Letra Clásica
La maldición de los Goya
La ceremonia de entrega de los premios Goya siempre es tediosa, pero ocurre también con los Oscar en Hollywood o los Cesar en Francia
16 febrero, 2022 00:00Cada año, tras la celebración de la ceremonia de los premios de la Academia del Cine Español, suele haber unanimidad en prensa y redes sociales a la hora de decir que ha sido la peor y la más aburrida de toda su historia. Periodistas e internautas de derechas se ceban de manera especial con la ceremonia, extendiendo el asco que ésta les produce al cine español en general, que les parece malísimo, subvencionado y falsamente progresista (impresiones, todo hay que decirlo, a las que contribuyen, quiero creer que involuntariamente, todos los profesionales que aprovechan sus minutos de gloria para recordarle al español medio lo que se sufre en el cine, el hambre que se pasa en él y lo necesario que es el dinero público para poder rodar películas buenas, regulares, malas e infames). La edición de este año, ciertamente, fue un latazo de más de tres horas en el que se prescindió de la figura del presentador, que a veces hace más llevadera la tabarra (recordemos con agrado la labor de Andreu Buenafuente y Silvia Abril y, sobre todo, la de la estupenda Rosa María Sardà, persona adorable dentro y fuera del escenario a la que tuve el placer de tratar durante sus últimos años y a la que recuerdo con sumo cariño) y cedió la palabra a introductores variopintos y premiados con mucho que decir y demasiada gente a la que agradecer cosas: cuando, para recoger el galardón al mejor cortometraje, suben al escenario ocho personas y todas hacen uso de la palabra, tenemos un problema. De todo lo leído estos días en prensa y redes, hay una reflexión que se me ha quedado grabada: ¿cómo puede una comunidad consagrada al entretenimiento fabricar una ceremonia de autobombo tan aburrida? Mi respuesta: los Goya sufren una maldición de la que nadie escapa. Y lo digo por experiencia propia.
Hace un montón de años, cuando aún vivía el gran José Luis Borau (otra persona a la que también echo de menos), nos tocó escribir el guion de la ceremonia a Juan Potau, un servidor de ustedes y la directora del evento, Isabel Coixet. Nos prometimos hacer algo diferente, ágil, gracioso…Y nos acabamos pegando un tiro en el pie: nuestra ceremonia fue tan mala como todas las anteriores y las por venir. No sé exactamente qué pasaba, pero lo que funcionaba en el papel, no lo hacía en el escenario. Fuimos incapaces (aunque tampoco se nos ofrecieron pistolas Taser) de acortar los inacabables parlamentos de los premiados y sus declaraciones de amor a sus padres, cónyuges, amigos y cuñados. Pese a los esfuerzos del pobre Borau por introducir un poco de glamur en una industria en la que detectaba tendencias zarrapastrosas (le encantaba este término), aquello fue lo de siempre: una especie de fiesta de fin de curso, de quiero-y-no-puedo, en la que se mezclaban alegremente los vestidos de Chanel con los atuendos de mamarracho/a (aunque sin llegar a las cotas alcanzadas este año por Eduardo Casanova, que acudió disfrazado de la novia de Ziggy Stardust). Huelga decir que nos volvimos los tres a Barcelona tan tristes como abochornados.
Jaume Roures, fiel al espíritu de Berlanga
Mi siguiente relación con la entrega de los Goya tuvo lugar en 2005, cuando me nominaron a la mejor dirección novel por Haz conmigo lo que quieras. Desde dentro, y como parte implicada, la cosa no mejoraba: seguías con la sensación de estar en una parodia de los Oscars representada en un casino de pueblo, aunque resultaba enternecedor ver lo en serio que se la tomaba el sector juvenil de la profesión (actores y actrices) y la ilusión que les hacía la posibilidad de que les cayera un premio. A mí no me dieron el mío, pero me lo tomé con filosofía (aprende, Pedro), encajé virilmente el aburrimiento inherente a la gala y me volví a casa. Llevaba años esquivando la ceremonia de marras cuando Isabel nos invitó a unos cuantos a ver la de este año en su casa, tras sobornarnos con la promesa de que habría croquetas y jamón. Las croquetas estaban muy ricas, pero la ceremonia fue el rollo de siempre. ¿La peor en toda la historia de los Goya, como sostiene la derechona? No, simplemente una tabarra más en una ya larga lista. Sensación personal: esto no hay quien lo arregle.
De ahí mi teoría de la maldición. Hagas lo que hagas, intentes lo que intentes, renueves lo que renueves, las cosas siempre salen mal: el ritmo es moroso, los chistes no hacen gracia, los premiados no callan, se persiste en la actitud de pedigüeño que tanto solivianta a nuestras derechas…Yo diría que el problema es global, pues ni los Cesar franceses, ni los BAFTA británicos, ni los Oscar son un prodigio de amenidad, pero nuestra manera de meter la pata es específicamente nuestra, y este año se puso especialmente de manifiesto al coincidir con el centenario del nacimiento de Berlanga, cuyo recuerdo debería haber inspirado algo más ligero y divertido. Menos mal que Jaume Roures puso una muy necesaria nota de humor (involuntario) al recoger su premio por El buen patrón. Hay que tener cuajo para producir una película con ese título cuando eres un patrón muy discutible y representas lo peor del capitalismo más hipócrita. Yo creo que fue el único momento en que la ceremonia fue fiel al espíritu de Luís García Berlanga.
El año que viene la volveremos a cagar. Y la derechona volverá a decir que ha sido la peor ceremonia de los Goya jamás emitida por televisión. Y los premiados largarán sin tasa. Y se volverá a pasar metafóricamente el cepillo. Director, guionistas, presentadores…Todos habrán hecho lo posible para marcar la diferencia, pero no lo habrán conseguido. Ojalá me equivoque, pero me temo que la maldición de los Goya es invencible.