Letra Clásica
No sólo mueren los muertos
Juan Tallón relata en 'Rewind', a través de la historia de un grupo de estudiantes, cómo las personas intentan, sin lograrlo, recomponerse tras sufrir los golpes de la vida
22 julio, 2020 00:00Una guitarra clavada en la pantalla del ordenador. Es difícil imaginar algo más absurdo, ni mayor expresión de la realidad rota, el mundo desquiciado, el desorden tras la tragedia. Tal vez Picasso en su Guernica no hizo sino reflejar, casi con exactitud hiperfigurativa, el escenario después de la batalla, la guerra, las bombas, la violencia. Los objetos son el cementerio roto de las vidas que fueron y a veces duelen con mayor poder evocador que el recuerdo de aquellos que murieron. Esa es una de las impresiones más fuertes que deja al lector la última novela de Juan Tallón.
Una cinta de casete o la carátula de un CD, machacados, partidos, heridos por el polvo, no sirven para nada y, sin embargo, cuesta más deshacerse de ellos que enterrar a los muertos. Rewind, rebobinar, dar marcha atrás, desear con todas las fuerzas que haya instantes que se replieguen en sí mismos --como el Universo, que no es plano y se arruga-- con esa realidad que se curva en un instante. El momento que Paul, la primera voz de la novela de Tallón, describe en el primer capítulo, cuando el lector es avisado de que a partir de un gesto rutinario todo va a cambiar. Hay una fiesta entre compañeros de piso y dos amigos más y Paul va al cuarto de baño. Orinar lo convierte en superviviente. No hay ironía, las necesidades del alma aparecen siempre después de las premuras de los cuerpos.
Un grupo de estudiantes Erasmus comparten un piso en Lyon, que es un chollo debido a la aversión que la suerte de su anterior inquilino provoca al personal. Pero ellos son jóvenes, invulnerables, eternos y aprovechan la ganga. Cuando se rondan los veinte años no existe la perspectiva, sólo pura y simplemente la expectativa; ni siquiera en plural, sino toda ella, la palabra. El futuro es siempre una promesa. Por eso estos jóvenes se permiten dejar pasar el tiempo, porque no tienen prisa, porque los dioses no necesitan ser útiles ni prácticos, viven para la noche que viene, tal vez para el examen de final de trimestre o la excursión del fin de semana. El amor o la amistad, existiendo como existen a esas edades, de manera apasionada y desesperada, también son una promesa. Tal vez un día te cruces con alguien y sea ese alguien, precisamente, quien te amará el resto de tus días. Nada hay escrito. O tal vez sólo están escritas las canciones y los libros que gustan, que te definen, que te hacen el favor de decirte quien eres.
Paul ya avisa al lector en su presentación, desde las primeras páginas de la novela, que junto a él hay cuatro habitantes en el piso: el italiano Luca, la española Emma y la alemana Ilka, la dueña celosa de esa guitarra que es descubierta, clavada en una pantalla en el piso de enfrente, dos días después. No se descifra ningún secreto que el lector no intuya casi desde el inicio: Paul es el único superviviente, puesto que habla en presente, de algo que imaginamos como un desastre letal. Sabemos que se celebra una fiesta íntima, los inquilinos más dos amigos habituales, como el joven vecino árabe, que ha desparecido y a cuyo padre ve Paul por la ventana, segundos antes de ir al cuarto de baño. Es el único que falta.
El escritor gallego Juan Tallón
Sí está el joven Didier, un veinteañero alegre, normal fuera de casa y un enigma para sus padres, reservado, lacónico, como cualquier chaval que haya practicado una muerte del padre pacífica, casi profiláctica. Todos con vidas estrenadas y ese punto de pausa que da saber que quedan muchos temas para que se acabe el vinilo. Entonces todo se para bruscamente. Los que quedan deberán buscar una manera de volver a vivir. Porque Rewind, rebobinar en castellano, es lo que harán los protagonistas que se dirigen al lector para explicar cómo recomponerse después de una tragedia, cómo seguir viviendo si es que se puede, que, a veces, no es el caso.
Las voces de esta historia coral (aunque cada uno de los personajes tenga la solvencia y las hechuras para ser protagonista) son, efectivamente, los restos de la ruina, como los objetos rotos tras el estallido. Cuando evacuan a Paul, adormilado por la morfina, ve entre cascotes de sus CD favoritos, un vaso partido y, también, una mano con las uñas pintadas de amarillo. Objetos y cuerpos rotos. No volverá a ver esa mano que una vez acarició y le acarició; tampoco sus pinturas, su ropa, sus cosas, pero recuperará la guitarra de Ilke. La música como epitafio.
¿Qué pasa después de todos esos sucesos trágicos y escalofriantes que vemos en la televisión y que, aparte de la pandemia de estos días, vienen jalonando el presente de los confiados europeos: los atentados terroristas de la sala Bataclan en París, de Las Ramblas de Barcelona, de la estación de Atocha en Madrid? Da igual el motivo. No trata Juan Tallón en este libro de intentar explicar el terrorismo o la violencia, sino la huella que deja en las víctimas y lo que ocurre con ellas al intentar recuperarse. Cómo levantar otra vez los andamios de vida que se rompen.
Paul ha de afrontar otra vida porque las secuelas le impiden ser el que fue, pero no es el único superviviente herido por la tragedia. También lo son otros personajes que recogen la cenizas de esas vidas acabadas: una amiga y vecina, mujer madura, sola y, sin embargo, cómplice de los jóvenes, la hermana de Luca, el juez ultracatólico y padre de Emma y su mujer, tan triste, la amiga de la infancia de la madre de Didier. Ellos son las voces de la novela. Todos acusarán el golpe y morirán también de alguna manera. Todos descubrirán que es imposible rebobinar, que no hay un mecanismo interno que les lleve a la casilla de salida.
Al año de la explosión, el Ayuntamiento de Lyon organiza un homenaje a los jóvenes fallecidos, una placa en la casa donde vivieron y que ha sido completamente rehecha. Entonces, la hermana de Luca, seguramente la voz más sobrecogedora de la historia, independiente profesional en Nueva York que romperá con todo y volverá a Italia para acompañar a su padre, o a la sombra que de él queda, declina la invitación y se niega a acudir: “Porque se acabaría así, pulsando el botón de rewind, mientras nos veían millones de personas a través de los televisores y regresábamos a los periódicos y las radios, que nos recordarían que nuestros seres queridos ya no estaban. Nosotros ya vivíamos instalados en un rewind privado, yendo de delante atrás continuamente”.
Ese es el clic de Tallón, el mecanismo interno que hace que la novela no sea solamente la crónica de una tragedia ni la biografía, tan real, de unas vidas destrozadas, sino una introspección, que no un ensayo, sobre cómo las personas pueden, o no, recomponerse tras los golpes de la vida. La solidez de Rewind estriba precisamente en que los narradores no hablan de aquellos que perdieron, cada uno de ellos con varias vidas, la de antes y la de después, unas existencias que el lector siente dolorosamente truncadas o repugnantemente indiferentes, como el personaje al que al final descubrimos como un verdugo que es fatalmente víctima. Las personas abyectas, confirma esta novela, también pueden sufrir una tragedia.
Asegura Tallón que es periodista aunque de formación en Filosofía, que fue precisamente la curiosidad por cómo se rehacen las vidas tras un atentado lo que le llevó a escribir esta novela, no tanto la idea de darle una voz narrativa a sucesos que se cuelan con dolorosa frecuencia en los informativos y los diarios. Fue la curiosidad y la naturaleza de un escritor radicalmente honesto, sin más recursos que la veracidad de los personajes, que no engaña al lector ni le vende un gato por liebre aunque sea siamés o esté de moda. Un escritor que ha sido capaz de abandonar registros en los que se movía con comodidad: la jocosa y casi cruel, Salvaje Oeste, publicada dos años atrás, una fantasía distópica (si es que la realidad no acaba con el género) o esa suerte de ensayos ficcionados, tan deudores de la literatura, como son El váter de Onetti, Fin de Poema o La pregunta perfecta (El caso Aira-Bolaño), tres artefactos en los que Tallón juega con la literatura y en la literatura sin hacer, aunque parezca imposible, metaliteratura. O practicarla sin ponerse pedante, igual esa es la clave.
Colaborador habitual de medios como la revista Jot Down, el diario El Progreso o la Cadena SER, Tallón es el propietario de uno de los blogs más divertidos del panorama literario y periodístico, Descartemos el revólver. De la literatura no se vive, suele confesar, aunque se viva para ella porque, como también suele apostillar, “uno se gana la vida de lo segundo que sabe hacer, nunca de lo primero”. El lector puede ponerle voz, que suele ser más delatora que el rostro en una pantalla, en el cierre del programa A vivir que son dos días cada sábado. De tono falsamente desganado, con una ironía que juega a ser cándida, mira la realidad intentando despojarla de sus ángulos muertos.