Roberto Villa García se prepara ante las críticas que recibirá a partir de ahora. Pero se muestra firme. Lo ha plasmado en su libro 1917. El estado catalán y el soviet español (Espasa). Profesor titular de Historia Política en la Universidad Rey Juan Carlos, Villa mantiene tres grandes tesis en una obra en la que constata la influencia de la revolución rusa en España. La primera es que la Restauración no es la antítesis de la democracia liberal, sino el camino que iba a conducir a ella. La segunda señala que todos los que no querían esa monarquía constitucional de Alfonso XIII, que veían un sistema corrupto y antidemocrático, iban a protagonizar todos los excesos posteriores que iban a desembocar en el conflicto civil de 1936. Y la tercera es que en el meollo de todo ello estaba el nacionalismo catalán de Cambó. Ni ayer no hoy el nacionalismo catalán puede asimilarse a una defensa de la democracia. En esta entrevista con Crónica Global, Villa lo sostiene: “El nacionalismo catalán ha sido subversivo con la democracia”. Y añade que siempre ha sido “un factor de desestabilización” en el momento en el que España iniciaba procesos de democratización.
--Pregunta: España, en los años previos a 1917, estaba ya en la senda de la democracia, en una situación similar a la de otros países europeos. Es lo que usted sostiene en su libro.
--Respuesta: Sí, estábamos inmersos en el camino a la democracia. Y es lo que pretendía explicar con este libro. La idea era intentar entender por qué ese proceso no se logra, cuando otros países que también fueron neutrales en la I Guerra Mundial como España, sí lo hicieron. En ese momento, compartíamos neutralidad con Holanda, Dinamarca, Noruega, Suiza o Suecia, que tenía un régimen que ni siquiera era parlamentario como el español, pues era el rey Gustavo V el que elegía a sus ministros sin cortapisas. Suecia, viniendo de más atrás que nosotros, va a consolidar una democracia liberal mientras España no va a lograrlo. Y la razón fundamental que lo explica es un proceso revolucionario, que es continental y que se abre con la revolución rusa de febrero/marzo de 1917, pero que incide con enorme intensidad en España.
--La tesis que usted defiende, con un libro en el que se puede seguir aquellos años casi minuto a minuto, con la lupa en las relaciones de poder entre todos los actores implicados, es que el proceso revolucionario se produjo por las expectativas que diversos agentes sociales tenían en ese momento, pero no por unas condiciones socio-económicas nefastas, al contrario.
--Lo sostenía Tocqueville sobre las dos revoluciones en Francia, la de 1789 y la de 1848, y es que los procesos revolucionarios llegan cuando se produce un parón tras una etapa de prosperidad y se frustran de pronto las expectativas de mejora. Pero las revoluciones son siempre más políticas que económicas. Su éxito radica en que las fuerzas antisistema convenzan a una parte significativa de la población de que esa mejora llegará con el derrocamiento del sistema político. En España, había determinadas fuerzas políticas, a izquierda y derecha, que tenían en común un rechazo absoluto a avenirse con el liberalismo constitucional y la democracia liberal.
--Uno de los personajes es Alfonso XIII. ¿Es un rey que, como han apuntado otros autores y pienso en Sergio Vila-Sanjuán, que lo ha escrito en su libro ¿Por qué soy monárquico?, es más reformista de lo que se ha dado a conocer?
--Es difícil apuntar ahora esa idea, cuando se piensa en la vida privada del monarca y en la situación del rey emérito Juan Carlos I. Me pregunto si se pensaría igual si se conociera la vida privada de muchos personajes públicos. Pero, desde el punto de vista político, es falso decir que Alfonso XIII fue el obstáculo que impidió la democracia. El Rey se opone a la revolución, pese a que sus líderes le ofrecen mantener la Corona a cambio de que aparte a las fuerzas constitucionales del poder. Pero el monarca no lo acepta e, incluso, se plantea abdicar en tres ocasiones antes de embarcarse en cualquier empresa que pueda destruir el régimen liberal. Cuando en marzo de 1918 la dictadura parece inevitable, es Alfonso XIII el que fuerza un gobierno de salvación nacional, con Antonio Maura al frente, para evitarlo. No cabe duda de que el Rey tenía muy presente lo que había sucedido con Isabel II en 1868, y que tenía muy claro que, o la monarquía era constitucional, o no podría haber monarquía. Y en la coyuntura de 1917-1918 se muestra muy leal a sus gobiernos, tanto con los conservadores como con los liberales. Por ejemplo, no acepta las durísimas presiones de Alemania para que destituya a Romanones, que cae en abril de 1917 porque, ante la posibilidad de que ese presidente lleve a España a la guerra, es su propio partido el que se subleva contra él, de modo que pierde la mayoría parlamentaria. El Rey no era germanófilo, como se ha querido hacer ver. Muy al contrario, fue uno de los artífices de la neutralidad española en la Guerra Mundial y de su orientación aliadófila.
--Si pensamos en el momento actual, ¿debemos hacer una reflexión sobre la falta de visión de conjunto de los actores políticos, teniendo en cuenta aquel momento histórico, en el que diferentes sectores tensionaban el sistema?
--Nos sirve pensar en lo que pretendían en aquel momento. Querían destruir el sistema liberal. No querían la monarquía constitucional. No la querían los republicanos, que aspiraban a una República monopolizada por ellos, al estilo de la francesa o la portuguesa. Tampoco la querían los socialistas o los anarcosindicalistas, que pretendían el marxismo o el bakuninismo, en todo caso con el sindicato transformado en Estado como objetivo final. Lo curioso es que en esta revolución no opera un eje izquierda-derecha, sino que se enfrentan partidos de centro contra los extremos de uno y otro lado. Por ejemplo, entre las fuerzas revolucionarias también está embarcada la Lliga Regionalista, que siempre fue una fuerza política más nacionalista que conservadora. Por último, están también los militares de las Juntas de Defensa. Entre ellos, hay un pequeño reducto que es republicano, pero la mayoría de aquellos oficiales son muy de derechas, enemigos acérrimos de los liberal-conservadores. Esos militares junteros patrocinan un gobierno "de autoridad", con Antonio Maura a la cabeza, con un poder ejecutivo que funcionara sin parlamento. Un Maura transformado en cirujano de hierro. Y lo curioso de todo, o no tanto, es que se prefiguran los mismos actores que entre 1923 y 1939 iban a protagonizar la violenta disputa por el poder político que todos conocemos, sólo que en 1917 van todos juntos contra la monarquía liberal. Por ejemplo, esos junteros del Ejército apoyarán a Primo de Rivera, igual que haría el PSOE. Y como la mayoría de esos oficiales eran jóvenes, también les dará también tiempo a combatir al grueso de ellos en el bando nacional durante la Guerra Civil.
--¿Hay muchas concomitancias con la actual situación, con riesgos que se corren si la vida política mantiene la gran polarización existente?
--Hay muchas lecciones que debemos tomar de este periodo histórico. El elemento claro de discontinuidad es el Ejército, porque ha cambiado mucho y es plenamente constitucional. Pero en el resto de actores hay tendencias que deberían ser corregidas. Una de las lecciones es que no hay democratización al margen del liberalismo, y que la democracia es inseparable de su fundamento liberal. En este sentido, uno se asombra, por cierto, de los planteamientos que hablan de cambiar alegremente la monarquía por la república, como si eso simplemente significara poner a un señor con sombrero en lugar de a uno con corona al frente de la jefatura del Estado. Ese cambio tiene unas implicaciones mucho más profundas, con un enorme impacto y costes sobre los principios y el funcionamiento de la democracia misma. ¿Acaso es casual que las largas etapas donde las libertades han regido en España hayan sido bajo la forma de una monarquía constitucional? ¿Es que no se sabe que los republicanos históricos siempre han concebido tradicionalmente la "democracia"en términos patrimoniales, iliberales, como un régimen que sólo ellos pueden gobernar diga lo que diga el sufragio? Precisamente eso explica por qué no se ha consolidado en España la república como un sistema liberal. Y si, por cierto, Francia ha tenido nada menos que cinco repúblicas, eso es por algo que debería meditarse. Y luego está el nacionalismo, específicamente el catalán, cuyo proyecto y métodos han cambiado poco desde 1917. Lo curioso es que la visión que nos ha llegado de la Lliga es muy distinta a la que fue en realidad. La fabricaron los intelectuales de la derecha tradicionalista y maurista durante el franquismo, especialmente Jesús Pabón con su biografía de Cambó, que lo ha presentado como el gran político del siglo XX, que sólo pretendía dinamizar una España decadente a través de un sistema de autonomías regionales. Pabón consagró a Cambó como una especie de genio incomprendido que habría resuelto todos los problemas planteados entre 1917 a 1936. A esta mitomanía también ha contribuido la historiografía de izquierdas, que ha defendido al nacionalismo como una fuerza de progreso y un factor de democratización frente a una "derecha española" siempre reaccionaria. Esa interpretación poco tiene que ver con la realidad, y puede comprobarse leyendo con atención La Veu de Catalunya, el periódico de la Lliga, o las obras de sus dirigentes, todas accesibles desde internet. Éstos siempre reclamaron una autonomía “integral” o “soberana”, esto es, un estado catalán separado de España. En última instancia, y siempre que el rey aceptara ese estado propio, podría producirse una libre asociación que permitiera una política exterior y aduanera comunes, porque la Lliga no quería que los productores catalanes, que no apoyaban mayoritariamente al nacionalismo, perdieran el mercado español. Ese "estado propio" debía preservar una nación catalana definida, como Prat de la Riba afirmó abiertamente, en términos de raza, lengua y cultura. Un concepto de nación que nada tiene que ver con la nación real, la liberal y democrática, vigente aún hoy.
--En ese sentido, se hace referencia a la Mancomunitat de Prat de la Riba, y a cómo políticos como Eduardo Dato o Romanones se plantan cuando se reclaman continuas transferencias. ¿Se cometió el error ayer y hoy de que el nacionalismo sólo pretendía mejoras, cuando lo que quiere desde el inicio es el ‘todo’?
--Los nacionalistas han manejado siempre un doble juego. En Cataluña y en Madrid decían cosas diferentes. En Cataluña hablaban de nación, de estado y de soberanía. Pero en Madrid hablaban, con ambigüedad, de regionalismo y autonomía. Algunos políticos, como Dato, percibieron ese doble juego, tomaron precauciones y fijaron que la descentralización a través de organismos como la Mancomunitat era revocable. Ni Dato ni otros muchos, especialmente en el campo liberal, terminaron de fiarse de la Lliga. El problema es que, en Cataluña, los monárquicos debían elegir entre dar cancha a los republicanos o a la Lliga, porque a partir de 1907 eran éstas las dos fuerzas mayoritarias de la región. Coaligarse con los primeros era asumir el riesgo de reforzar a quienes querían derrocar la Monarquía. Por eso, se intentó integrar a la Lliga en el sistema, y que incluso pasara a convertirse en la sección catalana de uno de los dos grandes partidos, el Liberal o el Conservador. Probablemente ese camino fue erróneo, a lo que se sumó el hecho de no instituir una descentralización municipal más amplia al mismo tiempo que se establecía la regional en 1914. Eso hizo que la Lliga pudiera emplear la Mancomunidad para extender su influencia, municipio a municipio, por toda Cataluña, cuando originariamente apenas había sido un fenómeno político puramente barcelonés.
--Lo que usted defiende es que el nacionalismo siempre buscó un estado, y que el catalanismo, si se entiende como algo distinto, llegó después, con hombres como Valentí Almirall.
--El estado propio es el objetivo de Prat de la Riba y de Francesc Cambó. Hay que insistir en que el nacionalismo nunca será moderado porque tiene un objetivo de máximos que siempre es el mismo: la independencia. Un nacionalista puede ser maximalista, porque quiere alcanzar ese objetivo de forma rápida, o, si se sabe no mayoritario, puede ser gradualista e ir arrancando palancas de poder con la que ir construyendo su estado propio. Pero no hay nacionalistas moderados. Y esto tiene implicaciones muy serias para los que se niegan a formar parte de esta colectividad nacionalista. Por mucho que administrativamente sean catalanes, para los nacionalistas la condición de "catalán" depende exclusivamente de la comunión de los individuos con esa nación cultural que se está creando. Cuando un nacionalista habla de "Cataluña" no se refiere a la región o a la comunidad autónoma realmente existente, sino a esa comunidad de cultura in the making.
--La Historia nos ofrece lecciones. Una de ellas podría ser que con el bagaje de figuras como Dato o Romanones se entendiera hasta qué punto es conveniente la negociación con los nacionalistas. ¿Cómo pensar y actuar en beneficio del conjunto de España ante las demandas del nacionalismo?
--Con el nacionalismo surge un doble problema. Desde el punto de vista doctrinal debemos entender que la nación real nada tiene que ver con la fantasmagoría nacionalista. Para un demócrata liberal, la nación es un cuerpo político soberano que nos hace libres y que está para garantizarnos esa libertad mediante un gobierno de todos que ejerce jurisdicción en un territorio que también es de todos. Pero los nacionalistas definen la nación como una entidad irreal, un volksgeist o espíritu del pueblo que se exterioriza en una raza, una lengua y una cultura que hace a una comunidad humana naturalmente distinta y opuesta a las demás. Incluso en el siglo XXI, me atrevo a decir que los nacionalistas no descartan lo racial, aunque sea algo impopular tras la II Guerra Mundial. Por ello, el nacionalismo no es compatible con la democracia. Doctrinalmente, no lo es. Y desde el punto de vista práctico, aunque no guste escucharlo, la realidad es que cuando en España se ha querido consolidar la democracia, el nacionalismo catalán siempre ha sido una fuerza subversiva con la democracia, que la ha debilitado mientras, paradójicamente, no se le conocen grandes demostraciones de oposición a las dictaduras de Primo de Rivera y Franco. De hecho, la Lliga de Cambó, tras su derrota electoral de 1918, postuló ya la dictadura militar, con la idea de que su influencia entre los militares junteros le permitiera conseguir un régimen autonómico. ¿Hace falta recordar la postura de ese mismo partido en 1923 o el de la Esquerra en la Segunda República y la Guerra Civil, y los famosos lamentos de Azaña y Negrín? Y hoy día, con un sistema político que considerábamos ya estable y consolidado, hemos tenido los sucesos de 2017. El problema es que el franquismo devolvió al nacionalismo catalán una especie de pureza virginal democrática porque, en teoría, el segundo se había opuesto a la dictadura.
--Es decir, al revés de lo que sostenía Cacho Viu, con su obra sobre el nacionalismo como factor de modernización de España, para usted es un elemento distorsionador.
--Siempre ha sido un elemento de desestabilización. Y lo vemos en este libro. El gran cerebro de toda la operación revolucionaria de 1917 es Francesc Cambó, con el único objetivo de obtener el estado propio. Cambó estuvo dispuesto a cargarse la monarquía si el rey no cedía a sus pretensiones, y a apoyar a los militares para que tomaran el poder. La Lliga no tenía un proyecto de defensa de la democracia liberal, sino todo lo contrario.
--Defiende en el libro la Constitución de 1876. Los que reclaman ahora cambios sustanciales, desde la izquierda alternativa o desde el independentismo, señalan que España no es reformable, como no lo fue aquella Constitución. Y asemejan el llamado régimen del 1978 a la Constitución de 1876 y la Restauración.
--Aquella Constitución era flexible, y no era para nada incompatible con la democracia. Permitía un sistema parecido al británico, en aquel momento. No necesitaba de grandes cambios, al margen de la reforma del Senado, de la ley electoral o de modificaciones en los reglamentos de las cámaras. Lo que faltaba en la práctica era una mayor competencia electoral, pero en 1918 se estaba ya cerca de alcanzarla.
--¿Alcanzar acuerdos en 1978 fue una excepción, y ahora volvemos a la norma histórica de España?
--Soy más optimista, pero porque entiendo que la Restauración de Cánovas y Sagasta no fue el sistema de oligarquía y caciquismo que se ha difundido. La monarquía constitucional del XIX fue mucho más libre y parecida a lo que tenemos hoy que todo lo que vino entre 1923 y 1975. Políticos como Dato o García Prieto eran mucho más modernos que cualquier tecnócrata del franquismo. Los materiales de la experiencia constitucional y la práctica política de la Restauración nos han servido no poco para construir lo que tenemos hoy con la Constitución de 1978.
--La crítica al nacionalismo en el libro es contundente, pero, ahora, ¿qué se debe hacer, entender que lo que dicen los nacionalistas lo harán o que se trata de retórica?
--Yo recomiendo siempre el libro de Elie Kedourie sobre el nacionalismo. Los nacionalistas no van a renunciar nunca a su objetivo, que es el estado propio. Y hay que tener en cuenta que ser demócrata liberal no implica parecer un buen chico que entona exclusivamente cantos al diálogo. Se debe defender sin ambages la soberanía nacional, la libertad civil, el gobierno representativo y la división de poderes. Y en algún momento habrá que decirles a los nacionalistas que sus objetivos no son compatibles con la democracia, en tanto que nadie tiene derecho a privar a su conciudadano de sus libertades civiles ni a convertirlo en extranjero en su propio país. Y nuestros políticos, a diferencia de los de antes de 1923, no son claros explicando esto. Se agradecería que lo fueran más y que hicieran pedagogía.