Ensayo

Violencia doméstica

25 septiembre, 2017 00:00

El caso Juana Rivas ha inundado las páginas de los periódicos este verano convulso por tantos motivos. Una madre que había sufrido malos tratos por parte de su marido italiano optó por desaparecer un tiempo de la acción judicial llevándose a sus hijos. Después del retorno, los hijos han sido desplazados con su padre, Francisco Arcuri, a la isla de Carloforte al sur de Cerdeña. La opinión mediática ha ido oscilando, de una inicial simpatía hacia la mujer que había sufrido violencia doméstica, al apoyo a los argumentos jurídicos del marido, para volver en los últimos tiempos a la identificación emocional con la granadina Juana Rivas.

En las sutilidades del conflicto judicial no entraremos, pero sí que parece evidente un contraste significativo entre la normativa jurídica italiana ante la violencia familiar y la posición española, ésta, supuestamente de perfil más feminista. Pero más allá del caso Rivas con la cuestión de la tutela de los hijos, el problema de fondo sigue siendo la violencia familiar. Nada menos que 42 mujeres asesinadas hasta el momento presente en 2017 con 5 hijos también muertos. Cifras que apabullan si tenemos en cuenta que en 2008 fueron asesinadas 84 mujeres. En 2009, 68. En 2010, 85. En 2011, 67. En 2012, 57, las mismas que en 2013. 59 en 2014. 64 en 2015 y 53 en 2016.

Mujeres muertas de la más diversa procedencia geográfica y social. Muertas en ciudades importantes como Madrid, Barcelona, Sevilla, Valencia... pero muchas también en pueblos como Seseña (Toledo), Caudete (Albacete), Daimiel (Ciudad Real), Campillo (Alicante), Mora (Toledo), La Llagosta (Barcelona)... Es difícil hacer lecturas sociológicas. Durante mucho tiempo se ha focalizado la atención en familias de extracción social humilde procedentes de la emigración, de escasa formación cultural. Ahora el espectro es mucho más amplio e incluye anchos sectores de la gran y pequeña burguesía. Tampoco pueden establecerse reglas acerca de si había o no en los casos de asesinato, denuncias previas y órdenes de alejamiento. Si los había, los asesinos han incumplido las directrices y el asesinato se ha podido producir. Sí parece que ha habido un incremento en los últimos tiempos de los suicidios de los maridos tras el asesinato de las esposas y, desde luego, se empiezan a generalizar las víctimas también entre los hijos del matrimonio. Muchas veces los hijos son utilizados como valor de uso para incrementar el dolor de la mujer-madre.

La violencia contra las mujeres es un fenómeno de incidencia terrible en la época en qué vivimos pero el mismo tiene un largo recorrido histórico

La violencia contra las mujeres es un fenómeno de incidencia terrible en la época en qué vivimos pero el mismo tiene un largo recorrido histórico. Antonio Gil Ambrona escribió un libro espléndido sobre la historia de la violencia doméstica (Cátedra, 2008) que recomendaría a todo el mundo. Como dice el autor de este libro, el semanario El Caso, en pleno franquismo, constituyó una fuente extraordinaria para tomar conciencia de la frecuencia del asesinato de mujeres en el hogar familiar. La portada del libro citado es un detalle del célebre cuadro de Ignacio Pinazo sobre las hijas de El Cid, aquellas doña Elvira y doña Sol, maltratadas por los infantes de Carrión.

En la Edad Media contamos con no pocos casos de violencia doméstica como la célebre maltratada, la reina Urraca de Castilla, y, desde luego, las obras de literatura reflejan trasfondos apasionantes de conflicto matrimonial con situaciones que la literatura sublima y esconde. ¿La seducción de Melibea se trata de un consentimiento o de una violación? En la Edad Moderna se codifican los valores de la "perfecta casada" que Luis Vives y fray Luis de León encerraron en el hogar. Pero la realidad es que los cánones del encerramiento se rompen y la libertad femenina va ganado puntos a la misoginia estricta. Los pleitos de separación regulados por las diócesis son la prueba mayor del fracaso del sistema hermético. La bigamia se dispara procesada por la Inquisición, las solicitudes sexuales de los confesores rompen sus inhibiciones, abundan las mal casadas que se convierten en género literario en Cervantes y en Guillén de Castro, los afanes de regulación eclesiástica familiar con Arbiol a la cabeza más bien fracasan... La violencia física se ejerció no contra pocas mujeres. Los casos de los asesinatos de las mujeres de Hernán Cortes (Catalina Juárez) o de Alonso Cano (María Magdalena de Uceda) hoy nos son bien conocidos. La novela del siglo XIX pondrá sobre la mesa la evidencia del fracaso matrimonial y la emergencia de las mujeres libres. Pardo Bazán lanzará una auténtica cruzada contra la violencia machista y La Regenta de Clarín se moverá entre escenarios de violencia latente. Valle-Inclán nos construirá visiones esperpénticas de la violencia familiar en La hija del capitán o Los cuernos de Doña Friolera.

Hoy, la violencia doméstica no puede explicarse por cuestiones simplemente personales, ligadas al alcohol o la locura. Ni tienen sentido las viejas legitimaciones del honor herido. Ni pueden justificarse, como tantas veces se hace, por la vía de la violencia del entorno. Hasta el momento tengo la impresión de que la denuncia previa no implica garantía suficiente para evitar el crimen. Tampoco la publicidad de los hechos permite hacer pensar que ello pueda intimidar a los potenciales asesinos y hacerlos desistir de su voluntad.

El problema, en cualquier caso, es grave. La historia, si algo enseña, es que sólo una mediación legitimada jurídica y moralmente podría reducir los casos de asesinato, papel que llevó a cabo la Iglesia en los siglos XVI y XVII. La educación no misógina me temo que queda como asignatura pendiente eternamente incumplida. Es lamentable pero es cierto: los jóvenes estadísticamente matan a sus parejas más que los viejos.