Letra Clásica
El sexo que Hollywood silenció
Los escándalos sexuales han acompañado a la industria del cine desde sus inicios
16 noviembre, 2017 00:00Llegó el sonido y se armó el jaleo. Las malas lenguas, las voces, las conversaciones subidas de tono, los rumores, las amenazas, todo bajo la alfombra de la decorosa honradez. La invención del cine sonoro en 1927 fue determinante para que saltasen las alarmas de los autoconsiderados guardianes de la moral. Hasta la aparición del mismo, los diálogos se ceñían a escuetos rótulos para no entorpecer la narrativa visual. Uno debía hacer cierto ejercicio interpretativo para imaginar el tono o el habla de los personajes, y cuánta mayor dificultad si se trataba de algún sudista o de algún barriobajero. Y aunque exista la máxima de que “una imagen vale más que mil palabras”, lo cierto es que unas palabras bien moduladas estimulan los deseos. Por más que Louise Brooks, la actriz más vanguardista del cine mudo, con su peinado a lo garçon triturase las mentes puritanas con escenas de contenido lésbico, poco podía hacer frente a las frases subidas de tono de Mae West: "Dame un hombre, una mano libre y él danzará a mi alrededor".
Con los primeros audios sincronizados la narración se repartía entre lo visual y el sonido, como en la dramaturgia. De ahí que las primeras cintas fueran adaptaciones teatrales, pero las producciones eran muy estáticas e interioristas y aburrían. Un nuevo intento pasó por grabar musicales. De nuevo falló. Los deficientes sistemas de audio hacían que la instrumentación sonase a lata. Mejor era el directo. De modo que no había manera que el vecindario soltase la goma de la billetera, y mucho menos tras el desplome del 29. Sólo quedaba una fórmula, el tándem sexo y violencia.
En los 30 se grabaron pelis que incluían insinuaciones sexuales, mestizaje, drogas, infidelidad, violencia y homosexualidad. Las femmes fatales se contorneaban en films como Hembra o Carita de ángel; los barriobajeros sacaban provecho de sus acciones en El enemigo público o en Hampa dorada, y todo ello sin mayores repercusiones. Por supuesto que funcionó. En las taquillas no paraba de tintinear el cobre, no sólo del público adulto, también de niños y niñatos. Nadie controlaba el acceso.
Primer escándalo
Numerosas asociaciones religiosas y ligas de mujeres comenzaron a escupir veneno como víboras ante la amenaza, y finalmente Hollywood se autocensuró ante el temor de posibles medidas gubernamentales. Martin Quigley, editor de la revista cinematográfica Motion Picture Herald, y el jesuita Daniel A. Lord redactaron un código moral, popularmente conocido como código Hays, por el nombre de su promotor, un republicano que presidía la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de América encargada de domar a las fierecillas. Will Hays era la clásica babosa que limpiaba el retrete de su jefe embolsándose 100 de los grandes al año. De hecho, fue designado para baldear de miserias los estudios, tras la violación y asesinato de la actriz Virginia Rappe, supuestamente atribuido a la estrella cómica Roscoe Arbuckle, un tipo grande con pinta de redneck, de los que da miedo encontrárselo en una comarcal mientras cambias la rueda.
Las circunstancias de la muerte constituyeron el primer gran escándalo de Hollywood. Tuvo lugar el 5 de septiembre de 1921 en la suite alquilada por Arbuckle, en el St. Francis Hotel de San Francisco. La muchachita había sufrido un traumatismo, falleciendo cuatro días más tarde a causa de una rotura de vejiga urinaria. El asunto era bastante turbio, los testigos dieron numerosas versiones de los hechos. Maude Delmont, quién había acompañado a Rappe a la fiesta, acusó al cómico de haber violado a la actriz con una botella en plena orgía, pero su testimonio no sirvió. Los antecedentes de la testigo incluían la extorsión. Posteriormente se llegó a la afirmación que Rappe había sufrido cistitis y posiblemente el consumo de alcohol agravó la dolencia. Tras tres juicios, Arbuckle fue oficialmente exculpado, pero su carrera se precipitó por el abismo de los mentideros.
Es difícil dar un veredicto del caso, los historiadores no somos magistrados, estamos para buscar y contar los orígenes, y resulta curioso como a partir de los hechos mencionados, Hollywood empezó a jugar a la hipocresía. Montó la tapadera de que Spencer Tracy y Katherine Hepburn eran tan buenos amantes en la vida real como en la gran pantalla, cuando ambos demandaban los servicios del alcahuete y gigoló Scotty Bowers. Y por similares motivos llegó a casar a Cary Grant hasta cinco veces, entre otras. Y es que como añadidura a la cita del escritor Bertrand Russell, el cine como “la humanidad tiene una moral doble: una que predica y no practica, y otra que practica y no predica”.