publicado medio centenar de libros y cuenta con los premios más prestigiosos de la cosa. Cree que todavía no ha escrito su mejor novela. También es galerista de arte. Conversamos con él en un camerino recién estrenado de la Fundación Juan March, tan iluminado como Vigo en Navidad.
–Señor Vicent, ¿al principio fue el Verbo, como escribió el evangelista?
–No. Al principio fue el dedo gordo de la mano del primate. Fue la acción. El pragmatismo. La inteligencia ha pasado desde la mano, desde la manipulación, a las neuronas del cerebro. El principio de causalidad, que es la semilla de la inteligencia, del raciocinio, se instala en la mano a través de la práctica, de la acción. Y la acción genera el principio de causalidad, que pasa al cerebro, y en el cerebro empieza a funcionar el pensamiento a través de las palabras. Nada existe si no existe previamente el nombre de las palabras.
–¿La palabra nos hace dioses?
–Bueno… Hay en la Iglesia un principio de consagración en el que el clérigo emite una fórmula y se supone que consagra el vino en la sangre de Cristo y el pan en el cuerpo. Luego, las palabras son profundamente mágicas, algunas. De hecho, tú llamas al lobo y el lobo viene. Para que venga el lobo, lo tienes que llamar. Si insistes, al final viene. Las palabras tienen un efecto mortal sobre la realidad.
–¿Usted cree en Dios?
–Sí. En el gran Dios del Universo, en la energía universal. (Piensa) No sabemos nada. Tan estúpido es decir “creo en Dios” como decir “no creo en Dios”. No está nuestro cerebro diseñado para creer en Dios. No tiene la fórmula, no tiene los instrumentos para saber lo que hay más allá. Este vaso de café no sabe quién lo ha hecho. Está fuera de su fórmula matemática, matérica.
–¿Dios es una ecuación?
–Es una fórmula. Si es Dios, es el principio de la materia, la energía universal. Todavía no sabemos lo que es. Estamos a punto de arañar la fórmula y, a la vez, muy lejos de saber en qué consiste esta fiesta.
–¿Y cree en el hombre?
–En algunos sí, en otros no (risas). En algunos, por supuesto. Cuando Protágoras dice que el hombre es la medida de todas las cosas, ahí cabe todo. En esa cesta caben los asesinos, los místicos y los poetas. Todo el mundo.
–¿Cuál es su primer recuerdo?
–El sonido de unas bombas durante un bombardeo. Toda la familia estaba refugiada en una despensa, yo tendría unos pocos meses, tal vez año y medio o dos, y una criada decía: “¡Las bombas!”. Y yo escuchaba unos sonidos que eran de unas bombas. Estaban bombardeando un pueblo en el Mediterráneo.
–¿Cuándo dejó de ser un niño?
–(Piensa) Si concibo que dentro de cada persona, como en una muñeca rusa, llevamos todo lo que hemos sido, llevamos un niño, un adolescente, un chaval, un joven, un adulto, un hombre, un viejo, un moribundo, un recién nacido…, bueno, pues yo no he dejado de ser niño. A veces me sale estúpidamente el niño que fui.
–¿El Mediterráneo es una escuela de moral?
–Navegar el Mediterráneo sí. Cualquier navegación es una escuela de moral y, sobre todo, el Mediterráneo: es imprevisible, es caprichoso. Parece suave pero es muy pendenciero. Y exige, primero, que seas absolutamente precavido y luego, a la hora de que te mida las fuerzas, te exige que demuestres que tienes fortaleza.
–¿Cómo fue su trasvase del derecho al periodismo?
–Estudié Derecho sin vocación y después llegué a esto por exclusión: como no quería ser abogado, ni notario, ni registrador, ni abogado del Estado, ni sabía nada de nada, pues me dediqué a crear un mundo a mi imagen y semejanza, a querer salvar a la Humanidad a través de las palabras.
–En el binomio periodista y escritor, usted se siente más cómodo siendo…
–No tengo un sentido de la noticia. Sé que el periodismo es el género literario de ahora. Entendido como reporterismo, crónica de viajes, documentales, cine, etcétera. Lo visual y lo estético y lo rápido y lo testimonial, a través de los medios de comunicación ahora, será por lo que en el futuro nos van a entender. Me considero un escritor. No un novelista exactamente, porque a lo mejor no soy un buen narrador. Tampoco soy un buen periodista, porque no tengo sentido de lo que le interesa a la gente. Sin embargo, sí sé el valor de las palabras. Y sé que el mundo se puede interpretar a través de las palabras. Si eso es ser un escritor, pues eso es lo que creo que soy.
–¿Qué le queda por escribir?
–Una novela bien escrita.
–Bueno, ya tiene unas cuantas…
–Me quedan por escribir esos cien folios que uno sueña, por los que vale la pena haber pasado por este mundo. Para hacer eso. Eso es siempre lo hipotético, lo que está un poco más allá, claro.
–Y aunque usted es escritor, ¿qué le gustaría contar en un periódico y sabe que no podrá hacerlo?
–Qué me gustaría, pues… Pues no lo sé. (Piensa) Que se ha descubierto el origen de la vida. Y, por lo tanto, si el bien y el mal están insertos en el mensaje genético.
–Volviendo al Mediterráneo, cuando usted lee o ve las noticias sobre el estado del Mar Menor, piensa…
–Que el mar Mediterráneo, y no digamos el mar Menor, son mares interiores, que están en el fondo de nuestra cultura. No es porque sean mares placenteros ni de dulzura a la hora de navegarlos. Están llenos de sangre. Hay tres dioses monoteístas alrededor que se están matando entre ellos. Hay culturas sangrientas. Pero también es un foco, un germen de armonía y cultura. Para que el Mediterráneo sea lo que queremos que sea, no hay más que transportarlo al interior de cada uno. Y hacerlo interior. Para hacerlo navegable, limpio y moral. Mientras por dentro seamos limpios, transparentes y armónicos, el Mediterráneo será así.
–¿Greta Thunberg tiene razón o es una zumbada?
–(Piensa) Lo que dice es verdad, pero desde el momento en que se convierte en icono mediático, tiene el peligro de destrucción. Antes se destruirá ella que el planeta. Porque está dentro de un torbellino mediático, y allí donde van las cámaras, las cámaras lo destruyen todo. Por lo tanto, corre el peligro de ser destruida por su propio éxito.
–Una vez me dijo que las cámaras “van de la sangre a la mierda y de la mierda a la sangre”.
–Las cámaras van adonde hay noticias, y la noticia es mala por naturaleza. La mala noticia te consuela. Primero, porque no eres tú el que la sufre y, segundo, porque te despierta la compasión. Un telediario siempre con buenas noticias te llegaría a cabrear muchísimo: a ese le han dado un premio, este es alto y guapo, aquella es no sé qué… entonces, tú dirías: ¿y yo, qué? (Risas) En cambio, ves los telediarios y piensas: “Menos mal que no estoy en Siria, menos mal que no iba en ese tren que ha descarrilado, menos mal que la riada no ha llegado al comedor de mi casa...”. Y, a la vez, te compadeces de esas desgracias, con lo cual, todo sale a favor.
–Mientras, los políticos, a lo suyo. Operando con serrucho, como ha escrito usted.
–Hay de todo, eh. Los políticos son o, deberían ser, unos profesionales o unos especialistas del bien común. Cada uno según su ideología, pero la ideología tiene que derivar hacia el bien común. Es decir, ese es un territorio en el que se tienen que encontrar: el bien común. Cada uno desde su punto de vista, no para matarse ni ponerse zancadillas, sino para colaborar. Creo que no están cumpliendo con su obligación, bien por ineptitud, bien porque el ego les revienta por dentro. No lo sé. A muchos de ellos, tal vez no todos, pero a muchos de ellos, si trabajaran en una empresa privada seria, importante, e hicieran lo que hacen en política, los echarían a la calle. Pero se ve que la política, llevada a unos niveles, es muy fácil, lo admite todo. Hasta a los más idiotas. Por otra parte, como hoy la cultura moderna está en el dilema de que cualquier idiotez, a través del medio de comunicación, es expansiva, puede llegar a la Andrómeda en una fracción de segundo… No hay relación entre la potencia de los medios y lo que emite el mensajero, con lo cual, la evidencia de la estupidez de muchos políticos es tan nítida que es casi ofensiva.
–¿Hay espacio hoy para la revolución?
–La revolución como hemos soñado en los libros, no. Hoy, el sueño de la revolución es entrar en el Palacio de Invierno con tenedores.
–¿Lo que se ve en Cataluña es un asalto al Palacio de Invierno?
–No. Lo de Cataluña es un sueño, una quimera que enciende el corazón. Los sueños imposibles son los que más energía desarrollan; los posibles, se hacen y a dormir a casa. Pero los sueños imposibles generan esa energía brutal que al final se diluye. Hay palabras maravillosas, como “independencia”, ¿quién no quiere ser independiente?, “libertad”, “república”… Si esas palabras fueran comestibles, ese bufé estaría siempre lleno. Ahora, si tras gritar “independencia”, tienes que volver a casa, y en casa no eres independiente, o si en el taller o en la fábrica o en la oficina o en el despacho no eres independiente, si todo lo que llevas encima, desde los zapatos hasta la peineta no está fabricado en tu sitio… Ahora, la quimera esa, por supuesto, enciende el corazón. Y si encima esa quimera y esos sueños esconden miserias y esconden corrupciones, y te dan sentido al deseo de tu mediocridad llevarla al extremo de convertirla en heroísmo, pues oye, ese pulpo, una vez salido de la pecera, ya no se puede volver a meter en la pecera.
–¿Será Franco exhumado alguna vez del cerebro de los españoles?
–Yo creo que sí. Ha sido sacarlo del Valle de los Caídos y, de hecho, ya nadie habla de él. Franco está en el inconsciente del pueblo español. Sobre todo, de ciertas personas de una edad. Claro, ¿qué sucede con el franquismo? Tiene una baza a favor: cuando estaba Franco, éramos más jóvenes. Y algunos, los que no sufrieron torturas, persecuciones, cárceles o represiones, pasaron y eran jóvenes. Con lo cual, el franquismo a muchos les despierta nostalgias no políticas, sino vitales: lo pasaban bien, el primer beso, el primer seiscientos, la primera chica que se sintió un poco libre en los sesenta… Esa explosión se produjo durante el franquismo, y a muchos, el franquismo sólo les lleva a una etapa no feliz, sino juvenil de su vida. Es una baza que tiene, y muchas veces muchos se dicen franquistas cuando lo único que quieren es tener veinte años.
–Para finalizar, ¿ha encontrado alguna verdad fundamental a lo largo de su vida?
–¿Te refieres al bar de Lavapiés? (Risas)
–Ahí iremos después.
–Allí se fundó Podemos. Lo fundamental sigue siendo el afeitarte cada mañana, no con tanta luz como en este camerino, mirarte el careto y no despreciarte del todo. Eso es lo fundamental para mí.