'Homenot' Enrico Berlinguer / FARRUQO

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Democracias

Enrico Berlinguer: vida, tiempo e historia

El Erasmo del comunismo italiano, coetáneo de figuras como Calvino, Pasolini o Montanelli, apostó por la democracia europea y situó a la izquierda sobre el tablero geopolítico de Europa

18 junio, 2022 22:00

Enrico Berlinguer el político culto y capaz de hacer el papel de Erasmo en medio del dogma comunista, abogó por la pertenencia de Italia al entonces Mercado Común (hoy UE) y mostró su adhesión a la OTAN, “el paraguas que nos hace sentir más seguros”. Falleció el 25 de abril de 1984, cuando todavía se escuchaban las ecos de la finezza intelectual italiana representada por nombres como Ítalo Calvino, Leonardo Sciascia, Pasolini, Umberto Eco, Renato Gatuso....y por otros, acaso menos contaminados, como Indro Montanelli, Roberto Calasso, Alberto Moravia o Giulio Einaudi. Casi todos ellos otorgaron vigor al corpus ideológico globalmente considerado del centro izquierda, a través de unas estructuras académicas, editoriales y mediáticas hoy desperdigadas.

En esa plétora que rodeó al político destacan casos como el de Einaudi que aglutinó en su prestigioso sello editorial a Leone Ginzburg o Cesare Pavese, junto a destacados cómplices de la letra impresa como Norberto Bobbio, Elio Vittorini o Luciano Foà. El año pasado, varias reediciones celebraron el centenario de Sciascia, el autor siciliano, que analizó en su obra lo que el poder tiene de “acto criminal”. Publicó incontables denuncias sobre de la connivencia entre la mafia y la política italiana y se acercó a los postulados pacifistas de Berlinguer.

El tiempo le ha dado la razón. En concordancia con el mismo Einaudi, el líder político conoció fugazmente a Cesare Pavese, enorme hombre de letras, fallecido prematuramente a causa de una sobredosis. Pavese perteneció al PCI después de haber militado en las filas del Duce; fue un destacado miembro de la generación neorrealista; destacó como introductor en Italia de Walt Whitman, Melville, Faulkner, Dos Pasos o Steinbeck y fue un excelente traductor de Joyce. Enrico Berlinguer también se acercó a las vanguardias estéticas del siglo pasado a través de referentes como Renato Gatuso, exponente del movimiento pictórico Corrente.

Enrico Berlinguer

Enrico Berlinguer

El político del PCI nunca lisonjeó descaradamente la inclinación de su siglo. Hizo frente a los laberintos de la política y el intelecto acrecentados por mil adversidades. Combatió al izquierdismo salonière de la gauche caviar a base de verdades; fue una piedra de toque del lenguaje preciso. El tacto más que el contacto llevó a Berlinguer hasta la acera de director de cine Ettore Scola, miembro de una generación posterior al neorrealismo –de ella solo nos quedan los hermanos Taviani–, alimentada por cineastas como Marcelo Mastroiani –Una jornata particolare–, especialmente implicado en la película Gente de Roma, una saga-fuga que se les permite solo “a los grandes del pasado, como los fedeli d’Amore, Dante, Cavalcanti o Leopardi, pero también a los cineastas contemporáneos como Fellini o Visconti, porque solo ellos consiguen huir de la muerte, refugiándose en la inmortalidad”, exclamó Ettore. Sus películas destilaban la bonhomía que le interesó a Berlinguer, aunque el rojo Scola desprendía una radicalidad imposible de consolar.

En la lista de los intelectuales próximos al político, algunos descubren  con extrañeza al heterodoxo Pasolini. Lo cierto es que el cineasta tuvo una influencia robusta en la izquierda; su muerte en la playa de Ostia, en 1975, en circunstancias nunca aclaradas, coincidió casi con el asesinato de Aldo Moro (tres años después, 1978 a manos de las Brigadas Rojas), y ambos sucesos se convirtieron en la bisagra histórica del pensamiento italiano, en palabras de Filippo Ceccarelli, autor de Invano. Il Potere in Italia. Da De Gasperi a questi qua (Feltrinelli Editore). Cercarelli recorre el laberinto romano sobre la carcoma de la política, repartida ente el Palazzo Chigi (Gobierno) y el Quirinale (presidencia de la República); algunos fragmentos de sus textos aparecen en las biografías más autorizadas de Berlinguer. Estas últimas relatan los encuentros secretos entre el secretario general de los eurocomunistas y Aldo Moro para preparar la estrategia PCI-DC que el terrorismo rojo abortó la misma mañana en que debía aprobarse en el Parlamento el primer Gobierno apoyado por los eurocomunistas y presidido por Giulio Andreotti.

Pasolini en el 'set' de 'Saló' (1975).

Pasolini en el 'set' de 'Saló' (1975).

Una década después, Umberto Eco publicó El péndulo de Foucault, una representación de la irracionalidad en clave de ficción. En sus páginas se muestra como el escenario social puede corromperse hasta engendrar los monstruos que Goya veía nacer del sueño de la razón. En otro de sus libros, El nombre de la Rosa, Eco refleja la ponzoña del poder religioso, en el embrutecido mundo investigado por fray Guillermo de Baskerville –en el cine fue interpretado por Sean Connery en una película homónima de Jean-Jacques Annaud–, un personaje con antecedentes literarios cercanos, como el Sherlock Holmes de Conan Doyle, y otros muy lejanos, como el escolástico Guillermo de Ockham. En el fondo del cuadro de Eco aletea siempre la conspiración, una pasión política que el autor compartió con Berlinguer, pero marcando cierta distancia respecto a los partidos y los parlamentos. Antes de 1984, ambos. Berlinguer y Eco, detestaron  la Italia que anunciaba ya la Tangentopolis; una patria sin padre, pero con una madre indulgente: la Iglesia.

En la segunda mitad de los setenta, Italia se descompuso. En aquellos años, las instituciones democráticas fueron salvadas más por Berlinguer que por políticos de la derecha, como Andreotti o Cossiga. Los libros escritos por el secretario general del PCI hicieron fortuna: La passione no e finita (Einaudi); La questione morale (Alberti Edicione), La política internacional del comunismo italiano (Ed Akal), entre los más leídos. A medida que crecía la confianza en el líder benigno, la lucha de las Brigadas Rojas contra el PCI fue especialmente dura; el terrorismo identificaba establishment eurocomunista con el Estado, desde que Palmiro Togliatti metió al PCI en el pacto constitucional de la República transalpina.

Theodor. W. Adorno

Theodor. W. Adorno

Berlinguer renunció a la supeditación ante Moscú durante la Guerra Fría y acabó con la dañina bilateralidad simbólica, establecida entre los movimientos marxistas europeos y la Unión Soviética. El izquierdismo occidental se partió en dos: la Escuela de Frankfurt con los rigurosos Adorno y Habermas a la cabeza, por un lado, y por el otro, los campus universitarios de San Diego (EEUU) y La Sorbona, donde los profesores veían a los jóvenes estudiantes como el catalizador de la revolución arrebatándole el protagonismo a la clase trabajadora. Pero aquellas incisiones no obtuvieron el consenso mayoritario de las sociedades y frente a los falsos profetas del dogma, la eclosión de Berlinguer se llevó el gato al agua. El PCI difundiendo la civilittà en movimiento, la doctrina gramsciana que desplazó a la dinámica de masas de Lenin.

La herencia de Gramsci cabalgó sobre un pasado entendible: la revisión historicista del materialismo dialéctico, reflejado en Quaderni dal carcere (Einaudi). El concepto de hegemonía sustituía en la práctica a la lucha de clases. En los ochenta, la glasnost oscureció el horizonte del Politburó moscovita y su débil continuismo se apagó con la Perestroika. Pero las largas autocracias sobreviven en el subsuelo. Recientemente, el pan nacionalismo eslavo que parasitó en el mundo soviético ha vuelto a inflamarse a través de la Federación Rusa de Putin, con el deseo de restablecer su dominio en el Cáucaso, el Mar Negro o en el Báltico.

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Hoy, las minorías favorecidas de la izquierda en Occidente, reunidas en las llamadas élites burocráticas, han perdido muchos trenes. El último lleva ahora un furgón en el que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, invita a la izquierda democrática a subirse, “permaneciendo dentro del atlantismo”, cuando la Alianza se rearma y prepara un golpe de mano que tratará de aislar definitivamente al autócrata de Moscú. A lo largo de este 2022, en el que se conmemora el centenario del nacimiento de Berlinguer, el bravísimo Stoltenberg ha recordado que aquel comunismo democrático de los ochentas era ya una esperanza.

A la muerte de Berlinguer, en 1984, Mitterand era presidente de Francia y Felipe González gobernaba España aplicando las recetas del SPD alemán. La energía del eurocomunismo se había ido volcando sobre la amplia espalda de la casa común del mundo socialista. Berlinguer, que falleció un lustro antes de la caída del muro, había situado a la izquierda sobre el tablero geopolítico de Europa. El líder italiano supo aprovechar las coordenadas internacionales que se abrían por primera vez después de la II Guerra Mundial. Apostó por la democracia liberal europea, un concepto consagrado por Winston Churchill, en Yalta.

Giangiacomo Feltrinelli

Giangiacomo Feltrinelli

La Italia del sorpasso, dominada por las grandes familias industriales, los Olivetti, Agnelli o Romiti (la mano de ferro que también presidió el grupo Rizzoli), convirtieron al país transalpino en la séptima potencia industrial del planeta, convencidos del papel cohesionador de la Economía Social de Mercado, el modelo defendido por políticos democratacristianos, como De Gaspari o por el federalista europeo, Alterio Spinelli, precursor de la UE. Berlinguer, un pacifista desde el minuto uno, ascendió a la jefatura de su partido en marzo de 1972, el mismo día en que el activista Giangiacomo Feltrinelli –editor de Doctor Zhivago y El Gatopardo– saltó por los aires víctima de una bomba con la que pensaba sabotear una línea de alta tensión, junto a Milán. Berlinguer y Feltrinelli representaron las dos caras de la izquierda europea de entonces: la dialéctica y la rebelión.

Los años setenta, hijos en parte del tumultuoso Mayo francés, apartaron a los izquierdistas radicales de las instituciones implicadas en un futuro prometedor, lejos de la pólvora y el plomo. Berlinguer sacaba la cabeza para mostrar un mundo en ciernes que muchos no querían ver: "Los partidos han ocupado el Estado y todas sus instituciones, el Gobierno, los entes locales, la seguridad social, los bancos, las empresas públicas, los institutos culturales, las universidades, la televisión pública......los partidos ya no hacen solo política", dijo en una conversación con Eugenio Scalfari, fundador del diario italiano La República. El partido más numeroso de Italia había unido sus ideales al Estado de derecho. 

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Berlinguer rechazó la dictadura soviética para instalar a la izquierda democrática en el espacio natural de la socialdemocracia. La capacidad oracular de los sabios más conspicuos perdió vigencia. Desde entonces, los llamado intelectuales orgánicos se ha convertido en activistas; buscan acomodo en el magma del populismo, un estilo hiperbólico nacido en un acelerador de partículas lanzadas como consignas sobre las espaldas de los excluidos. “En el novecento la burguesía atacaba a los intelectuales, pero el pueblo no; ahora, en cambio, es parte del pueblo el que nos ataca”. escribe Nuccio Ordine, en su último libro, Tres coronas para un rey (Acantilado).

En 1984, durante un mitin en Padua, de repente, un ictus empezó a taladrarle el cerebro; Berlinguer murió poco después. Cuatro días más tarde, en las elecciones europeas de 1984, el PCI logró ser la formación más votada en Italia. Fue la primera y única victoria frente a la entonces hegemónica Democracia Cristiana, capitaneada por Ciriaco De Mita. Mucho antes del fin de Berlinguer, el espíritu y la letra de Alberto Moravia habían ido colonizando el corazón del político. Moravia, que empezó en la Stampa, dirigido por Curzio Malaparte, escribía entonces en el Corriere della Sera y en la revista de pensamiento Nuovi Argomenti, en la que compartió entorchados con Pasolini.

Durante gran parte de su vida, Berlinguer se desvivió por el destino de Primo Levi, el conocido ensayista de origen sefardí, superviviente del Holocausto y una de las voces más claras del siglo XX contra los abusos de poder. Además, antes del fin, el político tuvo tiempo de recibir con curiosidad las primeras historias míticas de entonces joven Roberto Calasso, escritor-mago y editor de Adelphi. Desaparecido el tiempo del diálogo, Umberto Eco nos recordó que ya no es posible una salvación que provenga del poder, sea el Estado o la revolución (De la estupidez a la locura; Lumen). En su mejor momento, el PCI gobernó municipios de ciudades emblemáticas, como Venecia o Turín, en las que su líder supo difundir la democracia del ingenio, la inteligencia moral y la agudeza del espíritu. Los últimos años de Berlinguer son los de la Italia que cultivó la sutileza basada en la capacidad para encontrar soluciones en momentos de descomposición, sin renunciar a la densidad intelectual.