Letra Clásica
Marinetti, la seducción según el Futurismo
La colección Caín & Abel de ‘Los Papeles del Sitio’ traduce al español las memorias galantes que el poeta vanguardista escribió en 1917 sobre las técnicas amatorias del perfecto futurista
16 mayo, 2019 00:00La apasionante, por efímera, época de las vanguardias literarias, que deslumbró al mundo de las artes hace ahora un siglo, ha dejado para la posteridad (de nuestro tiempo) un largo rosario de literatura gamberra escrita completamente en serio. De ahí su irresistible encanto. Es una paradoja feliz que hace que sus textos de ocasión –ya se sabe: nada es estable dentro del inefable torbellino de la modernidad– hayan cumplido los cien años con frescura, sin dejar de ser impertinentes y deliciosos, siempre y cuando, claro, ese animal mitológico que es el lector sea lo suficientemente inteligente para distinguir entre la retórica –que es la materia de la literatura– y la ideología. Un ejercicio nada sencillo en estos tiempos de hipocresía social, corrección política y ofendidos profesionales, poblados por una fauna decidida a construir –aunque sea ejerciendo las prácticas de la Santa Inquisición– un mundo perfecto que sólo existe bajo la forma (categórica) de los argumentarios dogmáticos.
Leer esta literatura de vanguardia sigue siendo un deporte de riesgo. Editarla, aún más. Y, sin embargo, todavía existen locos que se dedican a descubrir lo que ya existía desde hace tiempo pero permanecía oculto entre las sombras del calendario. Es el caso de la colección Caín & Abel, una derivada del proyecto editorial Los Papeles del Sitio, que desde la periferia –llamémosle en este caso Valencina de la Concepción, un pueblo de la Sevilla metropolitana– capitanean el dúo formado por el editor Abel Feu y el periodista –mayormente salvaje– que es Alfredo Valenzuela. No hace falta explicar mucho cuál es el rol de cada uno de ellos en esta asociación (bíblica) que no vende sus joyas en las librerías, sino mediante pedido directo, y que ahora ha recuperado un libro divertidísimo, escrito por Filippo Tommaso Marinetti, el padre del movimiento futurista, dedicado a explicar (obviamente a su manera) ese misterio que consiste en seducir a las féminas.
Es sabido que el movimiento fundado por el poeta italiano, que nació en Alejandría (Egipto), profesaba devoción por la guerra y amaba la velocidad, el automóvil, la violencia, el arte del insulto y la cultura de la máquina. Hay quien adjudica a Marinetti el dudoso honor de contribuir al nacimiento del fascismo como autor de su manifiesto fundacional, aunque su auténtica revolución, que aspiraba a ser eterna proclamándose sin embargo efímera, es más bien una síntesis arbitraria de la filosofía de Nietzsche, la patafísica, la poesía de D´Annunzio, el utopismo y el culto a lo artificial, demencialmente llevada al extremo. Marinetti, sin duda, fue un poeta fascista de primera hora, pero en su biografía confluyen otros ingredientes que lo retratan como algo más complejo: un maestro de la propaganda (personal), un poeta italiano que escribía en francés, un devoto de la cofradía del verso libre, un simbolista que quería corregir al Simbolismo y, en definitiva, un personaje capaz de vender a su madre para construir un relato épico de sí mismo. Acción, velocidad, artillería, motores en marcha.
¿Existe acaso algo mejor que un fanfarrón de tanto calibre para escribir unas memorias sobre esa forma de guerra que es la lucha entre los sexos? Indudablemente, no. Marinetti se retrató siempre a sí mismo como un superhombre en perpetuo movimiento, un ser infatigable. Tuvo además los bemoles de anunciar en un artículo –publicado en 1909 en la primera página el diario Le Figaro– un nuevo tiempo en el que un automóvil nos parecería a todos “más bello que la Victoria de Samotracia”. En buena medida se trata de un augurio cumplido.
¿Existe acaso algo mejor que un
Los manifiestos vanguardistas, por supuesto, hablaban en serio, aunque sus ismos se consumieran combatiéndose a sí mismos, o por la vía de la autoenmienda, relativamente pronto. Querían construir un nuevo templo para el arte con cimientos pasajeros. Sus edificios se vinieron abajo rápido, pero dejaron hermosas ruinas. Un siglo después de ser pronunciadas estas ardientes proclamas fundacionales, casi todas pueden leerse como extraordinarios textos humorísticos, donde la hinchazón retórica y la solemnidad, dos de los rasgos del género menor del manifiesto, deben ser interpretados como fascinantes códigos irónicos. Básicamente porque no existe nada más ridículo que un profeta que anuncia un tiempo renovado, siendo la historia de la Humanidad, como es, la ruedafortuna de los escritos de Boecio.
El tratado libertino de Marinetti, que no otra cosa es este libro de memorias ficticias, o quizás no tanto, tiene ese encanto de las exageraciones sistemáticas. La sanísima voluntad de armar escándalo. Y un aire de nihilismo de época que nos hace sonreír a cada página. Por supuesto, está escrito aceleradamente, a rágafas, como un viaje a toda velocidad hacia el precipicio de lo incorrecto.
El tratado libertino de Marinetti, que no otra cosa es este libro de memorias ficticias, o quizás no tanto, tiene ese encanto de las exageraciones sistemáticas. La sanísima voluntad de armar
De su lectura hedonista deberían abstenerse las feministas militantes: lo encontrarán machista. Aunque, como era santo y seña del Futurismo, que sostenía que la vida consiste en contradecirse (sin arrugarse la chaqueta), la sinfonía amatoria de Marinetti, dictada a su amigo Bruno Corra, es en realidad una anomalía maravillosa: el fantasma mayor de las Italias, que desprecia a las mujeres en su primer augurio vanguardista, escribe aquí un alegato en defensa de la libertad femenina. “Los futuristas [mujer] queremos ofrecerte: derecho a voto, abolición de la autorización marital, divorcio fácil, devaluación y abolición gradual del matrimonio, devaluación de la virginidad, ridiculización sistemática y encarnizada de los celos, amor libre”. No está mal para haber sido compuesto un fascista.
El enemigo del Marinetti-Casanova, la voz literaria que se deleita contando sus lances con damas casadas, adulterios consentidos y describiendo los misterios de la seduzione, no es la mujer en tanto en cuanto sexo opuesto, sino el ideal femenino tradicional construido por el Romanticismo, que retrata a las hembras como seres singulares, pasivos, espirituales y dignos de adoración. Frente a este modelo, el poeta italiano exalta la infidelidad de la mujer real y su derecho al aborto. Grita que el mito del amor eterno es una estafa y define el matrimonio como una abominable institución burguesa. Su canto disonante está escrito con un lenguaje ágil, explosivo y burlescamente aristocrático que nos recuerda mucho al de Ignatius Reilly, el antihéroe de La conjura de los necios, cuando afirma que sólo se habla con quienes tienen su nivel intelectual, pero, como no encuentra a nadie que esté a su altura, ha decidido sencillamente no hablar con nadie, despreciando la posibilidad de autodegradarse. Antes muerto, que sencillo.
Marinetti relata sus hazañas sentimentales con humor, sarcasmo y la maestría de quienes no temen ser objeto de polémica: “La calvicie es un pequeño defecto [a la hora de seducir a una dama], pero es una cualidad cuando la frente brilla de ingenio [el poeta era alopécico]. La barriga, en cambio, es un obstáculo insuperable en los ataques frontales. Muchos [hombres] sufren derrotas en batallas como éstas por la ignorancia topográfica: no se hace un asalto en las horas de la mañana o en una habitación demasiado blanca. Los divanes y sillones de un solo color son pésimos. Pésimo el estilo Renacimiento. Mediocre el estilo Imperio. Muy favorable el estilo oriental”.
Portada de Zang Tumb Tumb (1914), de Filippo Tommaso Marinetti.
La gasolina de su escritura, directa, efectiva, busca incendiar a los ingenuos y soliviantar a los puritanos. “Ámame guerreramente y sintéticamente. Me gusta”, escribe en este panfleto, a lo boccacio, contra el canto de la luna, pronunciado por un “macho italiano” –entiéndase al modo grotesco– que aborrece el sentimentalismo, practica las costumbres de esos “bárbaros civilizadísimos” que son los futuristas y escribe sobre las mujeres “sin haber sido destrozado por ningún amor infeliz”, sino hechido por el goce (carnal) del sexo contrario. “Hay que considerar a la mujer como una hermana del mar, del viento, de las nubes, de las pilas eléctricas, de los tigres, de las ovejas, de las ocas, de las alfombras, de las velas. No considerarla nunca como hermana de las estrellas. Todas tienen un alma, que depende sin embargo de la largura de sus cabellos, hilos conductores del huracán. Piensan, quieren, trabajan. Las mujeres son lo que son. Es decir, la parte mejor de la humanidad”.