El poeta Rainer Maria Rilke

El poeta Rainer Maria Rilke

Poesía

Los ángeles de Rilke

El poeta encontró en ‘El amor de Magdalena’, un sermón del siglo XVII reeditado por Punto de Vista, la espiritualidad de un mundo religiosamente desahuciado

15 septiembre, 2020 00:00

“Tal es la condición del amor de los viajeros: Dios no se comunica sino escondiéndose; y no para saciar, sino para avivar el amor”, se lee hacia el final de El amor de Magdalena, el anónimo sermón francés del siglo XVII que Rilke redescubrió y tradujo en 1911 y que la poeta Nicole d’Amonville Alegría, alma naturalmente literaria, tradujo al castellano en 1999 en una versión magistral que muchos atesorábamos como un libro de cabecera. Ahora, la editorial Punto de Vista ha recuperado esa traducción en una edición nueva y trilingüe --como lo era la anterior de Herder-- que incluye como epílogo un excelente estudio en el que la propia d’Amonville analiza el mito de las tres Magdalenas que el sermón celebra: la pecadora anónima de Lucas, María de Betania y María Magdalena. “Y si son tres las personas en las que Magdalena prodiga su amor”, como dice la poeta en su epílogo, “este, el amor penitente, siendo solo uno, conoce también tres estados: la galantería, el extravío y la desmesura que acusa la ausencia del Amado”.

El amor de Magdalena apareció en un momento decisivo de la vida de Rilke, que en aquellos años, tras la publicación de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), sufría una parálisis creativa, sintiéndose en una especie de estado de espera. A diferencia de los poetas ingleses, Rilke nunca consideró que la vocación poética fuera un oficio o un trabajo que uno pudiera sentarse a hacer, como quien redacta una carta comercial. Para él la poesía era una forma de escucha. Cuando al fin el poema se le aparecía, no tenía más que sentarse a transcribirlo, sin apenas modificaciones, como demuestran sus manuscritos. Para alcanzar ese trance, el poeta muchas veces se entrenaba traduciendo o leyendo en voz alta versos de otros autores, como hizo durante las navidades de 1911, cuando los príncipes Thurn und Taxis le dejaron solo en el castillo de Duino, en la costa triestina. Al parecer, los pocos sirvientes que se quedaron aquel invierno en el castillo se quedaron aterrados al oír las declamaciones estentóreas del extraño invitado.

El amor de Magdalena

Antes de vivir el último gran periodo creativo de su vida --el de las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo--, el poeta se encontró de un modo fatídico con El amor de Magdalena, que vino a espolear su estado letárgico. Tras un viaje por el norte de África que fue una especie de huida en falso, Rilke, de vuelta en París, estaba un día en un taxi, parado en un atasco, cuando vio en la vitrina de una librería de viejo, en la rue du Bac, la primera edición de L’Amour de Madelaine, que el abad Joseph Bonnet había descubierto en 1909, poco antes de morir, en la Biblioteca Imperial de San Petersburgo. Atribuido por unos a Bossuet y por otros al cardenal Pierre de Bérulle, el sermón impactó mucho a Rilke, que reconoció en aquel texto en prosa un verdadero poema, muy afín en tantas cosas a su propio Cuaderno de Malte. De hecho, Rilke llegó a decir que si hubiera leído antes el sermón no hubiera escrito aquella obra. Esa apología de un amor absoluto e imposible se avenía mucho con su temperamento y con su propia experiencia amorosa. Como le había dicho en una carta a la princesa Thurn und Taxis: “Todo amor es para mí fatiga, trabajo, surmenage; solo para con Dios tengo cierta ligereza, pues amar a Dios significa entrar, ir, quedarse, descansar y estar por todas partes en el amor de Dios”. 

Rilke in the Hotel Biron Paris

Rilke en el Hotel Biron (París)

Teniendo en cuenta estas palabras, podemos imaginarnos a Rilke identificándose con este párrafo del sermón: “Postrada como está a los pies del Esposo, entregada toda ella a sus sagrados pies, y sin osar siquiera mirar su rostro, ya le abraza en espíritu con el corazón. Pero suprime este deseo por hallarlo demasiado libre tras sus pecados; y al suprimirlo le infunde otra vida más íntima y delicada. Este deseo, que la humildad contiene, va a su objeto por otra senda. Se acerca retirándose y la cautividad que se impone le da la libertad”. En su propia versión, Rilke traduce la frase “Mais elle supprime ce désir, comme étant trop libre après ses péchés; et en le supprimant elle le fait vivre d’une autre manière plus intime et plus délicate” con estas palabras: “Aber sie unterdrückt dieses Verlangen, das zu frei ist nach ihren Sünden; und indem si es unterdrückt, gibt sie ihm ein anderes innigeres und köstlicheres Dasein”. Para describir la vía negativa, tan habitual de la poesía mística, con que el sermón expresa la nueva vida que el deseo cobra al ser reprimido, Rilke decidió traducir el le fait vivre original por gibt sie ihm ein anderes Dasein. Dasein es una palabra común en alemán que suele traducirse por existencia. Heidegger edificó todo su pensamiento a partir de la deconstrucción de esa palabra, que él entendía como ser-ahí, como la apertura del hombre al ser. Dasein es un vocablo también recurrente en la poesía de Rilke, que aquí, como en tantas otras ocasiones, parece apropiarse del sermón y acercarlo a su  voz genuina. 

Los apuntes de Malte Laurids Brigge, Rilke

Las Elegías de Duino constituyen la culminación de esa vía negativa explorada en toda la obra de su autor. Después de traducir El amor de Magdalena, Rilke, ya instalado en el castillo de Duino, estuvo traduciendo con la princesa Marie von Thurn und Taxis la Vita Nuova, el primer libro en el que Dante narra su renacimiento espiritual a través de su amor casto por Beatriz, que triunfa sobre una pasión espuria. Y cuando luego se quedó solo en el castillo, el poeta escribió, durante siete días de enero de 1912, los poemas que conforman Das Marien-Leben, dedicados a celebrar los episodios emblemáticos de la vida de la Virgen, como por ejemplo la Asunción, que se abre con unos versos inolvidables: “Wer hat bedacht, dass bis zu ihrem kommen / der viele Himmel unsvöllstandig war?” (“¿Quién hubiera pensado que hasta su llegada / el cielo abarrotado estaba incompleto?”) o la Pietà, que se cierra con otros versos igualmente memorables: “Jetzt liegst du quer durch meinen Schoß, jetzt kann ich dich nicht mehr gebären”. (“Ahora yaces de través en mi regazo / ahora ya no puedo alumbrarte de nuevo”). Paul Hindemith, por cierto, compuso un maravilloso ciclo de canciones basadas en esos quince poemas de Rilke, Das Marienleben (1948), para piano y soprano. 

Castello di Duino Duino Castle in Duino Aurisina, Friuli Venezia Giulia

Castillo del Duino (Italia)

Fue a finales de aquel mes de enero de 1912 cuando Rilke tuvo la revelación de las Elegías. Tras recibir una “pesada carta de negocios” (“ein lästiger Geschäftsbrief”), el poeta salió angustiado del castillo y se encaminó hacia la playa por un sendero del acantilado. A mitad de camino, un ruiseñor cantó y desapareció entre las rocas. El mar brillaba con toda la intensidad del mediodía. Y de pronto el poeta oyó una voz que le dictó el primer verso de la primera elegía: “Wer, wenn ich schrie, hörte mich denn aus der Engel Ordnungen?” (“¿Quién, si yo gritara, llegaría a oírme desde los coros de los ángeles?”). Rilke sacó entonces su libreta y apuntó el verso y varios más: “Und gesetz selbst, es nähme / einer mich plötzlich ans Herz: ich verginge von seinem / stärkerem Dasein. Denn das Schöne ist nichts / als des Schrecklichen Anfang, den wir noch grade ertragen / und wir bewundern es so, weil es gelassen verschmäht, / uns zu zerstören. Ein Jeder Engel ist schrecklich” (“Y si uno de ellos acabara incluso / por tomarme en su corazón, / me fulminaría entonces / su existencia más potente, / pues lo bello no es sino / el comienzo de lo terrible, casi insoportable para nosotros, / que tanto lo admiramos porque al final desdeña / aniquilarnos. Qué terribles son todos los ángeles”). Por la noche, la primera elegía estaba ya terminada. 

L'Amour de Madeleine

En esta nueva secuencia poética, el ángel es el agente del Dasein, de la existencia que puede llegar a fulminarnos porque es más grande que todo lo conocido, más grande, sobre todo, que nuestra cada vez más pobre concepción de la vida, reducida ya solo a su definición biológica y económica. Los ángeles de Rilke no tienen nada que ver con el cristianismo sino que son criaturas que custodian la transformación de lo visible en lo invisible, a la vez que nos recuerdan la condición espectral de todo lo que nosotros damos por tangible y seguro. Las Elegías proponen una nueva espiritualidad en un mundo religiosamente desahuciado y, para ello, Rilke prestó una atención máxima al amor extremo de las abandonadas, con María Magdalena a la cabeza, aquellas que conocen el amor divino “en tiempos de cautividad y exilio”. Siendo como mujeres portadoras de la afirmación, saben sin embargo alumbrar en lo negativo.