Jordi Nadal, 'in memoriam'
La carrera del historiador estuvo muy condicionada por el encuentro con Vicens Vives y la ambición por explicar el proceso de industrialización en España
13 diciembre, 2020 00:00Siguen añadiéndose nuevas tristezas a las que estamos sufriendo en estos últimos meses los historiadores de mi generación. Nos vamos quedando sin referentes, sin maestros. La lista de los que nos han dejado recientemente se hace larga: Carlos Seco, Miguel Artola y Pedro Tedde de Lorca, más Bartolomé Bennassar y Joseph Pérez entre los hispanistas, por citar sólo los más conocidos. Ahora nos enfrentamos a la dolorosa noticia de la desaparición del profesor Jordi Nadal Oller.
Aunque se me entremezclan los recuerdos personales con la obra escrita y objetivamente valiosa y con el legado indiscutible de su magisterio y su presencia en la universidad y en otros ámbitos de la actividad científica, voy a tratar de restringirme lo más posible a su personalidad como profesional de la Historia y a sus aportaciones más considerables a la historia de España en general y de Cataluña en particular. Para lo primero, recomiendo la lectura de la biografía que publicó la revista L’Avenç en su número 390, correspondiente al mes de mayo de 2013 (más que su autodefinición “Com em vaig fer historiador”, también en L’Avenç, en su número 371 de 2011, demasiado breve para nuestros deseos), mientras que para lo segundo es conveniente el trato lo más estrecho posible con sus muchas publicaciones, bien de modo directo bien a través de las múltiples reseñas que se le dedicaron.
De su biografía hay que tener en cuenta su nacimiento en el pueblo gerundense de Cassà de la Selva en 1929, en el seno de una familia que vivía esencialmente de la fabricación de tapones de corcho para la industria del champán, lo que le hizo confesar en alguna ocasión que era de “condición burguesa”. También hay que señalar que su trayectoria vital quedó marcada por su instalación en Francia durante el transcurso de la guerra civil, lo que le libró en buena medida de los horrores de aquellos años y le convirtió, según sus propias palabras en un “beneficiado de la guerra”, frente a la inmensa cantidad de los niños inocentes víctimas del exilio, del hambre, de la orfandad y de la muerte. Sin embargo, el regreso a Girona le pondría en contacto con otra realidad espantosa, los horrores de la posguerra: “Todavía me vuelve de vez en cuando la imagen de unos consejos de guerra tenebrosos, desarrollados y contemplados en el viejo Palacio de Justicia, al pie de las escaleras de la catedral, en el entorno del Instituto. La llegada de los perdedores de la guerra civil, atados de manos y acompañados de la guardia civil, la mirada entre ausente y avergonzada del tribunal, la lectura de las sentencias (a menudo condenas a muerte), los gritos de los familiares, la sordidez del espectáculo” (todas las traducciones del catalán son mías).
Frente a la figura de Vicens Vives
La consecuencia fue su traslado a Barcelona y su ingreso en el Liceo Francés, en la “zona gaullista” cuando la institución se escindió en dos tras la ocupación alemana de Francia. Finalmente, otro hecho sobre el que no se insistirá bastante fue su precoz sordera, que se hizo patente de forma dolorosa a los dieciséis años y que sólo se vio paliada más tarde por la llegada de un “aparatoso aparato” importado desde California y que su madre le obligó a usar pese a las angustias y los complejos de su portador. En cualquier caso, después de superar el examen de estado (con la anécdota, hilarante referida ahora, pues entonces no tenía ninguna gracia para los estudiantes, de hacer frente a algunas preguntas como las de quién era Subiluliuma o cuáles eran los ríos de la isla de Java), hubo que dirimir la clásica disyuntiva entre Derecho y Filosofía y Letras, que Jordi Nadal hizo de manera insólita, estudiando la primera carrera como alumno oficial y la segunda como libre, para invertir los términos al terminar los Comunes en Letras. Finalmente, tuvo que enfrentarse a su padre para confesarle que no pensaba ejercer como abogado sino como hombre de letras, con la posibilidad de llegar como máximo a ser catedrático de instituto. (yo también convencí a mi padre diciéndole que un catedrático de instituto ganaba 7.000 pesetas al mes en 1962: perdón por la efusión personal).
Como es bien sabido la carrera de Jordi Nadal estuvo muy condicionada por su encuentro en la Universidad de Barcelona con Jaume Vicens Vives, lo que le convirtió para siempre (junto a Joan Mercader, Joan Reglà y Emili Giralt) en uno de sus discípulos por antonomasia. Esta circunstancia le proporcionó desde luego indudables ventajas: en 1953 pudo ampliar sus estudios en Toulouse, París y Pavía, desde el curso 1954-55 fue profesor ayudante de historia económica en la recién creada Facultad de Ciencias Económicas, en el curso 1957-58 fue lector de castellano y catalán en Liverpool y en el año 1959 quedó asociado a la redacción del Manual de Historia Económica de España, una obra que se estuvo editando durante muchos años después de la muerte de su autor principal y que fue la vía de acceso de la gran mayoría de los historiadores extranjeros a la materia, incluso cuando el libro, como fruto del desarrollo de la disciplina en España, fue quedando obsoleto, al tiempo que entraba a formar parte de la redacción de uno de los más singulares productos de la iniciativa de su maestro, el celebrado Índice Histórico Español, cuya fundación data de 1953. No es extraño, por tanto, que nuestro historiador profesara una inconmovible devoción a su maestro: “Vicens te tocaba la fibra sensible. ¡Incluso solamente con su presencia física! A veces puede producirte desazón decirlo, pero era un hombre magnífico, impresionante.(…) Era como un imán, tenía un carisma muy especial”.
Antes, en 1957, Jordi Nadal había defendido (bajo la dirección de Vicens, of course) su tesis doctoral sobre la inmigración francesa en Cataluña en el siglo XVII, que se leyó el mismo día que la de Emili Giralt sobre el comercio marítimo de Barcelona en la misma época, porque (caso singular) ambos trabajos habían sido escritos a dúo por los dos jóvenes historiadores, a los que llamaban “els bessons” (los mellizos o los gemelos). La tesis de Jordi Nadal fue más tarde revisada, traducida al francés y publicada (y firmada conjuntamente con Emili Giralt) en París en 1960 por SEVPEN, bajo el título de La population catalane de 1553 à 1717. L’immigration française et les autres facteurs de son développement.
Y durante más de una década, el recién doctorado se mantuvo fiel a la historia demográfica. Su obra más difundida en este periodo fue La población española (siglos XVI al XX), cuyo éxito se debió no solo, objetivamente hablando, a la calidad del trabajo y a su claridad expositiva, sino también al hecho de cubrir un hueco en los conocimientos sobre la historia de España, donde la evolución de la población ocupaba un lugar insignificante. El libro, aparecido en la celebrada colección Ariel Quincenal en 1966 siguió editándose hasta 1995, es decir tuvo tres decenios de vigencia. Más tarde, ya que igual que el asesino siempre vuelve al lugar del crimen el historiador siempre retorna a sus primeros trabajos, recogería sus restantes escritos de historia de la población en 1992 en su libro Bautismos, desposorios y entierros. Estudios de historia demográfica (de nuevo en Ariel). Y por las mismas fechas aceptó el encargo de dirigir, por encargo de la Fundación Archivo de Indianos y en colaboración con Jordi Maluquer de Motes y Antonio Macías, una colección de monografías sobre la emigración española a América, uno de cuyos volúmenes me fue encargado por el propio director, el relativo al periodo de 1492 a 1824 (Gijón, 1994).
Invitado por John Elliot
En este mismo periodo, Jordi Nadal fue el único historiador español capaz de intervenir en el famoso debate sobre la revolución de los precios abierto por el estudioso estadounidense Earl Jefferson Hamilton, con un artículo fundamental (La revolución de los precios españoles en el siglo XVI. Estado de la cuestión, publicado en Hispania, tomo XIX, nº 77, año 1959). Y además lo hizo rebatiendo la tesis principal de American Treasure and the Price Revolution in Spain (1501-1650), que cito en inglés llamando la atención sobre su tardía traducción al castellano en 1975 (siendo el original de 1934). Según el investigador catalán, el ritmo del aumento de los precios fue mayor en la primera mitad del siglo que en la segunda mitad de la centuria, lo que invalidaba la conclusión de la relación directa entre la llegada de metal precioso y el incremento de los precios. La advertencia de Jordi Nadal entró desde entonces en una polémica historiográfica que no ha terminado todavía de resolverse de un modo incontrovertible. Como un epílogo a esta preocupación por la trayectoria de España durante la Edad Moderna, todavía quiso escribir un último libro sobre dicha temática, España en su cenit (1516-1598) (de nuevo Ariel), en una fecha en que ya había superado la edad de la jubilación, en el año 2001.
Para entonces, Jordi Nadal ya había andado mucho camino en su carrera docente. Después de haber velado sus primeras armas bajo los auspicios de Vicens, en 1969 obtuvo por oposición la cátedra de Historia Económica de la Universidad de Valencia, de donde pasaría a la misma cátedra en la Universidad Autónoma de Barcelona, donde ejerció durante una entera década (1970-1981), con el breve paréntesis de su estancia en el Institute for Advanced Study de Princeton, invitado personalmente por John Elliott (1978-1979). En 1981 retornó a su antiguo hogar, la Universidad de Barcelona, de donde ya no se movería hasta su jubilación en 1999 y aun más allá, gracias a su nombramiento como catedrático emérito, aunque sus clases a partir de esta fecha tuvieron como escenario la Universidad Pompeu Fabra.
Esta dedicación se vio coronada por su nombramiento como Doctor Honoris Causa por las universidades de París XII (2001), Pompeu Fabra (2010), Girona (2013) y Almería (2013 igualmente), tras la bochornosa negativa de la Universidad Autónoma de Barcelona a proceder a su investidura, así como a la de Josep Fontana. Hay que decir que Jordi Nadal, debido al alto nivel de autoexigencia, fue siempre un maestro severo con los profesores de su departamento y, sobre todo, con sus estudiantes, lo que le granjeó en sus primeros tiempos una fama de “ogro”, que se vería dulcificada más adelante (en lo que constituye verdaderamente una segunda etapa de su vida) y que siempre se vio contrarrestada por la eficacia de su magisterio y por sus “sortides en colla”, es decir sus excursiones acompañado de sus alumnos que les llevaron a Riotinto (“la maravilla de las maravillas”, en sus propias palabras), Galdácano y la ría de Bilbao, Ensidesa y Trubia en Asturias, los astilleros de Ferrol en Galicia, el Canal de Castilla, los talleres Averly en Zaragoza, las fábricas de galletas de la provincia de Palencia, las fábricas de taulellets de la provincia de Castellón y las fábricas de corcho de la provincia de Girona, esto sin duda en recuerdo de la tradición familiar.
Como en alguna ocasión ha declarado el propio interesado, su ingreso en el mundo de las cátedras de Historia de Historia Económica le indujeron a abandonar (aunque no del todo, como hemos visto) la historia de la población por otras temáticas más amplias, concretamente por la historia de la industria, tal vez consciente de que era esta la mayor singularidad de la historia económica de Cataluña. Con los antecedentes de su participación en la obra colectiva La industrialización europea. Estadios y Tipos (Crítica, 1961), con una contribución justamente celebrada (Industrialización y desindustrialización del sudeste español, 1820-1890), y en el primer Coloquio de Historia Económica de España (Barcelona, 11-12 de mayo de 1972), cuyas actas fueron editadas conjuntamente por Jordi Nadal y Gabriel Tortella (ambos fundadores de la Asociación Española de Historia Económica, que Nadal presidiría entre 1994 y 1997), bajo el título de Agricultura, comercio colonial y crecimiento económico en la España contemporánea (Ariel, 1972), el giro a la nueva temática se produjo en 1975 con la aparición de una de sus obras fundamentales, El fracaso de la Revolución industrial en España, 1814-1913 (también en Ariel), dedicada a sus padres, Joaquim y Àngela, que se convertiría en un referente insoslayable, como prueban sus quince reimpresiones en los siguientes veinte años, algo realmente inusual en este tipo de literatura.
Industria, Industria, Industria
Sin entrar en un análisis exhaustivo del libro, sí que creemos en la conveniencia de resumir sus conclusiones, que serían el núcleo de un prolongado debate historiográfico. El autor, tras descartar el crecimiento demográfico como “una falsa pista”, establecía el fracaso de las dos desamortizaciones, la del suelo y la del subsuelo, que impidieron el aprovechamiento de las bases naturales (agrícola y minera) de una posible Revolución Industrial. A esta frustración se sumaron otros factores negativos, como la falta de adaptación del sistema político y social a las nuevas coordenadas creadas por la pérdida del imperio colonial y la inexistencia de un mercado interior en estado avanzado de formación. De este modo, se lastró la aparición de una industria siderúrgica moderna, que pudo haber surgido tempranamente en Andalucía y más tardíamente en Asturias, pero que finalmente se concretó en Vizcaya, que sin embargo no fue capaz de aprovechar el carbón asturiano ni de centrarse en una oferta de los productos más rentable ni de superar la insuficiencia de la demanda. Sólo salió a flote la industria algodonera de Cataluña, aunque al precio de limitarse al mercado interior español y a costa de desactivar el crecimiento de la agricultura castellana. Los dos únicos éxitos (los de Cataluña y Euskadi) fueron insuficientes para alterar la noción general de fracaso, pues sin la revolución agraria fue imposible la Revolución Industrial.
Esta línea de trabajo ya no sería abandonada por nuestro historiador. Diez años después de este su primero y uno de sus principales logros, un afortunado azar le permitía inaugurar otra faceta de su actividad intelectual, la producción de exposiciones sobre el pasado industrial español. Así surgió la oportunidad de la famosa muestra Catalunya, la fàbrica d’Espanya, que (tras ser rehusada por el conseller de Cultura de la Generalitat, Max Cahner, por su elevado coste), encontró el apoyo entusiasta del alcalde de Barcelona, Narcís Serra, y otras colaboraciones indispensables: Jordi Maluquer de Motes en lo histórico, La Maquinista Terrestre i Marítima en lo económico y Joan Anton Benach (inolvidable amigo, a quien Nadal califica muy justificadamente de “persona culta y dialogante”) en lo organizativo. Tras una acogida espectacular, el ministro de Industria del gobierno español, Joan Majó, propuso su traslado a Madrid, aunque otros dos conocidos historiadores de la economía, Pablo Martín Aceña y Francisco Comín, propusieron al INI el título de España, 200 años de tecnología (a pesar de que el profesor Nadal cree que hubiese sido más exacto titularla España, 200 años sin tecnología), lo que permitió montarla en Madrid en 1988 (en el parque del Retiro) con la colaboración del citado Pablo Martín Aceña y del profesor del departamento de Historia Económica de Barcelona Albert Carreras. A esta exposición excepcional le seguiría en 2005 otra, financiada por la Fundación Pedro Barrié de la Maza, organizada en colaboración con otro conocido profesor de historia económica, Xan Carmona, y titulada Galicia Industrial, que daría lugar a la publicación el mismo año del libro El empeño industrial de Galicia. 250 años de historia (1750-2000).
Al compás de estas exposiciones, la producción historiográfica de Jordi Nadal no cesaba. Así se sucedieron: Pautas regionales de la industrialización española (siglos XIX y XX) en colaboración con Albert Carreras (1990); Sant Martí de Provençals, pulmó industrial de Barcelona (1847-1992) en colaboración con Xavier Tafunell (1992), Moler, tejer y fundir. Estudios de Historia Industrial (1992), La cara oculta de la industrialización española. La modernización de los sectores no líderes en colaboración con Jordi Catalán (1994), El coure (dos volúmenes) en colaboración con Pere Pasqual (2008), Contribució catalana al desenvolupament de la industria surera portuguesa (2010). Y seguramente me dejo en el tintero algún que otro trabajo, en relación o no con la industria, como el publicado en el homenaje dedicado en el año 2015 al profesor Antonio Miguel Bernal (Germanofilia impenitente y chantaje infructuoso al rey de España al término de la Primera Guerra Mundial). En todo caso, me deja tranquilo el que la obra completa pueda consultarse en Dialnet.
Máxima autoridad catalana en ciencias sociales
Mención aparte merece la dirección de algunas obras de gran envergadura. Así, podemos enumerar la Economía Española en el siglo XX. Una perspectiva Histórica, con Albert Carreras y Carles Sudrià (1987), la Història Econòmica de la Catalunya Contemporània (para la Enciclopèdia Catalana, 6 volúmenes entre 1988 y 1994), el Atlas de la Industrialización de España, 1750-2000, coeditado por Crítica y la Fundación BBVA (2003), con Josep Maria Benaul y Carles Sudrià, y el Atles de la Industrialització de Catalunya, 1750-2010, publicado por la editorial Vicens Vives (2012), también con la colaboración de los autores acabados de mencionar.
Faltaría hablar de su interés por la historia empresarial. Aunque su Història de la Caixa de Pensions (1981) puede atribuirse fundamentalmente, como ha declarado más de una vez el propio Nadal, a su discípulo Carles Sudrià, en cambio le corresponde en exclusiva el mérito de su última obra de gran aliento, La Hispano-Suiza. Esplendor y ruina de una empresa legendaria (Pasado y Presente, 2020), la historia de una ambiciosa aventura empresarial que terminó devorada por el franquismo a través de su obligada inserción en el INI (el Instituto Nacional de Industria) en 1946 y en la que aborda con su solvencia habitual las cuestiones de producción (coches de lujo esencialmente) y de contabilidad y finanzas, además de las biografías de sus principales promotores.
No queda mucho espacio para hablar de otras actividades, aunque hay que decir que estuvo en activo hasta el último momento, aceptando incluso invitaciones impertinentes como la que le hice de inaugurar el curso lectivo de la UNED de Cataluña en su sede de Terrassa. Sin embargo, debemos mencionar al menos su presencia a lo largo de los años en numerosas comisiones internacionales de historia demográfica y de historia económica. Y también destacar la fundación en 1992, en el seno de su Departamento de la Universidad de Barcelona, de la Revista de Historia Industrial, de la que últimamente era director honorario, mientras la dirección efectiva recaía en los profesores Carles Sudrià y Àlex Sánchez. Igualmente, mencionar su labor como director de numerosas tesis doctorales (he contado quince, pero a lo mejor hay alguna más). Por último, señalar los numerosos reconocimientos oficiales a su obra, entre los que, junto a los estrictamente universitarios (como los ya mencionados doctorados honoris causa), solo debemos (en aras de la brevedad) destacar por su particular significado, las Palmas Académicas de la República Francesa, la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio y la Creu de Sant Jordi.
Tras su fallecimiento, han sido numerosas las muestras de condolencia, así como también las declaraciones que abundan en la alta valoración de su obra, que se unen a las ya pronunciadas en otras ocasiones solemnes, donde su nombre solía integrar la gran tríada historiográfica catalana del siglo XX junto a los de Jaume Vicens Vives y Josep Fontana (más, fuera de Cataluña, el del maestro Pierre Vilar). El mayor elogio que he leído ha sido el de Jordi Maluquer de Motes, quien considera a Jordi Nadal la máxima figura de la cultura catalana en el ámbito de las ciencias sociales.
Carlos Martínez Shaw
Profesor Honorario de la UNED
Miembro de la Real Academia de la Historia.