El historiador César Rina / @JAIMEFOTO

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Historia

César Rina: “Todos los nacionalismos se alimentan del pasado, el presente se arma desde la Historia”

El historiador, que investiga fenómenos como el iberismo, los mitos culturales del franquismo o la instrumentalización política de la religiosidad popular, reflexiona la pulsión nacionalista en Europa

2 marzo, 2023 19:15

Es joven y, sin embargo, se ha convertido en referente en algunos de sus campos de investigación. Cesar Rina es historiador, doctor por la universidad de Navarra, profesor de la universidad de Extremadura y colaborador de la de Lisboa. Mantiene una intensa actividad investigadora y divulgadora. Sus trabajos abarcan un amplio campo de visión: la religiosidad popular y su uso político, la construcción de los nacionalismos, el iberismo y, como ultima aportación, las razones por las que el franquismo –siendo antisemita– presumió de proteger a algunos judíos contra la persecución nazi.

Precisamente ese último trabajo, El Holocausto y la España de Franco (Turner), junto a los profesores Moradiellos y López Rodríguez ha desatado ruido ante quienes refutan sus datos con opiniones. Y es que –según él– los historiadores construyen teorías desde los datos, aunque toquen temas sensibles como el pasado, los símbolos y el uso y abuso de ambos en los discursos políticos. Vive entre Badajoz y Lisboa y defiende el territorio de la raya como esa no frontera donde la realidad refuta las teorías, los mapas y los discursos. De natural empático, no se enfada ni cuando se enfadan con él.

–Le cito: “El nacionalismo es una religión”.

Se construye a partir de los mismos elementos. Estamos hablando del siglo XIX y de la construcción de los nacionalismos europeos. Se trata de legitimar el poder a partir de la construcción de un pasado mítico. Los Estados liberales no tienen pasado y crean vínculos a partir de ceremonias que cogen prestados elementos de la religión. Por supuesto, desde la mitología y la mitificación de un contexto histórico como identidad. Pero es que muchos de sus actos son cogidos directamente de las tradiciones religiosas. Por ejemplo: la jura de bandera.

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Más allá de una ceremonia de las tropas, cuando se convierte en un acto civil se le está dando un aura religiosa, simbólica, llena de significado, sacramental. Excede la significación militar, se arbitra como un acto casi de fe, de adhesión inquebrantable y sacerdotal. Mire por ejemplo Francia, el Estado laico por excelencia: muchos de sus ritos son casi religiosos, la grandilocuencia de sus actos y sus conceptos simbólicos. La grandeur es una idea sacra. Hay elementos sagrados en su puesta en escena. Los nacionalismos se construyen a partir de esa simbología y con sus propias mitologías que, efectivamente, beben de una parte del pasado.

–¿Dónde ha quedado el internacionalismo?

Pues me temo que en el siglo XIX. Y en la izquierda que lo usó como bandera y como rasgo de identidad. Lo cierto es que no lo encontramos ahora en los discursos políticos más que como una leve referencia utópica, y no siempre. Con la fractura de los bloques y la caída del muro de Berlín se atisbó una cierta emergencia de entes supranacionales, en América, en África…, pero como fracasaron otras experiencias –el panarabismo, por ejemplo– quedó en un pálido intento. No niego la fortaleza de alianzas y asociaciones entre países, pero como horizonte, como fortaleza discursiva, el internacionalismo ha quedado en las acciones de las ONGS. En estos últimos treinta años los movimientos nacionales, lejos de desaparecer, están recobrando una vitalidad inusitada. Me temo que el internacionalismo habita en una madriguera (sonríe casi guiñando un ojo). Hasta el Vaticano, que tiene vocación ecuménica, se ha plegado al poder de cada una de las iglesias nacionales.

–¿Podría entenderse que aquello que surgió tras la Segunda Guerra mundial, como la ONU, está fracasando?

No, hombre, no. Hay un fracaso, sí, en la superación de los nacionalismos, eso es evidente, pero hay entidades internacionales que van funcionando. La ONU no nació como un ente supranacional sino como un órgano de naciones, con clara hegemonía de algunas. El caso de Europa, de la construcción de una unión por encima de parámetros nacionales, me quita un poco el pesimismo. Es cierto que hay tensiones y que los nacionalismos han emergido con fuerza, pero existe una realidad de soberanías relegadas. Mire la pandemia: ha sido en el ámbito europeo cuando hemos podido reaccionar antes y mejor. Me extraña que no se reivindique más porque es una realidad, pero, ciertamente, los ruidos, la algarabía, van por otro lado (pone cara de pena, pero los ojos le siguen sonriendo), los ultranacionalismos son un contrapeso en la Unión Europea que desgastan muchas energías y restan fuerza.

Imaginar Iberia, César Rina

–¿Y el iberismo?

Ay, el iberismo es el romanticismo extremo. Me interesa muchísimo y me atrae su carácter de nacionalismo fracasado. Estudiamos otros, como el español o el catalán y olvidamos ese proyecto que se frustró y que explica muy bien el siglo XIX. Todo lo que pasó y sigue pasando se construye en el siglo XIX, eso lo sabemos muy bien los que hemos estudiado esa época. Un nacionalismo peninsular que tuvo tantos detractores en España como en Portugal, que aquí se vivió con condescendencia y allí como una amenaza de una España codiciosa. Y que sigue teniendo un discurso, aunque sea en la literatura. (Rina ha intervenido en numerosas ocasiones citando a José Saramago, iberista declarado.)

–El pasado está muy presente.

Y no es inocente (comenta con la entrevistadora una novela de Henry James en la que el protagonista, al no poder darle a su hija un porvenir, le inventa un pasado glorioso). Hay un ataque revisionista del pasado que resulta escandaloso.  Es curioso que aquellos que están en contra de las acciones sobre la memoria histórica no hacen más que reivindicar la memoria tal y como la construyó Franco, que no hizo más que bucear en el siglo XIX y en las ideas de Menéndez Pelayo. Por ejemplo: la idealización de un pasado glorioso que resucitó el franquismo y que algunos han vuelto a sacar ahora de las catacumbas. Dicen que no es momento para el debate, pero hacen lo contrario, entran de lleno en las patrañas del nacionalcatolicismo.

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Todos los nacionalismos se alimentan del pasado. El presente se arma desde la perspectiva de la Historia. Mire las autonomías en los años ochenta: no se trató tanto de articular un estado federal, moderno, sino de reivindicar el carácter histórico de muchas comunidades. Ahí usan la Historia y a los historiadores como apoyo presuntamente racional de algo que suele ser emocional.

–Los fracasos no suelen ser muy épicos.

Salvo si sirven para victimizarse. La construcción nacional necesita ser positiva, idealizar una gloria, una épica, una gesta como tribu elegida, como pueblo singular. Y tapar los fracasos y ocultarlos. Alemania, tras la Segunda Guerra mundial, se refería al Tercer Reich como el momento de su historia, como si el régimen nazi hubiera sido algo ajeno a Alemania, una enfermedad, una anomalía. Una cosa era el Reich y otra el Estado alemán. Los países se curan con la medicina de un pasado positivo. Fíjese que cuando se ha expulsado de las aulas el estudio de las Humanidades –una barbaridad– a la Historia ni la han tocado. La necesitan para la construcción identitaria del poder.

–¿El nacionalismo puede ser de izquierdas?

Existe una retórica nacionalista desde una cierta izquierda, sí; otra cosa es que tenga mucho asiento intelectual, basamento ideológico o tradición histórica. Tiene que ver más que con nuestra realidad, la de España, la de Europa. Con los movimientos anticolonialistas del siglo XX. Movimientos de emancipación contra el imperialismo. Pero para eso hace falta un invasor, claro. Y cuando no lo hay se inventa. En España podría ser Castilla, a la que llamamos España, aunque no existiera aún, por poco riguroso que resulte.

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Incluso en algunos países de América Latina ese invasor también se inventa. Sucede en muchos casos, como en Chile con los Mapuche, a los que extinguieron no los colonizadores, sino el propio Estado chileno. O en México; es el Estado criollo liberal burgués del XIX el que reivindica a los mayas y a los aztecas con los que no tuvieron ninguna relación, machacó el movimiento indigenista y los ha ignorado durante tanto tiempo. Todo esto forma parte de los sentimientos. Los historiadores interesamos cuando contribuimos a echar leña al fuego emocional, no cuando presentamos hechos y contextos.  Nuestro papel es señalar de dónde vienen esas ideas, esos sentimientos, cuándo se formaron, a quiénes beneficiaron, cuándo se convirtieron en propaganda y por qué.

–¿Quién ha sido el enemigo habitual de España?

Depende para quién (ríe, habla del concepto de antiespañol, de la satanización del otro y de la idea del mal español que tan bien sembró la dictadura). Históricamente ha sido Francia, aunque existiera el conflicto con Inglaterra por Gibraltar. Francia se ha considerado la amenaza hasta que empezaron a ser afrancesados aquellos que no pensaban como el régimen restaurado, los ilustrados, enemigos e infiltrados en casa. Parte de ese siniestro pensamiento usó la dictadura para perseguir impunemente como enemigos a los españoles que no pensaban igual. Ha habido tentaciones desde otros nacionalismos periféricos de identificar a España con la dictadura, como si no hubiera habido también fascistas catalanes o vascos o como si las burguesías vasca o catalana no hubieran ganado también la guerra o alentado el Golpe contra la República.

César Rina

–¿Esos debates existen en la Academia?

Hay mucho debate en la Academia, pero es un debate silencioso, discreto casi. Y procura no alimentar el aprovechamiento que hacen algunos de muchas ideas falsas que sin embargo han vuelto a defenderse. Mire la leyenda negra, que por rebatida que está académicamente ha vuelto a aparecer en libros, foros públicos y en discursos políticos. Desde la Academia se responde en revistas y en ámbitos profesionales. No hay un debate cara a cara, es verdad. Aunque la mayoría escribimos y publicamos para intentar participar en los debates que están en la calle.

–Pero existe una vuelta al discurso ultranacionalista.

Desde la aparición de Vox, en la ultraderecha, sin ninguna duda. Han resucitado argumentarios que usó Franco, sobre todo la mitología del Imperio y el nacionalismo español que popularizó Julián Juderías (el historiador que divulgó la idea de la leyenda negra española, fallecido en 1918) y que nutrió la memoria del franquismo. Todo eso había sido rebatido desde la historiografía, y sin que tenga relación con la ideología de los estudiosos. Los trabajos de Ricardo García Cárcel, que son inobjetables, hoy son tratados como los de un rojo furioso. Ya ve, un hombre tan moderado y tan meticuloso. Tan sensato. Estamos en un periodo de revisionismo que desde posiciones reaccionarias pretenden volver a la superchería histórica franquista. La Reconquista como idea –una adulteración interesada de la Historia– está siendo abanderada por quien quiere homogeneidad en el país, homogeneidad religiosa, ideológica, cultural. No hablan de Historia. Hablan del presente que quieren.

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–Hablando del nacionalcatolicismo y de la homogeneidad: una de sus líneas de investigación es precisamente la religiosidad popular y su uso político.

O el intento de uso político. La fiesta popular es el mejor lugar para la rebeldía. Y la religiosidad, sobre todo del Sur de España, es más una celebración que religión, al menos vista desde la ortodoxia. Desde luego, la virulencia de algunos discursos me hace pensar que cosas que se hicieron en los sesenta y los setenta ahora traerían problemas. No sé si las performances de Ocaña y Nazario en las Ramblas, procesionando con mantilla o haciendo de virgen dolorosa no tendrían hoy consecuencias jurídicas indeseables, con denuncias de los Abogados Cristianos y algún juez que las admitiera. Ocaña no ganaría para pleitos. Es tremendo. Y sin embargo su caso es muy ilustrativo de lo que significa el folclore popular y lo que significó antes y después de la dictadura.

–Usted defiende la religiosidad popular como una expresión cultural de clase.

No usamos mucho la expresión clase social porque hoy es difícil catalogarlas, pero sí, podría decirse que son expresiones que pertenecen al pueblo, que escapan al poder. En Andalucía y en otros lugares existe una resignificación de ritos y tradiciones religiosos, en democracia. Es curioso que la movida madrileña fue abiertamente iconoclasta, afterpunk incluso y, sin embargo, en otros lugares se reivindicó lo que se había vivido como una usurpación del folclore popular por parte de la dictadura y del régimen franquista. La copla, la rumba catalana y las procesiones y las romerías, sin ir más lejos. Son espacios de rebeldía. Pocos lugares de mayor rebeldía que las fiestas populares. Por eso el franquismo se las quiso apropiar, por su fuerza identitaria y su carga emotiva. Por su capacidad de vivir al margen del poder.

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–Han hecho falta cuarenta años para exhumar los restos de Queipo de Llano.

Ese es un caso paradigmático. Queipo no tenía ninguna relación con la Macarena. De hecho, era la cofradía de los pobres, del barrio más peleón y más politizado. El régimen podría haber escogido otra hermandad más tradicional, relacionada con la burguesía o con el ejército, pero se apropió –esa es la palabra– del mito más querido, de más fuerza emocional. Impresiona que muchos familiares de desaparecidos y perseguidos por este asesino siguieran yendo a ver a su Virgen, a pesar del dolor, teniendo que aceptar su presencia por no renunciar a una devoción que también es parte de su identidad familiar y afectiva. Queipo supo que quien controla los símbolos, controla la comunidad. De eso se nutrió el nacionalcatolicismo: se apropió de gran parte de la religiosidad popular para arrebatársela a quienes eran sus enemigos. Esa es la razón, que algunos no han entendido, de que en democracia esas demostraciones no sólo no languidecieran, sino que hayan crecido y sean más fuertes, una autentica sociedad civil.

–De laicismo, ni hablamos, entonces.

Bueno, pasa como con el famoso federalismo, que, aunque seamos un Estado de las autonomías, no hay una idea general, especialmente en la derecha, de un Estado federal. Después está la relación con la Iglesia. En la práctica somos un estado confesional, especialmente en aquello que tiene que ver con la educación, que en España está muy marcada por la hegemonía de la iglesia desde siempre. Esas tradiciones populares, religiosas no son exactamente propiedad de la Iglesia. Desde luego, no de su jerarquía. Son un espacio popular, casi independiente, a pesar de sus connotaciones. Ahora no, seguro, pero en los años noventa se hicieron encuestas en muchas cofradías y abundaban los que decían no ser creyentes. Practicantes, aún menos. En esos espacios, en las Hermandades andaluzas, como los clubes de excursionistas catalanes o en las Fallas de Valencia, sí se permitía el derecho de reunión. Y eso fue parte de su fuerza. De su vínculo. Son espacios que se mantienen a pesar de la tentación de algunos de homogeneizarlos y asimilarlos a una idea de España reaccionaria y excluyente.

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–Cómo se vive desde el estudio histórico de las celebraciones populares la actual fragmentación social, el individualismo que parece alentarse.

En la Academia hay una necesaria renovación en los enfoques. Se perciben debates que existen y que, estando fragmentados, intervienen en el discurso colectivo. Las cuestiones de género, por ejemplo, que siendo el feminismo y los derechos identitarios sexuales la vanguardia del siglo XXI, están provocando también disensiones. Imagino que cada movimiento tarde o temprano marca sus ortodoxias y sus disidencias. (Ríe) Tengo un amigo que dice que el mal de la izquierda es que siempre hay quien se presta a dar el carnet y, por tanto, se arroga la capacidad de darlo o quitarlo. En cuanto al individualismo, creo que esa es la razón de una nostalgia de las certezas, de las verdades sin matices. Los humanos somos gregarios, somos más frágiles en soledad. El individualismo nos hiere. Y esa debilidad se manifiesta en los ataques de pánico que se consuelan con quimeras hechas para calmarnos. Aunque nos engañen y aunque incluso sepamos que nos engañan. Para, si no tienes un futuro, inventarte un pasado.

–Su ultimo frente ha sido un trabajo sobre la España Franco y los judíos escrito con Enrique Moradiellos y Santiago López Rodríguez.

Es inevitable: cada cajón que abres te lleva a otro. Todo empieza en el siglo XIX. La construcción ideológica del nacionalcatolicismo procede de ahí. Estudiamos el antijudaísmo en la España contemporánea y publicamos investigaciones sobre Franco y el Holocausto. Este libro es un estudio muy documentado, nada opinativo, sobre el antisemitismo de Franco, y sin embargo ayuda a algunos judíos perseguidos por los nazis. Nos costó un artículo furibundo, duro y muy maleducado de Arcadi Espada. No nos rebatía los datos –yo creo que ni nos leyó– sino que exhibía sus opiniones frente a nuestra investigación. Opiniones, por cierto, compradas todas al discurso del régimen.

Es cierto –y hay que reconocerlo– que cuando Franco conoce la resistencia de Stalingrado empieza a pensar que el Eje puede perder la guerra. Churchill advierte al Duque de Alba, embajador en Reino Unido, que si tras la victoria España aparece como parte de la persecución judía nos consideraría cómplices. Demuestra así su capacidad política y presta ayuda a algunos judíos, siempre desde su condición de sefarditas.

el holocausto y la espana de franco scaled

Franco no era antisemita: no tenía problemas de raza o etnia, solo de religión. Los conversos eran otra cosa. Hasta  el extremo de tener en la cabecera de su cama el brazo presuntamente incorrupto de Teresa de Jesús, una judía conversa. Pero su antijudaísmo es muy obvio. Hasta en su última aparición pública habló del complot judeomasónico como una amenaza mundial, pero su odio no era de carácter racial. Es agotador entrar en debate con quien no quiere entrar en la cuestión sino descalificarte personalmente por lo que supone que somos y no por lo que escribimos o investigamos. Usamos el derecho de rectificación y contestamos, pero cuando volvió a atacarnos con temas personales nos callamos. Y todo porque no habíamos citado su novela… ¡en un libro de Historia!

–¿Se ha abierto la veda contra los historiadores?

Cuando invalidamos construcciones identitarias, ya lo creo. O cuando no ratificamos sus ideas sobre la Historia. Hay una autentica revisión de la historia reciente, de la república y de la dictadura. Justo cuando tenemos acceso a archivos, y hay cada vez más y mejores trabajos de investigación, se nos refuta con conceptos vagos o falsarios. Me parece muy peligrosa esa idea de una tercera vía como algo ajeno a la República. Como si hubiera habido tres bandos: los golpistas, los republicanos y otros en tierra de nadie, hostigados por todos. No es verdad… En el caso de Chaves Nogales o Arturo Barea, por ejemplo, fueron republicanos convencidos que no se callaban ante hechos que merecían su repulsa. Pero eran republicanos.

La República sufrió ataques de la burguesía reaccionaria desde el principio y también desde anarquistas e izquierdistas que querían una revolución como la de Rusia. Pero era un régimen democrático que fue derrocado por el fascismo como ensayo general de lo que pasaría inmediatamente en toda Europa.  Me duele que algunos usen los versos, lúcidos y dolidos, de Machado –“españolito que vienes al mundo te guarde dios”– porque fue un republicano militante que murió trágicamente en el exilio. La República tuvo gobiernos y presidentes conservadores.  Es una anomalía que la derecha española no defienda sus valores ni sus principios.