Buenas noticias nefastas desde el monasterio: Luri nos devuelve la reflexión sobre el cosmos
El filósofo ofrece en su libro 'En busca del tiempo en que vivimos' un manual de instrucciones con el que podamos extraer alguna buena noticia de la muerte anunciada del Universo
28 marzo, 2023 20:00He aquí un libro de filosofía modernísimo construido con mimbres clásicos. Gregorio Luri se llevó una libreta a un monasterio, en Hornachuelos, y su felicidad andariega le inspiró los primeros compases de esta gran reflexión sobre la condición humana en tiempos de disgregación moral y deconstrucción acelerada como el nuestro.
En estas páginas resuenan los pasos de Azorín, el pequeño filósofo amante de las pequeñas realidades rurales y los monasterios, así como también las voces ambulantes, híbridas y literarias de los escritores de la primera mitad del siglo XX: Unamuno, Pla, Pérez de Ayala,… esos gigantes menudos que componían libros diversos y cantaban a las estepas, las montañas y los valles y los bosques. De ese romanticismo fin de siglo bebe también este tratado que se propone recoger las enseñanzas de los grandes clásicos (Platón, Aristóteles, Boecio, Ortega, Shestov, Spinoza) y aplicarlas a nuestro entorno algo hiperactivo. Luri nos dice: “La mejor manifestación de la filantropía es la defensa firme del mundo de la vida, que es el mundo en el que viven los hombres como realmente son y en el que tienen acceso a lo que pueden llegar a ser; el mundo de la inteligencia cotidiana del hombre corriente, de la copertenencia y de esa doxa que desde los griegos consideramos el villano contra el que han de mantenerse vigilantes la filosofía y la ciencia”. Remedios Zafra también nos avisa de los peligros de la hiperconectividad; Joan-Carles Mèlich recupera la razón poética zambraniana para volver a escribir sobre la humanidad real desde una “razón vulnerable”, parecida a esta opinión dictanciada y prudente que propone Luri. No podemos guiarnos por una razón absolutista y llena de aristas que nos reduzca a un amasijo de insatisfacciones. ¿No es mejor pensar para la persona concreta, para la vivibilidad de nuestro mundo cercano? ¿No es planiano o montaignesco este planteamiento?
Pero a lo que más suena es al cristianismo racionalista de Julián Marías, cuya “visión responsable” se echa tanto de menos a veces, en una coyuntura tan llena de falsos revolucionarios y de impostores más bien estúpidos. Empiezan a ser urgentes nuevos tratados para la tolerancia, para la convivencia informada, tratados depurativos de polución ideológica. La res publica necesita osados y también contemplativos, porque sin dirección autorizada viajamos todos en el carro de Faetón.
Azorín era un pequeño filósofo asombrado ante un gran Universo, Luri es un gran filósofo intentando comprender cómo podemos extraer alguna buena noticia de la muerte anunciada del Universo. La respuesta es no volvernos cosas, no volvernos mediocres. Las noticias, a priori, no son tranquilizadoras: “La del Cosmos es una historia que termina mal, pero no para la ciencia, sino para los hombres. Dentro de unos cuatro mil millones de años la Vía Láctea chocará con otra galaxia, Andrómeda, creando un espectáculo que ya no será recibido por la mirada asombrada de un humano, porque no habrá humanos para contemplarlo. Ésa será la antesala de la muerte térmica del Universo y para entonces hasta el mismo concepto de tiempo habrá perdido su sentido. La muerte térmica supondría el desvanecimiento de toda delimitación”. Todo se convertirá en una Nada uniforme y glacial.
Contra la quejumbre victimista
No sé ni por qué escribo esta reseña, una muesca en una webesfera absolutamente efímera y frágil. Pero, bueno, he echado la tarde y el perrito de casa está durmiendo cerca, la calefacción sigue funcionando. Luego he quedado con mi novia para acurrucarnos en el sofá y ver una serie de asesinatos bajo una manta. Todo continúa razonablemente bien, guillenescamente bien hecho. Y mientras nuestro universo no se convierte en un cubito atemporal y un cementerio de neutrinos, no está de más paladear los aforismos que nos regala Luri: “La más grande ironía: sin ironía, la realidad nos devora”; “La renuncia al límite es la libertad del mediocre”; “La colonización emotivista del mundo de la vida pretende hacernos creer que la dignidad ya no está ni en lo que se es ni en lo que se hace, sino en lo que se padece”. Y es que es una empresa genuinamente ilustrada combatir la quejumbre victimista y el milenarismo comercial transhumano. Vale la pena bostezar y leer un rato ignorando la gran balumba megalómana de redentores que gritan demasiado porque en realidad no tienen gran cosa que ofrecer salvo centrifugadoras mentales.
El mundo se acabará: pues vale, cojamos un libro de Pascal. He aquí un libro de filosofía sano, que se lee con una gran facilidad, como un fabulario, como un recopilatorio narrativo. Uno acaba impregnándose de ese sol cordobés y de esa calma especulativa. Recuerdo el verano en el que el autor se fue de retiro a meditar y orar y caminar y, no sé por qué razón, muchos medios me pedían el teléfono de Gregorio Luri, a veces hasta dos y tres veces, y yo me negaba a proporcionárselo, y les decía: “Este hombre ha colgado en las redes fotos de su retiro en un monasterio, ¿por qué no lo dejan en paz?, ¿No ven que está de vacaciones y leyendo y orando? No hay que molestarlo ahora, sería un crimen, déjenlo ya”... ¿De verdad estaba Luri de vacaciones? Desde luego, pensar es algo activo y necesario, los filósofos trabajan pensando, caminando y anotando por el gran mundo. Lejos de los medios y de los rasgados de vestiduras. Los escritores trabajan más de vacaciones. En el período vacacional es cuando sacan las libretas y los bolis y se pierden por algún rincón para soñar y ordenar los mundos con algún poeta en el fardo. Tengo un amigo chiflado que se interna cada año en el Parque Nacional de Aigüestortes con una tienda de campaña y las obras completas de Hölderlin. Nada que ver con el ocio chorra de los resorts, que es una forma disimulada de histeria.
Humanismo cristiano e ilustrado
El pensador y su libreta. Naranjos y lecturas históricas. Sor Teresa de Ágreda y el Metaverso. Aunque la forma fragmentaria elegida por Luri (bueno: seguramente la forma fragmentaria eligiera a Luri y no al revés) tienda más al aforismo y a la oración totalizante que a la novela. Pero esta mezcla de teoría y literatura de viajes es una cosa muy nuestra, muy de 1910. Y aún diré más: lo que acaba de regalarnos el de Azagra es un glosario orsiano, menos majestuoso que los de Ors, más agradecido y nada imperialista, pero con un gusto y una arquitectura muy parecidos. La habilidad de Luri consiste en regalarnos un pensamiento moderado pero nada conservador, en el sentido de nada defensivo. Este libro no reacciona contra nada, trata de comprenderlo todo. Es un libro erasmista, con aires de Luis Vives, de Marañón, aires de sabio que no necesita demostrar superioridad alguna. La persona concreta de Gregorio Luri es así, pude comprenderlo en cuanto pude conocerle en persona, cuando el covid empezó a dejarnos en paz: Gregorio Luri es un hombre libre, tiene mucha luz dentro y fuera, y no tiene inconveniente en compartirla. Yo, que soy tan distinto, admiro esa luz y esa habilidad para el aperturismo. ¿No deberíamos aprender todos a ser un poco así, despreocupados y civilizados, alegres hasta en el Fin del Mundo?
En muchos pasajes declara Luri la intención última de En busca del tiempo en que vivimos: “No trato de defender una moral, sino de defender al hombre como ser capaz de protegerse de los cantos de sirena del poshumanismo”. En un mar de extremismos idióticos, hace falta que se publique prosa para la felicidad reflexiva, para el derramarnos y reencontrarnos colectivamente. La propuesta entronca con la ética de lo mejor típicamente julianmariana: “¿Por qué no apostar por un hombre que, por ser transfinito, es capaz de dirigir su mirada a lo mejor que puede llegar a ser?”. La propuesta oficial consiste en alejarnos del deber de pensar, pero Luri pretende evitar la deserción mental, la derrota del género humano frente a una tecnología banalizadora. La tecnología puede ser una aliada contra el nihilismo, aunque la estemos utilizado para desertizar nuestro mundo.
Emprendo la lectura de este libro delicioso de Gregorio Luri después de haber pasado una semana absorto en otro gran ensayo de filosofía nuevo muy diferente pero que trata de arrojar luz sobre los mismos problemas: La sociedad del desconocimiento, de Daniel Innerarity (Galaxia Gutenberg). Los problemas de nuestra sociedad incipientemente posthumanista pueden ser abordados desde el humanismo cristiano e ilustrado de Luri o desde la teoría de la comunicación, el terreno que cultiva Innerarity. En cualquier caso, hay otro elemento que une los libros de Luri e Innerarity: su capacidad para superar la quejumbre general y el apocalipticismo para implantar la necesaria distancia meditativa entre el interpretador y el hecho angustiante. Ambos resultados, antídotos contra la ansiedad y la desinformación, dicen mucho del nivel que está alcanzando la reflexión filosófica en nuestro país. Marina Garcés, Chantal Maillard, el ya mencionado Joan-Carles Mèlich, flamante Premio Nacional, vienen a decirnos que el género filosófico goza de gran salud. Si alguien quiere orientarse en este nuestro contexto de ebulliciones tecnológicas y desorientaciones intensas, estos autores pueden echarle una mano desde una comprensión profunda de las erosiones y devastaciones actuales, señalando de dónde pueden venir la nueva luz y la nueva copertenencia.