Andreu Jaume, editor y critíco literario, posa para Letra Global / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

Andreu Jaume, editor y critíco literario, posa para Letra Global / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

Letra Clásica

Andreu Jaume: “Lean Ulises, no hagan caso a los académicos y disfruten”

El editor, que ha prologado una nueva edición del 'Ulises' de Joyce, reivindica la capacidad de subversión y de renovación del lenguaje de la literatura

2 febrero, 2022 00:10

Cien años después. Un día como hoy, 2 de febrero, de 1922, se publicaba Ulises, de James Joyce, gracias a la librera Sylvia Beach, fundadora de Shakespeare and Co, en París. La obra, estudiada, mitificada, glorificada por los académicos, se considera farragosa e imposible. No se puede leer, claman los 'modernos' y algunos escritores que siguen pensando que Joyce tomó el pelo a todo el mundo. No lo cree así, sin embargo, el editor y crítico literario Andreu Jaume, que ha prologado una nueva edición en Lumen de la obra de Joyce, en la traducción de José María Valverde. Jaume, con pasión, pero con los matices necesarios, insiste en todo lo contrario. “Lean Ulises, no hagan caso a los académicos y disfruten”, señala en esta entrevista con Letra Global. En las páginas del libro esperan al lector muchos personajes, el hombre medio al que no le pasa nada, Leopold Bloom, el pedante Dedalus, el personaje en el que se pudiera esconder el mismo Joyce, y la enorme Molly Bloom, con su monólogo interior que deja asombrado al paciente lector que haya llegado al final. El ‘sí’ final de la obra es un canto “luminoso”, un canto a la vida, como afirma Andreu Jaume, que reclama atención, pero también la capacidad para reírse de todo e interiorizar la capacidad transformadora de la literatura. Ulises sigue vigente, cien años después. Pero, como apunta Jaume, “hay que leerlo”.

Portada del libro Ulises, de Joyce, que ha reeditado Lumen

Portada del libro Ulises, de Joyce, que ha reeditado Lumen

--Pregunta: ¿Por qué leer Ulises hoy, con qué ojos debemos abordar una obra que ha sido tan valorada y que se considera muy compleja?

--Respuesta: La respuesta que debemos ofrecer es la menos predecible, la menos canónica. Pasa por desmentir todas las razones por las que se ha considerado obligatoria. En su inicio fue una novela subversiva. Se propuso como desacato a la tradición, a la moralidad pública, a las convenciones estéticas y narrativas. Fue una obra de gestación compleja, con James Joyce exiliado por toda Europa, con unas condiciones económicas penosas. No pudo publicar la novela en Londres, porque los libreros no querían salir perjudicados si el editor les obligaba a distribuir una obra objeto de libelo. No lo pudo hacer tampoco en Estados Unidos. Y, finalmente, se consiguió una edición prácticamente artesanal en París, gracias a Silvia Beach, a través de Shakespeare and Company. Su publicación supuso un seísmo, hasta que a mediados del siglo XX se convirtió en un clásico. Se colocó en los estantes de las obras sagradas con todo lo que conlleva. A finales del siglo XX es una obra muy conocida y poco leída, y pasa a ser considerada como algo insufrible, como la música dodecafónica. Cuando la leí por primera vez, a los quince años, me sorprendió que no fuera la más valorada, porque en aquel momento se consideraba que era Dublineses. Era un artefacto estudiado y poco leído. Es cierto que nunca se escribió con una vocación popular, como todas las obras de vanguardia, porque era una novela contra los dictados de la época.

--¿Entonces?

--Dicho todo eso, ahora la misma obra ha recuperado buena parte de la capacidad de subversión que había tenido y por eso es oportuno leerla. Estamos en una época de mucha superficialidad. La literatura ha olvidado su ambición crítica y estética. Cada vez hay menos memoria, con poco sentido crítico del pasado, y con una enorme simplificación del lenguaje, con un control del lenguaje público, con la dictadura de lo políticamente correcto. La imaginación y el lenguaje habían estado por encima de todo. Ahora, el prestigio académico decae. Muchas de esas obras del modernismo han pasado por el mismo camino. Le ha sucedido también a La tierra baldía, de T.S.Eliot. Joyce se da cuenta de las limitaciones de la novela, de la transformación que se experimenta en aquellos momentos. Es también una obra que pone de manifiesto la preeminencia de la fisiología de los cuerpos. Leopold Bloom come entrañas, defeca, se masturba, se explicita una sexualidad sórdida, que lo hizo impublicable en su momento. Se adelantó, con ello, al discurso del imperio del cuerpo, donde todo es salud y biología. Pero, por otra parte, evidenció la condición exhausta del lenguaje- Utiliza jergas de las revistas femeninas y masculinas, con la idea de que ya no se puede decir nada, que existe una cosificación del lenguaje. También aparece el periodismo, con todos los tópicos, con un capítulo entero en la redacción de un periódico. Nos habla Joyce del colapso de la experiencia, que es uno de los grandes temas de la literatura moderna. Es el resultado de todo lo que ve Baudelaire, que ya intuye en Las Flores del mal, con los hombres anuncio. Ahora somos mercancías de nosotros mismos, presentes en las redes sociales. Todo lo que se hace está en venta. Y es en esa época, en el modernismo, con la vanguardia, cuando se percibe esa situación. Otra visión interesante es la aparición de la muerte, que ya no es heroica, es la fisiología animal. En ese sentido, Ulises es un descenso a los infiernos, que se muestra con el entierro de Paddy Dignam. Hay señales de muerte de camino al cementerio, cuando desde la calesa los protagonistas ven desfilar unas reses que van al matadero. Son señales de putrefacción, de agotamiento del cristianismo, y que escribe un escritor católico, jesuita, como fue James Joyce.

Andreu Jaume, editor y critíco literario, comenta su opinión con Letra Global / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

Andreu Jaume, editor y critíco literario, comenta su opinión con Letra Global / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

--¿No hay que tener en cuenta, por tanto, a Homero para leer Ulises?

--Joyce titula su obra Ulises, pero hay que saltarse ese conocimiento del poema homérico. Es una comedia y el lector debe tomar distancia.

--¿No es necesario, entonces?

--No es necesario para disfrutar de la novela, ni tener un conocimiento previo de nada. Lo que hay que tener es ganas de leer.

--¿Pero sí se necesita un entrenamiento como lector, una cierta práctica en la lectura de textos complejos?

--Se necesita cierta exigencia, sí. Hay momentos pesados, porque Joyce lo quiere poner todo en la novela. Se acaba una tradición y él lo quiere plasmar todo. De la misma manera que Borges quiso en su obra depurarlo todo. He cotejado la gran traducción de José María Valverde y es cierto que hay capítulos insoportables. Pero se disfruta, la literatura funciona de esa manera. Hay capítulos de gran iluminación y la comparación con la épica homérica de Odiseo es irónica. En ese largo regreso a casa, pasan muchas cosas, en relación con Telémaco y con Penélope. Forma parte de nuestra tradición occidental, con la relación entre padres e hijos. En el Ulises aparece una caricatura. Un medio judío, cornudo, de ciudad de provincias, al que no le pasa nada, nada. El tema de Ulises es que no hay proyección posible, no se puede contar nada, ni en relación con los personajes ni con el lenguaje. Es por eso por lo que podemos decir: Lean Ulises, no haga caso a los académicos y disfruten.

--Es una novela que guarda íntima relación con Irlanda y con el incipiente nacionalismo irlandés. Joyce se burla también de ese nacionalismo, en ese diálogo asombroso entre el personaje Ciudadano y Bloom. ¿Hay alguna lección?

--Lo que Joyce intenta contestar, --en su juventud fue un nacionalista romántico—es el problema de Irlanda, con una dependencia de Inglaterra que no le gusta. Pero se desengaña. Hay un personaje en Los muertos que habla sobre los movimientos de liberación y señala que está hasta las narices de su país. Lo que pasa es que Joyce solo escribe sobre Irlanda, sobre Dublín. Todo es profundamente irlandés. Es un país con un papa italiano y un rey inglés, con una lengua que no es propiamente la suya. Joyce es tremendamente local, pero al ser local no puede ser otra cosa que un exiliado. No se perdonaría una literatura folclórica. Y él dio paso a escritores como Beckett, que escribió en francés. O a Navokov, un ruso que escribió en inglés.

Andreu Jaume, editor y critíco literario / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

Andreu Jaume, editor y critíco literario / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

--¿Lo que Joyce nos dice es que los hombres somos animales que hablan, y los irlandeses especialmente?

--Hablan y cantan. La lengua viva caracteriza a los irlandeses. Hay conciencia de la lengua, de la literatura oral y del canto, porque hay mucho canto. El lenguaje que utiliza Joyce solo es comparable, en su virtuosismo, al inglés de Shakespeare. Incluso en Finnegans Wake, que es casi como una lengua propia, hay una musicalidad extraordinaria.

--¿Qué buscó Joyce con Shakespeare? Hay un capítulo entero sobre el comentario de sus obras. ¿Se equipara con él?, ¿señala que no es para tanto?

--Hay un diálogo constante con la tradición occidental, con Homero y también con sus contemporáneos, como Yeats. Lo que busca es una especie de conclusión de toda esa tradición, de algo de lo que hay que salir. Y Shakespeare es clave en todo eso. No puedes escapar de Shakespeare si escribes en inglés. Pero hay cierta sorna y distancia, como también hace Eliot. Una especie de derribo, con esa idea de que el espectro de Hamlet es el padre de Shakespeare. Una lectura freudiana que es una burla. Hay una meditación sobre el mito de la paternidad, por qué queremos ser padres. Critica ese mito, como tránsito a la maternidad. Es un intento de volver a la religión inmanente previa a la judeocristiana. Ulises es un libro muy espiritual, con la idea de buscar a nuestro padre. Dedalus lo hace respecto a Bloom, y Bloom intenta recuperarse de la pérdida de su hijo, que provoca una relación muy complicada con su mujer y una relación platónica con otra. Es una revisitación de la tradición occidental.

--¿Y esa relación con España?

--Hay una relación con España, sí. Molly Bloom es de ascendencia española. Su madre lo es, de Gibraltar. Y el español, como el italiano, se trasluce en la obra. Molly Bloom habla en español al final, en su monólogo interior. De hecho, es una novela que lleva en sus entrañas la semilla de la traducción. Joyce busca salir del inglés, busca una lengua que sea la suma de todas las lenguas. Es una novela que sale al encuentro de todas sus traducciones. No es una lengua cerrada que impida la traducción.

--Pero los traductores han sido unos gigantes, como Valverde. ¿Cómo se puede traducir un libro así?

--Todas las traducciones son meritorias. Joyce dijo que había escrito el libro para entretener durante siglos a los académicos. Es cierto que desafía a los traductores. Salas Subirat, argentino, un escritor olvidado, fue el primero. Todos los que se han acercado a Ulises son escritores. José María Valverde realizó un trabajo excepcional y lo he podido comprobar ahora, poniendo al día algunas expresiones. Fue una traducción muy criticada, pero por gente que no había leído el original. Me ha parecido ejemplar, y solo he corregido unas pocas cosas para que funcione en el siglo XXI. Valverde era un gran poeta y eso se nota en la musicalidad de la obra. Y tenemos también la de Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas en Cátedra.

Andreu Jaume, editor y critíco literario / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

Andreu Jaume, editor y critíco literario / LUIS MIGUEL AÑÓN (LETRA)

--Mallafré en catalán.

Sí, también es muy buena. Y ahora hemos sabido que existía otra en catalán, anterior, que supongo que se publicará, la de Vidal Jové.

--Pero, ¿cómo se traduce el monólogo interior de Molly Bloom?

--Dejándose llevar. Joyce sigue la corriente de la conciencia, que había trabajado Henry James. Es la traducción del movimiento de la respiración mental, con todas las imágenes que pasan por la cabeza. Le ayudó a Valverde la condición de poeta, con un sentido de la prosodia muy acusado, muy musical.