George Steiner

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Filosofía

Steiner o por qué el fútbol ha ganado a Bach

En ‘La barbarie de la ignorancia’ Steiner constata cómo la humanidad precisa de la violencia e imposibilita la democracia de hombres cultos que se había soñado

21 marzo, 2021 00:10

Ejercitar el cuerpo. Los entrenamientos periódicos ayudan a que ese cuerpo responda con el paso de los años. La vida sedentaria es un peligro, y esos músculos se deben trabajar, con cierto cuidado y prudencia, pero sin descanso. Pero, ¿cómo se entrena la mente? ¿No se debe asumir un cierto sacrificio, como hacemos en los gimnasios, para disfrutar de los textos clásicos, para enfrentarse a Guerra y paz y salir airoso con la sensación de que se ha podido paladear algo sublime? Eso no es garantía de nada, tampoco para formar a una sociedad que pueda desarrollar una democracia compleja y sensata. Pero habría que intentarlo. Esa es la posición de un descreído, pero siempre esperanzado George Steiner, que lo constató en La barbarie de la ignorancia, en conversación con Antoine Spire, y que Alfabeto ha reeditado este año.

Las luchas políticas han dejado al descubierto que ya no se persigue un supuesto interés general. Lo particular ha ganado de forma avasalladora a lo colectivo. Tal vez el gran problema estriba en que se soñó en que ese afán podía ser posible. Steiner, rocoso, difícil, dispuesto a no torcer el brazo en ningún momento, se defiende de las preguntas incisivas del periodista francés, Antoine Spire, productor en France Culture durante 24 años, donde dirigió el programa Stacato. Lo que pretende Spire es que surja el Steiner defensor de la cultura, el gran admirador de Bach, el que abrazó a los clásicos desde niño y acabó siendo el gran referente del espíritu de la cultura europea. Y hay muchos destellos de ese Steiner, pero surge también el hombre lúcido que asume la derrota, el que sabe que esa gran cultura no evitó el nazismo, el que sabe que el fútbol se ha convertido en el gran escaparate en el que el ser humano expresa sus necesidades de violencia, el que constata que en el mundo se ha abandonado todo lo que no se considera útil a corto plazo.

George Steiner

George Steiner

La barbarie de la ignorancia, la transcripción de las conversaciones en la radio francesa entre Spire y Steiner, muestra cómo, a pesar de todos esos sinsabores, o de todas esas realidades que es mejor entender para no desesperar, la búsqueda de la belleza es lo más humano que podemos desarrollar. Y que no todo tiene el mismo valor, --"Rilke es mejor que Bob Dylan"--  sin que ello vaya en menoscabo de los sistemas democráticos que tratan de igualar por abajo, como se comprueba con los sistemas educativos –en Cataluña, por ejemplo, y en el resto de España— para que nadie resulte agraviado.

Voces en el seno del despotismo

En mundo basado en la técnica, con las nuevas tecnologías, donde las humanidades pierden peso, Steiner alza su voz: “La idea de que el matemático, el físico o el biogenetista tienen derecho a un largo entrenamiento para acceder a la alegría, y el letrado debería tener desde el principio los medios para leer un texto difícil, no, eso no funciona”, señala el hijo de judíos vieneses. Y se pregunta: “¿Por qué decir entonces que todo el mundo tiene los medios para leer un gran texto? ¡Claro que no! Hay que trabajar mucho y muy duro y, como dijo Spinoza: ‘Todo lo excelente es muy difícil’”.

Spinoza, la democracia racional

Spinoza, la democracia racional

Entender cómo funciona un sistema político, asumir las limitaciones de nuestros derechos, porque se debe respetar el derecho del otro, todo eso implica tiempo y preparación. Justo lo que se desprecia o se ignora. “La dignidad del hombre consiste para mí también en lo inútil, en el hecho de que un gran pensamiento no sea rentable…Y allí donde la censura es ejercida por el mercado y por los medios de comunicación de masas, esta es tal vez más eficaz que la de los idiotas de la policía secreta, que se equivocan, pero ¿A qué precio?”, señala, en referencia a los sistemas despóticos como el ruso y a la posibilidad de que en ellos surjan voces como las de Dostoievski, Tolstói o Pushkin.

La tragedia humana y contemporánea es que esa alta cultura que defiende Steiner, que podría ser accesible para una mayoría, siempre que estuviera dispuesta a dedicar un gran esfuerzo, no conduce a una sociedad mejor. Con los planes educativos en España en revisión permanente, a diferencia de países como Alemania, con un cruce constante de interpretaciones sobre cómo entender la democracia –el independentismo ha dejado claro que el Parlament es soberano y nadie puede controlar sus decisiones (Borràs dixit)— esa alta cultura no sirve de nada, nadie la defiende ni la aprecia y tampoco es capaz de mostrar un camino posible para todos.

Esa es la conjetura que Spire traslada a Steiner y que el sabio no es capaz de responder. Cuando el periodista traslada la pregunta: ¿Por qué la cultura no impidió nada?, en relación al holocausto, Steiner repregunta: ¿Y por qué a veces lo fomentó? Y esa es una enorme contradicción. Escuchar a Bach, leer a Tolstói, no es ninguna vacuna para nada. Ayuda al espíritu, pero, ¿qué espíritu?

“Un Kaláshnikov en la mano y, de repente, uno se siente viril, hermoso, hombre, llamado a la acción”, responde el autor de Errata. Y prosigue: “Ya sabemos que el deporte es un sustituto. Hoy tenemos una religión sobre la faz de la tierra; por supuesto es el fútbol, la única religión planetaria. Puede decirse que el vándalo (actualmente en nuestras ciudades el hooligan) sería un comando maravilloso si mañana hubiera una guerra. Exactamente con las mismas cualidades de agresión, de brutalidad, de astucia y de invención estratégica”.

Retrato de Tolstói de Nikolai Ge.

Retrato de Tolstói de Nikolai Ge.

En sociedades que constriñen, y más en situaciones como las que vivimos con la pandemia del Covid, con enfermedades mentales que se tratan de esconder, los individuos que se han atrevido a pensar comprueban que la organización política y social ha comenzado a entrar en barrena. En Occidente se constata con crudeza, con protestas sociales que pueden ir a más y que ya han sido pronosticadas por el FMI. Steiner se preguntaba por ese futuro colectivo en la conversación con Spire. Y admite que “es posible que todavía no hayamos sido capaces de encontrar para el hombre, para el hombre sensual medio (la famosa frase y fórmula jurídica) una escapatoria a una energía animal muy grande que, en la rutina de la monotonía, de la mediocridad sexual de la mayor parte de las vidas, intenta afirmarse. No lo sé. He formulado la pregunta y espero la respuesta”.

El más pequeño de los hombres

Pero lo terrible es que sí se conoce cómo lo excelso puede ser lo más miserable. Y que autores como Tocqueville siguen siendo necesarios, porque las democracias precisan de hombres y mujeres corrientes, gobernados por hombres y mujeres corrientes. Los dos tomos de La Democracia en América deben seguir en las mesitas de noche de todos los gobernantes. Y de los ciudadanos gobernados, que pueden ser, algún día, gobernantes. El mismo Steiner lo admite en La barbarie de la ignorancia, con las anotaciones que, hasta esta reedición del libro, no se conocían por parte de Spire.

En aquellas conversaciones en la radio pública francesa, en enero de 1997, el periodista insistía en la figura de Heidegger, capital para Steiner, y que fue objeto de diversas obras. Spire le reprocha esa admiración por un filósofo que abrazó el nazismo, que no se retractó, pese a tener una relación estrecha con muchos estudiantes judíos, entre ellos a Hannah Arendt, junto a otros admiradores como Löwith o Derrida: ¿Podría ser que se hubieran equivocado todos ellos al pasar a pérdidas y ganancias la adhesión al nazismo, la denuncia de intelectuales judíos y la ausencia total de autocrítica después de la guerra?

La bsrbarie de la ignorancia, Steiner

Steiner “montó en cólera”, y orgulloso reclamó a Spire qué libros había publicado él, a diferencia del sabio judío, sobre Heidegger. El periodista no se amilanó y le reprochó que lo tratara como un “periodista mediocre”. Ante tamaña osadía, Steiner se levantó y amagó con marcharse del estudio. Sin que nadie le retuviera, volvió al asiento y se sinceró: “El problema radica en la alianza tremendamente inquietante entre filosofía y despotismo”. Tal afirmación le dio pie para machacar, como ya había hecho a lo largo de las conversaciones, a Sartre, por su compromiso “abyecto con el comunismo”. Pero eso no evitó caracterizar a Heidegger: “Fue el más grande de los pensadores y el más pequeño de los hombres”.

Aquel sabio judío, aquel políglota de origen vienés, fue un hombre, con todas sus potencialidades. Al acabar aquella acalorada conversación, pidió a Spire que lo llevara al centro de París en coche. Al llegar a Saint-Germain-des-Prés pidió bajarse. Nadie habló durante el trayecto. Y tras hacer el gesto de abrir la puerta para salir, Steiner se inclinó sobre Spire para fundirse en un largo abrazo. Ya no se verían más.

Tras veintitrés años de aquellas grabaciones, y transcritas en La barbarie de la ignorancia, Spire se atreve a sugerir un añadido al título: “Barbarie de la ignorancia y…barbarie de una cierta cultura”.