Letra Clásica
Ignacio Martínez de Pisón: "El destino siempre acaba encontrándonos"
El escritor afincado en Barcelona regresa a la novela con 'Fin de temporada', un relato sobre la imposibilidad de huir del pasado y la España de finales de los noventa
7 septiembre, 2020 00:00En Miami Playa, a poca distancia de las centrales de Vandellós, en Tarragona, una madre y su hijo Iván regentan un camping. Tras años yendo de ciudad en ciudad, parecen haber encontrado la estabilidad, paradójicamente, entre bungalós y caravanas que siempre están de paso. Todo cambia cuando Iván comienza a descubrir la historia que su madre nunca le quiso contar. Fin de temporada (Seix Barral) es la nueva novela de Ignacio Martínez de Pisón. El escritor zaragozano, residente en Barcelona, nos propone una reflexión sobre el destino y sobre la imposibilidad de huir de él a través de un libro ambientado en ese mundo de ayer, tan cercano como lejano, que dejamos atrás con el cambio de milenio.
–Su anterior libro, Filek, fue fruto de una investigación que le llevó mucho tiempo. Fin de temporada nace precisamente de su deseo de no investigar un hecho real.
–En los libros en los que yo he ejercido de historiador amateur, me he impuesto siempre la norma de no contar más que aquello que yo podía documentar. Esto es lo que hice en Enterrar a los muertos y en Filek, donde seguí unas pistas que me llevaron a conseguir una serie de datos que, una vez contrastados, me permitieron reconstruir la historia de aquel singular personaje, sin inventar absolutamente nada. En Fin de temporada hago precisamente lo contrario, vuelvo a la novela y hago lo que hace todo novelista: dejar volar la imaginación. Cuando empecé a escribir solamente tenía el punto de partida: la historia que me contó un amigo mío en torno a una joven pareja que a finales de los setenta coge el coche para ir desde Extremadura a Portugal a abortar. Durante el viaje, los jóvenes sufren un accidente y él muere. Entonces es cuando ella decide que seguirá adelante con el embarazo. Puesto que mi amigo no tenía ninguna información más y no sabía nada sobre el paradero de esa madre y de ese hijo decidí que lo que iba a hacer no era tratar de localizarles para saber qué había sido de ellos, sino reconstruir a través de la imaginación la vida que pudieron tener.
–Y marcada por una huida constante.
–Sí, la acción se inicia cuando han pasado 20 años del accidente. La madre y su hijo Iván han vivido en muchos lugares en un intento por parte de la madre no solo de escapar del pasado, sino de esconder a su hijo ese pecado original que fue el querer desembarazarse de él cuando estaba embarazada. Si bien ella ha borrado todas las pistas posibles de ese pasado que esconde, un día el chico descubre su origen, descubre cómo fue su concepción y conoce a esa familia de la que no tenía noticia alguna. A partir de aquí comienza otra historia y una nueva vida para su madre y para él, puesto que el secreto sobre el que estaba cimentada su relación ha sido revelado.
Retrato de Ignacio Martínez de Pisón / LENA PRIETO
–Esta idea del pasado que se descubre de pronto y lo cambia todo es un motivo recurrente de la literatura griega, empezando por Edipo Rey.
–Se trata, al fin y al cabo, de esa idea de que todos tenemos escrito nuestro destino y que nos va a perseguir allá donde estemos, por mucho que intentemos darle esquinazo y huir de él. El destino siempre acaba encontrándonos, como le sucede a la protagonista: no puede evitar que su hijo descubra todo aquello que ella no le había contado. Y lo paradójico es que Iván lo descubre cuando tiene la misma edad que su padre en el momento en el que falleció. Además, se parece tanto a él que, en cierta manera, la madre ve en él el reflejo de aquel primer gran amor.
–¿Podríamos decir que hay algo de incestuoso en su relación?
–Bueno, lo cierto es que la madre sigue enamorada del recuerdo del novio muerto y, al mismo tiempo, tiene un hijo al que quiere como madre, pero también como novia, puesto que ve en él la reencarnación de aquel joven novio que murió 20 años antes. No sé hasta qué punto se puede hablar de incesto, es una posible lectura, seguramente. Lo cierto es que el amor que siente la madre por su hijo es total y causa dolor. Lo que aquí se plantea es que muchas veces las personas y las acciones buenas pueden herir.
–Más allá de la historia, ¿usted cree que el destino es tan determinante en la vida?
–No, no lo creo. Lo que sucede es que, en las novelas, el destino se puede utilizar como elemento que organiza el material narrativo. La vida es una sucesión de acontecimientos bastante aleatorio, pero las novelas requieren una estructura. Como novelista, no puedes coger la vida y soltarla tal cual, sino que tienes que dotarla de un determinado orden, como puede ser un modelo cerrado propio de la tragedia, que es el que he aplicado en Fin de temporada, donde el destino marca el desarrollo de la trama.
–¿Usted es de los escritores que trabajan mucho la estructura?
–He escrito algunos guiones y esta experiencia me ha hecho aprender a estructurar las historias. Un guion necesita una estructura clara, seguramente más de lo que lo puede necesitar una novela. Sin embargo, lo cierto es que en la organización de la trama de Fin de temporada ha sido determinante mi experiencia como guionista. De hecho diría que, pensando en todo lo que he escrito hasta ahora, este es el libro más estructurado y, sobre todo, donde he recurrido más a las técnicas del guion.
Primer plano de Ignacio Martínez de Pisón / LENA PRIETO
–¿El título es una alusión a esos finales de las series que tanto dan de qué hablar?
–No lo había pensado. En realidad, lo que buscaba con el título era evocar esa melancolía del fin del verano, cuando se cierran los campings y las playas se quedan vacías. Esa sensación de finitud se puede hacer extensiva también a las relaciones, a ese poso que queda cuando las historias de amor se acaban o también cuando una determinada etapa de la vida queda atrás porque comienza otra. Esto es lo que le sucede al protagonista, que a lo largo de la novela se adentra en la madurez, dejando atrás la infancia y ese tiempo compartido con su madre marcados por el secretismo sobre su origen.
–¿Entiende los lugares narrativos como algo más que meros escenarios?
–Siempre, y en Fin de temporada se ve perfectamente. Por un lado, está el camping, un lugar efímero por definición, que solamente abre los veranos, situado en una localidad de playa en la que todos los habitantes son provisionales, gente que va y viene y cuyas residencias están destinadas para el verano. Casi vive nadie en invierno en Miami Playa, bajo las sombras de las centrales nucleares de Vandellós. Por otro lado, encontramos una ciudad histórica como Plasencia, con sus monumentos y su historia. Es un lugar enraizado, duradero. Estos dos lugares se contraponen y evocan las dos vidas de Iván: la que tiene y la que pudo tener de haber sido las cosas diferentes. En el fondo, Iván es un desarraigado que echa de menos una vida con raíces que él proyecta en la ciudad de origen de sus padres, Plasencia.
–¿Podríamos hablar también de la confrontación de dos comunidades autónomas con desarrollos económicos muy distintos?
–Este es un detalle menor. Cataluña es una comunidad muy próspera, pero la zona en la que se ubica la historia quedó desde el franquismo al margen del porvenir y de toda esa prosperidad. El hecho de situar ahí las centrales nucleares subraya de por sí ese desinterés generalizado por el lugar. Por tanto, yo no diría que hay una confrontación entre una comunidad próspera y otra que no lo es; más bien se trata de contrarrestar un lugar con historia con otro que no la tiene. Por esto el lector encontrará alusiones al monasterio de Yuste o al emperador Carlos. Todo lo que tiene que ver con pasado se vincula a Plasencia, mientras que en Miami Playa, cerca de las centrales, la vida que se sustenta en el inmediato presente.
–En el camping se alude a un hecho del presente y no del pasado: el accidente nuclear de Japón.
–Con este guiño quería evocar uno de los mitos centrales de la Guerra Fría y, diría más, de todo el siglo XX, como es el de las nucleares y la energía atómica, símbolos del futuro y del progreso. Las centrales próximas a Miami Playa tienen una arquitectura muy particular, casi de ciencia-ficción: una es una enorme bola y la otra una torre bastante elevada. Su fisionomía futurista contrasta con los monumentos y los caserones de Plasencia. Las centrales son, además, un recordatorio de lo efímero. En Vandellós solo hubo un accidente en una de ellas, pero, incluso si no hubiera habido ninguno, el hecho de conocer lo sucedido en otros lugares y sus graves consecuencias mantiene alerta a los vecinos, que son conscientes de que cualquier día puede tener lugar un accidente nuclear grave que ponga fin a la realidad tal y como la entendían hasta entonces.
–Diría que esta es su obra más contemporánea.
–Sí, de hecho, aquí casi llego al siglo actual. Concluye en las vísperas del fin de año de 1999. Nunca había llegado a un tiempo tan presente. En casi ninguna novela la actualidad política había interferido tan poco en la vida doméstica de mis personajes. En mis trabajos anteriores los personajes están generalmente a merced de los hechos históricos, como un cambio de régimen o un golpe de Estado, y la historia con mayúscula quedaba un poco por encima de las posibilidades de control de la propia vida que podían tener los personajes. Aquí se vive una época de estabilidad. Nada de lo que acontece en la historia con mayúsculas interfiere en el día a día de los personajes. Esto se debe a que la acción se desarrolla en los noventa, que fueron años de prosperidad y optimismo, todavía no había tenido lugar el atentado de las Torres Gemelas ni había constancia de la crisis que golpeará a todos en el 2007-2008. Eran tiempos tranquilos en los que aparentemente nada modificaba el curso de las vidas de las personas. Todos estos factores me han permitido hacer que Fin de temporada sea mi novela menos enraizada en las circunstancias históricas colectivas y, por tanto, la más intimista.
–¿No tiene la impresión de que aquellos noventa quedan ya muy lejos?
–Es algo curioso. Los noventa son muy cercanos y, al mismo tiempo, pertenecen a un mundo del que ya no formamos parte. Es el penúltimo capítulo de nuestra historia, aquel que todos recordamos, pero que ya hemos dejado atrás. La vida en los noventa nada tiene que ver con la que llevamos ahora. Basta pensar en los teléfonos móviles; en ninguna de mis novelas anteriores aparecen, pero aquí, hacia el final, Iván se compra uno. Esto es determinante: a principios de los noventa nadie tenía móvil, pero llegamos al cambio de milenio con los móviles como algo habitual y hoy ya casi es inconcebible no tener uno. Su aparición en el mercado abrió una etapa nueva en nuestra manera de relacionarnos los unos con otros.
–Los móviles complican la construcción de la trama.
–Sí, porque el móvil permite localizar rápidamente a alguien y esto resta muchas posibilidades al escritor a la hora de construir una historia en la que uno de los motivos centrales sea que alguien busca a alguien para algo. Con los teléfonos móviles, por no hablar de Facebook o de otras redes sociales, esa búsqueda desaparece. Encontrar a personas de las que no sabes apenas nada, o con las que ya no tienes contacto, nunca fue tan fácil. Probablemente las historias ambientadas a partir de la mitad de los años noventa, por lo que se refiere al motivo de la búsqueda y a la descripción de las relaciones sociales, nada tendrán que ver con las que se escribieron o son ambientadas en tiempos más pretéritos.
–Hay escritores que dicen que las nuevas tecnologías y su aparición en la ficción conllevan cambios en la forma de narrar.
–Puede ser. Yo no he querido incorporar las nuevas prosas derivadas de los móviles y las redes sociales; he preferido evitar incorporar SMS y WhatsApp. Creo que estamos delante de una prosa provisional. De la misma manera que hace 20 años no sabíamos nada de estos medios de comunicación y de cómo cambiarían nuestra manera de escribir, hoy no sabemos qué pasará de aquí a algunos años. ¿Facebook seguirá existiendo? ¿Seguiremos interrelacionándonos igual? Es todo tan cambiante que no me atrevo a decir si realmente con el tiempo los nuevos modos de comunicación terminarán por cambiar definitivamente nuestra manera de narrar y, por tanto, de escribir.
–En Fin de temporada habla de los españoles que se exiliaron a Francia con la guerra y no volvieron. ¿Es una generación olvidada?
–A Toulouse llegaron cientos de miles de exiliados que se asentaron allí y muchos de ellos no volvieron. Hay alguna biografía y algún estudio historiográfico sobre ellos, pero, desde un punto de vista literario, es cierto que estamos delante de un episodio y de una generación que no ha estado presente en la memoria colectiva. Recuerdo únicamente una novela de Almudena Grandes, Inés y la alegría, que transcurría en parte en Toulouse. Parece que no han interesado las vicisitudes de toda aquella gente que se exilió en el Sur de Francia y, en concreto, en Toulouse, ciudad que a mí me parece muy interesante para la historia española del siglo XX. No hay que olvidar que se convirtió en la primera ciudad del mundo fuera de España con más población española.
–¿La literatura puede hacerse cargo de lo que la memoria oficial olvida?
–A veces los novelistas podemos llegar ahí donde no llegan ni los biógrafos ni los historiadores. Con la imaginación se pueden contar, no siempre, pero sí muchas veces, cosas que de otra manera sería imposible narrar. Como escritor, me gusta pensar que las novelas son las historias de todas esas vidas posibles que no llegamos a vivir. Cuando se bifurca el camino y optamos por una dirección detrás de nosotros queda abandonada una vida que no viviremos, pero que de alguna manera forma parte de nosotros.
–Uno de los temas recurrentes en su literatura es la búsqueda del padre.
–Sí, y aquí reflexiono sobre la ensoñación por parte de un joven de un padre que nunca llegó a conocer. En mi caso, sí conocí a mi padre, pero su muerte, cuando yo tenía nueve años, trazó una especie de frontera entre la infancia feliz y la adolescencia complicada. Para mí esa idea de la infancia como paraíso está vinculada a la presencia de mi padre y, de hecho, tengo idealizados todos aquellos años previos a su fallecimiento hasta el punto de que representan una especie de paraíso perdido que, seguramente, busco de forma inconsciente a través de la escritura.
–En su libro, nos describe una época en el que el aborto estaba prohibido. Hoy es legal, pero ¿sigue siendo un tabú? ¿Han cambiado realmente las cosas?
–En un lugar pequeño en la España de los setenta, abortar significaba para la mujer ser señalada para siempre. Más allá de que fuera ilegal, era inconcebible y censurado. Hoy en día las cosas han cambiado, pero sigue siendo algo que todavía se mantiene en secreto, sobre todo en los pequeños centros urbanos. Lo que ha cambiado radicalmente con respecto a los setenta es la percepción hacia las familias monoparentales. Hoy en día muchas mujeres deciden ser madres solas sin necesidad de tener pareja y la sociedad lo acepta perfectamente, sin ningún recelo. España cambió mucho a lo largo de las casi tres décadas que van de la muerte de Franco al nuevo milenio, en el que España entra siendo una democracia plena y moderna. Recuerda que pocos años después, en 2005, se aprobó el matrimonio homosexual, algo que, en los setenta, cuando todavía se aplicaba la ley de vagos y maleantes, era inimaginable.
–En un país como Italia todavía no es legal.
–Es que el salto en cuanto a derechos sociales que hizo España en pocos años fue tremendo. En dos generaciones la opinión pública pasó de condenar determinados comportamientos a considerarlos lícitos y normales. Más allá de las rémoras y retrasos, no podemos negar que nuestro país se modernizó en poco tiempo y en determinadas cuestiones, por ejemplo, los derechos de los homosexuales, vamos por delante de países como Suiza, Italia o el antiguo bloque soviético, donde la homofobia es galopante.
–¿Ve como un peligro el auge de Vox?
–Vox recoge una rabia que está vinculada a momentos recientes de crisis económica y social que, por desgracia, con esta pandemia, se han agravado todavía más. Sin embargo, la tendencia normal nos indica que la extrema derecha no tendría que arraigarse mucho más de lo que ya está. La ultraderecha española contesta a fantasmas que no son reales, como es el de la inmigración que, según dicen desde Vox, va a llenar de mezquitas nuestras ciudades y nos va a quitar el trabajo. Quiero pensar que la mayor parte de la población sabe que sin la inmigración España no tendría futuro.
–No puedo terminar, sin preguntarle sobre Juan Marsé, recientemente fallecido.
–Marsé mantuvo la llama del realismo viva en unas décadas en las que estaba bastante desacreditado. En los años sesenta y setenta, cuando se hacían todo tipo de experimentos lingüísticos y vanguardistas y el sello del realismo cotizaba a la baja, reivindicó una tradición que no deja de ser la más potente dentro de la literatura española del siglo XIX. Seguramente sin él la tradición realista en el XX hubiera sido diferente. No vivimos un mal momento para el realismo español, más bien todo lo contrario: algunos de los escritores más prestigiosos y con más éxito se inscriben en esta tradición. Piensa en Almudena Grandes, Fernando Aramburu o Javier Cercas.
–El caso de Cercas es algo distinto. Con su concepto de “novela de no ficción” se aleja de Marsé, que siempre defendió la imaginación como uno de los pilares de su literatura.
–Sí, aunque el origen de muchas de sus novelas es el mismo y, con formas y maneras distintas, tanto Marsé como Cercas indagan en la realidad de su tiempo. En Si te dicen que caí Marsé parte del asesinato de Carmen Broto, en otros de sus trabajos describe la vida de los represaliados por el franquismo en la Barcelona de posguerra. Muchas de esas historias las habría podido escribir desde la no ficción, pero él defendía la novela como herramienta para contar su tiempo. En mi caso, como escritor y como lector, me gusta la ficción y la no ficción. Disfruto tanto investigando la forma de vivir de un estafador como Filek como escribiendo lo que surge de mi imaginación.
–La relación de Marsé con el cine no fue buena, sin embargo, usted…
–Yo he tenido bastante suerte con las adaptaciones que se han hecho de mis libros. Ahora tengo algún proyecto entre manos y estoy muy esperanzado de que las cosas salgan bien.
–¿Escribe pensando en las posibles adaptaciones?
–Nunca he escrito pensando en esto. Lo que sí es cierto es que, una vez terminada, me doy cuenta de si la novela en cuestión es más o menos adaptable. Carreteras secundarias la contrataron casi inmediatamente después de publicarla para llevarla al cine y es que, seguramente, es una de mis novelas más fáciles de convertir en película porque tiene pocos personajes, la historia transcurre a lo largo de solo un año, tiene algo de road movie… Creo que algo parecido sucede con Fin de temporada, donde también hay pocos personajes y la acción está concentrada temporal y geográficamente. Pero, hasta aquí puedo leer, no te puedo contar más.