Carlos García Gual / @JMSANCHEZPHOTO

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Filosofía

García Gual: "Las Humanidades no han fracasado; la sociedad ha perdido el sentido de la sabiduría"

El helenista y académico reflexiona sobre el lenguaje, el deterioro de la educación, la pervivencia de los mitos clásicos y el concepto de heroísmo en la sociedad actual

16 marzo, 2020 00:10

¿Se puede hablar del capitalismo cruel con una sonrisa afable y una mirada de hombre casi feliz? Se puede. Si uno se llama Carlos García Gual, lleva toda la vida dedicado a las mitologías –helénicas, sobre todo, pero también medievales y hasta las posmodernas– y se ha ingresado en la RAE con una brillante defensa de las Humanidades como única herramienta en un mundo en el que la belleza, si está, no se hace notar. 

–Las feministas dicen que el príncipe azul destiñe.

–El príncipe azul no es un mito: es una figura de cuento. Los mitos griegos tienen héroes que en los lances amorosos acaban mal. El gran arquetipo de amor medieval, el de Lanzarote y Ginebra, es un amor adúltero, del romanticismo cortés: el caballero enamorado de la esposa del rey tiene un final trágico. Nada que ver con el cuento. El amor idealizado nunca está en el matrimonio y por eso tiene éxito literario (sonríe).

–Bien, volvamos a las chicas. Va a reeditar una joyita que publicó hace tiempo, Audacias femeninas sobre las a mujeres de la mitología que son poco conocidas.

–No son mitos exactamente. En aquel libro, que ahora reedito con nuevas figuras, quiero recoger nombres de mujeres, legendarias y novelísticas casi todas, que abren pequeños espacios de libertad. Y no lo hacen por los motivos del heroísmo, digamos masculino, sino como por una especie de dignidad personal. Son mujeres que abren su camino de libertad. 

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–Cuando ingresó hace un año en la RAE hizo una llamada a las barricadas para la defensa de la enseñanza de las Humanidades.

–Bueno, sí. Lo hice en el ingreso en la Academia, pero lo he hecho muchas veces. Tal vez me repita (casi guiña un ojo) pero me temo que la defensa de las Humanidades es una batalla perdida. No es una crisis interna, no. Las Humanidades no han fracasado, pero son el precio que ha pagado una sociedad que ha perdido el sentido de la sabiduría. La educación hoy es sólo mera instrucción, preparación para el trabajo. Hemos construido una sociedad que solo valora lo rentable. La Educación no busca que el individuo adquiera conciencia y libertad, sino que sea apto para un puesto de trabajo. La cosa se ha agravado con las nuevas tecnologías y el universo audiovisual al que todos tememos acceso, incluso los más pequeños. De todas maneras siempre hay una salida individual: siempre habrá gente a la que le guste pensar por su cuenta.

–Como el que tiene un huerto en su terraza.

–Exacto. ¿Ve para qué sirven los clásicos? Volvemos al pequeño huerto de Epicuro.  Cuando das clase y te relacionas con chavales descubres que detrás de todo ese mundo de pantallas y juegos hay alguien que es un humanista. Le prometo que existen.

Por mucho que se les prepare para un puesto de trabajo ni las titulaciones técnicas garantizan nada contra la precariedad.

–¡Ay, qué triste es lo que dice! Tal vez esa tragedia nos haga descubrir el valor de las Humanidades. Mire, hay un libro de un pensador italiano, Nuccio Ordine, La utilidad  de lo inútil (Acantilado), que ha sido un bestseller. Por algo será. Quien no sepa disfrutar de la música, la lectura, el arte, el paisaje o los amigos no encontrará sentido a la vida.

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 –¿Ser feliz es rentable?

–Yo soy un epicúreo convencido. Epicuro decía que la felicidad no es imposible si se evita el miedo a lo desconocido, el temor a la muerte, la inseguridad y uno se aferra a la belleza, a la sencillez de los afectos, a la amistad. Ya sé que suena casi ingenuo porque (se pone muy serio a pesar de que le sigue bailando la sonrisa) vivimos en un mundo donde el capitalismo ha triunfado completamente y, lo que es peor, vive una crisis que no augura nada bueno para la mayoría de las personas.

–Y sin mitos.

–O con mitos baratos. Tal como los hemos entendido desde la tradición helénica,  los mitos están relacionados con la imaginación colectiva. Y, claro, vivimos un mundo de máquinas donde queda poco lugar para la imaginación, donde los héroes no son posibles porque amamos muy poco la libertad individual. Hoy la gloria es una fruslería, se vende de saldo. Somos una sociedad-masa, según el viejo análisis de Ortega. Salvarse es muy difícil, pero no es imposible. En realidad tenemos pocas excusas para no disfrutar de lo bueno: hay ediciones de libros muy baratos, las mismas redes te permiten acceder a archivos, blog de viajes, conocimiento, música. Facilidades hay, pero curiosidad me temo que no. No interesa que seamos curiosos.

–Siempre está la factoría Disney para mantener la llama de los mitos. (Intento de provocación) 

–Pues sí, y a los niños les encanta. Lo cierto es que mantiene vivos alguno de ellos aunque los ha abaratado muchísimo; endulzado no, abaratado. Lo preocupante es que no son los niños solamente quienes se quedan en esa superficie. De hecho, hay una demanda brutal de personajes fantásticos con poderes ultraterrenales, los quioscos están llenos de reediciones de superhéroes. Y el cine. Podría decirse que el cine es el gran aliado de los sueños de hoy.

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–¿Somos una sociedad infantilizada?

Puede ser. Estamos en una sociedad donde buscamos la diversión inmediata y fácil. El ruido. Una sociedad de efectos especiales, de placeres inmediatos y efímeros.   Hemos perdido la sutileza. Fíjese en el cine: hoy todo es rápido, espectacular pero con guiones débiles. Nada que ver con aquellas maravillas del western o el cine negro de los años cuarenta o cincuenta. Ha ganado el fuego fatuo.

–¿Ve cine en las salas o en su casa o en el móvil?

–¿En el móvil? No, por Dios. Si yo no tengo nada, ni redes; el teléfono que uso es sólo para llamar o para que me tengan localizado en casa. Soy un desastre. A todas horas me recuerdan que si se llama móvil no es para que lo deje en la mesa de mi despacho. Incluso en la Academia existe un grupo de whatsapp para estar conectados y yo estoy fuera. La televisión tampoco la veo mucho: los informativos y alguna serie. A mí me gusta el cine en el cine. He visto en una sesión de la Academia la última película de Benito Zambrano, por ejemplo, y me ha gustado muchísimo, aunque es terriblemente dura. A este director lo he seguido bastante, me gusta mucho, tengo verdadera admiración por su primera película, Solas. Ya ve, soy de los que ve cine español encantado, oiga.

–Siguiendo con la ficción ¿es peligroso que en política se usen los mitos?

La política nunca crea grandes mitos, pero sí los usa perversamente. Es lo peor de nuestra historia reciente. Los nazis echaron mano del mito del héroe ario, un poco de mitología nórdica pasada por Roma, y lo vulgarizaron y mancillaron hasta convertirlo en un monstruo. Era falso: detrás de los grandes mitos no hay triunfos ni victorias,  sino tragedias. Ese es el error. Todos sufren: desde Ulises a Edipo, pasando por Prometeo o Antígona. Sin dolor no hay heroísmo. Al conocimiento, a la sabiduría, se llega por el dolor y superándose uno a sí mismo. ¡Bah! La política cuando busca héroes encuentra a Supermán, no a Odiseo. No olvide que Supermán siempre está al servicio del capitalismo.

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¿Ha visto Joker?

¿No le he dicho que voy mucho al cine? Y sin prejuicios. Pues sí, me ha entretenido. Me gusta su descripción de la sociedad, la construcción del malo. Y también que el espectador se ponga del lado del rebelde, tan siniestro, me resulta épico y surrealista. (Hace una pausa larga por si sus palabras parecen reprobables)  

–Entonces hoy no hay lugar para el heroísmo, si le he entendido bien.

–Grandes figuras, autores de grandes hazañas, no hay pero sí héroes anónimos, individuales. Ahora mismo quienes tienen materia de héroe son los que salvan vidas en el Mediterráneo, los médicos que van a lugares remotos exponiéndose a enfermedades y a guerras; incluso los bomberos enfrentándose a las llamas. Hay chispas de heroísmo. Pero un Paris de Troya, un Héctor…Las batallas ya no son heroicas, si acaso rezuman heroísmo los soldados que acuden a un lugar en misión de paz. El agresor nunca es un héroe. Son personas anónimas, pero en nuestra fantasía no los hay. Hemos matado a la imaginación.

–A lo mejor es que miramos al sexo equivocado.

–¿Mujeres? (sonríe con malicia) Pues lo mismo, mire lo que le digo. En el ámbito privado, y en la capacidad de sacrificio, a lo mejor hay más. Muchas mujeres han luchado por los suyos y alguna ha sido muy rebelde. Pero también en ámbitos reducidos. ¡ No hay quien nos salve!

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¿Qué somos más: Narciso o Prometeo?

Narcisos; además, baratísimos. Nos contentamos con poco. No quiero ser fatalista: siempre hay prometeos, gente que hace una vida útil y valiosa, pero no es el ejemplo dominante. Desde la Escuela de Frankfurt (corriente filosófica muy popular en los años sesenta) sabemos que la revolución no la hacen los proletarios. Eran marxistas que hicieron una revisión crítica del marxismo, incluido el papel de las masas. Las masas no lideran cambios más allá de la lucha legítima y justa por las necesidades vitales porque no sienten el deseo de hacerlo, la voluntad.  Marx ha sido desmentido.

–¿Se siente un  raro?

–¿Raro? No. Siento que no soy la típica persona que se mueve por eslóganes, modas o consignas. No me gustan las aglomeraciones, ni los viajes turísticos organizados,  nada de lo que se suele hacer. Viajo, pero solo, y me gusta muchísimo la gente pero de una en una. Me gusta hablar con gente que me encuentro, descubrir personas que te cuentan sus historias en otras lenguas. Lo cierto es que empieza a ser un mito eso (se carcajea) porque las ciudades que más me gustan están insoportables, llenas de turistas que corren de un lado a otro, y con los paisanos hartos. Pero a veces me pasa, ir a Grecia, por ejemplo, y hablar con un viejo marinero del que se aprende tanto.

–A lo mejor debemos empezar a aprender leyendas asiáticas.

–Pues no le digo que no esté cambiando el eje del mundo y que se traslade a Asia. Tal vez estemos en un cambio radical de paradigma. En política o en economía, desde luego, Occidente ha dejado de querer ser un ejemplo. Y no le hablo del chiste de presidente de Estados Unidos. Pero, incluso así, Europa sigue siendo une ejemplo en atención, servicios sociales, Estado del Bienestar. Es el continente que más gasto social hace. Deberíamos mantener esa cierta nobleza en estos ideales.  Por si no lo ha notado (sonrisa) no soy optimista. Algunos ricos van a vivir mejor y hasta 150 años gracias a la Ciencia, pero el resto… 

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–Parece usted un punk: no hay futuro, no hay salvación.

–La libertad intelectual es la salvación. Si uno es inteligente debe quedarse con lo mejor de este mundo, que no es poco. Vivimos mejor que nuestros abuelos y que nuestros padres. Tenemos más años de vida por delante, más avances de la ciencia para la salud, en comodidad. Lo que no tenemos es esperanza. Nuestros abuelos sí tenían mayores expectativas, una idea de que todo iría a mejor. 

–No creo que en eso tenga que ver con que ya no se enseñen latín o griego.

–Pues se equivoca. Las Humanidades abren la mente de los individuos y les ayudan a ver más allá, por delante y por detrás. Y estimulan la inteligencia. No conozco a nadie que haya tenido acceso al conocimiento o a la belleza y prefiera seguir en la ignorancia. Es mentira que los tontos sean más felices. A nadie le gusta ni ser tonto ni parecerlo.

–¿Es aburrida la Academia?

–No, qué va. A mí me parecen muy simpáticos los académicos, sobre todo esos señores que saben tantísimo de lingüística. Estoy encantado, pero le confieso que no aporto gran cosa, aparte de temas literarios. Aquí hay gente que sabe mucho más que yo. Pero es divertido.  

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–Tienen fama de machistas. No le ponen remilgos a cargarse el vocativo o quitarle la tilde al adverbio sólo, pero se ponen de los nervios si oyen la palabra miembra.

–Es que defendemos lo inclusivo. A mí no me gusta lo del vocativo, la verdad, pero no creo que la Academia sea machista. En cierta medida le doy la razón a las feministas; hay que revisar muchas cosas, su reivindicación tiene una base justa, pero la lengua tiene sus tiempos. Hay que conjugar el uso de la calle con la tradición lingüística. Ya sé que la lengua se corrompe, ya veremos por dónde sale. Por el momento yo creo que el plural inclusivo no perjudica, sinceramente retroceder en esto me parece una bobada. Pero, veremos: la lengua está viva. 

–Habrá algo que le indigne.

–La injusticia, la desigualdad y, especialmente, aquello que desde la Educación contribuye a que no se corrija. Cuando en la enseñanza se baja el nivel se favorece a los ricos, que tendrán siempre la manera de colocar a sus camadas. La exigencia favorece a los más humildes. Lo que se ha hecho con la Educación Secundaria, por ejemplo, me parece gravísimo. Si nos empeñamos en bajar tantísimo el nivel de los chavales a esa edad los ricos tontos siempre lo tendrán mejor porque tendrán salidas, asideros, encontrarán un puesto. Pero los pobres, no. Es muy lamentable e irresponsable. Exigir menos a los estudiantes es consagrar la desigualdad.

–Es un catedrático con un larguísimo recorrido, ahora emérito. ¿Le duele ver la Universidad con escándalos como el de los plagios o los másteres regalados? 

Bueno, plagios los ha habido siempre y ahora hay herramientas para detectarlos. Los últimos escándalos tienen más que ver con la política que con la universidad. Hay más tramposos en la política que en otras profesiones, no digo que los haya sólo en la política, pero en este ámbito se desarrollan mejor. La universidad tiene otros problemas graves: la endogamia, que es de siempre y de ahora y la burocracia, que es muy preocupante. Es increíble cómo se ha burocratizado todo, cómo se coarta la capacidad de conocimiento entre papeleo y el miedo a ceder el estatus y hasta el puesto de trabajo.

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–Es una tradición preguntar a los académicos por la palabra más bonita y la más fea.

–Cierto, me lo han preguntado muchas veces desde que tomé posesión. En fin, si hay que escoger me quedo con melancolía, pero no sé si por cómo suena o por su significado. Palabra fea, no tengo. Jamás uso tacos, si le vale eso. Nunca digo un taco,. Tampoco soy muy exclamativo, que digamos.

–En el último congreso de las academias en Sevilla se han añadido o retocado  casi mil palabras ¿Cuáles de las nuevas le gusta más?

Me divierte muchísimo cuarentañero. Explica muy bien una realidad que ha cambiado sustancialmente. Cuarentón o cuarentona eran despectivos hasta hace nada  y, con la esperanza de vida y la prolongación de la edad juvenil, un cuarentañero  nos evoca a un joven apuesto, preparado y casi estrenando empleo. Denota un cambio importantísimo en la percepción de la vida. Y no se preocupe, queda menos para que le demos una vuelta también a cincuentona (Cortesía por parte del entrevistado).