
'Los ilusionistas'
Retrato de familia (imperfecta) con patriarca literario al fondo
Marcos Giralt Torrente deslumbra con Los ilusionistas, la segunda y definitiva entrega de las memorias íntimas sobre los personajes de su estirpe materna después de Tiempo de vida, donde exploró la figura del padre ausente
Los seres humanos somos criaturas hechas con materiales tan frágiles que, más que resultado de una selección de orden evolutivo, como acostumbra a pensarse, nos asemejamos al desenlace de los naufragios inesperados: los de aquellos que nos antecedieron en la línea (familiar) del tiempo. Quienes nos precedieron nos legaron sus genes, a veces sus bienes materiales y casi siempre sus apellidos; también prestaron ciertos gestos, expresiones, una determinada forma de sonreír o de enfrentarse al desconsuelo. No son los únicos que alimentaron esa olla en perpetua ebullición que es la vida. Están también los desconocidos que, durante un tiempo, dejan de serlo. Y los encuentros, las divergencias, las calamidades súbitas y compartidas.
Shakespeare escribió que es la misma materia de la que están hechos los sueños la que nos constituye, pero la ceniza que seremos –pulvis eris et in pulverem reverteris, reza el ancestral memento de todas las cuaresmas– no coincide demasiado con el rastro que, detrás suyo, dejan las estrellas fugaces. Igual que la épica es un género literario procedente del pretérito, la existencia contemporánea, a pesar de todos los espejismos tecnológicos, se parece a un surco trazado sobre la vulgaridad, que a todos iguala.

Marcos Giralt Torrente en Barcelona Barcelona
De ahí la extrema dificultad que supone obtener poesía –por supuesto, escrita en prosa estricta– de la colosal grisura de la vida, que podrá ser maravillosa –algunas veces– pero, en general, está hecha de rutinas, costumbres, ruinas, desgaste, imponderables y herencias biológicas y espirituales no siempre deseadas. Marcos Giralt Torrente (Madrid, 1968) escribió hace quince años un libro –Tiempo de vida (Anagrama)– que aspiraba a relatar la experiencia, tan dudosa como la luz de cada día, por citar a Góngora, que vincula (para siempre) a un padre y a un hijo.
En esta memoir desenterraba las vivencias de su condición de hijo (único) de un padre, Juan Giralt, con frecuencia ausente o excesivamente distraído consigo mismo y que, cuando se hacía presente, provocaba una extrañeza que atravesó la personalidad del hijo, irritado por la sensación de verse como un declasado y asombrado por eso que los hijos nunca acaban de comprender: que los progenitores, además de esta condición, son seres de carne y hueso. Imperfectos, falibles, terrestres.

'Tiempo de vida'
Tiempo de vida, que recibió elogios críticos, ganó premios importantes e inauguró una fértil literatura confesional basada en la evocación familiar que otros autores –Ordesa (Alfaguara), de Manuel Vilas o No entres dócilmente en esa noche quieta (Seix Barral), de Ricardo Menéndez Salmón son dos buenos ejemplos, entre otros– continuaron. Estos libros evidenciaban que una parte de la generación más reciente de narradores españoles fijaba su atención en la vida íntima, al contrario que otros muchos escritores que les antecedieron, obstinados en la idea de fundar un territorio (ficcional) o partidarios de hacer novelas con sus traumas.
No es nada fácil convertir las experiencias comunes en literatura. Se corre el riesgo de descubrir el Mediterráneo de lo obvio. Y a menudo suele incurrirse en la amplificación (innecesaria) de lo anecdótico. Al fin y al cabo, en lo fundamental, todas las vidas se parecen mucho, aunque se vivan de forma harto divergente. Ninguno de estos peligros había en las memorias paternas de Giralt Torrente. Las dudas sobre cómo desvelar la intimidad sin ser cruel, puestas de manifiesto por el autor en la propia enunciación de la obra, en vez de lastrar su testimonio, la convertían en un objeto de extraña belleza.

Torrente Ballester en los años 40
El libro alcanzó siete ediciones y consagró al autor como uno de los narradores más sólidos de nuestras letras. Década y media más tarde, el escritor madrileño, que nunca se despegó por completo de la reescritura familiar como motivo literario (Algún día seré recuerdo recoge fragmentos de esta larga indagación), aunque siempre sometidos a metamorfosis, regresa con Los ilusionistas (Anagrama) a la historia biográfica de su propia estirpe. Lo hace con un libro hermoso, sabio y, a ratos, soberbio y emocionante, donde explora los recuerdos de la rama materna de su familia que, a partir de la figura de sus dos abuelos, el escritor Gonzalo Torrente Ballester y su primera esposa, Josefina Malvido, se extiende a los perfiles (humanos) de sus tíos: los cuatro hijos del novelista, entre ellos su madre, la única de la familia que todavía vive.
Su libro puede leerse como un retrato de época –la España de hace un siglo, seguida de los años de nuestra guerra (in)civil y continuada en una larguísima posguerra que se prolonga hasta los años setenta– sin dejar de ser, sobre todo, una rara galería de criaturas singulares que desmintieron las expectativas sobre sí mismos. Un álbum de gente que ya no está y que, durante el tiempo que estuvo aquí, no respondió a lo que se suponía que debían ser. El mérito de Giralt Torrente es abordar este cuento familiar, que a ratos evoca un universo de terror sutil y otras veces dibuja pasajes llenos de ternura, compuestos desde una distancia que, sin ser fría, porque en el relato aparecen y desaparecen como una constante –a través de cartas personales cuya literalidad se obvia, pero cuyo contenido se parafrasea– los pleitos familiares y hereditarios entre las dos sagas del autor de La saga/fuga de J.B., en los que el autor toma partido, con una inteligencia hábilmente medida. Sin decirlo todo y sin olvidar nada.

'La saga/fuga de J.B'
Del fresco familiar sobresalen, por supuesto, la ambivalente y contradictoria huella de Torrente Ballester, el fundador masculino de la estirpe, abuelo presente y progenitor generalmente ausente, y el bello fantasma de Josefina Malvido, ahogada de forma prematura por el asma asesina de la posguerra. La vida secreta entre ambos, transida por las aspiraciones frustradas del escritor y la temprana enfermedad de ella, condicionada por el sexo y el disimulo, ocupa los capítulos más deslumbrantes de esta segunda entrega de interiores, que termina con una estampa de la relación de Giralt Torrente con su madre.
En ella condensa su admiración por unas mujeres –su abuela, sus tías, su progenitora– que no tuvieron el apoyo masculino que les correspondía y que, cada una a su manera, salieron adelante solas, cometieron errores y fueron, de una forma nada convencional, moderadamente felices. O casi. El escritor madrileño no cae en el socorrido victimismo feminista y retrata a todos sus familiares con la necesaria complejidad que exige el cuadro general, entreverando tanto los defectos compartidos como los indudables talentos individuales.

'Los ilusionistas'
Habrá, sin duda, quien lea Los ilusionistas buscando las revelaciones sombrías de una familia con patriarca literario al fondo, pero intuimos que no son éstos los lectores que anhela Giralt Torrente, que, con su estilo, sobrio y rico, lo que relata es la suerte de una saga unida por el desencanto, muy similar a los Panero, pero con matices menos lúgubres. Aquí nadie está loco ni practica el nihilismo caníbal.
La familia Torrente Malvido no posa junta. Lo hace por separado. Cada uno vive su tragedia particular (de la que todos, a su vez, son también los principales responsables) y manifiestan una forma diferente de alegría. “Los niños lloran y la gente se muere”, escribe, a modo de autosalmodia, Giralt Torrente, acaso para no olvidar, entre la emoción y el prosaísmo de sus recuerdos personales, que este libro de familia, aunque subjetivo, exigía altas dosis de realismo. Esto es: de justicia (no necesariamente poética). De amor y conflicto. De discordias y voluntad de comprensión.

'Algún día seré recuerdo'
Las dudas sobre cómo debe contarse la intimidad para trasmitir una emoción profunda, tan presentes en Tiempo de vida como mecanismo de orden retórico, desaparecen en Los ilusionistas. Giralt Torrente ha encontrado el lugar exacto, el tono necesario y la atmósfera adecuada para hacerlo. ¿Qué nos hace ser como somos? se pregunta el escritor madrileño. Su respuesta: la suma imperfecta de muchas influencias que no responden a una sola causa. De esto trata este magnífico libro.
De la certeza compartida de que el pasado, igual que la infancia, nunca está muerto por completo, aunque sí lo estén nuestros abuelos, nuestros padres, los tíos y los hermanos. De que habitan dentro de nosotros. De que la vida no es más que una cadena que, a lo largo del tiempo, transmite parte de ese pretérito lejano a quienes nos suceden. De esa forma de eternidad camuflada donde el olvido es imposible porque, aunque lo ignoremos, somos aquellos que fueron, lo mismo que otros serán quienes fuimos.