Tesoros de papel en la Universidad
Las exposiciones virtuales o presenciales, como ‘Imago mundi’ en Sevilla, son la fórmula ideal para divulgar los fondos bibliográficos de los grandes centros académicos
29 diciembre, 2021 00:10Fue Jorge Luis Borges quien un día imaginó el paraíso en forma de biblioteca. Y antes o después, eso no está aclarado, arrancó el Poema de los dones con estos versos: “Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche. / De esta ciudad de libros hizo dueños / a unos ojos sin luz...”. En esa misma onda, Ray Bradbury, autor de la novela distópica Fahrenheit 451, afirmó: “La biblioteca no tiene límites. No hay nadie que te diga qué pensar, que te diga si eres bueno o no. Lo descubres por ti mismo”.
Porque los libros son la vida sin tiempo, pero ayudan a aferrarse a la vida con extraordinaria precisión. Los libros son una extensión del ser humano, su proyecto inacabado, su entusiasmo inabarcable. Construir una biblioteca (física o mental) es levantar un territorio propio. Adentrarse en una plaza llena de gente. Comprender mejor lo inabarcable. Añadir complejidad a lo elemental. No aceptar lo irremediable. Las bibliotecas son (y fueron) el cobijo ideal contra la tormenta. Sin ellas, no tendríamos ni pasado ni futuro.
Una visitante observa la obra Detritus de Francis Bacon en la exposición ‘Imago Mundi’ / UNIVERSIDAD DE SEVILLA
Ese es el rastro que persigue y pone en claro Imago mundi, una intensa muestra armada por la Universidad de Sevilla hasta el 25 de febrero de 2022 que propone al visitante una deriva por una pasión que trasciende los simples ejercicios de la lectura y de la escritura en favor de una espeleología mayor: el libro como instrumento de civilización y como depositario del conocimiento. Ilustran esta propuesta más de dos centenares de piezas: mapas, pinturas, esculturas, grabados, fotografías y, por supuesto, libros. Libros únicos, extraños, perseguidos.
La exposición se sustenta, en buena medida, en algunas de las joyas del fondo antiguo de la biblioteca de la Universidad de Sevilla. Entre ellos, un volumen de la Biblia del Oso de Casiodoro de Reina, una de las primeras entregas de la Gramática de Elio Antonio de Nebrija, la edición aldina de la Hypnerotomachia Poliphili (1499) de Francesco Colonna, el Liber Chronicarum (1493) del médico y humanista Hartman Schedel y, sobre todo, el Nuevo Testamento de la Biblia de las 42 líneas, el primer libro impreso de la historia que salió de la prensa de Johannes Gutenberg en torno a 1454.
I quattro libri dell’architettura, de Andrea Palladio (Venecia, 1570) / UNIVERSIDAD DE SEVILLA
Puede considerarse, por tanto, a Imago mundi como una de las apuestas más ambiciosas de los últimos años en la difusión del patrimonio bibliográfico. A esta valoración contribuyen tanto el valor de los incunables y los manuscritos expuestos como la nómina de artistas invitados: desde los contemporáneos Ai Weiwei, Francis Bacon, Anish Kapoor y Edmund de Waal –incorporados por cortesía de Ivorypress, la editorial especializada en libros de arte que fundó Elena Ochoa Foster hace 25 años– a los clásicos José de Ribera, Bartolomé Esteban Murillo y Sofonisba Anguissola.
Imago mundi viene a apuntalar, además, una tendencia generalizada en el ámbito de las colecciones bibliográficas de las universidades: las exposiciones son una fórmula ideal para divulgar sus fondos históricos más allá de los investigadores y los usuarios habituales de los grandes centros académicos. Además, la edición de catálogos científicos ha permitido ampliar y actualizar, de forma general, las investigaciones sobre los libros, arrojando luz a su procedencia y, en ocasiones, aclarando cuál fue su discurrir a lo largo de la historia.
Edición de la Biblia del Oso de Casiodoro de la Reina (1622)
A partir de esa labor, que ha tomado forma en un sinfín de exposiciones virtuales –más perdurables y más económicas que las presenciales, y sin riesgo para unas obras de extraordinaria fragilidad–, se puede atisbar cuál es el origen de las bibliotecas históricas universitarias. Si sus fondos están marcados irremediablemente por sus fundadores y sus fines inaugurales, también arrastran las huellas del tiempo: guerras, expolios, incautaciones, traslados, accidentes, donaciones, desamortizaciones, épocas de incuria...
No es extraño que, por tanto, más que colecciones académicas coherentes y equilibradas, las bibliotecas universitarias son el resultado de una (azarosa y hermosa) acumulación. Sirva como ejemplo que la Complutense, dotada por el cardenal Cisneros con una magnífica biblioteca ya en el Colegio Mayor de San Ildefonso, aumentó sus fondos con las de los colegios menores en un proceso que se aceleró con su traslado a Madrid (Colegio Imperial de San Isidro, Colegios de San Fernando y San Carlos…), tal como relata la exposición conmemorativa de los 500 años de la Bula Cisneriana (1999).
Edición de la obra de Homero (1538)
Otras muestras virtuales se han dedicado a desentrañar los importantes legados de particulares a las bibliotecas universitarias desde la época más temprana, algunos de los cuales les aportaron obras de un valor excepcional, así como la preocupación de las instituciones por la adquisición de compilaciones privadas con las que acrecentar sus fondos propios. En esta línea, la Hispalense mantiene online la exposición Fondos y procedencias, donde revisa las aportaciones jesuíticas y conventuales y los legados de particulares como Manuel Andérica y Antonio de Ulloa, entre otros.
A medida que ha avanzado la digitalización de los contenidos, las bibliotecas históricas han sumado este importante patrimonio a las actividades de difusión emprendidas por los centros académicos. La Universidad de Barcelona puso en marcha en 2010 un museo virtual con el denominado “fondo de reserva” que reúne todos sus ejemplares anteriores a 1820, siendo, en número de volúmenes, la tercera más rica de España en incunables –detrás de la Biblioteca Nacional y la Biblioteca Colombina–, y la segunda en impresos de los siglos XVI al XVIII, sólo por detrás de la Biblioteca Nacional.
Edición del Amadís de Gaula (1551) / BIBLIOTECA COLOMBINA
Este museo digital de la Universidad de Barcelona ofrece en la actualidad otras exposiciones en torno a su colección de manuscritos –en concreto, una muestra representativa de más de treinta de temática variada: poesía, derecho, historia, filosofía y religión– y de libros de botánica, la gran mayoría ilustrados, dedicados a diversos temas de dicha ciencia: taxonomía, herbarios, jardinería y tratados sobre árboles, por ejemplo. Junto al acceso a sus colecciones artísticas, este portal también da acceso a los fondos de Jordi Sabater Pi, Oriol Martorell y Josep Artigas.
Estas iniciativas propias de divulgación se combinan con las colaboraciones externas que permiten dar a conocer este patrimonio bibliográfico en otros ámbitos. Sólo la biblioteca histórica de la Universidad Complutense participa, a día de hoy, con sus fondos en las exposiciones del Museo del Prado (El Hijo pródigo de Murillo y el arte de narrar en el Barroco andaluz), el Instituto Cervantes (Libros y autores en el Virreinato del Perú. El legado de la cultura letrada hasta la Independencia) y la Fundación Telefónica (La gran imaginación. Historias del futuro y Color. El conocimiento de lo invisible).
Exposición
Son fórmulas para dar a conocer y poner al alcance millones de piezas fastuosas que no se ven, pero que están. En cajas, en anaqueles, en espacios de seguridad. Si no fuese por estas propuestas de acercamiento, cualquiera de los edificios que los alberga podría pasar por la sede de una sociedad secreta que acumulase buena parte de la sabiduría del mundo, incluso de los placeres que se instalan en el límite de la imaginación. Son los libros y sus misteriosas corrientes. Y la gente que los preserva. Y los que imaginan exposiciones para compartirlos. Y los que las ven. Y leen. Y disfrutan.