José Enrique Ruiz-Domènec (Granada, 1948) nunca quiso vivir en las catacumbas. Historiador, catedrático de Historia Medieval en la UAB, profesor visitante en numerosas universidades europeas y americanas, autor de obras como Europa, las claves de su historia; La memoria de los feudales; España, una nueva historia; o Rostros de la historia, veintiún historiadores para el siglo XXI, acaba de publicar Informe sobre Cataluña, una historia de rebeldía (777-2017), editado por Taurus, (en catalán por Rosa dels Vents), en la que hace caso a sus maestros George Duby y Marc Bloch.
El historiador no puede dejar de lado sus propias vivencias. Y Ruiz-Domènec no lo hace. Vivió los inicios de la UAB. Quiso vivir en Barcelona, y dejó la Granada natal. Veía en Cataluña “el mejor referente para la izquierda”, y se encontró, a los pocos años, con un proceso que fue muy rápido, a finales de los años setenta y los primeros ochenta, en el que el nacionalismo jugó sus cartas y ganó. Supo reorientar su carrera: “Me abrí al mundo y el mundo me acogió”, y su obra se publicó y se difundió fuera de Cataluña y España hasta hace pocos años, y renunció a ese vivir en la oscuridad, luchando por una causa que estaba siendo derrotada, en la calle y en las aulas, con los primeros gobiernos nacionalistas.
Ahora Ruiz-Domènec ha querido elaborar un informe como si hubiera sido el encargo de un jefe de Estado o un presidente de Gobierno con el objeto de explicar que en la historia de Cataluña existe un hilo conductor, una “rebeldía” permanente, que se necesita conocerla para afrontar lo que ocurre ahora. Y tiene claro que “Barcelona ha construido Cataluña, a pesar de Cataluña”, insistiendo en una máxima y es la duda permanente por querer ser España, y al mismo tiempo, por no querer ser España. “La clave reside en España: estar con ella o contra ella. La cuestión es que en estos siglos no ha existido en Cataluña la duda de ser o no ser España, sino la convicción de ser y no ser España”, asegura.
El tramo final es de vértigo, como si se produjera un viaje hacia el momento actual a toda velocidad: “Así el Gobierno surgido a raíz de la recuperación de la Generalitat para llevar libertad, amnistía y autonomía a los catalanes se fue transformando en un mecanismo de adoctrinamiento de los catalanes 'liberados'. Siempre que podían, los dirigentes políticos realizaban dos acciones ligadas entre sí: profundizaban en el autogobierno con el traspaso de las mayores competencias posibles (incluso el orden público) y abatían los nexos de unión con el resto de España, lengua, valores, memoria, símbolos”. Una enmienda a la totalidad al pujolismo.
--Pregunta: Una primera idea que transmite su libro, Informe sobre Cataluña, es que es Barcelona la que construye el país, la que le da forma, a través del Condado de Barcelona, con menciones a figuras como Ramon Berenguer IV.
--Respuesta: No hay duda de ello. Barcelona ha construido Cataluña, a pesar de ella, desde el siglo VIII. La necesita y la quiere, porque es Barcelona la que lograba las mercancías necesarias, la que resuelve las malas decisiones que se toman. En muchos estudios se alude a las crisis alimentarias, cuando lo que sucedía es que se tomaban malas decisiones, cuando se decide una reconversión en los cultivos, y se pasa al azafrán, en lugar del trigo, por ejemplo. Unos se enriquecen con el comercio, mientras otros se mueren de hambre.
--Sin embargo, lo que queda claro es que usted se ha dejado buena parte de sí mismo en este libro, con un capítulo sobre los cuarenta años desde la democracia, en el que asegura que el nacionalismo ha ido aplicando un proyecto de forma sistemática que podía derivar en la independencia, con Jordi Pujol al frente.
--Yo sabía que tarde o temprano me iba a enfrentar a eso que está tan de moda ahora, que es contar tu propia experiencia. No le puedes dar la espalda a eso. El rigor y la honestidad intelectual debe estar siempre presente y te pueden pillar por eso si no los aplicas, pero el efecto que la vida ha provocado en ti, eso no lo puedes suprimir. Yo me debo a Marc Bloch, cuando escribe a partir de su propia experiencia, como judío. Yo, como intelectual, como historiador, como funcionario del Estado, --eso no lo voy a negar— que vivo relativamente bien, dentro de un mundo inestable, debo reflejar lo que ha pasado en este país en los últimos 40 años. Yo he vivido y he conocido a los protagonistas de este momento, y no me parece ético olvidarme de ello. No puedo no mojarme frente a mis propias impresiones. Con Sánchez Albornoz, que le conocí y lo admiraba, un día me dijo que no le admirara tanto, porque su generación no sería tan buena cuando no advirtió el riesgo de una situación que acabó en una Guerra Civil. Ahora no creo que vaya a ocurrir, porque tenemos armazones intelectuales mas fuertes, pero recuerdo que eso me pasó en Sarajevo, con los Juegos Olímpicos, cuando me invitó un gran amigo mío. Me dijo al despedirnos que viera bien aquel país, porque seguramente sería la última vez que lo vería. Sabía que se avecinaba algo muy grave.
--La crudeza con la que escribe, con interpelaciones al lector, con momentos clave en la historia de Cataluña, y con unos reproches enormes en ese tramo final sobre los últimos 40 años, ¿se puede abordar porque se tiene una estabilidad laboral, con una larga trayectoria detrás, como es su caso?
--Sabía el coste que podría comportarme, pero lo he aceptado desde hace tiempo. Cuando eres funcionario del Estado, el mayor castigo es dejar de serlo cuando te jubilas. En este país se desprecia a la gente mayor, sin pensar que todos acabaremos siendo gente mayor, pero ese es otro tema. Yo sé lo que significa, en todo caso, la independencia de criterio, y sé que te conduce a una posición marginal. Nadie te cuestiona tu trabajo si lo haces bien, pero hay otra parte más oscura, la de la subvención y el apoyo, la de los honores. Eso es resbaladizo. Y yo resolví que no me interesaba, que lo importante era conservar mi independencia de criterio.
--¿Lo dice porque vivió cosas demasiado oscuras, precisamente, en el ámbito universitario?
--He visto como se iba preparando una generación filibustera. Soy docente, y he visto cómo ha presionado el sistema, cómo un profesor calificaba de una manera, y el sistema añadía notas más altas. Ha habido una depauperización intelectual enorme. En mi experiencia, se ha demolido la Historia, se ha abandonado el gran relato, frente a lo que ocurre en otros países, para centrarse en cosas pequeñas, y especializadas.
--Usted lo señala en el libro, al asegurar que se debería entrar en detalle en la figura de Ramón Berenguer IV, que convierte el condado de Barcelona en la matriz de un territorio mayor, Cataluña, y que lega a su hijo un país “encajado en el Reino de Aragón”.
--Proceso soberanista, proyecto independentista… Usted considera que hay una línea de continuidad, un hilo narrativo a lo largo de la Historia, y nombra lo que sucedió en 1917 con la Mancomunitat, cuando se pide más autonomía y la convocatoria de elecciones constituyentes, con lo que quedaría derogada la Constitución de 1876. Querían más, dice.
--El problema es que cuando se enfrenta a coyunturas históricas de mucho calado, no reflexiona históricamente. Cuando llega la Mancomunitat, cuando se traza un esquema de país, no se atiende a la realidad. Se descubre que a Cataluña le sobra la mitad de la población, y es la misma, qué paradoja, que le ha dado la musculatura económica al país. No se crean mecanismos de capilarización social. Y eso es grave. No se puede decir que esa mitad son inmigrantes, que no se asimilan. Vienen del sur de España. No se les puede tratar como si fueran de Finlandia. Eso deriva en un supremacismo evidente.
--¿Y ocurre que algunos lo ven y se apartan del coro?
--Los críticos se apartan, han creado el sistema, pero lo critican, como yo mismo he hecho, al revisarme a mí mismo, con la influencia de otros colegas. Eso pasó en 1917 con Josep Pijoan o Eugeni D’Ors. Pijoan ya se había ido, se fue por el mundo, con una sensación de desengaño total. Y D’Ors lo dijo: si se sigue por esa línea, vendrá un General y así fue, con Primo de Rivera, en 1923, apoyado por la burguesía catalana. La historia no se repite, pero es recurrente.
--¿Y ahora?
--El capital se puede ir, como ya ocurrió tras el 1-O. Podría despatrimonializar, que sería la ruina. También podría tomar las riendas. Yo propongo que cuando se han tomado las riendas, las cosas han funcionado.
--Usted se pregunta qué hacer cuando la Realpolitik le da la espalda a la verdad, ¿eso ha pasado en Europa, con Carles Puigdemont, que va encontrando apoyos aunque tampoco le sirven de mucho?
--Es un problema, es una Realpolitik que no es consciente. Europa no se está enterando de nada. No hay discurso, están pensando en otra cosa. Tampoco hace caso al independentismo. En realidad lo que ocurre afecta al seno de la Unión Europea. Este libro es producto de dos grandes influencias, de mi editor (Joan Riambau, de Rosa dels Vents), con la idea de publicarlo en las dos lenguas, castellano (Taurus) y catalán (Rosa dels Vents), y de periodistas extranjeros que, cuando me consultaban, me decían que por qué no lo escribía. Lo que he querido hacer es un informe, por eso el título del libro, como si fuera un encargo de un jefe del Estado o un presidente del Gobierno que quisiera conocer qué se esconde históricamente en todo este asunto.
--¿Por qué una narración con especial atención a la Edad Media?
--Porque estoy cansado que se diga que lo que ha pasado es una rabieta por una sentencia del Tribunal Constitucional, o por una decisión o una frase que dijo José María Aznar.
--¿Entonces, lo que hay es un hilo histórico, una constante que deriva en el independentismo?
--Hay un hilo que es la rebeldía. Para mí es un concepto positivo. Es un país, que tiene una identidad, con un nombre que adquiere después, a diferencia de España, que toma un nombre que ya tiene, que es la Hispania de los Romanos. Cataluña es la provincia Tarraconense, hasta que alguien le da un nombre, pero ya existía ese país, con un carácter y una geografía o lo que fuera. Pero cuando Cataluña se enfrenta al Minotauro, al poder, como decía Vicens Vives, en Notícia de Catalunya, esa rebeldía propia se convierte en algo negativo. En el arte, y en muchos aspectos, esa rebeldía se convierte en una gran creatividad. En la arquitectura, Gaudí se rebela ante el neogótico, que no le gusta, y se inventa ese modernismo que es muy divertido. En el diseño, en el mundo de la medicina, en muchas cosas, lo catalán resulta en una rebeldía muy positiva y creativa. Pero en el campo político las cosas son distintas.
--¿Es una guerra interna constante?
--Es un enfrentamiento ante el poder. Ramón Berenguer IV, que se nombra Rey de Aragón, para poner orden al lío de condados feudales, con asesinatos de unos a otros, que conquista las taifas de Tortosa y Lérida, con lo que configura el territorio catalán, sufre 17 años de guerra civil, con una nobleza que le odia, y que solamente con mano dura logra doblegar. Pedro el Grande, que se aventura a la gran política internacional, sufre el acoso de los barceloneses, que se revuelven contra él, en un acto sedicioso, como explicó Bernat Desclot. Es una tendencia de larga duración. Hay un enfrentamiento contra los Trástamara, contra los Habsburgo, contra todos. Se argumenta que no querían a los catalanes, pero yo demuestro que Carlos V ofreció una gran oportunidad para que Barcelona fuera casi el eje de la capital del Imperio. “És molt complicat”, se respondió. Se teme al poder, pero hay, al mismo tiempo, el ensueño de que si se tuviera el poder todo funcionaría perfectamente. No se ha sabido lo que se ha querido.