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Letras

Juan Gabriel Vásquez: "La novela ha sobrevivido porque es un espacio donde nadie intenta convencernos de nada"

El escritor colombiano, que regresa a la novela con Los nombres de Feliza (Alfaguara), reflexiona sobre la génesis de la creación literaria y defiende la importancia de imaginar, mediante la ficción, vidas ajenas opuestas a la nuestra

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El escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez no necesita presentación. Es uno de los autores claves de la literatura hispanoamericana contemporánea y, en su trayectoria, encontramos títulos que forman parte de la mejor producción literaria en español de los últimos años: Las reputaciones, El ruido de las cosas al caer o La forma de las ruinas son buenos ejemplos. Ahora presenta Los nombres de Feliza (Alfaguara), una novela en la que, a través de la ficción, reconstruye parte de la vida de Feliza Bursztyn, la artista y escultora que, en palabras de García Márquez, murió en París de tristeza. 

Pensando en sus anteriores novelas, en concreto en Las reputaciones, parece que la historia de Feliza Bursztyn le lleva persiguiendo mucho tiempo.

Sí, la historia la descubrí, como se cuenta en la novela, con la lectura de una columna de García Márquez en el año 1996. Ahí está la semilla, en esas tres palabras de esa columna de opinión, en las que García Márquez dice que Feliza Bursztyn murió de tristeza. Ahí se sembró todo, pero no me he pasado estos veintitantos años escribiendo sobre ella todos los días. He tenido que esperar a aprender ciertas cosas desde un punto de vista literario, aprender a escribir cierto tipo de libros y aprender otras cosas desde un punto de vista humano.

Siempre creí que, por alguna razón, esta novela solo la podía escribir cuando hubiera pasado la edad que tenía Feliza Bursztyn en el momento de su muerte; es decir, 48 años. También es cierto que desde antes de 2013 tenía en mente este libro, pero fue entonces cuando tomó forma como un proyecto concreto. La intuición que me decía que la historia de Feliza podía y sería un libro. Antes de esta fecha, era solo una curiosidad, un pálpito, como dice Nabokov. La aparición del personaje en Las reputaciones es la prueba de que ya entonces esa idea se estaba concretado, así decidí ir a París a escribir la novela.

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez GALA ESPÍN Barcelona

Dice que debía escribir algún libro antes de ponerse con Los nombres de Feliza.¿Se refiere a Volver la vista atrás o La forma de las ruinas, novelas que son biografías noveladas?

En estas dos novelas hago algo que nunca había hecho: recurro a la escritura de imaginación para hablar de figuras reales. En Volver la vista atrás, por ejemplo, reconstruyo, a través de la imaginación, la figura de Sergio Cabrera, persona que compartió el mundo conmigo. Era un amigo con el que yo hablaba. Este libro me llevó a explorar ciertas posibilidades de la novela sin las cuales no hubiera podido escribir Los nombres de Feliza. Sin embargo, hay diferencias entra estas novelas y mi último trabajo.

¿En la presencia que usted tiene dentro del texto?

Exacto. Esa es la gran diferencia entre Los nombres de Feliza y Volver la vista atrás, donde el narrador aparece en la primera línea y luego desaparece. En este último trabajo me gustó explorar la posibilidad de meterme dentro del texto a mí mismo como una especie de conciencia que investiga el material, que recorre los lugares, que recorre la vida de Feliza y que habla del acto mismo de imaginar a otro. Y me gustó porque yo quería poner en escena y de alguna manera reivindicar esa posibilidad que da la novela de imaginar a alguien más, de habitar a una persona que no soy yo. 

¿La ficción no es precisamente esto: habitar al otro?

Efectivamente. Lo que sucede es que estamos en un momento extrañísimo de nuestras conversaciones sociales y de nuestras guerras culturales en el que se condena precisamente esto, habitar al otro: Que un narrador quiera contar la historia de otra persona que no tiene su misma identidad, que un escritor blanco quiera contar la historia de un hombre negro o la historia de una mujer es algo que actualmente se condena. Se acusa al escritor de apropiación cultural. Me parece que estas acusaciones implican una pérdida lamentable del poder de la literatura y que con ello estamos arriesgando cosas muy importantes. En ese acto de imaginar al otro por medio del arte hemos conseguido instaurar en las sociedades unas conquistas indispensables y sería una lástima que les hiciéramos la guerra ahora por estos temas corriendo el riesgo de volver hacia atrás. 

'Los nombres de Feliza'

'Los nombres de Feliza' ALFAGUARA

En su mirada de escritor que imagina la vida de Feliza se percibe un intento de reconstruir ese mundo de hombres que miraba con recelo a la mujer artista. 

Es muy justo esto que comentas. Feliza fue una mujer que se pasó la vida tratando de construirse a sí misma en contra de fuerzas que intentaban todo el tiempo hacer de ella otra persona, construirla a su antojo y no dejarla ser lo que ella quería. Eran fuerzas predominantemente masculinas; por ejemplo, su primer marido que le prohibió que fuera artista, pero no solo esto: el mundo del arte colombiano, principalmente masculino, la rechazó por ser mujer y  por el tipo de materiales que trabajaba, acusándola de no hacer arte lo bastante femenino. Toda su vida fue un repetido intento de romper con las camisas de fuerza que le ponía la sociedad: religiosas, sociales y sexuales. Tratar de hacerle justicia a este personaje me pareció muy importante, entre otras cosas porque siempre me ha parecido fascinante el espectáculo que es ver una persona haciéndose a sí misma en contra de fuerzas muy poderosas. 

“Yo solo quiero hacer mi vida. Pintar mis cuadros”, dijo Feliza Bursztyn.

Ella tenía muy claro lo que quería, el problema es que la sociedad en la que vivía tenía también claro que lo que una mujer debía hacer era ser madre, ama de casa, como se decía entonces, y el primer acto de rebelión de Feliza fue romper con estos roles y no cumplirlos o, por lo menos, cumplirlos a su manera. Ella acabó pagando un precio por su independencia y su terquedad, un precio que le hicieron pagar incluso aquellos de su bando. Feliza era una mujer de izquierdas, pero nunca admitió que la metieran en los partidos de izquierdas de Colombia, tampoco militó nunca en favor de ningún movimiento ni aceptó el uso la violencia política como herramienta de cambio, algo que, sin embargo, sí aceptaba parte de la izquierda colombiana de esa época. Ella siempre tuvo una gran necesidad de independencia, no quería que nadie le diera órdenes.

Esto me lleva otra vez a su novela Las reputaciones, donde se habla de cómo se construye, en el campo cultural, la imagen social, mientras que en Los nombres de Feliza plantea las dificultades que existen a la hora de construir una reputación social.  

Aquí se habla también de la fragilidad de las reputaciones sociales. Parte del problema de Feliza fue que construyó un personaje tan contestatario e independiente que al final de su vida la sociedad le hizo pagar esa independencia. Las acusaciones falsas del gobierno colombiano, según las cuales ella era cómplice de la guerrilla, resultaron creíbles, a pesar de ser falsas, porque ella tenía esa reputación contestataria y porque no era bienvenida en una sociedad conservadora como la colombiana. Por tanto, esa lucha por construir una imagen de sí misma con sus propios términos acabó jugando en su contra.

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez GALA ESPÍN Barcelona

Su figuraba me recuerda a Elena Garro, hacia la cual también se vertieron acusaciones no siempre ciertas.

No conozco mucho la vida de Elena Garro, pero recuerdo las menciones que aparecen sobre ella en las cartas del boom que se intercambiaban Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez y Cortázar. En esas misivas se la menciona con frecuencia y no de manera positiva. Se debe a la relación negativa que tenía con ellos a raíz de su relación con Octavio Paz.

Hablando de mujeres incómodas: Marta Trava, que aparece en su novela, fue un gran apoyo para Feliza.

Publicó novelas e hizo crítica literaria. Fue terriblemente incómoda porque era de una inteligencia y de una elocuencia inusitadas, pero además tenía cierta arrogancia y una pedantería que no disfrazaba. A mí no me cae del todo bien, pero mi labor era verla a través de los ojos de Feliza. Me parece una mujer terriblemente interesante e importante: en ese momento histórico ella contribuyó a que se abrieran las puertas y las ventanas de la Casa de la Cultura en Colombia para que se ventilara un poco un país que podía ser muy provinciano y cerrado.

Feliza afirmó en una entrevista que hay momentos en los  que a una mujer le conviene hacerse pasar por loca.

Sí, porque puede tener la libertad de hacer casi cualquier cosa. Esa frase es fue muy importante. Se volvió casi un lema en su vida. Lo que decía es que en un país machista como lo podía ser Colombia, una mujer tenía que hacerse la loca. Este fue el consejo que Feliza le dio a una periodista, que lo puso como titular. Es una frase que parece una ligereza, que puede ser tomada de manera humorística, pero, en realidad, es una crítica muy profunda a todo un sistema que solo le permitía ser como quería ser si se declaraba enajenada: solo si fingía una especie de excentricidad extrema, entonces lograba que la tomaran en serio. Si trataba de pertenecer al sistema entonces era imposible. 

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez GALA ESPÍN Barcelona

La novela empieza con ese artículo de García Márquez donde dice que Feliza murió de pena. ¿Escribió la novela para entender si fue así?

En parte. Las palabras de García Márquez no son un diagnóstico médico. En términos médicos Feliza murió de un infarto causado por sus limitaciones pulmonares. Las palabras de García Márquez deben leerse como el diagnóstico de un novelista y, como tal, quizás apunta a otras razones mucho más profundas. Mi novela, todas sus páginas, son mi respuesta a esa pregunta: ¿murió realmente de tristeza? ¿Cómo puede ser posible eso? Lo que encontré es que sí, es verdad, murió de tristeza, lo que pasa es que no lo puedo resumir en una frase.

Como dice Feliza en esa entrevista, que usted añade en la novela, "el arte no se puede ni resumir ni explicar".

Fue un personaje muy particular del arte colombiano. Sostenía que todo arte es político porque todos somos seres políticos; al mismo tiempo, no quería hacer política a través del arte. Sostenía que el arte no debía convertirse en un medio al servicio de una convicción política. Su arte es una búsqueda de caminos, una interrogación constante del mundo, va por lugares por los que no había ido nadie y, por lo tanto, Feliza reclama la libertad del espectador para poder interpretar el arte como él quiera. Debo decir que me divertí mucho escribiendo estas entrevistas; son resultado de mi lectura de las decenas y decenas de entrevistas que dio Feliza. Hay un par de respuestas que ella dio, las demás son mi interpretación de su personalidad con ese tono sarcástico que tenía. 

¿Inventar e interpretar alejan esta novela del género biográfico?

No es una biografía, entre otras cosas, porque una biografía tiene por obligación ser exhaustiva y yo no cuento toda la vida de Feliza. Escojo episodios que me permiten construir una figura de ella. En este sentido, la novela se parece mucho a una escultura. El diccionario colombiano de Rufino José Cuervo define el verbo fingir como dar forma a algo porque viene del latín fingere, que significa dar forma a algo, modelar. Me divierte mucho que el acto de fingir, que es lo que hacemos los escritores, tenga la misma raíz que la escultura. Yo he hecho una escultura con la vida de Feliza para que los lectores la interpreten como quieran, para que se vean reflejados en ella, para que no se vean reflejados en ella, para que la habiten como la habité yo. Y ese espacio de libertad que abre la novela y que permite entrar en contacto con una vida ajena sin juicios previos es importantísimo. Forma parte de mi teoría del género. 

'La traducción del mundo'

'La traducción del mundo' ALFAGUARA

Sin embargo, es frecuente la idea de que es importante identificarse con el personaje.

No solo. También tenemos la idea, que es todavía más nociva, de que una novela nos gusta o nos disgusta en función de si nos gusta o nos disgusta el personaje. A mí no me cae bien Raskólnikov, pero Crimen y Castigo es una de mis novelas favoritas. Espero que los lectores también hagan lo que yo creo que debe hacer un lector de novelas: dejar el juicio fuera, no entrar a juzgar al personaje, condenarlo o absolverlo, sino entenderlo. Para mí, una de las razones por las cuales el género ha sobrevivido es porque abre un espacio donde nadie intenta convencernos de nada. La novela crea un espacio en medio de nuestro mundo. Todos los políticos nos están diciendo que votemos por ellos. Todas las iglesias nos están diciendo que creamos en su Dios. Todo el mundo nos está diciendo que compremos su producto.

La novela, sin embargo, es un espacio donde nadie nos está convenciendo de nada, donde no hay proselitismo. Y esto es muy valioso. Es una manera de entender el mundo, más libre y única. En el espacio que abre la ficción, dice Milan Kundera, que es un escritor que para mí ha reflexionado muy bien sobre la novela, suspendemos el juicio moral. Y creo que, como van las cosas, cada vez quedan menos espacios en nuestra vida para esto. Piensa en las redes sociales: son un gran tribunal donde todo el mundo juzga y condena. 

Usted dijo en una entrevista que cuando el lugar de la ficción en una sociedad se deteriora es porque la sociedad también se está deteriorando.

No hay ninguna prueba de que una democracia sea mejor si el lugar que ocupa la ficción en ella es mejor, pero sí hay pruebas, y las vemos todos los días, de que cuando una democracia se deteriora o cuando bascula hacia el autoritarismo el lugar de la ficción se deteriora. En estos contextos la persecución de los novelistas y los poetas es inmediata. No es necesario remitirse al estalinismo o al nazismo; pensemos en la Nicaragua de Ortega, que le acaba de quitar la ciudadanía a Sergio Ramírez y lo expulsan a todos los efectos prácticos de su país porque es un novelista importante y una voz incómoda. Pensemos en Estados Unidos, en muchas de cuyas escuelas están censurando libros, ficciones, porque lo que dicen es incómodo. Todas estas son señales que aparecen cuando una sociedad democrática se está deteriorando. 

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez GALA ESPÍN Barcelona

La ficción puede ser muy incómoda por su carácter crítico.

Y porque es lo más libre que hay. Una ficción molesta porque en ella no hay reglas. En una ficción se puede decir cualquier cosa y pensar cualquier cosa. Por eso molestaron en su momento Madame Bovary, que fue llevada a juicio, y Las flores del mal, que también fue llevada a juicio, como las obras de D. H. Lawrence tachadas de obscenas. Por eso fue atacado brutalmente Salman Rushdie, que perdió un ojo. Se le atacó por contar una historia.

¿De qué manera esta amenaza influye en un escritor? No sé si esto le motiva a reforzar esa idea de libertad o si, por el contrario, le hace preguntarse si merece la pena meterse en problemas.  

Cada uno gestiona esta situación de manera distinta. Nunca he creído que el escritor tenga obligaciones y, sin embargo, yo las he asumido, pero no creo que otros deban asumirlas. Vengo de una tradición donde una de las figuras más importantes fue Jorge Luis Borges, que toda la vida despreció el mundo de la política y nunca se ocupó de él en sus ficciones. Cuando se le acusa de ser un escritor en una torre de marfil, lo único que se puede decir es que sí, Borges lo era. Nos dejó una obra que es de las más importantes de mi lengua.

Entonces no creo que haya obligaciones, pero yo sí soy muy consciente del valor de escribir para defender esas libertades: escribo novelas donde se pone en valor esa libertad que tiene el género, donde se ponen en escena temas difíciles y conflictivos, sobre todo en mi país. En este sentido recuerdo mucho el día en que se iba a publicar Volver la vista atrás. Su protagonista, el cineasta Sergio Cabrera, me llamó y me dijo que tenía miedo. Y yo, tratando de tranquilizarlo, le pregunté qué tres cosas le daban miedo. Y él me dijo: la reacción de la derecha, la reacción de la izquierda y la reacción de la familia. Me gusta la idea de utilizar mis novelas para afianzar ese espacio de libertad que es la ficción,donde se pueden decir cosas que son difíciles, hablar de temas que son incómodos. Y todo esto lo he tratado de hacer también en esta novela.

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez

Entrevista a Juan Gabriel Vásquez GALA ESPÍN Barcelona

Usted viene de una tradición de escritores políticamente muy comprometidos. Pienso, sin ir más lejos, en Gabriel García Márquez.

Se trata de la figura del escritor intelectual, tal como lo entendió buena parte del mundo americano en el que crecí. Uno es novelista pero también es ciudadano. Y como ciudadano toma partido, participa en debates y, con lo poco que uno tiene, que es la palabra escrita, trata de empujar a la sociedad en una cierta dirección. Pero todo esto funciona si se mantiene una distinción clara entre el ciudadano y el novelista. En el momento en que una novela se convierte en instrumento para otra cosa, fracasa. Por eso hay tantas novelas que contradicen las posiciones públicas de grandes escritores hispanoamericanos. Las últimas opiniones públicas de mi querido Mario Vargas Llosa con mucha frecuencia contradicen lo que dicen novelas. Y esto solo les ocurre a los novelistas genuinos, cuyas novelas pueden ir por un lugar distinto al suyo. En muchos sentidos, las novelas saben más cosas de lo que sabe el novelista.

A Kundera le interesa más el George Orwell ensayista que el novelista.

Sí, condena 1984. Y esto me duele mucho porque me gusta esa novela. 

Bueno, Nabokov se muestra muy crítico con El Quijote.

Estaba tan equivocado. Siendo un lector brillante, no entendió nada. Aunque esto me parece saludable, porque la ficción es un terreno que tiene aspectos profundamente irracionales. A la literatura llevamos nuestros demonios, nuestros fantasmas, nuestro lado más irracional. Por eso la idea de un canon fijo e invulnerable es absurda. El libro que consideremos más importante para la historia de nuestra tradición puede ser leído por otra como un fracaso total. A T.S. Eliot le parecía que Hamlet era un fracaso artístico. Y esto sucede porque la literatura, que está hecha de lenguaje, se convierte en un recipiente vacío al cual llevamos nuestras experiencias, que son distintas.