Elio Antonio de Nebrija / DANIEL ROSELL

Elio Antonio de Nebrija / DANIEL ROSELL

Letra Clásica

Nebrija, el héroe del Renacimiento español

El Quinto Centenario del autor de la primera ‘Gramática’ alumbra nuevos hallazgos sobre su vida, impulsada por una inagotable curiosidad por los saberes de su tiempo

12 febrero, 2022 00:10

Varada en un extremo del madrileño Paseo Recoletos, la Biblioteca Nacional de España (BNE) exhibe en su fachada principal los nombres ilustres de la lengua castellana en estatuas y medallones. Alfonso X el Sabio e Isidoro de Sevilla se sitúan en las escaleras a modo de custodios de los orígenes y, junto a las puertas, de derecha a izquierda, están cuatro de sus hijos más notables: Cervantes, Lope de Vega, Luis Vives y Antonio de Nebrija. Este último, recreado por el artista catalán Anselmo Nogués, aparece de pie, vestido con túnica y manto con pliegues de armiño. En su mano derecha sostiene un libro –posiblemente, su Gramática sobre la Lengua Castellana–, mientras que la izquierda se dispone a abrir las páginas como si fuese a dar la lección a sus discípulos

Encajado en esa forma de gloria en piedra –acaso otra forma de olvido–, Antonio de Nebrija (Lebrija, Sevilla, 1444-Alcalá de Henares, Madrid, 1522) se sitúa como una de las figuras más sobresalientes del Renacimiento español, al menos en la fórmula que el florecimiento de las artes y las humanidades adoptó por estas latitudes. Filólogo, gramático, traductor, latinista, cosmógrafo, cronista real, impresor, editor y poeta, este humanista de amplio rango encarnó una intensa aventura intelectual llena de logros indiscutibles, entre ellos, la firme creencia en el estudio como receta para conocer el mundo, el refrendo del castellano como la más adelantada de las lenguas vulgares, la defensa de la libertad de expresión y de cátedra e, incluso, la lucha por los derechos de autor, en el sentido más actual de la expresión. 

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Miniatura de las Introductiones Latinae, donde se representa a Antonio de Nebrija enseñando ante Juan de Zúñiga / BNE

“La revolución renacentista brotada al arrimo de Nebrija marcó las coordenadas definitorias de las letras hispánicas: brindó un arquetipo cuya vigencia perdura”, ha valorado el filólogo y académico Francisco Rico, autor del ensayo Nebrija frente a los bárbaros (Universidad de Salamanca, 1978). Juan Gil, también filólogo y académico, sentencia en el libro Antonio de Lebrija. El sabio y el hombre (Athenaica), de reciente aparición: “El hombre de letras suele ser engreído y vanidoso, pero pocas veces luchador y combativo. Lebrija fue ambas cosas en grado sumo: como que su misión providencial en la vida se cifró en librar una guerra sin cuartel contra la barbarie, sin que le diese miedo tener que batallar él solo contra tantas lenguas y tantas naciones”. 

Con sobradas dosis de arrojo e inteligencia, Nebrija supo ver antes que nadie la importancia que la lengua tenía y el papel que debía jugar en el mundo (en transformación) que vivió. En toda su vida y obra, en su labor académica e, incluso, en las relaciones personales que forjó es posible detectar en él un ánimo de conocimiento que, como gramático, concretó en dos cuestiones principales: de un lado, puso en cuestión el método escolástico caracterizado por ocuparse de asuntos menores que se expresaban en un lenguaje artificial y especulativo, y por otro, batalló contra los bárbaros desde el punto de vista del uso de la lengua, para intentar establecer el cultivo renacentista de las letras como estímulo para la modernización de Castilla.  

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A su alrededor se han acumulado, sin embargo, inexactitudes y espacios en sombra. Estos añadidos se pueden explicar, en buena medida, por el calibre mítico del personaje, por la inercia de los estudios realizados con abundante material de acarreo y por la propia intervención de Nebrija, quien modeló a conveniencia su biografía para sacar ventaja ante sus contemporáneos o avivar su leyenda de cara al porvenir. En algún texto biográfico, por ejemplo, no tuvo reparos en ampliar de forma descarada su estancia como bachiller teólogo en Bolonia de cinco a diez años, aumentando así la carga de prestigio que tuvo su paso por la ciudad italiana de 1465 a 1470, según revela Pedro Martín Baños en La pasión de saber. Vida de Antonio de Nebrija (Universidad de Huelva, 2019).

Llama la atención, en este sentido, cómo los esfuerzos del sabio por fijar una imagen de sí mismo ante sus contemporáneos y, por supuesto, ante los siglos venideros como “el príncipe de los humanistas latinos españoles” trasmutaron en el siglo XVIII a campeón de la erudición hispana coincidiendo con el redescubrimiento de su Gramática y su Ortografía. Además, para justificar sus generosas raciones de “lengua” e “imperio”, el franquismo acabó por retorcerlo de manera definitiva, edulcorándolo, limando sus aristas y tiñéndolo perversamente de nacional-catolicismo y de tornasoles imperialistas y heroicos. “Nada más acartonado que el perfil de Nebrija –sucia fotocopia ya de una fotocopia del grabado de 1536– prócer de una patria española grande y libre”, afirma Martín Baños

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La Gramática de Antonio de Nebrija, en una edición de 1676 / BNE 

Depurados ahora sus días al reclamo del Quinto Centenario de su muerte, empiezan a aclararse algunas cuestiones en penumbra en torno al sabio. Ocurre así con la construcción de su firma para la posteridad (Antonio Martínez de Cala y Jarana era su nombre real), con los pormenores de su infancia solar encajado como el segundo hijo varón de una familia de agricultores acomodados y con su temprano despertar a los estudios que lo condujeron por la senda eclesiástica, primero, a Salamanca y, después, a Bolonia, si bien a su retorno a las aulas castellanas contrajo matrimonio con Isabel de Solís, con la que llegó a tener una prole extensa: nueve hijos, seis varones (Marcelo, Sebastián, Sancho, Fabián, Alonso y Francisco) y tres mujeres (Sabina, Julia e Isabel). 

Tantas fabulaciones se han vertido sobre el humanista que, por mucho tiempo, se dio por real la existencia de una hija, Francisca, “que en Alcalá leía por su padre Antonio de Lebrija lenguas y retórica”, según anotó Juan Pérez de Moya en su Varia historia de santas e ilustres mujeres en todo género de virtudes (1583). Esta creación fue amplificada después por otros autores, quienes adobaron la invención con datos extraídos supuestamente de los archivos. Precisamente, la escritora Eva Díaz Pérez se sirve de la memoria ficticia de esta ilustre sucesora de Nebrija –sería una de esas puellae doctae (niñas sabias) que surgieron durante el breve y luminoso Renacimiento español– para contar la vida de su progenitor en la novela El sueño del gramático (Fundación José Manuel Lara, 2022). 

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Otro de los temas más discutidos es su posible ascendencia judaica, circunstancia que, a juicio de Gil, “explica muchas cosas”, pero que niega rotundamente Martín Baños. “El problema no es solo que carezcamos de evidencias incontestables sobre la supuesta ascendencia hebraica de nuestro gramático, ni que, careciendo de evidencias, los indicios sean tan escasos como inconsistentes”, afirma el autor de La pasión de saber. Vida de Antonio de Nebrija, quien señala a Américo Castro como el constructor de la célebre hipótesis. A favor de la condición de cristiano viejo de Nebrija, argumenta, estaría “el silencio coetáneo” sobre la pureza de su linaje, hasta el punto de que este extremo ni siquiera fuera objeto de debate en el proceso inquisitorial abierto contra él hacia 1506. 

Este choque con el Santo Oficio se sustentó en las cincuenta enmiendas y anotaciones que Nebrija realizó a la Biblia Vulgata, si bien como telón de fondo se hallaba la rivalidad entre el inquisidor general fray Diego de Deza (dominico) y el cardenal Francisco Jiménez de Cisneros (franciscano), valedor del gramático, quien acabaría teniendo un papel relevante en la feliz resolución del proceso. “Para nuestro humanista, la sangre no llegó al río, pero que el proceso se incoó y se sustanció lo sabemos, entre otras cosas, porque Nebrija escribió y publicó, cuando ya el peligro hubo pasado, una Apología que deja traslucir que el asunto fue efectivamente más allá de la requisa indolora de los papeles bíblicos: hubo acusaciones reales, tangibles, amenazantes”, anota Martín Baños sobre este ingrato episodio ocurrido al profesor, cuya figura será revisada por la Biblioteca Nacional de España en la exposición Antonio de Nebrija. El orgullo de ser gramático (a partir del 25 de noviembre). 

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Aquel trance con la Inquisición le encontró ya con una edad avanzada, encaramado en lo más alto del prestigio académico tras ir dejando atrás un itinerario firme, lógico, congruente. “Si por algo destaca la trayectoria de Nebrija −sustentada en una infinita curiosidad científica y una inconmensurable capacidad de trabajo− es por su admirable coherencia”, señala Martín Baños en La pasión de saber. Vida de Antonio de Nebrija. En ese mismo punto insiste José Antonio Millán en Antonio de Nebrija o la pasión de saber (Galaxia Gutenberg, 2022), otra de las biografías nacidas al calor del centenario: “[Él] se dedicó básicamente a escribir y publicar sobre cosas muy variadas −aunque manteniendo una coherencia−, pero hay que advertir que lo que más se aprecia hoy (fuera de unos pocos investigadores) no era lo que más fama tuvo en su tiempo, ni probablemente lo que más le importaba”.

Así, al arrimo de Juan de Zúñiga, maestre de la orden de Alcántara y futuro arzobispo de Sevilla, Nebrija publicó un manual de gramática latina de sobrio título plural, Introductiones Latinae (1481), que pronto se convirtió, favorecido por la imprenta, en un título muy apreciado por los estudiantes y profesores y que, rápidamente, se empezó a reimprimir (1482, 1483), a ampliar (1485) y a publicar en un formato que hoy llamaríamos de bolsillo (1496) con jugosos beneficios para su autor. Ese manual fue tan famoso y empleado que Isabel la Católica le solicitó que lo tradujera al castellano para que “las mugeres religiosas y vírgines dedicadas a Dios, sin participación de varones, pudiesen conocer algo de la lengua latina”. El resultado de esa traslación al castellano fueron las Introducciones latinas contrapuesto el romance al latín (1488). 

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Edición de 1773 de las Introducciones latinas contrapuesto el romance al latín, con la reproducción de la efigie de Nebrija / BNE

Entregado en esos años a labores cortesanas –recitó un epitalamio latino (Epithalamium Lusitaniae  Principum) en los desposorios de la primogénita de los Reyes Católicos, Isabel, con el príncipe don Alfonso, heredero del monarca portugués João II–, Nebrija publica en agosto de 1492 la Gramática sobre la lengua castellana, acaso una obra secundaria si se valora en el conjunto de la producción del humanista, vocacional y nuclearmente latina, pero animada por una genial intuición filológica, adelantada a su tiempo y dotada, en palabras de Martín Baños, de “una indiscutible significación política, que ni debe magnificarse ni pasarse por alto, y que resulta enteramente comprensible en el marco del proyecto de construcción nacional −compartido por toda la intelligentsia coetánea− que encarnaba la monarquía de los Reyes Católicos”. 

Aparte de cuestiones filológicas, que abordó en otros trabajos como el diccionario de español-latín (Dictionarium ex Hispaniensi in Latinum sermonem, 1494) y las Reglas de ortografía en la lengua castellana (1517), inspirada en un principio que guiaría después todos los intentos posteriores de reforma: “Que así tenemos de escribir como hablamos y hablar como escribimos”, Nebrija también se interesó por la metrología (números, pesos y medidas), la cosmografía, la botánica… Tal vez nada cierre mejor el círculo que la Tabla de la diversidad de los días y horas y partes de hora que compuso hacia 1516 o 1517, con más de setenta años, a ruegos de un religioso de Alcalá de Henares “que tenía cargo de concertar el reloj de su casa” y que estaba totalmente confundido ante la variedad de las horas del día y la noche en las distintas estaciones del año. 

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 Escultura de Antonio de Nebrija, en la fachada de la Biblioteca Nacional de España / NEBRIJA 500

“Soy tildado de imprudente, porque, confiado en el conocimiento de la gramática como única guía, me atrevo a penetrar por todas las demás ciencias y disciplinas; pero no como un tránsfuga, sino como centinela y explorador de lo que cada uno hace en su profesión”, escribió Nebrija, fijado en ocasiones como un ser áspero y vanidoso. Ciertamente, se trató de un héroe intelectual que pudo ser lo que hubiese querido en el campo de política, la judicatura o la administración. Y, en este sentido, no le fueron mal las cosas en la vida: se casó con una mujer de noble cuna, se codeó con arzobispos y cardenales, fue reconocido con el cargo de cronista real, amasó un caudal notable... Lo extraordinario, sin embargo, es que alcanzó sus victorias, su promoción económica y social, sin apartarse un milímetro de su inagotable curiosidad, de su pasión por las palabras, del oficio de gramático.