El escritor Andrés Trapiello, en Sevilla / @JAIMEFOTO

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Democracias

Andrés Trapiello: "Los indultos son, como dijo Cervantes, una ofensa sumada a la afrenta"

El escritor, que acaba de reunir una antología de toda su poesía en 'La Fuente del encanto' (Fundación Lara), reflexiona sobre España y la excarcelación a los presos del 'procés'

28 junio, 2021 00:10

Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) comenzó en la poesía y ahora ha vuelto a ella sin que, a la vez, nunca se haya alejado del género. La Fuente del Encanto. Poemas de una vida (1980-2021) es una peculiar antología lírica condimentada con pasajes en prosa que tratan de explicar qué experiencias o qué sentimientos dieron lugar a versos como estos: “Y es que es huida / cualquier cosa que hagamos”. El rumor del salón del hotel donde tiene lugar la charla contrasta con el ruido que llega desde el exterior: la pandemia, el partido de fútbol y la salida de la cárcel de los políticos del procés. 

–Editor, tipógrafo, novelista, ensayista, articulista, memorialista… Pero, antes que nada, poeta. 

–No soy tantas cosas, créame. Me conformaría con ser poeta y merecerlo. Soy un poeta con diferentes trajes: el de novelista, el de ensayista, el de articulista, a veces de editor, pero procura uno buscar siempre la poesía. El poeta busca atajos que le llevan directamente a las cosas, de manera muy intuitiva, y eso le hace buscarse también sus maestros. Sucede así con los poetas de la Generación del 27, donde hay un grupo de la amistad que, a mí, poéticamente, nunca me ha dicho mucho. Hablo de Alberti, Aleixandre, Gerardo Diego o Dámaso Alonso. En cambio, la generación de los difíciles –Ramón Gaya, mi maestro en tantas cosas; María Zambrano, Rosa Chacel, José Bergamín, Luis Cernuda, desde luego, quienes ni cultivaban tan profusamente la amistad ni se promocionaban a cada momento– me han dicho más, quizás porque, como ellos, he sido bastante individualista. 

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–Acaba de revisar toda su producción poética en La Fuente del Encanto y, sorprendentemente, lo hace con un libro mestizo que incluye abundantes pasajes inéditos en prosa.     

–Hay libros que he escrito por mi cuenta y otros surgen de un encargo. La Fuente del Encanto (Fundación José Manuel Lara) está entre los segundos. Me comprometí a hacer una antología y el resultado es una antología más una autobiografía poética. Es un libro de prosa de casi trescientas páginas que incorpora poemas míos, aquellos que me parecían más representativos. Quería contar las circunstancias de esos poemas y cómo pude llegar a escribirlos. Qué necesidad tuve para explicar con palabras lo que me sucedía. O por qué el don de la poesía siempre es inmerecido. De ahí surge un libro híbrido, aunque, en realidad, todos me salen así. No sé hacer libros puros ni tampoco tengo claro qué es realmente eso. Me ocurre igual con la poesía: soy un poeta más elegíaco que celebrativo, aunque es posible hallar vetas celebrativas en mis elegías, y al revés, y me encuentro más cerca de la poesía sencilla que de la poesía culta, pero sin el conocimiento de la poesía anterior tampoco habría podido escribir. No me gusta la poesía intelectual, la abstracta, la que se ha de estudiar. En cambio, me gusta la poesía que pueda leer y entender cualquier persona con cierto hábito de lectura. Soy un poeta realista –en el sentido de que hablo de realidades y experiencias reconocibles– que trata de emocionar. 

–Ha confesado que escribe en todo momento y en cualquier lugar. ¿Cómo lo compatibiliza con esa “vida de feriante” que recoge, por ejemplo, en la última entrega de sus diarios (Quasi una fantasía, 2021)?

–Durante muchos años me quejaba de que no podía vivir de lo que escribía, no me llamaban de ninguna parte y vivía al día. Veía a todos mis colegas viajados, agasajados, pagados, y yo aspiraba a esa vida. Cuando me llegó, descubrí que, como decía Moreno Villa, todo es “pobretería y locura” porque, en realidad, son cuatro perras y la fama o el reconocimiento no están aquí. En estos momentos, el mayor lujo que podría concederme es escribir y no tener que hablar en público de uno solo de mis libros (lo que se dice hacer el artículo), pero, ya que me toca presentarlos, trato de aprender y ver cosas nuevas. Luego, cuando las cuento en los diarios, me dicen que son mentira. Porque tiendo a fijarme en las anomalías, mías y ajenas, con una óptica humorística y cervantina. A mí me cuesta mucho inventar; como decía Stendhal, “cuando miento, me aburro”. Créame: la realidad es tan maravillosa que no hace falta inventar nada. 

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–Al margen de la actividad literaria, su exposición pública se ha multiplicado a raíz de su oposición al indulto a los políticos del procés. ¿Cómo ve la actual situación?

–Los indultados son unos personajes siniestros que han engañado a todos los políticos españoles, desde Felipe González hasta Sánchez, pasando por Aznar y Rajoy, que se han dejado engañar interesadamente, para seguir en el poder. No deseo que lo vuelvan a intentar, pero si es así espero que les apliquen de nuevo el 155 y que vayan a la cárcel no tres años sino dieciocho porque, como dijo Cervantes, es “una ofensa sumada a la afrenta”. Claro que llamar cárcel a lo suyo es, ciertamente, de chiste. Las prisiones de Pablo Escobar y Al Capone fueron infinitamente peores. Además, el indulto no va a servir para nada. Me causa perplejidad que digan que Sánchez tiene un plan secreto… ¡y los golpistas! Pero a éstos conviene, además, tomárselos en serio porque siempre han hecho lo que han dicho, al contrario que Sánchez, que un día pide el cumplimiento íntegro de las penas y al siguiente su puesta en libertad. Ya basta de decir que así sólo piensa la ultraderecha. Es mentira: Alfonso Guerra, Felipe González y la mitad del socialismo español creen también que los indultos son un disparate.  

–¿Los indultos no podrían ser una solución? 

–Sánchez y los independentistas se necesitan y llevarán esta mentira tan lejos como les sea posible. Entretanto ocurrirá que la pérdida de libertades en Cataluña será mayor aún si cabe: redoblarán la propaganda nacionalista, el adoctrinamiento en las escuelas, trabajarán por desprestigio de España fuera y dentro de Cataluña… Nunca he visto que éstos den un paso atrás y decidan, por ejemplo, formar un consejo nacional de Cataluña formado por diez independentistas y diez no independentistas. Entiendo que ERC y Junts no lo hagan, pero que contribuya a ello el gobierno de Sánchez, que debería ser el de todos… ¿Dónde están en esa mesa de diálogo los catalanes constitucionalistas? Todo lo que hace este gobierno está encaminado sólo a los independentistas. 

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Javier Cercas, vapuleado duramente por el independentismo, se ha mostrado a favor de los indultos.  

–Javier Cercas dice que es una cuestión de fe y, claro, si hablamos de creencias, dejamos a un lado la razón. Yo también puedo creer que hay agua en Marte, pero sin los estudios y sin las prospecciones necesarias probablemente esté equivocado. Y, en este asunto, los hechos indican lo contrario: esa arrogancia a la salida de prisión, esas declaraciones desafiantes… Comparto en este punto la opinión de Fernando Savater: si lo vuelven a hacer, que se les aplique el 155 y que vuelvan a la cárcel porque sería lo mismo que le esperaría al ladrón, al violador y al maltratador al final del delito.

–¿Los indultos acabarán por revitalizar el conflicto?  

–El proceso estaba acabado: juzgados y en la cárcel. Sánchez, por necesidad y por convicción (él comparte esa idea de la extrema izquierda de que se les puede sustraer a los españoles el derecho a decidir sobre la nación), cree que puede arreglarlo a costa de desarreglar todo el país. Sánchez quiere la concordia de dos millones de nacionalistas trayendo la discordia a cuarenta millones de españoles que no teníamos entre nuestros problemas ese asunto. Ni en Cataluña, ni en Madrid, ni en León. Tristemente lo único que han logrado exportar los del proceso es la discordia entre españoles, la desigualdad entre españoles, y menoscabar la libertad de los españoles. Es el precio que tiene que pagar el presidente del gobierno por mantenerse en su Moncloa. 

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José María Rondón y Andrés Trapiello durante la entrevista / @JAIMEFOTO

–¿Qué está en juego en Cataluña? 

–Nos estamos jugando el principio de libertad y de igualdad. La condición necesaria para vivir los distintos en igualdad. Tengo una nieta de cinco años y, si Cataluña se independiza, tendrá peores colegios y peor sanidad. Pero no solamente ella: todos los que se quedan allí, tendrán que salir o someterse al yugo nacionalista. Me desconcierta este asunto porque la izquierda lo ve igual de claro que yo. No son idiotas, pero hay temas estigmatizados. La izquierda, que se siente superior moralmente en casi todo, de pronto decide que hay asuntos de los que no toca hablar porque no es sexy, no es cool, no es bonito. Nos jugamos mucho: el ser de la democracia. A los que piensan que ya se arreglará deberían decírselo al 65% de los catalanes que tienen el castellano como lengua materna que no pueden enseñársela a sus hijos en la educación reglada, desoyendo incluso las disposiciones de la ONU sobre el asunto. Es una cuestión bastante deprimente, porque no se entiende cómo alguien puede decirnos que hay derechos que sólo pueden disfrutar los independentistas. 

–En los últimos tiempos no renuncia a una pelea. Hace poco el PSOE de Madrid le tildaba de “revisionista”. 

–Así me han llamado por mi posición en el Comisionado de Memoria Histórica de Madrid, llamado por la alcaldesa Carmena, de izquierdas. Allí defendí que había que estudiar caso a caso. Si aplicamos la ley no me parecía muy adecuado dedicar un monumento a Largo Caballero, un señor siniestro con responsabilidades políticas y criminales muy grandes. En cambio, Indalecio Prieto, creo, debería conservar el suyo. No es un problema de equidistancia ni de equilibrios. Pero no es un asunto de ahora; ya me ocurrió cuando publiqué Las armas y las letras

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–Ese ensayo suyo causa ahora más revuelo que en 1994, cuando salió publicado por primera vez.  

–En 1994 pasó bastante inadvertido: hubo un número reducido de damnificados. Transcurrido ese tiempo, algunas de sus tesis se han extendido. Una de las principales es que hubo dos Españas minoritarias, comunista y fascista, que liquidaron la Tercera España, y los representantes de esas dos Españas (principalmente, los de la izquierda) no lo han aceptado. La izquierda perdió la guerra pero había ganado eso que ahora llaman el relato: los mejores escritores e intelectuales estaban en su bando. Desde el punto de vista intelectual y literario, esa conclusión es falsa. Las armas y las letras demuestra que la izquierda perdió la guerra y el relato. De ahí que estén más sensibles contra mí ahora que hace 25 años. Pero, en este asunto, lo peor que le ha podido pasar a la izquierda no es mi libro, sino que exista un escritor como Chaves Nogales. Están muy cabreados con él y con Clara Campoamor, con José Castillejo, con Elena Fortún, con Manuel Azaña… Ellos fueron testigos directos de que lo que contaban los comunistas y los socialistas de Largo Caballero era propaganda, una patraña mantenida durante sesenta años.     

–A José María Pemán le acaban de retirar la placa de su casa natal en Cádiz. 

–Durante la guerra, Pemán fue autor de unos discursos furiosos, violentos, vengativos (pero no peores que los de Alberti o Bergamín en El Mono Azul), realmente enloquecidos contra todos los excesos de la izquierda, parte reales, parte fruto de su espíritu reaccionario. En ellos arremete contra los principios de la Ilustración, contra la Institución Libre de Enseñanza y contra el espíritu español más liberal. Esos textos no se pueden ni leer, pero, terminada la contienda, empieza a mostrar un talante diferente no sólo con las ideas, también con las personas. Es el primero que, por ejemplo, interviene en el asalto de la casa de Juan Ramón Jiménez y obliga a los saqueadores –todos falangistas– a devolver lo que se llevaron. De igual forma, empieza personalmente a avalar a mucha gente que está bajo la sospecha franquista pasándolo mal.

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Con el transcurrir del tiempo no tardará en darse cuenta de que Franco, al que agradeció todo lo que hizo, está dilatando en el tiempo la vuelta de la monarquía, de la que era partidario. En el plano puramente literario, fue un escritor con una trayectoria amplísima, autor de artículos estupendos, con mucho gracejo. Seguro que hay en Cádiz cien escritores con una calle que tienen menos méritos que él. En fin, el alcalde –estoy convencido– no ha leído una página de Pemán. ¿Por qué no le quita los honores a Manuel de Falla si nunca renunció a la dirección del Colegio de España, una creación fascista de Eugenio d’Ors? El compositor se marchó a Argentina, pero no se enfrentó nunca a Franco. Es una especie de Nueva Inquisición, donde se mide en micras lo reaccionario o lo revolucionario de la gente. 

–Alguna vez ha comentado que si se aplicara de forma estricta la ley de Memoria Histórica habría que retirar el nombre de Miguel de Unamuno de calles, plazas y centros educativos.

–Lo he dicho siempre. Es el ejemplo que puse el día que entré en el Comisionado de Memoria Histórica. Si se aplica la ley de forma rigurosa hay que quitarle a Unamuno todos los nombres de calles y edificios públicos porque exaltó y jaleó el estallido de la Guerra Civil. Luego tuvo otros comportamientos, sí, pero la norma legal vigente no distingue ese extremo. Dice que quien ensalzó la guerra, tal como hizo Unamuno, no puede ser objeto de reconocimiento público. 

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–En la literatura, por lo general, el tema de España ha generado desencanto o amarga queja.  

–Esa circunstancia ocurre, sobre todo, en la producción más reciente. La queja, decía Gracián, trae descrédito. Y los españoles estamos todo el día quejándonos; sin ir más lejos, ahí tiene a los nacionalistas, con el dolor, con los agravios y, además, mintiendo.

–Volviendo al mundo de los libros, ¿por qué ha decidido fundar el sello familiar Ediciones del Arrabal?  

–Es una editorial familiar ideada para publicar mis diarios y hacerlo de forma sostenible prescindiendo, en la medida de lo posible, de los intermediarios, sin distribuidores y vendiéndolos online de forma preferente. Sólo así es posible, porque hay que recordar que el autor cobra el 10% del precio de venta al público de un libro; el librero, el 30%, el distribuidor, el 20%, y el editor, el 40%, si bien este hace frente a todos los gastos de imprenta. Con esos números, los autores podríamos sumarnos a esos agricultores o esos ganaderos que protestan por los bajos precios que pagan en origen por un kilo de tomate o por un litro de leche. En esta editorial familiar evitamos esa dinámica. Hemos agotado la nueva entrega del diario (Quasi una fantasía) con 1.500 ejemplares en un mes (que, por cierto, no vamos a reeditar) y preparamos el tomo siguiente. No somos editores; sólo pretendemos hacer viables mis diarios.