El debate es intenso, después de los seis años de la primera Diada, en 2012, que dio el pistoletazo de salida al proceso independentista. La discusión estriba en buscar un acuerdo, un apaño, teniendo en cuenta la sentencia del Estatut de 2010, que constituyó –es cierto— un problema de legitimidad democrática, aunque fuera y hay que recordarlo, perfectamente legal y asumible, o en marcar un punto y aparte y proyectar una alternativa sólida, lo que exige tiempo y recursos, frente al nacionalismo.

El sentido de la practicidad, de la necesidad de avanzar y de encontrar lazos en común en el seno de la sociedad catalana, la que se declara independentista y la que lo rechaza, y también aquella que se siente incómoda en las orillas, obligaría a seguir los pasos que ha iniciado el Gobierno español, con el apoyo del PSC. Pero es discutible. Principalmente porque es necesario saber qué ha ocurrido desde la Transición, y también porque la historia de Cataluña está formada por un conjunto de hitos que tienen en común el espíritu de rebeldía, como ha explicado con brillantez José Enrique Ruiz-Domènec en Informe sobre Cataluña, con quien Crónica Global publica este domingo una entrevista.

Es decir, ¿puede servir una estrategia basada en un nuevo acuerdo con el nacionalismo si a medio plazo se produce una situación similar a la actual? Se ganará tiempo, dirán sus defensores. Y eso es la democracia, resolver conflictos sin considerar que se puede llegar a acuerdos definitivos.

Pero las cosas son como son. Y el independentismo ha falseado la realidad. A un año del 1 de octubre, que, realmente, no ofreció la mejor imagen de España, es necesaria una reflexión sobre el propio proyecto independentista. Sus dirigentes se acogieron a la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010 sobre el Estatut, y se remontan al proyecto de José María Aznar, a su segunda legislatura, en la que, supuestamente, habría recentralizado el Estado de las autonomías, vulnerando el espíritu constitucional y la división entre regiones y nacionalidades.

¿Es así? No lo es, si tenemos en cuenta un hecho crucial desde 1980, como fue la celebración de los Juegos Olímpicos. Ruiz-Domènec incide en ello, Son los propios hijos de Jordi Pujol, Jordi, Oleguer y Oriol; Marc Prenafeta, el hijo de su mano derecha en la Generalitat, Lluís Prenafeta, y los ahora políticos presos: Joaquim Forn, Jordi Sànchez, Josep Rull y Jordi Turull, además de David Madí y Francesc Homs. Todos ellos participan, con la complicidad de la Generalitat, en la campaña Freedom for Catalonia y Catalonia is not Spain. También el ahora moderado Carles Campuzano, que era entonces el secretario general de la JNC, las juventudes de Convergència. Todos esos cachorros querían poner de manifiesto que, en el mejor momento de la historia de España y Cataluña, había que marcar diferencias, que era necesario decir que Cataluña era otra cosa, que aspiraba a lograr un Estado. ¿Se puede justificar semejante acto de deslealtad?

Boicotearon la ceremonia de inauguración del estadio Olímpico de Montjuïc, y del Campeonato del Mundo de atletismo, con una pitada general cuando se produjo el discurso del alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall –que ahora, curiosamente, tanto reivindica el independentismo, a través de su hermano Ernest— y también se ensañaron con el discurso del Rey, todo en presencia de Jordi Pujol. Eso se produjo tres años antes de los Juegos. A partir de ese momento, se fue organizando la campaña, que contó con una sección propia, dentro de Òmnium Cultural, Acció Olímpica, a principios de 1991, apoyada inicialmente por... Pilar Rahola y Pep Guardiola. ¿Qué pretendían? Entre otras cosas que la delegación catalana se diferenciara de la española durante el desfile olímpico. No lo lograron.

Eso fue una traición y una deslealtad que el Gobierno central no supo corregir. Jordi Pujol estaba a punto de dar apoyo a un PSOE agonizante, a partir de 1993.

Lo que indica es que el nacionalismo trazó un proyecto que sacaba de vez en cuando la cabeza, y que, aunque se conocía y se combatía políticamente –con tibieza— se pensaba que nunca llegaría tan lejos. Pues sí, estaba latente. Aquella generación de cachorros se siente orgullosa de aquellas gestas, justo cuando España se había incorporado a la modernidad, cuando se había consolidado la democracia, y Cataluña gozaba de un fuerte autogobierno. Muchos de ellos fueron todavía más lejos y están ahora en prisión preventiva, un año después del desafío del 1 de octubre.