Detalle de la cubierta de 'Independencia', la segunda novela de Javier Cercas del ciclo 'Terra Alta'

Detalle de la cubierta de 'Independencia', la segunda novela de Javier Cercas del ciclo 'Terra Alta'

Democracias

Cercas, la independencia y la furia

El escritor prosigue en ‘Independencia’ la fábula ‘noir’ de ‘Terra Alta’, donde imagina la Barcelona ‘post-procés’ y lanza una enmienda crítica contra las élites catalanas

7 marzo, 2021 00:10

La muerte de un solo hombre es una muerte estricta e individual y, al mismo tiempo, también puede ser un deceso colectivo. Un hecho íntimo con significado universal. Cada vez que se destruye un libro desaparece una biblioteca, dice un viejo proverbio africano. Todos los fuegos, el fuego, escribió Julio Cortázar en una de sus colecciones de cuentos. Los grandes relatos sociales, sean épicos o dramáticos, o ambas cosas al mismo tiempo, cristalizan antes y mejor en un devenir particular. Con este material trabajan los novelistas que, como Javier Cercas, concentran sus libros en las vivencias de personajes concretos más que en las novelas corales, donde una sucesión de voces –un coro de soliloquios– construye a partir de la fragmentación el tejido espiritual de una época o un tiempo. 

El novelista extremeño, afincado desde su juventud en Cataluña, dio hace dos años, cuando ganó el Premio Planeta con Terra Alta, un giro radical a su carrera literaria, concentrada en explicar cómo el pasado condiciona nuestro presente, que le hizo refugiarse en los géneros de la literatura popular, que no es exactamente lo mismo que la comercial. En su caso eligió la novela noir. La fábula de Melchor Marín, un policía de pasado turbulento convertido en un héroe involuntario por haber abatido a los terroristas de Cambrils, es esencialmente esto: un cuento policíaco que reproduce con destreza los engranajes esenciales de las narraciones de misterio y enigma –lo que en términos cinematográficos se denomina thriller– y que, desde el punto de vista retórico, no es sino la dosificación creativa del mecanismo de la sustentatio

El escritor Javier Cercas, en Sevilla / @JMSANCHEZPHOTO.

El escritor Javier Cercas, en Sevilla / @JMSANCHEZPHOTO

En Terra Alta, ligada de algún modo a la actualidad del momento histórico en el que fue publicada –la Barcelona en llamas del procés–, Cercas incluía una trama de agónica búsqueda personal –la imposible redención personal de su protagonista–, un asesinato sin resolver, situado en el seno de una familia rica de la Cataluña interior, y la vinculación, visible desde los tiempos de la Celestina de Fernando de Rojas, entre los altos y los bajos fondos de la misma sociedad. Todos estos ingredientes confluían en un relato múltiple que tenía –de forma consciente– mucho de pastiche voluntario, ya que el autor de Soldados de Salamina dejaba a la vista muchos de los gestos narrativos característicos del género negro

Cercas, escritor cervantino por carácter y destino, recurría también a referentes literarios –Los miserables de Víctor Hugo– para construir las analogías que explicaban a sus personajes y, en buena medida, perpetraba lo mismo que el autor del Quijote: un homenaje irónico, no exento de ánimo burlesco, a los géneros hechos, cerrados y, por tanto, convencionales. Idéntico proceso, aunque con las variantes de lo que ya es una saga, usa en Independencia (Tusquets), la segunda parte de Terra Alta, que tendrá, según su autor, probablemente otras dos o tres novelas más, la tercera de ellas actualmente en proceso de creación. 

En esta segunda etapa del ciclo narrativo sobre la Barcelona contemporánea, situada en el porvenir inmediato (2025), Cercas condensa su mirada sobre el presente de Cataluña –que es el de España– en el proceso de degeneración moral de Ricky Ramírez, el hijo de un sindicalista que termina como diputado socialista y consejero de una caja de ahorros, caído de repente en desgracia, como tantos actores secundarios de nuestra vida política, por una corrupción que ni siquiera es capaz de identificar –en su caso, usaba tarjetas black y ocultó durante lustros un asesinato– porque, en el fondo, ha terminado aceptando que sus pecados son costumbres compartidas. Este personaje sine nobilitate aspira con obstinación a formar parte de una élite –la Barcelona del dinero– depravada, hipócrita e irresponsable, la clase social que (según la lectura de Cercas) impulsó el procés para chantajear a un Estado que, por otra parte (y esto queda fuera del ámbito del libro), lleva décadas dejando hacer a su antojo a los señoritos de Cataluña. Probablemente porque son parte de su propio espejo.

Javier Cercas, Independencia

Ricky Ramírez, fascinado y al tiempo sojuzgado por este poderoso mito social –llamémosle la erótica del poder natural– se ve envuelto en un chantaje contra la alcaldesa de Barcelona –que no es Colau, sino su hipotética sucesora, extraordinariamente similar a ella: una política detrás de cuyas máscaras no hay nada– por unos videos sexuales. En la figura de Ramírez, lazarillo del Besòs, a quien su padre le aconseja juntarse “con los listos” –que no es lo mismo que acompañarse de los mejores–, se retrata la inmensa patraña del procés independentista: la manipulación de unas masas que, seducidas por la emulación de las clases superiores, abrazan con furia el señuelo sentimental de una burguesía que, sea cual sea la hegemonía dominante, se cree dueña de Cataluña, a la manera de los viejos señores medievales con derecho de pernada y mayorazgo. 

La historia de Ricky –el diminutivo anglófilo, similar al nombre que se le puede dar a un perro,caracteriza, junto a otros detalles sociológicos, el tono frívolamente despreciable de la alta clase catalana– se convierte así en la miniatura de un relato colectivo, mayor, que el libro enuncia pero no desarrolla por completo y que es, sustancialmente, ambiental. Independencia es una novela de tesis (y por tanto, política) e inteligentemente ambigua, porque lo que cuenta, en resumen, es que la mejor forma de no conseguir lo que su título predica –la autonomía personal o el ejercicio de la libertad social de criterio– consiste en ejercer el seguidismo sociológico sin el que no puede entenderse la transversalidad del soberanismo, que no es más que ese “cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia que no significa nada” (como escribe Shakespeare en Macbeth). 

Izquierda Castellana, con sus banderas moradas estrelladas, apoyando la independencia de Cataluña en la manifestación del 16 de marzo en Madrid / EFE

Izquierda Castellana, con sus banderas moradas estrelladas, apoyando la independencia de Cataluña en la manifestación del 16 de marzo en Madrid / EFE

Cercas hace una enmienda crítica a la totalidad a la élite catalana –retratada a partir de tres niños bien de la escuela de negocios Esade, convertidos más tarde en empresarios y políticos que utilizan para sus intereses a un arribista, que los acepta a su vez para conseguir los suyos–, pero deja en el terreno de los sobrentendidos la perversión de las aparentes víctimas, que no son tales, lo mismo que nunca lo ha sido la oligarquía nacionalista. Sobre esta fábula se levanta el cuadro de la Barcelona del post-procés, una ciudad xenófoba donde todos siguen sin decir la verdad –véase la logradísima figura de la regidora chantajeada– y en la que Melchor Marín se mueve, como un sonámbulo, preso de sus demonios, que terminan confluyendo en este cuadro general de espanto y son resueltos de una forma no precisamente ejemplar, que contrasta con el desenlace codificado –el final feliz– de la última escena de la novela, que sólo cabe entender como una broma irónica por parte de Cercas. 

Terra Alta, Javier Cercas / PLANETA

La estructura del libro combina el relato omnisciente –un narrador cuenta la historia en tercera persona, desde fuera de la trama– con abundantes escenas de diálogos funcionales y rotundos (muy propias del género noir) y los parlamentos dramáticos (disfrazados bajo la falsa puesta en escena de un interrogatorio en Andorra) entre Ricky y Marín. El talento narrativo de Cercas brilla en los diálogos de desenlace del libro, donde convergen la degeneración del fracasado aspirante a burgués, envenenado por una conciencia de clase que sólo muestra cuando constata su fracaso, nunca antes, y el drama íntimo del policía. En otros instantes, sin embargo, desconcierta, como cuando el autor se recrea, a nuestro juicio, en exceso, en detalles innecesarios, al demorarse en describir la industria sucia del tráfico con los bitcoins o el affaire in fieri con la heredera de Gráficas Adell.

Estas desviaciones hacen perder intensidad al relato principal, del mismo modo que las novelas intercaladas en la Primera Parte del Quijote distraen del foco esencial de la historia, que, por otro lado, no abandona en ningún momento –gracias a la presencia de evidentes clichés literarios– una calculadísima ambigüedad, amplificada (al modo cervantino) por la presencia de la novela-génesis de la saga –Terra Alta– dentro de esta segunda, donde los personajes (seres de ficción) hablan del libro que los inventa, y cuya verosimilitud, justamente, consiste en su aparente irrealidad, que es la otra cara de la verdad. Cercas, como señala uno de los personajes, es “un liante de cojones”. El oficio, por supuesto, le obliga.