Letra Clásica
Javier Zuloaga: "Quienes abrazan el populismo sacan partido del miedo"
El periodista, que acaba de publicar su quinta novela, reflexiona sobre los cambios en el mundo de la comunicación, las redes sociales y las incertidumbres que provoca la crisis
15 junio, 2020 00:10“No entiendo que la gente acepte que la denominada nueva normalidad, signifique lo que signifique, sustituya a la situación anterior a la pandemia”, dice por teléfono Javier Zuloaga, que acaba de presentar su quinta y última novela, Los palos que nos da la vida (Caligrama), donde reflexiona sobre el populismo, el poder de las redes sociales y los movimientos antisistema. “Tenemos que aspirar a volver a estar como antes, aunque no todos opinan lo mismo”. Zuloaga es periodista. Ha sido corresponsal en Portugal y Marruecos. Trabajó en la agencia EFE, fue redactor jefe de La Vanguardia y, más tarde, director de comunicación de La Caixa. Afirma que “en cuestión de libertades” estábamos muy bien antes del coronavirus: “No debemos olvidar que precisamente lo que nos jugamos ahora es la libertad”.
–El título de su nueva novela, Los palos que nos da la vida, describe muy bien las sensaciones que hemos vivido con la pandemia del Covid-19
–El título proviene de un dicho popular que escuchaba mucho cuando era un niño. Mi madre solía decirlo. Decidí que la novela llevaría ese título hace más de tres años, antes de que sucediera todo esto. Lo que sí es verdad es que se puede aplicar perfectamente a lo que estamos viviendo ahora, aunque también hay que decir que los palos que estamos recibiendo son mucho más importantes y duros de los que yo describo en la novela y que sufre el protagonista. Nuestros palos son colectivos, no individuales.
–Su protagonista debe hacer frente a errores cometidos en el pasado. ¿Hasta qué punto esta pandemia también nos obliga a enfrentarnos, eso sí, a nivel colectivo, a nuestros propios errores?
–Individualmente todos nos enfrentamos, antes o después, a los errores cometidos. De esta manera, no solo no volvemos a repetirlos, sino que aprendemos una lección. La asunción de errores colectivos es más complicada, puesto que implica ponerse de acuerdo en torno a la idea de que una determinada cosa es un error para gente de distintos signos, ascendencia e intereses económicos, sociales y políticos. No digo que no sea posible, al contrario; diría, incluso, que es deseable, pero no es fácil. Ya veremos qué pasa. No seamos agoreros. Lo que sí creo es que la pandemia está provocando que nos demos cuenta de que, si bien el Covid-19 es un problema sanitario, en la nueva normalidad que se deriva de él están en juego otros elementos que no tienen que ver con la salud y sí con nuestra vida social y política. Como te decía antes, están en juego nuestras libertades. De hecho, hay colectivos que se están organizando para poner demandas por una supuesta vulneración de libertades. Y esta sensación está aumentado a medida que pasan los días.
–¿Es posible hablar de libertad absoluta? ¿La supuesta vulneración de libertades no es una muestra de responsabilidad hacia la sociedad y la salud colectiva?
–Son dos cuestiones distintas. Evidentemente, hay un factor de responsabilidad y de respeto hacia nosotros mismos con respecto a los que viven a nuestro alrededor. En este sentido, es una cuestión de civismo. Sin embargo, el civismo llevado a su extremo, sobre todo si no está justificado, se convierte en una suerte de populismo. Los humanos somos gregarios por tendencia, nos gusta sentir que formamos parte de un grupo y me da la impresión de que a veces se nos trata precisamente así, como si todos formásemos parte de una manada que actúa tal y como se le indica
–El populismo es una de las cuestiones políticas que más ha tratado en sus novelas.
–Sí, Los palos que nos da la vida es mi quinto libro y es la tercera vez que abordo este tema. En parte, lo retomo a través del personaje de Laia, que apareció por primera en la tercera novela. Ella es catalana y aquí la hago viajar a Madrid. Tengo que confesar que disfruto mucho leyendo y escribiendo.
–¿La literatura le da una libertad que no encontraba en el periodismo?
–La literatura me da muchas cosas. Yo trabajé ocho años en la agencia EFE y, además, fui becario en Europa Press. Durante ese tiempo escribía con el rigor que te exige trabajar en una agencia de noticias, donde no se puede poner ni una coma de más ni una coma de menos. Sin embargo, muchas veces, sobre todo cuando fui corresponsal en Lisboa o en Marruecos, al terminar de escribir una noticia, pensaba en cómo hubiera sido la noticia si los hechos hubiesen sido distintos. Imaginaba que con otro final la noticia hubiera sido distinta, incluso mejor. En esos momentos, aunque no de forma consciente, ya rondaba en mi cabeza la idea de que cuando tuviera tiempo me dedicaría a escribir novelas. He escrito cinco. La primera de todas, escrita entre el 2000 y el 2001, está sin publicar; todavía no sé qué haré con ella. Muchos periodistas llevamos dentro un escritor.
–Más de una vez se ha dicho que el periodismo puede llegar a ser una forma de literatura.
–Efectivamente. Hay periodistas que escriben crónicas o columnas que ya quisieran muchos escritores firmar.
–En su novela observa el papel que tienen las redes sociales. ¿Cómo ha cambiado la manera de consumir información con su llegada?
–Yo tuve la suerte de matricularme en la UOC y hacer un máster sobre la sociedad de la información diseñado por el ministro de universidades, Manuel Castells. He de decir que Castells predijo al milímetro lo que iba a suceder. Es admirable el conocimiento que tenía y, sobre todo, la intuición que tuvo a la hora de pronosticar lo que estamos viviendo hoy en lo que a la información se refiere. La nueva red de información de la que disponemos en la actualidad es positiva, lo que pasa es que la información que circula por estos canales y que podemos consumir desde cualquier tipo de plataforma puede ser cierta o no. Es decir, el problema que tenemos es que los contenidos informativos que circulan no siempre son ciertos porque no siempre se comprueba su veracidad.
De ahí que las fake news estén a la orden del día. No hay que creérselo todo, pero tampoco hay que dramatizar. No es recomendable leer solo las noticias horrorosas. Si una persona tiene interés por saber si lo que ha leído es cierto o no, lo mejor es recurrir a Google. Es una herramienta fantástica que te permite conocer los titulares del Washington Post, de El País, de Le Monde, de la Agencia EFE o de Crónica Global. Hoy todo es accesible y creo que lo mejor para estar informado es acudir a los medios con una marca propia: Europa Press, El País, La Vanguardia, Crónica Global, Avui o Ara. Cuando accedes a la información a través de estos medios sabes su procedencia, conoces el sesgo del medio en cuestión –nacionalista, de derechas, de izquierdas– y, por tanto, eres consciente de su enfoque. El problema aparece cuando no se conoce la procedencia de la noticia, por muy divulgada que sea.
–El problema se agrava cuando determinados partidos políticos, desde Vox a Trump, construyen sus discursos políticos a partir de noticias falsas.
–Efectivamente. Es una absoluta falta de ética. Los programas políticos deberían ser diseñados por los partidos, aprobados por el congreso y ser presentados públicamente a la sociedad para cumplirse. Esta es la teoría, pero no en la práctica. A todo esto, se suma que muchos políticos intentan no dar la cara. El otro día Trump compareció ante los medios porque le convenía decir algo ante las revueltas que están teniendo lugar en Estados Unidos, pero, si no es por conveniencia, Trump se comunica por twitter. En España pasa lo mismo; sabemos lo que dice el señor Casado a través de sus tuits como sabíamos lo que pensaba el Rivera porque lo expresaba igual. Sinceramente, creo que esta manera de comunicarse por parte de los políticos no es buena para la sociedad.
–Hablando en Twitter escapan de las preguntas de los periodistas.
–Totalmente de acuerdo. En una rueda de prensa el político no solo no sabe qué le van a preguntar, sino que se enfrenta a periodistas que insisten hasta poder hacer la pregunta que quieren. Con Twitter el político evita todo esto y los medios simplemente reportan lo que ha dicho. Por eso Mariano Rajoy, que a priori no daba el perfil de usuario de nuevas tecnologías, utilizó mucho Twitter. Y es una pena. Creo que habría que hablar menos, pero más profundamente y siempre con periodistas delante.
–Hablando de las redes sociales ¿no habría que preguntarse cómo el periodismo se ha dejado llevar por ellas?
–El periodismo, entendido como medio de comunicación, no puede ignorar lo que sucede en las redes. Esto es así. Si Trump dice algo en twitter hay que hacerse eco de ello. No queda otra. Yo creo que lo que están haciendo bien los medios no es tanto meterse en redes sociales sino digitalizarse. Hoy en día puedes escuchar la Ser desde cualquier dispositivo y en cualquier momento, no necesariamente a la hora en que se realiza el programa que te interesa. Los medios deben aprovechar el formato digital, empezando por las radios y terminando por los periódicos. La gente tendrá que acostumbrarse a pagar un poco para acceder a una información de calidad.
–Los periódicos han alimentado la idea de que la información era gratis.
–Sí, es cierto. Los periódicos fueron gratuitos en Internet mientras sus cuentas no se veían afectadas. Con la bajada de la venta en papel y la caída de la publicidad, tras la crisis del 2009 –no me quiero ni imaginar el desplome publicitario en estos días de pandemia–, ¿cómo van a pagar los sueldos? De ahí que los periódicos hayan tenido que volver a mirar el valor a la información y obligar a que quien la quiera consumir pague. Evidentemente, se paga por una suscripción digital un precio mucho más bajo del que se pagaba en papel. Todo esto por lo que se refiere a los periódicos, pero déjame que haga un inciso: el medio de comunicación que no se ha visto afectado por estos cambios es la radio. Más allá de que haya momentos del día en que todos escuchamos la radio, en el coche, en la ducha… es un medio que tiene mucha vida. Se adapta a cualquier formato.
–Usted ha sido corresponsal muchos años. ¿Cómo valora que, con las sucesivas crisis, se hayan cerrado tantas corresponsalías?
–Es una pena. Los grandes medios siguen teniendo corresponsalías, pero se han cerrado muchas y, en parte, han sido substituidas por la figura del freelance. Una periodista catalana, Gemma Parellada, firmaba el otro día una crónica desde Nigeria. Hay que ser muy valiente, pero existen periodistas audaces, como Gemma, que son freelance, trabajan para todos los medios que pueden y envían información desde el extranjero. La figura que sí ha entrado en crisis es la de fotoperiodista, puesto que hoy en día con un buen teléfono puedes hacer buenas fotos, así que son los propios periodistas quienes las hacen, sin necesidad de un fotoperiodista profesional.
–Usted trabajó en la agencia EFE. ¿Qué opinión tiene de la destitución de Fernando Garea, que acusó al Gobierno de querer “meter la mano”?
–En el caso de Garea fallaron las formas. Al presidente de EFE se le puede cambiar sin problemas, pero hay que hacerlo bien. EFE fue fundada en 1939 por Serrano Suñer y, de hecho, muchos la tacharon como la agencia de noticias de Franco. Yo trabajé en ella entre 1977 y 1978, justo cuando se discutía la Constitución. Siempre ha sido un medio muy respetado por todos los partidos políticos, habiendo tenido directores y equipos excepcionales que han cuidado las formas, siempre asépticas, a la hora de informar, así como las fuentes. Estamos hablando de una agencia creada por quienes ganaron la guerra civil, pero, a pesar de esto, siempre fue respetada. Yo no puedo decirte nada malo de ella, más bien al contrario.
–¿Por qué crece el populismo?
–Por el contexto en el que nos encontramos. En la Alemania de entreguerras el populismo encontró un perfecto caldo de cultivo en la pobreza por la que pasaba el país. Así pudo llegar al poder democráticamente y conducir a Alemania y al mundo a la peor de las tragedias. Algo similar pasó en Italia y, después, en Argentina con Perón, aunque no con la violencia que se vivió en Europa. Hoy en día el populismo está presente en diferentes países, empezando por Hungría, pero también en Italia o Inglaterra, donde Boris Johnson vendió el Brexit de una forma populista. Y luego está Trump, del que todo lo que se diga es poco. Quienes abrazan el populismo sacan partido del miedo, pero hay que ser consciente de que, si la sociedad está asustada o se siente temerosa por cuestiones económicas, como es la situación que vivimos, y te presentas como salvador, te conviertes en un oportunista, además que en un populista.
En Crónica Global hace cosa de una semana publicásteis un artículo de Rosa Cullell titulado Madrid no nos mata. Yo trabajé catorce años con ella en La Caixa y me parece muy acertado lo que decía al alertar sobre el peligro del nacionalismo, el etnicismo y el racismo. Era un artículo oportuno porque cerca de nosotros están esas actitudes, que se desprenden del nacionalismo. Cuando hablo de nacionalismo me refiero tanto al catalán como al que representa Vox, cuyos discursos sobre la patria me ponen los pelos de punta. Se apropian de un concepto de país y de patria, así como los otros se apropian de una fecha para convertirla en el símbolo de una parte de los catalanes. Lo recuerdo perfectamente: cuando llegué a Barcelona, en 1989, el 11 de septiembre era una festividad de todos; ahora lo es solo para algunos. Me da mucha pena, la verdad.