'Los esqueletos' (1518) / AGOSTINO MUSI

'Los esqueletos' (1518) / AGOSTINO MUSI

Filosofía

La metafísica del Mal

El escritor José Antonio Gómez Marín traza una historia cultural de la desgracia y la maldad en ‘La apuesta de Dios’ (Renacimiento), una reflexión sobre el mito de Job

23 abril, 2021 00:10

La calamidad es la mayor fuente de sabiduría que existe. El dolor nos destroza pero, paradójicamente, también nos mejora. Sólo cuando sufrimos, y nos hacemos las preguntas íntimas a las que obliga la desgracia, aprendemos –en primera persona– las verdades secretas de la existencia, ese sueño que se nos antoja realidad. El Mal, como concepto, es una idea difusa que ha acompañado al hombre desde el principio de los tiempos, antes incluso de la invención de la escritura. Decimos difusa porque, a la inversa de lo que ocurre con el Tiempo, del que Agustín de Hipona dijo saberlo todo si nadie le preguntaba exactamente por él y desconocerlo por completo si tenía que describirlo en detalle, del Mal todos sabemos mucho –por experiencia, fuente del saber– pero, en el fondo, lo ignoramos casi todo. 

Es una experiencia concreta, personalísima, que no terminamos de definir con acierto y que, siendo tan corriente, casi un fenómeno ecuménico, continúa causándonos un insólito asombro, mucho desconcierto y pavor. No es nada extraño: cuestionarse por su verdadera naturaleza, interrogarse por la raíz de su metafísica, es uno de los rasgos de la contradictoria condición humana, en perpetua lucha espiritual contra la certeza de su irremediable extinción. De esta cuestión capital trata el ensayo que, tras una investigación propia de un erudito, ha escrito el escritor y sociólogo José Antonio Gómez Marín, columnista en revistas culturales –Revista de Occidente, Cuadernos Hispanoamericanos, Ínsula, Triunfo– y en diarios –Diario 16, El Mundo y Abc– durante décadas. 

El ensayista José Antonio Gómez Marín

El ensayista José Antonio Gómez Marín / J.A.G.M.

La apuesta de Dios. La aporía del mal y el mito de Job (Renacimiento) es un libro culto y de culto, sustentado en un sinfín de lecturas, lleno de reflexiones inteligentes sobre la trascendencia de la existencia y que viene a trazar una historia cultural de la maldad. Un ensayo hondo y honrado que navega entre la filosofía, la literatura, la sociología y la teología. El itinerario de la búsqueda de un intelectual agnóstico en las fuentes culturales de la tradición simbólica occidental. Alguien que lleva toda su vida preguntándose por las razones por las cuales el Mal se manifiesta tan rotundo y con una displicencia ejemplar en el mundo. 

Unamuno decía que los hombres nos preguntamos insistentemente por la naturaleza de las desgracias que sufrimos, pero rara vez nos cuestionamos qué es el Bien, salvo la ausencia de su contrario. La idea está bien traída: las calamidades siempre nos parecen hechos injustos y hasta extraordinarios, pero enjuiciamos la felicidad como si de verdad fuera un derecho natural. La Historia, sin embargo, desmiente tal creencia. La Belleza, que muchos pensadores han equiparado con el Bien, es bastante frecuente, como sostenía Borges, pero mucho más recurrente es el quebranto súbito a lo largo de cualquier existencia, por diminuta que sea. 

El corazón de las tinieblas, Conrad

El destino no se formula preguntas morales; nosotros, sí. De ahí que, de partida, haya que delimitar el Mal como hecho cierto de su significado moral, condicionado culturalmente por lo que Gómez Marín llama la teoría de la contribución: esa vinculación casi mecánica entre la desgracia y la idea de premio o castigo propia del Cristianismo y, antes, de la tradición religiosa hebrea. Es en estos marcos culturales, el contexto donde se crean y se destruyen los mitos y el pensamiento simbólico, donde Gómez Marín se sumerge para desbrozar el bosque filosófico, literario y religioso que ha ido configurando la experiencia del Mal

Uno de los méritos del libro, concebido a modo de panorámica sobre la historia de las ideas, es su diálogo con el pretérito –eso que en términos culturales se conoce como la tradición–, con el pasado reciente y con el presente. El Mal es uno de los temas esenciales de la Biblia, el libro de libros; también es el resultado sangriento de las guerras –económicas políticas o de religión–, el temblor que sintieron los aliados al descubrir, tras derribar al Reich, la cruenta industria de la solución final que los nazis aplicaban en los campos de concentración, la indiferencia con la que los regímenes totalitarios comunistas trataban a sus propios pueblos y, en definitiva, la huella que Satán y sus heterónimos han dejado desde hace siglos en todas las civilizaciones, sin excepción. 

Un soldado rueda los restos de las víctimas del nazismo en un campo de concentración

Un soldado rueda los restos de las víctimas del nazismo en un campo de concentración

“El Mal acechando nuestra conciencia, desafiando a nuestro intelecto, extraño invitado en un mundo que ignora, por lo general, su índole y su procedencia”, escribe Gómez Marín, que sitúa la semilla de este ensayo en las historias que, en su infancia y adolescencia, oyó en su casa sobre la Guerra Civil. A esta desazón siguieron otras, casi todas literarias: la lectura sonámbula de El corazón de las tinieblas, el relato de Conrad, donde el Mal se presenta pleno en su sinsentido; el testimonio de Primo Levi en Si esto es un hombre; el libro de Hannah Arendt escrito en su regreso a Alemania, donde explica la banalidad del horror, o la amargura luminosa del ensayo Lo que queda de Auswchvitz, de Giorgio Agamben. 

“El Mal” –escribe el poeta Joseph Brodski– “es ubicuo”. Y uno diría que, en realidad, escasamente filosófico, porque, a pesar de toda la literatura que lo aborda, se trata de un asunto encarnado en el alma de todos los hombres. Como nos enseñara Unamuno, ese eterno atormentado, la vida del individuo no es consecuencia de sus ideas o sus experiencias. Sucede al contrario. Son las vivencias las que configuran nuestras proyecciones mentales y nuestros delirios místicos. Hay quien justifica las desgracias humanas a partir de la religión y otros que niegan la veracidad de cualquier creencia justo en función de la evidencia del Mal. 

La apuesta de Dios, Gómez Marín

¿Cómo es posible que en un mundo creado por un Dios bondadoso la calamidad sea un suceso constante? Gómez Marín intenta desentrañar esta cuestión –universal– a partir del mito de Job, el personaje que da nombre a uno de los libros sagrados del Pentateuco y que aparece en su fábula fundacional como víctima de la ira divina, contra la que se rebela sin dejar por eso de creer en Dios. ¿No es este trance por el que pasamos cuando vemos la devastación de la pobreza, la muerte de los inmigrantes, las lágrimas de los refugiados, el crimen del hambre, el dolor físico de una enfermedad o el miedo ante la pandemia? Job es un personaje de ficción, el arquetipo de cuentos seculares presentes en la Antigua Grecia y la civilización fenicia, un héroe sumido en su desdicha, un sabio capaz de rebelarse contra su creador y que, tras perderlo todo, decide no incurrir en la apostasía. El perfecto justo sufriente. Alguien que se parece, quizás demasiado, a todos nosotros. Y que, gracias a esta rebelión fidelísima, inaugura un nuevo concepto de divinidad donde ahora es el hombre, solo frente la calamidad, quien descubre el refugio secreto de la entereza moral. “Su fe” –escribe Gómez Marín– “soportada con tantísima dignidad es una proeza de la imaginación humana”.