José Bergamín, junto con Manuel Arroyo-Stephens en una imagen sin fecha / EDITORIAL TURNER

José Bergamín, junto con Manuel Arroyo-Stephens en una imagen sin fecha / EDITORIAL TURNER

Letra Clásica

Arroyo-Stephens, grandeza de un narrador breve

La vida de Arroyo-Stephens fue particular, movida por intereses poco comunes, que despierta de nuevo el interés con la publicación de 'Mexicana'

25 abril, 2021 00:00

En agosto del año pasado, con motivo de la muerte del editor y escritor Manuel Arroyo-Stephens (Bilbao, 1945), publicamos aquí, en Letra Global, un elogio de su libelo Contra los franceses. De su nefasta influencia. Libro humorístico maravilloso que publicó anónimo y que al paso de los años acabó por reivindicar.

Pero no comentamos el resto de su obra, que es breve, consiste en tres libros más que he estado leyendo a lo largo de estos últimos meses. Quedó inédito a su muerte un libro en el que había estado trabajando obsesivamente durante el último año, en la esperanza de que le diera tiempo a acabarlo. Creo que se titula Mi madre es una trucha, o algo parecido. Quedó inconcluso. Quizá algún día se publique por lo menos la parte que sí dejó lista para imprimir.

Pretendo enmendar ahora el error de agosto pasado, cuando escribí sobre Arroyo-Stephens (el apellido compuesto responde al deseo de incorporar el de su madre, que era irlandesa, creo) sin haber elogiado ni recomendar esos tres libros. Titulados Pisando ceniza (Turner), La muerte del espontáneo (Antonio Machado Libros) y Mexicana (que acaba de publicarse en El Acantilado), el hecho es que configuran --junto con el panfleto Contra los franceses-- una obra estupenda y muy particular. Los tres siguen la misma estrategia narrativa: están contados en primera persona, un “yo” de cuyas emociones e ideas sabemos poco en concreto, interesante ya por su discreción, que sirve más que nada para garantizar la autenticidad de lo que se cuenta. Aluden a diversos personajes, aventuras y acontecimientos de su vida, que fue, por cierto, curiosa y movida por intereses poco comunes y hoy ya casi por completo anacrónicos, como la edición de libros de artesano y las corridas de toros; y casi siempre tratan sobre la vida y la muerte de personajes peculiares a los que conoció.

Relatos truculentos

Cada libro consta de entre seis y ocho relatos de alguna extensión, a veces titulados con la primera frase del texto: “Siempre salgo de casa”, “La gente comenzó a llegar al velatorio”, “Hacía un año”, como a veces se hace con los poemas.

No es así en el primero de esos tres libros, Pisando cenizas. En el primer tramo, Un librero de viejo cuenta cómo comenzó en el negocio de los libros --Arroyo-Stephens creó la librería Turner, ahora llamada Pasajes y la editorial del mismo nombre-- y cómo contactó con Enrique Moreno, el librero de viejo del callejón de Preciados, quizá la mejor librería de Madrid, con quien hizo buenos negocios editando, durante el franquismo, facsímiles de libros y revistas de la República. Región Luciente habla de la personalidad de José Bergamín, “el mejor editor literario de la segunda república” y de los libros de versos que le editó, entre ellos La música callada del toreo, que está considerado el mejor libro nunca escrito sobre este arte. Está descrito con cariño (“parecía un pajarillo aterido”) y precisión pero no consigue que caiga simpático aquel poeta que acabó su vida como comparsa de los asesinos vascos. Melancolía del torero cuenta la temporada taurina que pasó con Bergamín recorriendo España de plaza en plaza para asistir a todas las corridas de Rafael de Paula, al que consideraban el gran artista del género. En los relatos del resto del libro, de un carácter temáticamente más convencional en la tradición de la literatura española vuelve a la época de su adolescencia, en un pueblo frío y olvidado de la mano de Dios, creo que en valle del Trueba, en Burgos, habitado por seres derrotados y resentidos que hacen vida en torno a la cantina hasta la hora de regresar tambaleándose cada uno a su casa… Son relatos un poco truculentos, pero rescatados por esa alegría que tiene el lector cuando se halla ante una prosa competente y sensorial. 

La muerte del espontáneo, el segundo libro, recrea unas cuantas épicas tardes en el ruedo, empezando con la tremenda descripción del espontáneo descamisado que salta al ruedo y todo el  público es consciente en seguida de que, pese a los esfuerzos de la cuadrilla, el joven alocado va a morir ante sus ojos, como así acuden. En sucesivos capítulos de este libro tan bueno como el anterior mueren también Paquirri en 1984 en Pozo Blanco y el Yiyo en Colmenar Viejo, a pocos kilómetros de Madrid, al año siguiente. Le dio tiempo a informar a su peón de confianza: “Pali, ese toro me ha matado”.

Y Chavela Vargas triunfó en España

Por cierto que en este libro incluye el autor una reflexión, una inteligente meditación sobre la grandeza del arte de torear --“la primera condición, la fundamental, es saber estar quieto (delante del toro)--, y un discurso apologético sin ánimo de convencer a nadie, pues “decir a alguien que no entiende algo es inútil, incluso si añades que no es capaz de entenderlo, escribe Wittgenstein. Cualquier explicación es inútil, aún más cuando lo que habría que vencer es una dificultad doble: la del intelecto y la de la voluntad”. Son siempre los más convincentes discursos aquellos en los que se ve claro que el orador no tiene verdadero interés ni esperanza de convencer al interlocutor. Imagino que Arroyo-Stephens debió asentir con una media sonrisa de confirmación y de conformidad al enterarse de que los toros se prohibían en Barcelona, y se le acentuaría la sonrisa al saber que la plaza de las Arenas se convertía, como en una resplandeciente metáfora… en un centro comercial.

Finalmente en Mexicana, relatos que cubren temáticamente los años en que vivió en México, está el ensanchamiento del alma (o por lo menos de los pulmones) al aterrizar en una tierra grandiosa y colorista, donde brotan personajes estrambóticos, inclusos dictadores asesinos aficionados a los libros incunables; y donde asiste al entierro --sí, es que si no había muertes de por medio Arroyo-Stephens no se sentía inspirado-- de José Alfredo Jiménez, de donde llegará al tugurio inmundo en que está cantando Chavela Vargas, ante la que se pone rodilla en tierra y le dice que la hará triunfar en España, como así fue, moviendo Roma con Santiago, telefoneando a algunos ministros y apoderados. Estaba bien relacionado don Manuel.

Hay en Mexicana casas en la playa que se alquilan, se compran y se venden, en Puerto Escondido y otros paraísos; donde una tarde, mientras el narrador se está tomando un tequila, el poeta Manuel Ulacia sale a nadar, es arrastrado por la corriente y se ahoga. Hay asesinos que se presentan de noche para ofrecerse a liberarle de gente molesta, a cambio de unos pesos, hay el amor de una mulata joven Rosario, está el éxtasis doloroso, despedida y aceptación de lo bueno y lo malo: “Yo me voy lejos, casi tengo la sensación de estarme yendo a otro mundo. Siento el rostro adormecido por este aire frío y pienso que está bien, que todo está muy bien”.