Cine "sólo para adultos": los orígenes
El erotismo en la gran pantalla empezó con la simpleza y sobriedad de un beso pero evolucionó muy rápidamente hasta la llegada del Código Hays
22 diciembre, 2019 00:00La historia del erotismo en el cine, al igual que la del sexo, transcurre por senderos sembrados de tabúes. Pese a ello, no hace falta ser un libertino para darse cuenta de que el arte de captar el movimiento permite hacer prodigios con el cuerpo humano. Así que no fue nada extraño que, poco después de la invención de la cámara, surgiese una nueva industria versada en el sexo que, con el tiempo, alcanzaría cifras millonarias. ¿A qué se debió su éxito? La neurociencia parece ofrecernos una primera respuesta.
Los estudiosos de la mente constatan que las historias, como las recogidas en el celuloide, crean un proceso de acoplamiento neuronal. Dicho de otro modo, ante la pantalla surge cierta actividad por la cual el cerebro reproduce los mismos patrones que el protagonista. Son las denominadas neuronas espejo, las encargadas de que reaccionemos con sobresaltos, risas o excitación. Pero sin duda, los estímulos de los espectadores varían según el contexto de la época. Lo que antes excitaba, hoy día incluso puede disuadir nuestra lujuria.
El erotismo en el cine se inicia con la simpleza y sobriedad de un beso, eso sí, de película. En 1896, un año después del invento de los Lumière, se filma El beso de May Irwin y John C. Rise, un corto en el que dos actores de Broadway juntan sus morros ante la cámara. Herbert S. Stone, un reputado periodista de Chicago, lanzaría la primera crítica: "Estos actos ya son bestiales a tamaño natural. Ampliados a dimensiones gigantescas, y repetidos tres veces, son absolutamente repulsivos". Ese mismo año, en Francia se graba Le Coucher de la Marie, donde una esposa ante un marido expectante decide despojarse del vestido, el miriñaque, los pololos, el corsé y así, hasta llegar a una recatada combinación. Se desconoce si el film continuaba transcendiendo por los paisajes de la pornografía, pues de los siete minutos de duración sólo se conservan dos, suficientes para ser fuente de inspiración de un nuevo género: el estriptis.
Un año más tarde, en 1897, una cinta titulada After the Ball muestra a la protagonista quitándose la ropa antes de tomar el baño, un claro reflejo de que el erotismo nacía de la invasión de la privacidad. No obstante, ninguna de estas películas recogía escenas explícitas de sexo. Habría que esperar a la primera década del siglo XX para poder visualizar algo de sexo. En El sartorio, un film argentino de 1907, seis bellas doncellas en pleno bosque son sometidas a la voluntad sexual de un fauno. En À l'Écu d'or ou la Bonne Auberge (1908), un joven soldado mantiene relaciones sexuales con una sirvienta en plena sesión de triolismo. Ambos títulos, sobrevivieron a la prohibición y la censura del momento, aunque es bien sabido que para la fecha ya es un hecho que dotar cualquier título de carga sexual hacía tintinear las taquillas.
El pre-code
Con el estallido de la Gran Guerra la promiscuidad flotaba en el aire. El envío masivo de jóvenes para combatir hizo que se revisara de manera más flexible conceptos como el adulterio o el divorcio. El cine se llenó así de realidad. Jesse Lasky, jefe de producción de la Costa Este, argumentaba que se debían "hacer historias más modernas y con mayor interés humano" para un mayor impulso de una industria en auge. El cine comenzó a tocar el pecado y el sexo y los actores se llenaron de sex appeal.
A partir de 1927, con la llegada del cine sonoro, la desnudez dejó de ser indispensable para transmitir el mensaje erótico. El lenguaje era mucho más perturbador que la imagen, por lo que los diálogos subidos de tono resultaban más provocadores que el contoneo de unas caderas. El cine se convirtió así en una distracción escapista. A los espectadores se les ofrecía sobrepasar la línea de lo prohibido aunque sea de manera artificiosa. La cartelera se llenaba de sugerentes frases como "Libre de censura", "Sin cortar", "Sin vergüenza", y los nuevos géneros trataban temas considerados antisociales como las desviaciones sexuales, el adulterio o las drogas, lo que disparó la alarma de los sectores más conservadores. Sobre Hollywood se cernía la amenaza de la censura.
Hacia 1930 los estudios decidieron adelantarse a una férrea legislación y acordaron con los grupos moralizantes un código de autocensura, el denominado Código Hays, por el nombre de su impulsor. La normativa no permitía mostrar perversión, vulgaridad ni vicio. Regulaba desde la duración de un beso, hasta la indumentaria, el lenguaje y la vida privada de los actores. El código duró varias décadas, pasando por gobiernos no sólo conservadores también progresistas. Roosevelt (1882-1945) por ejemplo, limitó la temática de los films a la vida feliz, a su famosa American way of life, como medio para promocionar sus políticas intervencionistas.
Pero de nuevo la sociedad cambió tras el segundo gran conflicto internacional y el código fue quedando obsoleto. En 1967 se sustituyó por un sistema de clasificación por edades, donde se valoraba la conveniencia de los films para ciertas audiencias según su contenido. El levantamiento de las barreras hizo emerger de la ilegalidad el soft-core o porno blando, cuyo máximo exponente fue el director Russ Meyer, a quien, no obstante, le cayeron 23 procesos judiciales por hacer pelis de jóvenes modelos de prolongados escotes. Pero la persecución no hizo nada más que contribuir a su éxito. Como toda restricción, sólo aumentaba el deseo de lo prohibido.