Letra Clásica
Albertone y la mafia
'Mafioso' es una película siciliana sobre la mafia, pura, sin el glamur que le ha dado Hollywood al género, con piezas tan meritorias como 'El Padrino'
2 febrero, 2022 00:00En ese inmenso cajón de sastre que es Netflix se cuela de vez en cuando alguna rareza inesperada para alegría del cinéfilo. La última registrada por quien esto firma es Mafioso (1962), tragicomedia italiana dirigida por Alberto Lattuada, protagonizada por el gran Alberto Sordi y escrita, entre otros, por Marco Ferreri y Rafael Azcona, quien parece ensayar aquí su material para El verdugo, de Luís García Berlanga, que se rodaría un año después. Mafioso se alzó en 1963 con la Concha de Plata en el festival de San Sebastián, pero si me la tragué en algún programa doble de los cines de barrio de mi infancia, no se me quedó grabada en el subconsciente, a diferencia de tantas otras películas italianas --especialmente, las de episodios, que se pusieron de moda durante una época-- de los años 60, cuando el cine italiano funcionaba de maravilla tanto a nivel creativo como industrial. En ese sentido, ver ahora Mafioso ha sido como descubrir un disco de los Beatles que me hubiese pasado inadvertido en su momento.
Como indica su título, estamos ante una película sobre la mafia, sobre esos indeseables que se autodenominan hombres de honor cuando viven para traicionarse mutuamente, amargar la existencia de sus conciudadanos y lucrarse de maneras turbias. Una película sobre la mafia siciliana, carente de ese inevitable glamur que le ha dado Hollywood a su franquicia norteamericana con piezas tan meritorias como El Padrino de Coppola o Uno de los nuestros, de Scorsese. La mafia que aquí vemos es pura, dura y cutre a más no poder. Y se presta especialmente a un retrato tragicómico, que es por lo que optan Lattuada y sus guionistas al explicarnos la historia de un infeliz apellidado Badalamenti, como el músico habitual de David Lynch (Sordi), que vive y trabaja en Milán, donde ha fundado una familia con una mujer muy atractiva y dos niñas preciosas, y que, tras años de trabajo sin tomarse un respiro, decide volver un par de semanas a su Sicilia natal para que los garrulos de sus progenitores conozcan a sus nietas y a su nuera. Evidentemente, lo que se plantea como unas vacaciones inofensivas acaba convirtiéndose en una pesadilla, mientras el tono de la narración pasa de la comedia al drama a fuego lento.
Miseria moral
Al principio, el pobre Badalamenti, padre de familia ejemplar, disfruta del reencuentro con il paese (hilarante secuencia la de Sordi arrancándose a cantar en siciliano durante una comida familiar), aunque su mujer lo encuentra todo tan costroso como deprimente: sus suegros son unos cazurros que viven amontonados en un caserón inhóspito, la hermana de su marido tiene bigote, en cada casa se llora el triste destino de alguien eliminado por los balazos de una lupara, la omertá impera en la zona y todo está en manos del supuesto benefactor de su media naranja, el paternal don Vincenzo, con mucho más peso en la comunidad que el señor alcalde o unos carabinieri a los que no se ve jamás el pelo. No tardamos mucho en darnos cuenta de que el insensato Badalamenti aspira a la cuadratura del círculo: cree que se puede ir de visita al pueblo y volver tranquilamente a Milán sin que le pase nada, pero don Vincenzo tiene otros planes para él: enviarlo a Nueva York en un avión clandestino y metido en una jaula de madera para que se deshaga de un colega caído en desgracia. El plan es brillante, pues nadie se va a enterar de la presencia de Badalamenti en Manhattan ni de su rápido regreso a Sicilia. Cuando nuestro hombre quiere darse cuenta del fregado en que se ha metido, ya es demasiado tarde. Y, como le recuerda tiernamente don Vincenzo, tiene unas niñas muy guapas a las que sería una lástima que les pasase algo malo, ¿verdad?
A Nino Manfredi le sucedía algo parecido en El verdugo. También él creía que se podía coquetear con la muerte sin verse obligado a aplicársela a alguien. El tema preferido de Azcona --el pobre hombre enfrentado a una situación que le supera, aunque él mismo se la haya buscado-- encuentra un entorno ideal en la mafia siciliana, presentada en toda su miseria moral y ausencia absoluta de glamur: Mafioso no es un precedente de El Padrino, si no, en todo caso, de la Gomorra napolitana de Roberto Saviano, pero con un plus de humor bestia, irreverente y cruel muy típico de la Europa del Sur. No les cuento cómo resuelve el pobre Badalamenti el encargo de don Vincenzo, pero se lo pueden imaginar. A fin de cuentas, la vida debe seguir. Y tiene unas niñas tan monas…